La diferencia entre una buena
película y una obra maestra es que, mientras la primera te deja satisfecho al
salir de la sala, la segunda se queda grabada en tu memoria. Una obra maestra
crea un runrún en tu cabeza, incitándote a reflexionar o a debatir sobre los
temas que trata. Guión, interpretaciones, fotografía, ritmo, banda sonora, etc. conformando una sinfonía al servicio de un mensaje, ese que el director
–en este caso directores– desea contarnos. Además de marcar el fin de una era, el año 1999 se vivió como una época de transición hacia lo
tecnológico; entrábamos en el vasto mundo digital. Muchos recordaréis con humor
aquella crisis que vaticinaba el colapso de todos los ordenadores con la
entrada del nuevo milenio. Evidentemente todo eso quedó en una mera anécdota
pero, lo que sí se hizo efectivo fue el tránsito hacia una vida apoyada en las
tecnologías de todo tipo: desde teléfonos inteligentes hasta ordenadores
portátiles, pasando por una amplia gama de dispositivos móviles e incluso de
realidad virtual. Sí, en teoría aún vivimos en la realidad pero cada vez son
más los que prefieren pasarse las horas enfrascados en sus pequeños mundos
digitales –también conocidos como móviles–. Volviendo a 1999, donde unos jóvenes hermanos estarían a punto de
revolucionar el panorama cinematográfico con el estreno de The Matrix. Thomas
Anderson (Reeves) es informático de día y hacker de noche, actuando bajo el pseudónimo
Neo. Un día alguien contacta con él por
Internet, alguien que dice ser Morfeo (Fishburne), un peligroso criminal que asegura tener
las respuestas que tanto ha estado buscando. Lo que él no sabía es que su
mundo, su vida tal y como la conocía, no era más que artificio. Protagonizada por
Keanu Reeves, Laurence Fishburne y Carrie-Ann Moss, Matrix se ha convertido en
objeto de culto para una generación que, irónicamente, nació y creció rodeada
por máquinas.
Afrontar el análisis de semejante
obra supone una tarea verdaderamente titántica, no sólo porque sus efectos
especiales fuesen y sigan siendo revolucionarios, sirviendo de fuente de inspiración para
la industria, ni porque estéticamente marcase tendencia en la
sociedad de la época –anda que no nos molaban las gafas de sol estilo Neo–, sino también y más importante porque los Wachowski lograron
la difícil tarea de filosofar y entretener al mismo tiempo. Bien disfrazado y
escondido detrás de grandes coreografías y escenas de acción inolvidables, los
realizadores norteamericanos querían profundizar en los límites de la realidad,
tocando conceptos tan arraigados en la materia como la alegoría de la caverna
de Platón o el racionalismo cartesiano. Y eso es sólo en la primera película de
una trilogía que, si bien no está a la altura del trabajo original, ofrece
a su vez numerosas interpretaciones y lecciones interesantes para el aficionado. Guste más o menos, una cosa es innegable: la trilogía de Matrix fue un fenómeno
pop que perdura hasta nuestros días y que sigue propagándose por formas de entretenimiento como cómics, novelas o
videojuegos. Negar esto, es cerrar los ojos a la realidad. Dicho esto, enchufémonos a Matrix y descubramos juntos sus
secretos.
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