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Según escribo estas líneas, se cumple alrededor de un mes del estreno en Europa de Tenet, la flamante nueva obra de Christopher Nolan, producida y distribuida por Warner Bros.

El filme de espionaje, protagonizado por John David Washington, se postulaba como la gran esperanza cinéfila en este aciago año 2020. Con una campaña publicitaria de nueve cifras y un presunto acuerdo firmado por el propio Nolan por el cual se llevaría un 20% de la taquilla mundial, Tenet anunciaba un ansiado regreso a las salas tras meses de confinamiento.


Sin embargo, a día de hoy, las expectativas suscitadas alrededor de Tenet se han vuelto en contra de sus artífices. Lo que una vez era alegría y optimismo, ahora es tristeza y oscurantismo, viendo como uno de los grandes buques cinematográficos del año se hunde sin remedio.

Pero, antes de lanzarnos a conclusiones precipitadas y discursos agoreros, analicemos detalladamente las cifras de Tenet y porqué su estreno, lejos de ser un éxito, acabó en catástrofe.

Empecemos, pues, comentando algunas cifras generales para hacernos una idea del panorama que se le presenta a la película.


Según los medios, existe unanimidad en que su coste de producción ronda los $200-225 millones de dólares, convirtiéndola en la película original más cara de Christopher Nolan.

Ahora bien, la taquilla de una película se divide, grosso modo, entre aquellos que la producen y aquellos que la exhiben; es decir, entre el estudio y las salas de cine.

La ratio puede variar dependiendo de la zona geográfica y de la cadena, pero la repartición es inevitable. Dejando de lado la recaudación de impuestos, dicha ratio suele promediar un 50/50, lo cual dejaría a Warner Bros. con la mitad de la taquilla total.

A esta cifra, además, habría que restarle el 20% de tajada que presuntamente se llevaría Nolan, así como los costes de publicidad, que rondarían los $150 millones, ateniéndonos a anteriores estrenos del director como Dunkerque, cuya campaña de marketing rondó los $130 millones.


Hasta la fecha, a falta de estrenarse en toda América Central y Sudamérica, Tenet lleva recaudados algo más de $251 millones en todo el mundo. Una cifra para nada desdeñable teniendo en cuenta el extraordinario escenario bajo el que se estrenó.

Fuente: Box Office Mojo
 No hemos de olvidar que, según cifras de Box Office Mojo, la taquilla de EE.UU. –que suele representar, como mínimo, entre un cuarto y un tercio de los ingresos mundiales de una superproducción– ha caído entorno a un 77% respecto a 2019.

Fuente: Box Office Mojo
Sin embargo, tampoco hemos de obviar que la recaudación de Tenet dista mucho de los pronósticos del mercado, concretamente de los $500 millones que el filme debía amasar, como mínimo, para que este no resultase en pérdidas –aún sin contar los costes de marketing y el 20% de Nolan comentado previamente–.

Por tanto, el déficit que podría estar afrontando, hoy por hoy, Warner Bros. asciende a unos $250-300 millones a tenor de las cifras oficiales, lo cual nos lleva inevitablemente a formularnos la siguiente pregunta: ¿dónde radica el problema y quiénes son los culpables de semejante fiasco?

Bueno, para empezar, Tenet no ha gozado de una recepción tan cálida como otros trabajos previos del realizador (véanse Origen, Dunkerque o Interstellar).

Ya sea por una trama excesivamente enrevesada o por un tono demasiado frío y cerebral, lo cierto es que ni el público ni la crítica la han recibido con los brazos abiertos.

 

En Rotten Tomatoes, la nota media de la prensa es la segunda más baja en toda la filmografía del británico; mientras tanto, el público también la ha catalogado como su peor trabajo hasta la fecha.

Un tanto de lo mismo ocurre en otras páginas similares como Filmaffinity, donde acumula un 6,7 de nota media de los usuarios, la nota más baja para una película de Nolan desde Insomnia.

Fuente: Rotten Tomatoes
Si a esta tibia recepción, le añadimos un presupuesto desmesurado y lo contextualizamos dentro de una pandemia mundial, resulta casi imposible creer en el “milagro Tenet”.

Por si esto fuera poco, recientemente, el estudio ha suscitado polémica debido a una más que posible opacidad a la hora de publicar el rendimiento de la película en la taquilla norteamericana.

Al parecer, la cifra de $20 millones que habían comunicado en su fin de semana de estreno, estaría más cercana a los $10 millones. Estos números la colocan muy por debajo de las previsiones, aún incluso sin haberse estrenado en tres de las ciudades más importantes de EE.UU. como Nueva York, Los Ángeles y San Francisco.


Además, si hemos de creer en las cifras proporcionadas por Warner, los $6.7 millones recaudados en su segunda semana en la cartelera estadounidense supondrían una caída del 67%, un importante batacazo de ingresos que podría deberse a uno de estos dos motivos: (1) un mal boca a boca que, acompañado de una recesión económica y el miedo al contagio, ha terminado condenando a la película o (2) un aforo limitado por la pandemia que no reflejaría el potencial real de la taquilla.

Fuente: Box Office Mojo
Esta segunda opción no es del todo descartable. Al fin y al cabo, Tenet ha abierto en 1,084 cines menos de los que hizo Dunkerque, lo cual la sitúa un 27% por debajo en términos comparativos.

Sin embargo, no puedo evitar pensar que Warner Bros. y Nolan esperaban de Tenet poco menos que un milagro, uno de más de $200 millones, algo imposible de creer en este año 2020. Como se suele decir, el horno no está para bollos y menos aún para uno tan grande y pesado como este.


Ahora bien, a toro pasado, es muy fácil decir que se equivocaron, que deberían haber esperado, pero hay que estar ahí, en el momento. Warner Bros. pecó de un exceso de confianza o de fe en el público, un error que otros estudios, como Disney, mucho más estratégica, no han cometido.

Pese a todo, muchos aún albergan una tenue chispa de esperanza en que Tenet logre salir airosa de este entuerto. Desgraciadamente, la idea de que consiga ingresar otros $300 millones en cartelera no me parece factible ya que, aún sin contar con una gran competencia en salas, las plataformas de streaming están comiéndoles mucho terreno.

Esta pandemia pasará a la historia por muchos motivos, ninguno de ellos bueno, pero también marcará, creo yo, el inicio de un cambio de paradigma que ya se presagiaba desde hace años.


Actualmente, una plataforma de suscripción como Netflix estrena alrededor de 400 títulos originales al año, entre películas, series y documentales, por un precio de 96€ anuales, es decir, 8€/mes; al mismo tiempo, en muchos territorios, una entrada para ir a ver Tenet al cine nos cuesta exactamente lo mismo, ocho euros. ¿Una película…o cuatrocientas? La elección no podría ser más obvia.

Pero entonces, ¿quién es el gran damnificado en todo este lío? Aparte de Warner Bros., todas las miradas se vuelven hacia unas agónicas salas de cine que están marchitándose paulatinamente. No solo por la falta de estrenos y de público, sino también porque su modelo de negocio se está quedando obsoleto, como comentaba antes, a causa de una alarmante falta de ideas y de propuestas innovadoras.

La realidad es que muchos no se lo piensan dos veces a la hora de escoger entre Netflix, HBO, Amazon y cía. o una entrada de cine…y la mayoría no tiene más remedio que elegir.


Por eso, el gran perdedor de esta apuesta cinematográfica, de este temerario lanzamiento de dados que ha supuesto Tenet, no es otro que el espectador y amante al cine.

Todos aquellos que guardamos en alta estima la emoción que nos proporciona sentarnos en una sala a oscuras, delante de una gran pantalla y con un sonido envolvente, mientras nos lanzamos palomitas a la cara y disfrutamos de esa experiencia comunitaria llamada cine. 

Al menos, como le dijo una vez Rick Blaine a Ilsa momentos antes de despedirse, siempre nos quedará París.


Fuentes:
  • https://www.boxofficemojo.com/release/rl1442940417/weekend/
  • https://www.cnbc.com/2020/09/11/tenet-looks-for-us-foothold-mulan-arrives-in-china.html
  • https://screenrant.com/tenet-movie-box-office-break-even-amount/
  • https://www.rottentomatoes.com/m/tenet
  • https://www.boxofficepro.com/long-range-box-office-forecast-christopher-nolans-tenet/
  • https://www.cheatsheet.com/entertainment/you-wont-believe-how-many-original-movies-and-shows-netflix-released-in-2019.html/
  • https://observer.com/2020/05/tenet-box-office-christopher-nolan-salary-info-details/

Hace unos días Martin Scorsese afirmaba que el género de superhéroes, que tantos adeptos había ganado en la última década, no era realmente cine. En una entrevista con la prestigiosa revista Empire, Scorsese decía lo siguiente:

No las veo [las películas de Marvel]. Lo intenté, ¿sabes? Pero eso no es cine. Honestamente, lo más cerca que puedo pensar de ellas, con todo lo bien hechas que están, con los actores haciendo lo mejor que pueden bajo esas circunstancias, son los parques temáticos. No es el cine de seres humanos tratando de transmitir experiencias emocionales y psicológicas a otro ser humano.


Aparte de incendiarias, estas declaraciones son tan dogmáticas y radicales que difícilmente puedes alinearte con ellas, incluso siendo un gran aficionado a su cine como lo es un servidor. Quizá sin darse cuenta, quizá adrede, el realizador italo-americano acababa de abrir la Caja de Pandora de los debates cinéfilos: ¿consideramos al cine arte o solo un mero ejercicio de evasión?

Cuando éramos pocos, parió la abuela (o mejor dicho el abuelo), cuando a Scorsese se le unieron otros ilustres como Ken Loach, Arturo Ripstein o el mismísimo Francis Ford Coppola en una cruzada anti-heroica bastante lamentable. Unos tacharon al cine de la Marvel como “hamburguesas”, otros admitieron que la causa por la que tenían tanto éxito es porque “la estupidez es común” y finalmente, Coppola puso la guinda a este pastel hediondo, cuando reconoció que ese tipo de producciones eran “despreciables”.


Evidentemente, hay que respetar sus opiniones, más aún cuando vienen de individuos que han dado tanto al cine y que han inspirado a muchos otros artistas que, paradójicamente, guardan lazos directos o indirectos con el cine de superhéroes.  Jon Favreau o Robert Downey Jr. siendo dos claros ejemplos de ello.

Sin embargo, también hay que preguntarse si tienen razón en lo que argumentan o si simplemente es una forma de ir a contracorriente de la opinión generalizada, para llamar la atención. Al fin y al cabo, el llamado género de superhéroes lleva años monopolizando los primeros puestos del Box Office internacional y todo apunta que seguirá haciéndolo a corto y medio plazo. Cuando algo no tiene éxito, nadie se acuerda de ello y por supuesto, nadie se queja; si Iron Man hubiese sido un desastre, tanto de crítica como de recaudación, quizá todo este Universo Cinematográfico y por ende la fiebre del superhéroe no hubiese sido tal y entonces, Scorsese y cía. no harían ninguna declaración acerca del tema. ¿Acaso alguien de prestigio ha dicho alguna vez que el cine de terror de serie B no sea cine porque es demasiado cutre? ¿O que el de artes marciales sea más bien un espectáculo acrobático? Yo no lo creo. Pero entonces, Rick, ¿es el género de superhéroes cine de verdad o es de plastón?


Para definir qué es el cine y cuál es su función primigenia, hay que irse al principio de todo…al invento de los hermanos Lumière. A finales del siglo XIX, dos franceses hijos de un fotógrafo de Lyon inventaron lo que ni siquiera Thomas Alva Edison logró: el cinematógrafo. Desde ese instante, la capacidad de capturar y proyectar imágenes en movimiento dejaba de ser un sueño para convertirse en realidad. Ellos no eran conscientes del impacto cultural que esa cajita con patas iba a tener en el futuro de la Humanidad ni del furor que iba a suponer en un país de inmigrantes al otro lado del charco.


Por aquel entonces, EE.UU. vivía una circunstancia social muy peculiar: millones de personas provenientes de Europa se instalaban en sus tierras sin tener conocimiento del inglés, la lengua oficial del país de acogida. Esta barrera idiomática les impedía consumir los dos grandes medios de entretenimiento de la época: el teatro y la literatura. ¿¡Cómo iban a atraer a todas esas personas si no hablaban el idioma!? La respuesta sería el cinematógrafo.

El cine fue un éxito instantáneo y el público acudía en masa a verlo. Desafortunadamente, la disputa entre Edison, que pretendía cobrar derechos de explotación por haber patentado un invento similar –aunque menos funcional que el de los hermanos Lumière– y los productores de Nueva York provocó que estos últimos se mudaran a la costa oeste, lejos de la influencia del inventor; concretamente a Los Angeles, California. Por aquel entonces, aquella era una zona tranquila, lejos del bullicio de la civilización moderna y sobretodo, lejos de las temibles leyes que amenazaban su negocio. Así surgió Hollywood y las productoras que hoy se han convertido en titanes, como la Universal, la Paramount o la Metro-Goldwyn-Mayer.


El cine mudo que se producía en la época servía ante todo de entretenimiento, siendo este acompañado por orquestas y narradores. Era un cine muy diferente al de ahora. La duración no excedía la de un cortometraje y las temáticas solían ser ligeras. Años más tarde, en 1913, llegaría desde Italia –otra gran cuna del cine– la primera gran superproducción, Quo Vadis. Esta adaptación de la novela homónima destacaría sobretodo por dos cosas: sus dos horas de duración y su espectacularidad visual. Acostumbrados a escenarios parcos y pobres en decorado, Quo Vadis suponía una experiencia sin precedentes: la cantidad de personajes en pantalla, la ambientación y sobretodo la épica que rodeaba a esta historia de romanos era digna de admiración.


Poco después, un joven Charles Chaplin comenzaba su andadura en el mundo del cine con cortos y mediometrajes que sacaban una sonrisa al espectador en unos tiempos donde la risa brillaba por su ausencia –no olvidemos que la I Guerra Mundial comenzaría en 1914–. A su éxito se incorporó también Buster Keaton, otro mítico actor cómico que además puede ser considerado como el primer gran doble de acción, ya que se jugaba la vida en algunas de las escenas que rodaba. Al mismo tiempo, surgían otros autores con voces distintas pero reconocibles como D.W. Griffith en EE.UU., Murnau o Lang en Alemania, Jean Epstein en Francia o Eisenstein en Rusia.


De esta manera, podemos trazar numerosas similitudes entre el cine de aquella época y el de la actualidad. Por un lado, estaba el cine cómico americano y francés de Chaplin, Keaton y cía., el de fantasía y ciencia ficción gracias a la obra de Georges Mélies y el cine épico de la mano de Quo Vadis (1913) o Cabiria (1914); por el otro, encontramos la faceta más artística, dramática y con sello personal, de autores tan míticos como Lang, Murnau o Eisenstein. Por lo tanto, podemos observar que la variedad de géneros y de acercamientos al cine ya existía desde su misma concepción.

Podrá gustarnos más o menos el cine de superhéroes, incluso podremos desdeñarlo personalmente pero lo que jamás deberíamos hacer es poner fronteras divisorias entre lo que es o no es cine. La técnica cinematográfica nació para capturar imágenes en movimiento y proyectarlas. Punto. Luego el medio evolucionaría hasta convertirse en lo que es hoy día, pero la idea esencial es esa y todo lo demás son gustos personales y posturas subjetivas. La belleza del cine es que todo es posible: puede entretener y puede emocionar, puede asustar y puede hacernos reflexionar, etc. Las posibilidades son tan infinitas como la propia imaginación. Coartar esa libertad y acotarla a los gustos canónicos de unos pocos eruditos ni es bueno para el público ni tampoco hace avanzar el séptimo arte.



Le debo muchas cosas al cine, entre las cuales se encuentra la escritura. El efecto reparador de juntar palabras sobre un papel, ya sea real o virtual, tiene algo mágico, al menos para mí; logra distraerme, enriquecerme y en algunos casos, me sirve de catarsis. Una liberación que no siento cuando hago deporte, ni cuando salgo por ahí. Sólo escribiendo siento esa relajación que me permite seguir con el día y aparcar temporalmente los problemas. Evidentemente el objetivo siempre fue, es y seguirá siendo conectar con vosotros, los que estáis al otro lado de la pantalla leyendo, porque una parte de escribir también es verter ideas y ver cómo otras personas las escuchan e incluso las comparten, en ocasiones.

El elemento central de este artículo no será el cine , si bien éste puede surgir a lo largo del escrito. De lo que quisiera hablar hoy es del pasado, del presente y del futuro; de lo bueno que tiene nuestra sociedad y también de lo malo. En lo que a mí respecta, yo resido en el extranjero, así que trataré de hablar global en vez de localmente, porque no se trata de nada ni de nadie en particular. Esto es algo más universal.

En 2015 escribí un artículo titulado "Un espacio para la reflexión", que os invito a leer, ya que explica las razones por las cuales hago este tipo de publicaciones. En él hablaba sobre la tecnología y cómo ésta nos había distanciado y había creado una barrera a la comunicación y la socialización. Han pasado tres años y siento impotencia, porque ya no es que no haya corrección, es que siento que la cosa va a peor. El distanciamiento ya no es algo subjetivo, ya no se puede individualizar; las estadísticas reflejan un problema del que adolece todo el mundo occidental. Cada vez resulta más difícil acercarse a otra persona y entablar una amistad. La desconfianza y los prejuicios nos han hecho sus prisioneros. Quizá sea culpa de los medios, de nuestros políticos, del sistema educativo o quizá de nosotros mismos, no lo sé, pero la realidad es que hemos integrado la soledad en nuestra psique; la hemos abrazado sin darnos cuenta. Nos han dado a elegir entre vivir en el mundo real o en nuestros móviles y, como sociedad, hemos elegido la segunda opción. Es triste ver a una pareja sentada en un restaurante sin mirarse; duele que nos quedemos antes sin conversación que sin batería en el teléfono; deprime que muchos no sepan distinguir entre el cálido roce del cuerpo y la aspereza del frío metal.

Ahora me miro al espejo y me repito irónicamente: yo no soy diferente. Al fin y al cabo, también me incluyo en ese invento llamado red; es más, deseo incluirme, porque de verdad creo en ésto. Me encanta el ambiente de este pequeño círculo de amantes del cine que hemos creado y quiero creer que el sentimiento es recíproco. Por eso no quiero caer en maniqueísmos sobre Internet o sobre las redes sociales; no me gusta generalizar, porque perdemos esos matices tan importantes que ayudan a desentrañar los misterios de la vida.

Soy de la opinión de que todo debe consumirse con moderación, que todo extremo es malo y el uso de la tecnología no es una excepción. El problema es que nos ha llegado de sopetón, así, sin poder digerir el golpe; somos como un boxeador desorientado, tirado en la lona y al borde del noqueo, tratando de levantarse. No sé si a veces miráis por el retrovisor y os percatáis de que, en menos de veinte años, nuestro estilo de vida ha cambiado radicalmente. Hemos pasado de lo analógico a lo digital en menos de lo que cuesta dar un click. El punto de no retorno ya se ha cruzado y para aquellos que se regocijan en los placeres de lo cotidiano, el vértigo resulta cada vez mayor; ¿realmente queremos ésto? Eso de recapacitar, de echar el freno de mano y detenerse un instante ya no se lleva. Ahora las noticias son efímeras, saltan tan rápido que uno ni se entera y cuando por fin lo hace, ya han pasado de moda. Ese frenesí se traduce en un mayor estrés y agobio. Un sofoco insoportable cuya única medicina es desconectar; sacar la cabeza del Hosaka –como diría William Gibson–, salir de la matriz y pegarse un buen baño de realidad. Observar la vida a su ritmo natural y comprender que es ahí donde pertenecemos.

Miramos Twitter, Instagram o Facebook y vemos cientos o incluso miles de seguidores pero ¿en qué se traducen? En felicidad no y tampoco en amistad, necesariamente. Lo uno no atrae a lo otro y viceversa. Entonces, ¿para qué sirven exactamente? Pues creo que depende de cómo nos lo tomemos; para muchos sólo son una forma de alimentar su ego, de ver crecer un número, ya sean me gustas, seguidores o asemejados. Una estadística pasajera sin mayor trascendencia. Hoy eres "famoso" y mañana nadie se acuerda de ti; fuiste una moda más de tantas, una ola en la marea, que se fue igual que vino. En la red nada es duradero y por eso hay que reírse y disfrutar de lo que tengas mientras lo tengas y, sobretodo, procurarse una vida ahí fuera: alguien que te quiera, amigos que te conozcan, una familia que te apoye, etc. Esa dosis de realidad, que ayuda a mantener los pies en la tierra, tiene que venir de las personas que nos rodean físicamente, no de las que viven en código binario.

El problema es que, para crecer en la vida hay que exponerse, hay que sufrir y hay que sentir y eso son palabras de las que mucha gente huye a día de hoy. Las hemos convertido en tabú. Es más fácil restringirse y limitarse a las esferas digitales, donde el daño es relativo porque las hostias se las lleva un seudónimo; una imagen fabricada de nosotros mismos, un muñeco de trapo que utilizamos para no mostrarnos tal cual somos, ya sea por miedo, vergüenza o autodefensa. Preferimos construir un yo alternativo, más guapo, gracioso y sociable; la persona que queremos ser y no somos. Nuestro alter ego digital. 

No quiero enrollarme, ya que podría hablar de este y otros temas durante horas –rodeado de unas  buenas cervezas, preferiblemente–, pero quisiera lanzar un último mensaje antes de terminar. Martin Scorsese recibía el Premio Princesa de Asturias hace unos días y en su discurso hablaba de la importancia del arte y del miedo que sentía porque éste fuese restringido. Lo que el maestro Scorsese explicaba es extrapolable a otros aspectos de la vida contemporánea, concretamente al de las relaciones sociales. El arte no es más que una forma de expresar los sentimientos y este debe ser libre y valiente para poder brillar en el alma de las personas. Sólo si recordamos de dónde venimos, podremos levantarnos y elegir un camino que, como sociedad, podamos recorrer juntos. No sé si es tarde, si aún queda tiempo para reaccionar o ya perdimos ese tren, pero merece la pena intentarlo y averiguarlo, porque vida sólo hay una y hay que exprimirla al máximo. Porque, como decía nuestro amigo replicante: “yo he visto cosas que jamás creeríais”.

Llegamos a la final del Mundial de Rusia con el enfrentamiento entre la Francia de las jóvenes estrellas y la Croacia de los guerreros que sueñan con conquistar su primera Copa del Mundo.


El fútbol se ha convertido en un negocio multimillonario, con directivos que ganan barbaridades y fichajes que alcanzan cifras desorbitadas. Como ocurre siempre que hay grandes sumas de dinero en juego, los negocios turbios salen a relucir. Ya sean los escándalos en la FIFA u otros casos de corrupción, lo cierto es que lo que ocurre fuera de los terrenos de juego ha cobrado mayor protagonismo que lo estrictamente deportivo.

Hace unos días eramos testigos del traspaso de Cristiano Ronaldo a la Juventus de Turín y, como si de un seismo se tratase, su marcha del Real Madrid copó los titulares de todos los informativos, periódicos, blogs y las siempre bulliciosas redes sociales. Era un fenómeno. Un acontecimiento digno de cualquier superproducción de Hollywood. Sin embargo, mientras el mundo se volvía loco con su desembarco en el club “bianconero”, un pequeño país bañado por el Adriático vivía en otra realidad completamente diferente y maravillosa. Croacia, un país de apenas cuatro millones de habitantes, se encontraba por primera vez en la historia en una final de un Mundial. Que un deporte logre unir e ilusionar a tanta gente de distintas edades y opiniones no hace más que engrandecerlo, recuperando parte de ese valor que había perdido últimamente.


Para poner en contraste esta hazaña, hay que recordar que grandes titanes del fútbol como Alemania o Argentina apenas lograron brillar; mientras, otras como Italia ni siquiera pudieron clasificarse. España, que hace no mucho fue campeona del Mundo y de Europa dos veces, es una sombra de lo que fue. Queda claro, ahora más que nunca, que los nombres propios nunca podrán con la fuerza del conjunto. Y eso es lo que representa esta Croacia: una selección donde todos reman a una en busca de un objetivo común que está por encima de la gloria personal. A menudo la prensa pone el foco sobre jugadores en concreto: Messi, Neymar, Cristiano, Griezmann…La lucha por el Balón de Oro ensombrece, en ocasiones, los méritos de los equipos a los que pertenece el ganador. El binomio Messi-Ronaldo ha acaparado más miradas que el sextete del Barcelona, el Mundial de España o las tres Copas de Europa consecutivas de este Real Madrid.

Como dice Kirk Douglas en El ídolo de barro: “El hombre lucha contra el hombre. En esta vida, si no tienes dinero, no eres nadie”. Fama, reconocimiento y tanto dinero como el ego pueda soportar. Tantas distracciones extradeportivas hacen que, al final, el deporte se desvirtúe. Que se convierta en un show publicitario; una competición por ver quién lleva el corte de pelo más estrafalario, quién viste el calzado superventas o quién es el rey de las redes sociales. Ya no existen lealtades más que a uno mismo.


Quizá sea un nostálgico, alguien que rema a contracorriente o simplemente un pobre imbécil que no se da cuenta de que los tiempos han cambiado, pero yo aún sigo creyendo en la épica del deporte, esa que tan bien retrataban películas como Rocky, Evasión o victoria o Cinderella Man, entre muchas otras. Porque quién nos iba a decir en los años 90 que un país como Croacia iba a florecer de esta manera y que sus ciudadanos iban a unirse para sentir como uno sólo. Por eso hoy, 15 de julio de 2018, los apoyaré. Porque ni siquiera todos los millones que mueve el mundo del fútbol podrán sustituir nunca ese sentimiento de superación y de lucha que lleva a un individuo, equipo o nación a salir del hoyo en el que se encuentra para gritarle al mundo que un mañana mejor sí es posible.