Un juego de espías, donde la rubia
manda. David Leitch y Charlize Theron nos proponen un trepidante viaje a los
bajos fondos del Berlín ochentero.
Atomic Blonde es la nueva película de David Leitch, uno de los
realizadores de la cinta original de John Wick, que en esta ocasión cambia a
Keanu Reeves por Charlize Theron y se aleja de los EE.UU. para
adentrarse en un Berlín dividido en el lado soviético y el occidental. Una
propuesta de thriller estilizado con grandes secuencias de acción cuerpo a
cuerpo y una presentación un tanto ecléctica. La historia nos sitúa a
finales de los 80, momentos antes de la caída del Muro de Berlín,
en medio de una lucha de poder a poder por hacerse con un reloj que contiene
una lista con los nombres de todos los agentes activos durante La
Guerra Fría. De caer en las manos equivocadas, este dispositivo podría
alargar el conflicto indefinidamente, así como acabar con las vidas de
numerosos espías internacionales. Entre ellos se encuentra la letal Lorraine
Broughton (Theron), espía de la inteligencia británica enviada a la ciudad
berlinesa para encontrar el reloj y traerlo de vuelta a casa. Para llevar a
cabo su misión, cuenta con la “ayuda” del también agente del MI6 David Percival
(McAvoy), el cual lleva una década infiltrado en la caótica y anárquica
capital germana. Atomic Blonde es la adaptación de la novela gráfica homónima
de Antony Johnston, cuenta con un gran reparto, una premisa interesante y un
“look” cuanto menos evocador pero, ¿habrá cautivado al público tanto como
prometía?
Primero quisiera reseñar que ésta y su anterior película, John
Wick, se parecen como la noche al día. Si acaso, lo único que comparten es
director y estilo pero sus metas distan mucho de ser las mismas. Mientras la
primera era más una cinta de acción a la antigua usanza, Atómica intenta
acercarse mucho más a un thriller de espías. Tal como una adaptación
hipervitaminada de una novela de John Le Carré; una versión rockera
de Jason Bourne. Porque Lorraine Broughton no se anda con
tonterías: es salvaje, violenta, despiadada y sensual a igual medida y derrocha
carisma en pantalla. El personaje interpretado por Charlize Theron brilla por
sí sólo (un poco como la Imperator Furiosa de Mad Max), erigiéndose como jefa
del cotarro por méritos propios. Primero dispara y luego, si acaso,
pregunta. Sin duda, el mayor atractivo del filme. Desgraciadamente, la historia
nunca termina de arrancar. Quizá por que está demasiado vista o simplemente
porque no saben contarla con efectividad. Leitch tiene claro lo que quiere
hacer pero no cómo quiere contarlo, de manera que el público conecte con la
historia. Tengo la sensación de que el grandilocuente estilo del director
terminó por hacerle un flaco favor a la película. Todo intento de desarrollar
el relato se pierde en un mar de latiguillos, fotogramas molones y hits de los
80. El resultado es un escuálido guión, sacrificado a favor del caramelo
visual. Me da rabia porque de haberle puesto al argumento la mitad del esmero
que le pusieron a las imágenes y las coreografías, ahora estaríamos hablando de
una de las mejores del año sin duda. Y quiero dejar claro que me gustó (que a
veces, en el mundo de hoy, o te encanta o lo aborreces. No hay termino medio).
De ninguna de las maneras creo que sea una mala película, sino que no termina
de explorar todas sus posibilidades. Intenta desesperadamente ser algo más que
una de acción pero, al final, eso es lo que prima.
Por otra parte, un apartado donde sí que lo hace es en la
fotografía, a cargo de Jonathan Sela. Cada escena es un lienzo; un verdadero
placer para la vista. Se nota la misma atención a la estética que podíamos ver
en John Wick, donde los colores cobran vida y toman forma, casi hasta
convertirse en personajes propios. Da gusto ver a un director pasándoselo en
grande innovando en los rodajes (vean uno de los making-of si pueden, no tiene
desperdicio), intentando crear su particular sello de identidad. Hoy día estamos
tan acostumbrados a lo prefabricado, a películas que salen como churros de los
estudios hollywoodienses, que resulta refrescante ver a alguien rompiendo las
reglas; creando las suyas propias. El cine debería ser innovación, no
conformismo y David Leitch lleva este lema al extremo.
La banda sonora es otra de las características que hacen de
Atómica única en su especie. Pocas cintas de espías exitosas han sido capaces
de ser tan gamberras e intransigentes como ésta. No obstante, pese a que valoro
el esfuerzo, terminé agotado de tanto hit ochentero. Cuando salí de la sala
tiré de memoria (la poca que tengo) y caí en la cuenta que éste era un caso más
o menos recurrente en el cine actual y fue así como lo denominé el Síndrome
Escuadrón Suicida. Veréis: la música, como cualquier otro componente integral
de una obra, debe servir como herramienta para mejorar el producto final. Una
herramienta que debe emplearse con mesura. La clave está en encontrar ese
término medio que la haga funcionar correctamente y no le chirríe al
espectador. Por ejemplo, si le añades muchos efectos especiales, al final la
obra terminará asemejándose más a un videojuego. En este caso, la música
comienza siendo bienvenido para terminar apoderándose del conjunto. Una jukebox
constante y machacona que no compagina bien con la enrevesada y compleja trama
que intenta desarrollar. Directores como Tarantino, James Cameron o Ridley
Scott son maestros en este arte. A Leitch aún le falta.
En cuanto a las actuaciones, poco queda por decir salvo que todos
estuvieron a la altura de las exigencias. Claro que cuando cuentas con
intérpretes de primera como John Goodman, James McAvoy o Charlize Theron entre
otros, eso hay que darlo por hecho. Sin embargo, si tuviese que resaltar una
grata sorpresa esa sería Sofia Boutella. La actriz argelina que se diera a
conocer en Kingsman hace escasos años, vuelve a demostrar que tiene futuro en
esto de la interpretación. Lo único que me decepcionó fue el escaso uso de su
personaje Delphine Lasalle, que queda en ocasiones reducida a simple escudera
de la protagonista. Por otra parte, el malvado Bremovych fue de lo peor del
film, pasando sin pena ni gloria, reducido a un estereotípico agente ruso
de la KGB (¡cómo echo de menos a villanos como Hans Gruber y cía.!).
En definitiva, Atómica es una mezcla de géneros con resultado
irregular. ¿Por qué? Pues porque tiene en su mano ser un producto memorable,
uno de los mejores de este año, y se queda a medias. Goza de buena acción,
personajes carismáticos y muy buena música pero el abuso de ésta última, un
ritmo demasiado frenético para una cinta de espías y un guión que le hace un
flaco favor a los actores, terminan lastrando el filme. Es una pena,
porque Atomic Blonde podría haber provocado un movimiento sísmico este verano.
Esperemos a la próxima…
P.D. Brillante homenaje al cine de Tarkovsky. Los que la hayan
visto entenderán a qué me refiero.
6,5/10: ¡THERON ES UNA MUJER ATÓMICA!