Crítica sin spoilers - El faro


The Lighthouse es la segunda película del director de La bruja, Robert Eggers, una de las últimas grandes voces en alzarse dentro del género de terror y sumarse a una lista de autores prometedores entre los que destacan Ari Aster, Jennifer Kent o Mike Flanagan. En su ópera prima, Eggers ya demostró que su estilo era poco convencial y que su idea del terror era muy distinta a la de los grandes estudios de Hollywood, más centrados en crear sustos y sobresaltos a golpe de efecto sonoro que en construir una atmósfera con personalidad propia. Aunque su estreno detrás las cámaras no acabó de enamorarme, sí percibí un talento bruto muy especial que, de explotar, podría entregarnos grandes momentos en la sala de cine; La bruja tenía una ambientación muy lograda, una recreación de la época notable que derrochaba cariño y obsesión por los detalles, pero su historia se me quedó a medias, muy descafeinada e incluso pretenciosa. Sí, muchas de estas películas desafían constantemente la fina línea entre el ejercicio cinematográfico y el onanismo, el cine de autor y el presuntuoso, lo cual provoca división en el público: algunos apreciarán su estilo y otro lo detestarán, les parecerá excesivo y cargante. El faro nos sitúa a finales del s.XIX en una inhóspita roca en medio del océano Atlántico, donde dos excéntricos fareros interpretados por Robert Pattinson y Willem Dafoe han de custodiar y controlar el faro. Lo que comienza como un trabajo arduo y sacrificado contra viento y marea, termina convirtiéndose en una pesadilla cuando la convivencia entre ambos se torna en un infierno.


Lo primero que quiero dejar claro es que me ha encantado la experiencia surrealista, excesiva y lovecraftiana que Eggers nos entrega. Digo experiencia porque esta película cobra más valor en conjunto que en la suma de sus partes; es cierto que tiene un gran apartado audiovisual y unas interpretaciones colosales por parte del dúo protagonista, pero la historia se podría escribir en una servilleta. Si entráis al cine pensando en ver un argumento sólido, variado y con sorprendentes giros de guion, El faro probablemente no sea la mejor opción; sin embargo, si lo que estás buscando es sumergirte –nunca mejor dicho– en un momento histórico y acompañar a estos personajes de otra era y otras costumbres en un viaje perturbador, angustioso y por momentos cómico, creo sinceramente que os gustará. Requiere paciencia y adaptación al ritmo y estilo narrativo más visual de la cinta, ya que en muchas ocasiones estos dos fareros pasan tiempo solos ejecutando tareas por la isla o simplemente luchando contra las inclemencias meteorológicas para sobrevivir. Por lo tanto, para disfrutar de este título se hace imprescindible conectar con los protagonistas; sentir lo que ellos sienten, alegrarse, entristecerse y cabrearse cuando el momento lo requiere y creedme, hay muchos momentos así. Si no logras meterte en esta serie de desventuras, enfrentamientos y reconciliaciones, te aburrirás soberanamente.


Dicho esto, uno de sus puntos fuertes es su factura técnica, partiendo del vestuario y maquillaje hasta la fotografía, los efectos de sonido y la música. Todo lo audiovisual en El faro tiene un gran cuidado, muy similar a lo visto en La bruja pero elevado a la enésima potencia. A la hora de escribir los diálogos entre Dafoe y Pattinson, Eggers investigó en literatura y archivos de época para que los personajes hablasen tal y como deberían hablar en el s.XIX. Esto de por sí no sería nada remarcable –al fin y al cabo, si vas a hacer un filme de época, tienes que documentarte– pero es que las conversaciones son espectaculares, vibrantes y enérgicas como si las escupiese Wu-Tang Clan. Son punzantes, hirientes y están hermosamente hiladas, sobretodo cuando el personaje de Willem Dafoe saca su genio. En ningún momento aburre ni tampoco llega a desentonar, porque estos dos hombres están al límite del esfuerzo, tanto físico como mental. El apartado sonoro también rinde a un gran nivel y junto a la fotografía, le dan ese efecto terrorífico que tanto necesita la película para mantener nuestra atención. El juego de luces y sombras, los decorados, la posición de la cámara y por supuesto, el hecho de que se rodara íntegramente en blanco y negro no es accidental; Eggers es un apasionado del cine y aquí busca traer de vuelta muchos de los elementos del expresionismo alemán. De esta forma, el realizador americano juega con los conceptos del bien y del mal, de la cordura y la locura, para ilustrar la transformación de los protagonistas. Un viaje de una sola dirección, con un destino que queda muy claro casi desde el principio, pero que no evita que nos asombremos ante algunos de sus escenas más surrealistas. El faro rivaliza en niveles de lo grotesco con otra estrambótica obra este año como Midsommar –prueba de ello y de la relación entre sus directores, es que Ari Aster figura entre los agradecimientos en los créditos finales–.

El formato 1.19:1 resulta bastante chocante al principio, ya que hoy día estamos más acostumbrados a película que busquen maximizar el campo de visión en lugar de constreñirlo. Sin embargo, una vez pasado ese período de adaptación, creo que es otra de sus grandes bazas, algo que la distingue del resto de películas de este 2019 y hace su visionado cuanto menos distinto.


Además, a nadie se le escapa que una de las razones por las que ha atraído tantas miradas es por su curioso reparto. El faro solo cuenta con dos actores –tres si contamos a Valeriia Karaman, cuyo papel es testimonial y no sin líneas de diálogo–, un ilustre veterano como Willem Dafoe y un joven Robert Pattinson que busca reconocimiento por sus dotes interpretativas tras aparecer en la saga adolescente Crepúsculo. Su compenetración es sublime, su ira se siente real y su vínculo de amistad, cuando surge, también. Tienen personalidades muy distintas y roles opuestos: uno (Dafoe) es el jefe, mientras el otro es el subordinado u aprendiz. El jefe quiere el faro para él y para nadie más, pero el aprendiz tiene otras ambiciones…Sus idas y venidas, su sufrimiento y sus desvaríos son tan genuinos y están tan bien ejecutados que al espectador no le queda más que sentarse y disfrutar de esta sinfonía de insultos, suciedad y frustración. Pattinson está muy bien y continúa esta racha que lleva desde que estrenase The Rover (2014) junto a Guy Pearce; por otra parte, Dafoe desata toda su furia y llena la pantalla cada vez que irrumpe en escena, ya sea para intimidar o para sacar una tímida sonrisa al espectador.


Ahora quizá os estéis preguntando por qué si La bruja no me convenció a razón de su floja historia de terror brujo, El faro me ha enamorado. Ambas películas comparten cierto gusto por retratar momentos históricos y sumergirnos en ellos, eso es innegable, pero ambas sufren de una historia discreta, que divaga mucho y de la que no sacarás casi ninguna lectura útil saliendo de la sala. Una vez la película reposada, puede que cambie tu opinión sobre ella, pero lo cierto es que Eggers no apunta a contar una historia trascendental ni especialmente emotiva. Los personajes, marineros sacados directamente del s.XIX, resultan algo distantes para la audiencia y eso puede hacer más difícil empatizar con ellos y con su situación; a mí no me ocurrió porque sus desventuras son tan universales y salvando las distancias, familiares, que enseguida me sentí como un farero más en la isla, saboreando el salitre, luchando contra los contratiempos y maldiciendo el día que decidí poner pie en esa maldita roca.

En definitiva, El faro es un título distinto y atrevido y ya se sabe que, cuando se corre un riesgo, el resultado suele causar división de opiniones. Robert Eggers no se deja nada en el tintero, no busca la aprobación de nadie sino de sí mismo y de su visión, para bien o para mal. Creo sinceramente que es más redonda que La bruja, tanto por su ritmo como por sus increíbles personajes, sus interpretaciones y su premisa, pero también creo que no gustará a muchos que esperen un terror más convencional. Etiquetar esta película como una cinta de terror más sería un error: La monja, Escape Room o Ouija es lo que se espera del terror más comercial. Esto es distinto, no busca el susto rápido ni un efecto sonoro estridente para que saltemos de nuestra butaca; Eggers quiere que sientas lo que los protagonistas sienten y que te dejes llevar por esta marea de imágenes raras, momentos surrealistas y verdades escondidas. Si logras hacerlo y te metes en su ritmo, te espera una de las experiencias más intensas y enervantes del año.


9/10: OLAS SALVAJES DE LOCURA LOVECRAFTIANA.



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