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En estos momentos de confinamiento, hospitalizaciones y enormes pérdidas, cuando las lágrimas corren más que nunca, la cabeza nos pide el socorro del cine. Y como siempre, este acude presto a nuestra llamada. Ahora que todo está cerrado y las calles recuerdan al Londres post-apocalíptico de cierta película de Danny Boyle, es momento de desempolvar las estanterías y sacar a relucir esas joyas del séptimo arte que, sin estar de actualidad, siguen siendo tan disfrutables como siempre. Películas como antídoto al aburrimiento y al pesar que nos invade estos días, porque no hay nada mejor que el cine para olvidar las penas.


Por eso, en esta ocasión –y a petición vuestra– dedico la crítica “especial cuarentena” a Operación Cicerón (1952), cinta de espías dirigida por Joseph L. Mankiewicz, protagonizada por James Mason y guionizada por el propio director, basándose en una historia real novelada por Ludwig Carl Moyzisch, un agregado diplomático de la Embajada de la Alemania nazi en Ankara, Turquía, durante la II Guerra Mundial.

Para explicar de qué trata la historia, primero hay que situarse. La película se ambienta en la ciudad neutral de Ankara, un centro diplomático de gran tensión política entre las dos grandes facciones de la guerra: los aliados y las potencias del eje. Mankiewicz, además de ser un maestro en la dirección también lo era en el guion, demostrando gran destreza en títulos como Julio César, Cleopatra, Eva al desnudo o Carta a tres esposas. Quién no ha visto una obra suya y ha pensado: “demonios, ¡qué bien se expresan los personajes!”.


Como no podría ser de otra manera, Operación Cicerón cuenta con diálogos “marca de la casa”, pero es mucho más que eso. El protagonista, un albano llamado Ulysses Diello (James Mason), trabaja como criado del embajador británico en la ciudad turca. Una tarea, la de sirviente, que le permite tener máxima cercanía con el personal de la embajada…y quien dice del personal, dice también de sus secretos de estado. Diello tiene ambiciones, ambiciones que comparte con la condesa Staviska (Danielle Darrieux), una aristócrata polaca venida a menos que busca desesperadamente un benefactor.

A este embrollo de tintes melodramáticos y amores que matan, hay que sumarle una intriga que arranca con el espía conocido como Cicerón, un agente británico que le pasa documentos clasificados al bando alemán mediante rollos fotográficos. Lo importante de esta película no es la identidad de los personajes –ya que esta se nos desvela muy pronto– sino la interacción entre ellos. De pronto, Ankara se convierte en escenario del juego del gato y el ratón, donde los roles se van intercambiando conforme transcurre la cinta y las apariencias…bueno, estas siempre engañan.


Me atrevería a decir que Operación Cicerón es la mejor representante del cine de espías puro y duro, un sueño húmedo para los lectores de John Le Carré o Robert Ludlum. La historia enfrenta al cuerpo de espionaje inglés y alemán, frente a frente, en una lucha encarnizada por ganar la guerra de la información; por otro lado, tenemos al curioso y perspicaz mayordomo y a su inseparable condesa, dos personajes megalómanos que encajan como anillo al dedo en este juego de espías. Es la simbiosis entre ambos lados de la historia, el dramático y el intrigante, lo que sumado a la pluma de Mankiewicz hacen de esta una obra maestra.

No en vano, la cinta estuvo nominada a dos premios de la Academia: mejor director y mejor guion. Una edición, la de 1952, donde encontró gran competencia con títulos como Cautivos del mal, Solo ante el peligro o El hombre tranquilo de John Ford. El premio se vendía muy caro, lo cual no le resta mérito al enorme trabajo de dirección y de guion de un Mankiewicz que brilló con luz propia en aquella década –no olvidemos que en los dos años anteriores ya había ganado todos los Oscars que pudiera ambicionar–.


En el aspecto interpretativo, la película tampoco se queda corta. James Mason es el protagonista absoluto, recayendo sobre sus espaldas todo el peso del filme. Y no era fácil sostenerlo, ya que su personaje no es ni mucho menos el héroe perfecto al que Hollywood nos tenía acostumbrados. Mason nunca disfrutó del estatus de gran estrella de cine de otros coetáneos como James Stewart, Henry Fonda, Gary Cooper o John Wayne. Algo que dañó sus posibilidades en las galas de entrega de premios, aunque su talento tampoco pasó inadvertido, siendo nominado hasta en tres ocasiones a los Oscar.

En Operación Cicerón, Mason cumple el papel del villano apuesto, el galán con oscuras intenciones y carácter maquiavélico. Sus papeles siempre involucraron un componente de locura, maldad o melancolía y el personaje de Diello no es distinto – aunque en la realidad era un kosovar mucho menos apuesto y sagaz llamado Elyesa Bazna–.

Además de Mason, Danielle Darrieux cumple un papel interesante, dando vida a la misteriosa y maquinadora condesa Staviska. Aunque su personaje no aparece tanto como me hubiese gustado, comparte una gran química con su compañero de reparto. Cada vez que Diello y ella aparecen juntos en pantalla saltan las chispas porque, al fin y al cabo, son tal para cual.


La banda sonora corre a cargo del gran Bernard Herrmann, uno de los grandes compositores de su generación, conocido por su estrecha colaboración con Alfred Hitchcock y cómo no, por su absorbente BSO en Taxi Driver. Aquí hace otro buen trabajo; si bien no tan memorable, logra transmitir la tensión e incertidumbre en este relato de espías.

Además, cabe mencionar que gran parte de los escenarios se rodaron en las localizaciones donde acontecieron los hechos reales. El rodaje se hizo casi exclusivamente en la ciudad de Ankara, lo cual le añade al conjunto un punto extra de ambientación que difícilmente se hubiera conseguido en un estudio británico o americano.

En definitiva, Operación Cicerón es de obligatorio visionado para todos los amantes a las intrigas de espionaje y al cine clásico en general. Si bien Mankiewicz se toma algunas licencias respecto a los acontecimientos reales –licencias inevitables–, la historia transcurre siempre por los caminos de la verosimilitud y la coherencia, sin por ello abandonar el entretenimiento. Intriga y drama se dan lugar en la capital de Turquía, donde James Mason nos entrega una de las mejores actuaciones de su carrera: a la vez misterioso y seductor, el ladrón de guante blanco que recitaba los exquisitos diálogos del artista de las palabras, Joseph L. Mankiewicz. No os la perdáis.


9,5/10: ESPIAS BAILANDO AL SON DEL MAYORDOMO.