Crítica – Sicario: El día del soldado


Stefano Sollima coge las riendas de Sicario después de que Denis Villeneuve firmase una primera entrega sugestiva que trataba un tema tan candente en la actualidad como es la frontera EE.UU.–México y los conflictos que ahí subyacen.

En 2015, el director canadiense Denis Villeneuve nos entregó Sicario, una de las joyas de aquel año. La cinta giraba entorno a la guerra entre los cárteles del narcotráfico y los poderes gubernamentales de los Estados Unidos. En ese maremágnum de droga, conspiraciones y asesinatos encontrábamos al personaje de Emily Blunt, que ejercía de espejo para el espectador; permanecíamos en la misma tensión que ella y nos trasladaba todo el dolor y sufrimiento que padecía a lo largo de la historia. Junto a ella emergían dos escalofriantes figuras, largas y enigmáticas, en forma de Benicio del Toro y Josh Brolin. Sus personajes no tenían mucho desarrollo pero sí dejaban poso en la psique del espectador y un montón de preguntas sin respuesta. Pues bien, en 2018, Stefano Sollima –más conocido por la serie de TV Roma Criminal– es el encargado de desarrollar a estos dos misteriosos personajes en Sicario: El día del soldado. Emily Blunt ya no regresa para esta secuela y hay dos buenas razones que lo explican: su historia ya está contada en la original y Sollima reúne sus esfuerzos en potenciar a los personajes de del Toro (Alejandro) y Brolin (Matt Graver), que habían permanecido en las sombras hasta ahora. A su vez, la historia se centra más en el tráfico ilegal de personas en lugar del comercio de la droga de los cárteles mexicanos, lo que iniciará una guerra sucia entre estos últimos y las agencias secretas americanas. Una lucha de poder a poder que se saldará con muchos muertos e inocentes damnificados pero que, por encima de todo, nos deja claro que en este oscuro mundo el fin siempre justifica los medios.

Taylor Sheridan, el guionista de Hell or Highwater, Sicario o Wind River entre otras, regresa para contarnos una historia que se desmarca bastante de la primera, tanto en el fondo como en las formas. Si bien el objetivo sigue siendo el mismo –retratar la violencia y peligrosidad de este submundo criminal y transfronterizo–, el énfasis se pone más en la guerra abierta entre estos dos bandos y los medios que utilizan nuestros gobernantes para combatirlos. Mientras la primera nos metía en la piel de su protagonista y nos planteaba una serie de conflictos morales, este segunda parte nos deja claro desde la escena inicial que este conflicto trasciende más allá y que la línea fronteriza no es más que la punta del iceberg de un problema de dimensiones inimaginables. Sheridan elabora su guión más incendiario, descarnado y virulento hasta la fecha; un relato tan duro como la vida misma que destapa algunas de las vergüenzas del Estado. Sin embargo, su mensaje de caos y inmoralidad contrasta con el de unos personajes protagonistas en constante evolución. Y es que tanto Alejandro como Graver se tendrán que enfrentar a las consecuencias de sus propios actos, lo que les llevará al límite tanto física como moralmente. Si algo me quedó claro después de ver Sicario: El día del soldado es que su narrativa es uno de sus puntos fuertes y que Taylor Sheridan es probablemente la pieza angular de esta saga de películas. Su verdadero nexo de unión.


Si la primera entrega le sirvió a su director, Denis Villeneuve, para darse a conocer mundialmente –Enemy e Incendies no gozaron de la misma atención que Sicario–, creo que lo mismo podría ocurrir con Sollima. Esta secuela pierde inevitablemente algo de frescura, ya que mantiene algunos elementos de la anterior pero esta es una cinta aún más salvaje y desbocada si cabe. Más sucia. No obstante, donde creo que Sollima muestra verdadera destreza es en las escenas más personales, aquellas donde profundiza en los personajes de Alejandro y Graves. Sollima abandona la idea de un único protagonista para mostrarnos la relación entre estos dos soldados: sus conflictos, lealtades y miedos. Sin entrar en spoilers, hay una escena que involucra a uno de los protagonistas y el lenguaje de signos que me sorprendió muy gratamente. Fue toda una bofetada para aquellos que esperasen una película centrada sólo en la acción. Sollima ya demostró talento y habilidad como narrador en series como Roma Criminal o Gomorra y supo trasladar esas dotes a la dirección de largometraje con Suburra –transición que muchos grandes directores de televisión no lograron–. Ahora ha irrumpido en Hollywood con una película hecha a medida para su estilo de dirección y ante la ardua tarea de hacer olvidar a un Villeneuve pletórico. Tras la buena recepción que ha cosechado, estoy seguro que oiremos hablar más de él.


En cuanto a las actuaciones, la verdad es que poco queda por añadir que no se haya visto ya en Sicario. Josh Brolin está teniendo un año para recordar: entre su estelar participación en Infinity War dando vida a Thanos y su regreso al frío y calculador Matt Graves, lo cierto es que está arrasando. En esta secuela tiene mucho más que hacer que en la primera; abandona los despachos y los interrogatorios para bajar al campo de batalla. Por otra parte, Benicio del Toro raramente decepciona y el papel de Alejandro se está convirtiendo en uno de los más recordados de su carrera, que ya es decir. Aquí lo vemos pasar verdaderos estragos pero, de alguna manera, siempre parece que tiene la situación bajo control. Se ha convertido por derecho propio en un héroe de acción moderno, junto a ilustres como John Wick o Jason Bourne. Si después de esto, Hollywood no le da a Benicio del Toro la categoría de estrella de acción yo ya no sé qué ha de hacer.

La banda sonora guarda el espíritu del fallecido Jóhann Jóhannsson: atmosférica, austera e increíblemente tensa. Es casi un personaje más de la película que, como las cárteles y los sicarios, le corta la respiración al espectador y lo mantiene en vilo. La fotografía de Dariusz Wolski no desmerece al trabajo de Roger Deakins en la primera. Se nota que Sony se ha tomado en serio este proyecto y no ha escatimado en recursos ni en esfuerzos a la hora de contar con los mejores. El público agradece cuando los estudios se toman en serio las secuelas, en vez de desgastarlas para sacar los cuartos.

En definitiva, Sicario: El día del soldado es todo lo que debería ser una secuela: mantener las bases que hicieron grande a la original a la vez que exploran otras vertientes e ideas originales. En la primera nos adentramos en el negocio de las drogas; su secuela nos habla de otro tema de actualidad como el tráfico ilegal de personas. Ambas historias confluyen en un mismo lugar: la frontera de EE.UU. con México.  Y ambas cuentan la eterna lucha entre dos bandos, donde los que pagan siempre son los inocentes.


8/10: TENEMOS QUE HABLAR DE TU FUTURO.

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