De todos los sentimientos que experimentamos, hay uno que nos hostiga sobremanera a lo largo de la vida. Un sentimiento que, incluso cuando somos felices (o creemos serlo), se instala en lo más profundo de nuestra mente para amargarnos el momento.
Estoy pensando en dejarlo, la nueva obra del poliédrico cineasta Charlie Kaufman, que ya podemos ver en Netflix, explora la soledad del ser humano en todas sus facetas. Para hacerlo, cuenta con un reparto de lujo encabezado por Jesse Plemons y Jessie Buckley, complementado a su vez por dos veteranos como Toni Collette y David Thewlis.
El punto de partida de esta historia, basada en una novela homónima de Iain Reid, no podría ser más sencillo: Jake emprende un viaje junto a su novia para presentársela a sus padres, que viven en una granja lejos del mundanal ruido.
A pesar de su anonimato, la joven chica (Jessie Buckley) es la absoluta protagonista de este experimento cinematográfico sobre el amor y el desamor, la perdida de la identidad y el inexorable paso del tiempo como fuerzas que, siguiendo las leyes de Newton, mueven la narrativa hacia delante.
Los que crean que Tenet, la última cinta de Nolan, es compleja, que prueben a ver esta película, porque les aseguro que no conectarán con ella. Como es habitual en sus guiones, Kaufman hace uso del surrealismo para transmitir sus inquietudes existenciales; un cóctel de aroma lyncheano nada fácil de digerir, que muchos rechazaran a simple vista.
El guionista neoyorquino es el autor más europeo de todo EE. UU, algo que muchos apreciarán y otros detestarán, precisamente por los aires intelectuales que rezuman todas sus obras.
Para quien no conozca su filosofía, yo la resumiría en dos palabras: vacío existencial. El pesimismo como bandera y símbolo de su arte. La desesperanza y la apatía como motor de una vida cuya única constante es el sufrimiento fútil.
Esa alienación, ese miedo a dejar de ser (si es que alguna vez se fue), a perder el hilo que nos ata a la realidad social cotidiana; en definitiva, el miedo a que, en nuestros instantes finales, miremos atrás y solo veamos un gran agujero negro.
A lo largo de la película, la protagonista se inquiere sobre si dejar o no a su novio. Ya desde el principio, Kaufman nos presenta a unos personajes distanciados, encerrados dentro de los confines de su propia mente.
El problema de esta película reside en su dificultad para conectar con ella. La historia, que comienza de forma bastante rutinaria y ortodoxa, pronto toma un giro de 180 grados hacia lo onírico; un sueño, el de la protagonista, que jamás llega a cobrar sentido ni propósito alguno.
Estoy pensando en dejarlo es demasiado caótica como para ceñirse a unas pautas narrativas clásicas, lo cual la hace irreverente y frustrante al mismo tiempo. Kaufman vuelve a sorprendernos con una obra tan diferente al resto que cabe preguntarse si lo suyo es el cine o los ensayos filosóficos.
Argumentalmente, la cinta tiene poco que ofrecer, ya que el conjunto de eventos que suceden es demasiado inconexo como para considerarla una historia tradicional.
Filosófica o existencialmente, la cosa cambia, pudiendo encontrar en ella diversas lecturas que seguramente satisfarán las preocupaciones intelectuales de sus admiradores –incluyendo referencias a David Foster Wallace o el cine de John Cassavetes, entre otros pensadores y artistas independientes–.
Por este motivo resulta tan difícil catalogarla sin caer en maniqueísmos o prejuicios absurdos. Habrá quien la considere una nueva obra maestra y quien crea que no es más que otra ida de olla made in Kaufman; muchas paranoias fatalistas y poco sustrato del que extraer una reflexión profunda.
En lo que a actuaciones se refiere, todos rayan a buen nivel, mención especial para los secundarios Toni Collette y David Thewlis, que se destapan como las verdaderas estrellas de la obra.
Hay momentos en que sus actuaciones resultan inquietantes, rozando incluso el terror, pero en otros no pude evitar sentir compasión hacia sus personajes. Su peso en la trama es inversamente proporcional a la huella que dejan en el público, lo cual hace que su ausencia lastre sobremanera la segunda mitad del filme.
Por su parte, el dúo protagonista formado por Plemons y Buckley no acaba de carburar. Quizá sea intencionado, quizá no, pero lo cierto es que no dejaba de ver en ellos un reflejo del propio Kaufman; como si él estuviese hablando directamente con nosotros y los personajes fueran simples intermediarios.
En definitiva, Estoy pensando en dejarlo es una confusa y en ocasiones insufrible mezcla de ideas, todas ellas angustiosas y deprimentes, sobre el final del amor, de las ilusiones y de los sueños, el fin de la niñez y la consecuente toma de consciencia de nuestra propia muerte, momentos en los que la soledad yace a nuestro lado cual concubina. Todo ello contado sin la menor de las emociones ni la empatía hacia el espectador, quien ha de hacer un verdadero esfuerzo para mantener el interés.
Siempre he pensado que Kaufman rinde mejor como novelista que como cineasta y esta cinta corrobora mis sospechas. Sus guiones resultan desafiantes para la mente, pero necesitan de alguien que sepa plasmarlos con corazón en la gran pantalla y eso es precisamente de lo que carece esta su nueva obra.
5,5/10: LA SOLEDAD NO ES ESTAR SOLO, ES ESTAR VACÍO.