2016 fue un año lleno de películas, algunas que celebrar y otras que erradicar de la faz de La Tierra. en esta lista os detallo estas últimas, ya que prefiero quitarme antes el mal trago. Y antes de arrancar, quiero recordaros que hubo muchos títulos nefastos que me perdí -ya sea por falta de tiempo o por desgana-; por eso, si echáis en falta alguna catástrofe cinematográfica como Siete Vidas, Zoolander 2 o Mi abuelo es un peligro es porque tuve el placer de no verlas. Además, tampoco intento sentar cátedra o presentar verdades absolutas sino dar mi humilde opinión que podréis compartir (o no). De darse el segundo caso, os invito a dejar vuestra propia lista en la sección de comentarios. Dicho esto, ¡comencemos!

10) Batman v Superman. 250 millones de presupuesto y un elenco lleno de estrellas no sirvieron a Zack Snyder y Warner Bros. del desastre ¡Y mira que era difícil fastidiarla! A priori, la idea sonaba genial; dos de los más icónicos superhéroes de la cultura pop dándose mamporros por diferencias éticas. Sin embargo, lo que obtuvimos a cambio fue una historia mal contada de principio a fin y un villano que más que dar miedo producía tirria. Ninguno de los actores se salva de la quema; ni siquiera Ben Affleck, encarnando eso sí al Batman más deprimente y apagado de todos los vistos en pantalla. La pelea del siglo se convirtió en el bostezo del siglo. Tanto bombo y platillo para terminar a medias y gritando con sorna: ¡Martha!


9) Infierno Azul. Y para gritos los que tuvo que pegar Blake Lively en su interpretación de una surfera que debe enfrentarse al depredador más feroz de los océanos: el gran tiburón blanco. Por desgracia, el título de Jaume Collet-Serra carece de la tenacidad de Tiburón (1975) o del cachondeo de Sharknado. Se toma demasiado en serio a sí misma pero no consigue esa sobriedad del filme de Spielberg. Por si esto fuera poco, también tiene uno de los peores usos de CGI del año.


8) Marea Negra. Algo de lo que sin duda no carecía esta película eran efectos especiales, aunque todo lo que ganaba con ellos lo perdía en lo demás. La razón por la cual la ubico por encima es porque ésta contaba la historia real de una de las catástrofes medioambientales más graves de la historia. A su vez, el director Peter Berg tenía a su disposición a actores como Mark Whalberg, Kurt Russell y John Malkovich. Mucho ruido y pocas nueces; así la resumiría. Su acción es de las más confusas del año y los diálogos dan pena y desaprovechan el talento de los intérpretes. Ah y no quisiera olvidar su punto más frustrante: con el mensaje medioambiental y ecologista que podría haber incluido en su película, Berg prefiere sustituirlo con explosiones al más puro estilo “Michael Bay”.


7) Luces Fuera. Ahora me ves…ahora no me ves. Ese es el único truco más terrorífico que se le ocurre a David Sandberg en su ópera prima. Nada más, literalmente. Y ni siquiera intenta reservarlo para su clímax final. Claro que si ese es el único recurso a tu disposición, supongo que no te queda otra. Recordemos que la película se basa en un exitoso cortometraje de tres minutos para justificar su existencia. Sin historia ni personajes, tan sólo con una idea ingeniosa que funciona para un corto, Luces fuera tenía todas las papeletas de aparecer en esta lista.


6) Elle. ¿Qué pretende decirnos Paul Verhoeven en su última y críptica obra? Os voy a dar un buen consejo: no intentéis descifrarlo porque no esconde nada. He de reconocer que sentía cierta curiosidad, ya que todos me decían que tenía que verla; que me dejaría estupefacto. Así que me decidí: Verhoeven y cine francés, ¿qué podía fallar? Pues todo. Hacía mucho tiempo que no sentía el peso del tiempo tanto como viendo Elle y, para el final, miraba el reloj con espanto. Verhoeven me había robado dos horas largas de mi vida, aunque me alegre de pasar yo sólo el mal trago. Al menos no me siento mal por nadie más que yo. Una película tan hierática como sus personajes, carente de emoción alguna y hueca en su interior. Dime de qué presumes y te diré de qué careces.


5) Cazafantasmas. La fiebre de los remakes, reboots y demás inventos se cobró otra víctima con esta queridísima franquicia de los 80. Y antes de que me crucifiquéis, quiero avisar que mi análisis está colgado en el blog y podéis ver lo que pensaba entonces y sigo pensando sobre Cazafantasmas (2016). Nada tiene que ver con que las protagonistas sean mujeres; a mi con tal de que fuera buena como si ponían perros parlanchines. Desgraciadamente no sólo no fue buena sino que resultó ser un lío. Entre el exceso de CGI, una historia inexistente y una comedia que brillaba por su ausencia, este fracaso costó la escalofriante cifra de 144 millones de dólares, ¿os lo podéis creer? Yo tampoco. No sólo el nuevo equipo de cazafantasmas no congenia en absoluto sino que, por alguna razón, su director omite cualquier homenaje a las películas originales. Eso sí, que no falte el desfile de cameos humillantes: Bill Murray, Dan Aykroyd, Sigourney Weaver, etc. Para que os sirva de referencia, el villano de la original era Gozer, Dios Sumerio de la Destrucción (mola, ¿verdad?). Bueno pues aquí se enfrentan al temible…Rowan North.


4) Nerve. De nuevo otro ejemplo de una premisa desaprovechada que, como le pasaba a Marea Negra, tira a la basura todo ese potencial a favor de la superficialidad. Podrían haber sustituido a la pareja protagonista con un par de muñecos de cera y nadie hubiera notado la diferencia; la historia es tan absurda e inconexa que te entran ganas de lanzar el mando al televisor y, a falta de un buen villano, tenemos una malvada aplicación que incumple todas las leyes habidas y por haber y controla a la masa adolescente como el pastor a las ovejas. Carece de pulso, interés o acción verosímil…¡carece de todo! Lo único con sentido es su título, porque poner si que me puso de los nervios.


3) Escuadrón Suicida. Y por fin entramos en el ignominioso Top 3. Empiezo a oler la catástrofe, tal y como lo hiciera Robert Duvall con el napalm en Apocalypse Now. La medalla de bronce se la lleva la última superproducción de Warner/DC, escrita y dirigida por David Ayer. Este director llevaba una filmografía inmaculada, llena de títulos interesantes que sobresalían por sus historias de crudeza y violencia. Parecía un tándem condenado a entenderse...pero no fue así. La culpa la tienen las seis semanas semanas de las que dispuso Ayer para crear un amago de guión y las trabas de los ejecutivos en la sala de montaje y edición. El resultado es una película fallida en todos los aspectos imaginables: personajes, ambientación y acción.


2) Dioses de Egipto. Alex Proyas era un gran director que contaba cada proyecto como éxito (El cuervo y Dark City) e incluso Yo, Robot me pareció aceptable. Luego vino Señales del futuro, que nos fue indicando el desastre que estaba por venir. Ambientada en El Antiguo Egipto y protagonizada por personajes propios de su mitología, la película intentaba sumergirnos en un mundo de fantasía épico y emocionante. No obstante, el exceso de CGI junto a unos actores hieráticos pronunciando algunos de los diálogos más ridículos del año desecharon todo el potencial que tuviese la premisa. Esta obra personifica todo lo malo de Hollywood hoy en día; blanqueo en el cine ("whitewashing"), historias endebles y arrogancia desproporcionada (véanse los comentarios del realizador). En definitiva, yo creo que hay dos tipos de malas películas: aquellas con las que te echas unas risas y otras que te provocan sopor (o malhumor, según la hora del día). Dioses de Egipto entra en esta última categoría.



1) Independence Day: Contraataque. Ya no es sólo que sea mala sino que es un auténtico despropósito para cualquiera de los numerosos seguidores de la original. Señor Emmerich, ¡nadie necesitaba esta secuela! Lo único que consiguió es dejar en mal lugar uno de los blockbusters más queridos de los 90. Cierto que los trailers presagiaban la debacle pero es que una cosa es imaginarse el horror y otra verlo. Nunca pasé más vergüenza en una sala que en las interminables dos horas de metraje; empezó mal, continuó peor y terminó siendo un mal chiste. Yo me conformaba con un entretenimiento pasajero (y como yo, muchos otros) pero falló incluso en esa simple tarea ¿¡Cómo se puede destrozar una historia que enfrenta aliens contra humanos en una batalla galáctica!? El Señor Emmerich sí la encontró. Y de paso acabó con cualquier atisbo de nostalgia de los fans cuando convirtió a Bill Pullman y Jeff Goldblum en tristes caricaturas (y prefiero no hablar del destino del personaje de Will Smith). En su lugar nos encasqueta actores de nueva hornada, como Liam Hemsworth,  con capacidades interpretativas escasas y carentes de carisma. Y lo peor es que el desenlace coquetea con la posibilidad de una tercera parte.


La ciudad de las estrellas (La La Land en su título original) supone el tercer largometraje de Damien Chazelle, un joven realizador que irrumpió en escena con la vibrante Whiplash y que, con esta obra, se consagra com uno de los mejores cineastas del momento. La película cuenta la historia de Mia y Sebastian, dos jóvenes idealistas en busca de fortuna que malviven en la vasta ciudad de Los Angeles. Ella sueña con ser actriz de Hollywood; por la otra parte, él lucha cuál paladín, por salvar al jazz del olvido. De primeras no encajan el uno con el otro pero pronto descubrirán, por azares del destino, que no son tan distintos. Es más; su relación, artística y sentimental, parecía estar escrita en las estrellas. Protagonizada por el dúo Gosling-Stone, que ya viéramos en la encantadora película Crazy, Stupid Love (2011) y en Gangster Squad (2013), este drama romántico musical revitalizará tus ambiciones y dejará su huella en todo aquel que se sienta identificado con el proceso creativo del artista. 

Mientras escribo estas líneas me permito el lujo de deleitarme con el álbum Sketches of Spain de Miles Davis, una maravilla para los sentidos que, paradójicamente, guarda similitudes con uno de los protagonistas del filme. Sebastian (Gosling) es un excelente pianista con unos ideales que lo mantienen en la pobreza: se resiste al cambio, le frustra que la sociedad olvide una música que le apasiona y no aceptará órdenes de cualquiera. Pasa las noches entre clubes de jazz dejados de la mano de Dios y, entre caminata y caminata, se deja llevar por sus aspiraciones; imaginando un futuro improbable. Sin embargo, hay algo en común entre el jazz de Miles y el carácter de Sebastian: el inconformismo. Esa improvisación que hizo grande al trompetista y que repite Sebastian como un mantra, es la que mantiene al arte en constante evolución. Y lo mismo podría decirse de Mia, una joven actriz con aspiraciones de escritora que busca encontrar esa obra que la diferencie del resto y la catapulte al estrellato. No obstante la cruda realidad no es ajena a ellos,  lo que les hará replantearse si han elegido bien y, de ahí, llega la inevitable pesadilla del artista: ¿de verdad tengo talento o sólo es fruto de mi imaginación? Porque, reconozcámoslo, hay ciertas verdades que duelen y con tal de evitarlas llegamos incluso a construir una mentira. Hasta cierto punto, ambos viven esclavos del reconocimiento y quizás por ello, terminaron juntos. Porque no hay nada mejor que tener un apoyo constante; un bálsamo en medio de la tormenta. La historia imaginada por Chazelle no es sólo el reflejo de su experiencia en Hollywood sino la experiencia universal de todo aquel que, en algún capítulo de su vida, decidió perseguir su sueño. Durante el transcurso de la cinta, el guionista y realizador de Whiplash, consigue crear un vínculo entre el espectador y los protagonistas a partir del cuál desencadenará una gran variedad de emociones. Este fue, sin duda, uno de los mejores arcos narrativos del año independientemente de lo que piense del final. Porque, sin desvelarlo, he de decir que me dejó perplejo y conmovido a partes iguales. 


Pero esta película no se sustenta únicamente en un guión magnífico o en unas interpretaciones sobresalientes sino que, como todo musical que se precie, también nos seduce con su apartado visual. Pocas veces se ha visto Los Angeles tan bellamente retratada, con tanto color y tanta pasión; ello puede deberse a su reputación como la ciudad de los sueños rotos. Chazelle, sin embargo, opta por el optimismo aunque tampoco desmesurado. En su relato entra en juego el valor de las decisiones y de la nostalgia pero sabe equilibrarlo con un mensaje de esperanza necesario para los tiempos que corren. Estamos ante un cine que combina deliciosamente lo moderno con lo clásico; se ambienta en el presente y pese a ello, uno no puede evitar pensar en tiempos pasados. A través de menciones esporádicas, tanto Mia como Sebastian relucen un tono clásico en sus miradas. Además, gran parte del clasicismo que despide se debe a la propia filmación de la película (en Cinemascope) así como la magnífica idea de rodar en la propia ciudad y no en decorados. Ni me imagino lo difícil que debió ser capturar magia en cada escena. En mi opinión, ese es el mayor logro del filme; el equilibrio entre el alegre color de los vestidos y los cielos estrellados y el amargor de los obstáculos que nos depara la vida. La iluminación también juega un papel esencial a la hora de resaltar las expresiones de los protagonistas y destacarlos de la muchedumbre, algo que le aporta ciertos rasgos característicos de los musicales de Broadway. Me gustó que empezará a lo grande con un plano secuencia de un atasco, tan arduo de filmar como armónico de visualizar, que sintetiza en pocos minutos todo lo que Chazelle desea transmitirnos: la cámara dinámica te sumerge en las complejas coreografías llevadas a cabo con esmero por Mandy Moore. Una cosa es ver un musical y otra muy distinta sentirlo; formar parte de él. La ciudad de las estrellas te atrapa y no te suelta hasta pasados los créditos.

En cuanto a las interpretaciones, poco queda por decir que no se haya dicho ya. ¿Sabíais que originalmente iban a protagonizarla Miles Teller y Emma Watson? No sé lo que resultaría de ese dúo. Lo que sí sé es que Ryan Gosling y Emma Stone derrochan química en pantalla y gracias a su carisma natural, la obra es rotunda. La frase: “no hubiera sido lo mismo” se aplica aquí más que en ningún otro título. En su tercera colaboración ambos se conocen lo suficiente como para coordinar sus movimientos de baile al detalle. Ya dijo el director que su intención era buscar una pareja que recordara a la de Fred Astaire y Ginger Rogers y,  si bien las comparaciones son odiosas, puede decirse que lo ha logrado. 


Por último aunque no menos importante, ¿qué sería un musical sin una buena banda sonora? En este apartado, Chazelle y su buen amigo Hurwitz vuelven a alcanzar lo imposible. A lo largo de la cinematografía hemos visto incontables musicales para todos los paladares y, sin embargo, Hurwitz ha diseñado una música reminiscente que, a su vez, explora nuevas mezclas. Coge un género tristemente olvidado como el jazz y le da una vuelta de tuerca vigorizante para encandilar al público joven e inexperto. Esta es una de esas BSO que crean afición y fomentan la cultura entre un público que, a falta de buenos acordes, pone su mirada en cantantes sensacionalistas. Aplaudo su esfuerzo y su pasión por traernos de vuelta ese cine que tantos echábamos de menos.

En definitiva, La ciudad de las estrellas viene para salvarnos de un año cinematográfico discreto y pone de manifiesto que los musicales (cuando están bien hechos) son la quintaesencia del séptimo arte. Hacía años que no salía de la sala tan deleitado; tan ampliamente satisfecho y colmado por el espectáculo que acababa de presenciar. En muchos aspectos, esta tercera obra de Chazelle pertenece a los teatros de Broadway ya que su historia trasciende el celuloide; ya imagino versiones, a cada cual más distinta que la anterior, de esta historia universal sobre la búsqueda del amor y el dilema del éxito; sobre las elecciones de una vida tan corta para las grandes mentes que a veces nos obliga a renunciar a algunos de nuestros sueños. 


10/10: Que la luz de las estrellas se reflejen en tu arte

Del 27/01/2017 al 29/01/2017

HACE 10 AÑOS...


Podrá caer mejor o peor pero una cosa es cierta: Mel Gibson es un visionario. Prefiero no entrar en valoraciones sobre su persona, ya que no soy quién para juzgar a nadie. Todos hemos pasado por altibajos y él es un claro exponente de ello, pero creo que su arte habla por sí mismo. Empezó con El hombre sin rostro (1993), una hermosa y aleccionadora película sobre la amistad ente un muchacho y un profesor con el rostro desfigurado. Tras esta incursión en el drama dio el salto a las épicas superproducciones con Braveheart (1995), la cual ganó cinco Oscar incluyendo mejor película y dirección. Más tarde vino la controvertida Pasión de Cristo (2004), cuya crudeza no dejó a nadie indiferente y finalmente hizo Apocalypto. Esta última es, sin duda, la obra más atrevida y arriesgada de su filmografía. No sólo por la historia que cuenta y cómo la cuenta (prácticamente sin diálogos y los pocos que hay son en maya) sino también por escoger aborígenes como protagonistas de la historia. Muchas veces sentenciamos a Gibson por sus comentarios desacertados y, aunque ciertamente son censurables, obviamos otras decisiones como la de escoger nativos en una historia sobre la cultura maya. De primeras parecería algo lógico, pero con antecedentes recientes como La gran muralla o Dioses de Egipto donde actores más blancos que la leche interpretan a personajes de otras razas, la lógica empieza a parecernos una quimera. Apocalypto es sin duda un gran producto de entretenimiento con pinceladas de veracidad y altas dosis de adrenalina pero, por encima de todo, es un ejercicio de maestría visual; una experiencia sensorial que te dejará boquiabierto.




Vivir de noche es el último proyecto dirigido por Ben Affleck tras Argo, por la cual ganó tres premios Oscar incluyendo mejor película, y en ella decide trasladarnos al mundo del hampa de los años 20 para contarnos la historia de Joe Coughlin, un joven irlandés ex-combatiente en la Gran Guerra, que se dedica a atracar bancos y establecimientos en el Boston de la época. Sin embargo, las dos grandes bandas de la ciudad están enfrentadas: por un lado están los italianos y por el otro los irlandeses. Cuando Maso Pescatore, el gran capo italiano, intenta convencerle para que se una a su banda y acabe con la competencia, Joe comenzará un descenso al infierno del crimen organizado. Protagonizada por Ben Affleck, el elenco incluye a intérpretes de la talla de Chris Cooper, Zoe Saldaña y Elle Fanning. 

Cada vez que se anuncia una nueva película de cine negro y corte clásico estoy de enhorabuena porque, al igual que los musicales (va por ti Damien Chazelle), éste es un género que en los últimos años parece haber quedado relegado a un segundo plano, y quién mejor para traerlo de vuelta que el dúo Affleck-Lehane cuyo último trabajo nos brindó la maravillosa Adiós Pequeña, adiós. Si a ellos le juntamos a un director de fotografía del talento de Robert Richardson así como un reparto estelar, parecía que la única opción viable era el éxito y pese a todo, la historia jamás levanta el vuelo. Ahora bien, sin haber leído el libro previamente, sólo puedo hablar del trabajo errado del Affleck guionista y hago esa distinción porque su faceta de dirección e interpretación mantiene el pulso. La narración en Vivir de noche es como un reloj averiado; la composición en sí parece sólida pero fijándose bien, le faltan piezas esenciales para funcionar. Desde el mismo inicio, cuando la voz en off nos agarra de la mano para contarnos las partes que aparentemente no merecen ser vistas mi frustración comenzaba a desatarse. ¿Por qué omiten las partes más dramáticas y personales del protagonista? En líneas generales, la voz en off me parece un recurso útil que, de abusarse, termina trasformándose en pereza del guionista. Los montajes se suceden y empiezo a preguntarme si Afffleck pretendía rendir homenaje al cine de Edward G. Robinson y Sterling Hayden o, en realidad, ganar otro Oscar aplicando la famosa ley del mínimo esfuerzo. La primera media hora, hasta que cambia Boston por Florida, es insípida y pasa sin pena ni gloria. La indiferencia se apodera del espectador (y algún que otro bostezo también) hasta que el escenario cambia a uno mucho más colorido y Chris Cooper y Elle Fanning entran en escena. A partir de ahí todo mejora; la trama principal coge sentido y las secundarias que se nos presentan introducen una intriga necesaria. No obstante y aunque alguna que otra idea encierra atisbos de genialidad, nunca consiguió mantener mi interés debido a su falta de intensidad. Los escenarios y vestuarios rebosan estilo pero, al contrario de los filmes de gángsters de Scorsese, sus diálogos y desarrollo pecan de pasividad ¿¡Dónde están las escenas memorables!? Además, la cinta parece sentirse obligada a incluir dos de los clichés más recurrentes del género mafioso: el gran capo y su hijo idiota y la esposa suplicando a nuestro protagonista que deje su errática vida. Y por si esto fuera poco, tampoco consigue decidirse entre el desenlace feliz y el deprimente que tan de moda está en la actualidad. 


Pero, dejando de lado lo malo, creo que sería injusto sentenciar la película por sus fallos de guión. Cierto que el desatino es evidente y que podría haberse convertido en una gran épica de gángsteres, al estilo de Erase una vez en América, pero aún así consigue comunicarse con la audiencia en ciertos tramos; siendo éstos en su mayoría protagonizados por los personajes de Cooper y sobretodo de Fanning. Su relación padre-hija es demoledora y es reflejo de la calidad de la historia original creada por Lehane. Hay momentos de grandeza, en los cuáles palpamos esa crudeza tan característica del género que nos trajo obras maestras como la mencionada de Sergio Leone, Los intocables o El Padrino II. Desgraciadamente, estas escenas tienen la misma repercusión que la lluvia en el vasto océano.

Sin embargo, por lo que seguramente será recordada sea por su diseño de producción digno de una nominación al Oscar. Empezando por la exquisita ambientación de dos ciudades antagonistas como Boston y Tampa; la primera siendo una urbe industrializada del norte y la segunda rodeada de pantanos, ciénagas y toda clase de depredadores. Ambas se sienten vivas y llenas de color gracias en parte a la inestimable contribución del director de fotografía Robert Richardson, conocido por sus últimas colaboraciones con Tarantino. Estados Unidos vivía condicionada por el panorama socio-político de la ley seca, el nacimiento del crimen organizado y los conflictos raciales; una bomba de relojería que estallaría con el crac del 29. Y cómo olvidarse del vestuario, que se convierte casi en un personaje más de la historia. Los interiores también juegan un papel esencial y cuentan que fue tanta la inmersión que cuando alguien abría un cajón que formara parte del decorado, siempre se encontrarían con objetos de la época. 


Las interpretaciones son mayoritariamente buenas. El problema de tanto personaje secundario (como el de Brendan Gleeson o Chris Cooper) es que, por mucho que su talento inunde la pantalla, no tienen suficiente peso en el argumento para contrarrestar la falta de empatía con el protagonista. Seguimos la historia de un tal Joe pero, por momentos, nos olvidamos de su nombre; sabemos a quién tenemos que seguir pero no por qué. Ni siquiera sus relaciones sentimentales, con Sienna Miller y más tarde con Zoe Saldaña, causan sensación como la de Bonnie & Clyde por poner un ejemplo. Todo lazo emocional que intentó construir Joe falla miserablemente y junto a ello su drama personal. Este es un claro ejemplo de unos secundarios que se comen a la estrella de la película.

En definitiva, Vivir de noche no es ni tan mala como intenta ponerla la crítica especializada ni tan buena como cabría esperar. Desde luego es una de las grandes decepciones del año y falla en su intento de hacer regresar el género mafioso de los años 20. Y me frustra decirlo porque debajo de esa perezosa narración en off, la apatía de su personaje protagonista y un final forzado que busca en vano sacar nuestras lágrimas, se esconde un filme con potencial suficiente para deslumbrarnos tal como lo hiciera La La Land. De ninguna manera puede catalogarse como un desastre, ya que resultará amena al seguidor del cine clásico, pero tampoco puedo recomendarla lo suficiente. A la cinta le sobra estilo y le falta corazón, carisma o algún tipo de garra que consiga atraparnos. Pese a sus espectaculares escenas de acción, Vivir de noche no acabará por resonar en la mente del espectador. 



6/10: CINE CLÁSICO CON FALLOS MODERNOS.

 Ficha técnica

Título original
: Les choses de la vie

Año: 1970

Duración: 85 min.

País: Francia

Director: Claude Sautet

Guión: Paul Guimard

Fotografía: Jean Boffety

Música: Philippe Sarde

Género: Drama. Romance

Reparto: Michel Piccoli, Romy Schneider.

Sinopsis: Pierre, un exitoso hombre de negocios, sufre un accidente de tráfico que lo colocará entre la vida y la muerte. En esos instantes finales, Pierre rememora a sus dos grandes amores.

Comentario: Cine íntimo y descarnado, magníficamente narrado e interpretado por Piccoli y Schneider. Su relación en pantalla resulta tan magnética como tóxica y ahí es donde Sautet, un cineasta sobresaliente en los espacios cortos, capta la belleza de este filme. Un hombre agonizante que busca sosiego entre sus recuerdos; su ex-mujer, hijo, familia, amistades y sobretodo su último amor. Como el mismo título pronostica, estas son las cosas de la vida.

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http://universolumiere.blogspot.com.es/search/label/Cine%20en%20casa

Fuente (Imágenes): http://www.filmaffinity.com/es/film905841.html

En estas fechas tan especiales donde todo lo rutinario intenta dejarse de lado y recapitulamos lo que ha sido y lo que pudo ser el año, mientras echamos la vista a la ilusión de la página en blanco, tuve la suerte de encontrarme con una de las últimas obras del venerado Studio Ghibli. El cuento de la princesa Kaguya, dirigida por el maestro de la animación Isao Takahata -con permiso de Hayao Miyazaki- salió en las salas allá por 2013 y fue un rotundo fracaso en taquilla, recaudando unos escasos 25 millones de dólares sobre los 50 que costó hacerla. Ni siquiera en Japón, donde el estudio es altamente reconocido pudo hacer negocio y es una lástima porque estamos hablando de una de las mejores películas que han producido hasta la fecha. La historia, pilar fundamental del éxito de esta humilde productora, vuelve a hacer las delicias de aquellas mentes creativas y soñadoras que buscan la magia en las cosas simples de la vida. En este caso Takahata nos cuenta, a modo de fábula, la vida de una niña nacida de un brote de bambú y criada por un matrimonio campesino. A medida que el filme avanza y la pequeña crece, sus padres reciben extrañas señales del bosque que parecen indicar que su destino no es vivir la sacrificada vida del campo. 

Uno de los aspectos en los que siempre ha sobresalido Ghibli es en la animación; desde Nausicäa hasta El viento se levanta, tanto Miyazaki como Takahata han sabido conjuntar sus estilos para crear obras de magnífica factura en lo visual. Nadie mejor que ellos entiende el significado de la imagen en movimiento; es decir, del cine. Se dice que una película es sobresaliente cuando puedes quitarle el sonido y aún así sigue transmitiendo las mismas emociones y eso es lo que Takahata consigue de nuevo en este título. Si la cinematografía merece ser llamada arte es, en parte, gracias a este tipo de autores y visionarios que dedican años -concretamente ocho- persiguiendo un sueño. Puede que desde un punto de vista financiero Ghibli tenga que echar el cierre pero el arte no tiene límites, sino que se lo digan a Van Gogh. La única lástima es que tengamos que verlo perecer para poder apreciar en su justa medida su talento. Esta triste realidad me recuerda que el arte y las matemáticas no deberían ir ligadas. Su renuncia a la animación digital -mucho más barata y rápida de hacer- no es más que la firme convicción del que sabe estar haciendo lo correcto. Con ello no intento echar en contra de estudios occidentales como Pixar -Del revés es una de las grandes películas de animación de los últimos años- pero me cuesta aceptar que otros estilos, como el stop-motion o éste, tengan que verse abocados a la extinción por motivos ajenos al séptimo arte. Lo que más noté es que, a diferencia de otros títulos, El cuento de la princesa Kaguya utiliza distintos trazados para describir estados emocionales opuestos, principalmente la felicidad y la amargura. Pocas veces he visto tal expresividad con el pincel.


Como decía al inicio del análisis, otro de sus puntos fuertes es sin duda su fuerte componente narrativo. Dos factores vitales en el buen cine siempre han sido la evolución de los personajes y los vínculos que el espectador crea con ellos. Algo que parece perderse y entumecerse con el paso de los años y la digitalización del medio y que maestros del ayer y de hoy como Takahata guardan aún entre sus herramientas más importantes. Pocas veces en el cine actual puedes sentarte en la butaca sabiendo ya que vas a disfrutar de una experiencia única y que seguramente salgas de la sala devastado por la emoción. Desde el instante en que aparece el logotipo del estudio, la pantalla adquiere propiedades magnéticas para mis ojos. La historia de esta princesa celestial cuyo único sueño era alcanzar la libertad terrenal y disfrutar de las cosas simples de la vida me emocionó hasta tal punto que no pude evitar echar alguna lagrimilla. Takahata y Sakaguchi han creado una verdadera obra maestra; una fábula cuya verdad es tan simple -y necesaria de recordar- que nos olvidamos frecuentemente de ella: abrazar la vida y saber vivirla con honestidad. Como toda moraleja sirve tanto para niños como adultos y lo hace sutilmente, sin aleccionarte; ayudado por la empatía del espectador hacia la protagonista. Ambos guionistas muestran un manejo exquisito de los diálogos, de los silencios y en general del cúmulo de sentimientos encontrados de los personajes. Tristeza y alegría; ira y tranquilidad; optimismo y pesimismo. Todo fluye, sin artificios ni encuentros forzados. Sólo se interesan en narrar la vida de una mujer que soñaba con ser libre pero estaba condenada a vivir en una jaula de lujo y nobleza.

Podría decirse que este análisis se asemeja más a una carta de amor y estaríais en lo acierto porque mi admiración hacia Ghibli no para de crecer con cada obra que tengo el placer de ver y no se trata de gustos ni de puntos de vista; la calidad siempre está ahí. Dicen que la apreciación del arte es subjetiva y que nadie puede pretender deslumbrar al público en general. Yo opino que todas encierran una verdad, ya sea fea o bella pero son filmes de este estilo los que hacen que la embriagadora belleza del cine siga enamorando generación tras generación. Si estáis desilusionados por la emergente comercialización del medio os invito a ver y compartir esta cinta con todo aquel que sienta lo mismo o simplemente con aquel que aún no haya sentido amor por el celuloide. 


10/10: LLANTO POR LA LEJANA TIERRA.