Crítica sin spoilers - Joker: Folie à deux (2024)

¡Nuestros caminos se vuelven a cruzar, querido lector! Si te encuentras aquí, leyendo estas líneas, significa que a pesar del tiempo transcurrido no has perdido la fe en este blog, lo cual es un regalo para mí vista la crueldad con la que el “fast food” informativo trata a todo aquel que se toma un respiro. Confieso mi hartazgo con el medio. La ilusión se desgasta con los años, es ley de vida: tarde o temprano todos descubrimos lo que se esconde detrás del velo, que sueño y realidad rara vez van de la mano; quizá haya llegado el momento de pasar página, no lo sé. Afortunadamente, esto continúa siendo un hobby y los hobbies no deben perturbar el sueño.



El Joker que Todd Phillips mostrara al mundo hace ya cinco años también se sintió como un sueño febril, una sacudida desde dentro de la industria que devolvía al individuo al centro de la conversación —recuerdo con morriña aquel lejano visionado en una sala cuyo nombre he olvidado, mientras suena el maravilloso tema Seems like old times de Guy Lombardo—. Juntos, Phoenix y Phillips, que bien podría ser el pseudónimo de un dúo cómico, le hicieron una peineta al sistema de Hollywood, empleando uno de sus nombres más insignes como vehículo para contar la patética historia de un pobre diablo enfermizo vapuleado por una sociedad aún más enfermiza hasta convertirlo en un monstruo, como los clásicos de la Universal.

 

Aquel filme utilizaba con genialidad una marca reconocible para subvertir nuestras expectativas, acercándonos un demoledor relato sobre la enfermedad invisible representada en la triste figura de Arthur Fleck, que a la vez resultaba llamativa para la audiencia —admitámoslo, nadie hubiera pagado un céntimo por ver "Fleck: retrato de un perturbado"—. Influenciado por el cine oscuro y decadente de los setenta y más concretamente el de Martin Scorsese, Phillips había construido meticulosamente un caballo de Troya con el que dinamitar la pesada maquinaria del marketing, aunque las cosas no siempre salen como uno quiere. Su Joker era un puñetazo en el estómago, pero uno que el público supo encajar muy bien: recaudó más de $1,000 millones de dólares, convirtiéndose en la película para mayores de 18 años más taquillera de la historia, hasta que Deadpool & Wolverine (2024) le arrebatara el récord. 

 

El éxito del Joker supuso una sorpresa mayúscula para propios y extraños, catapultando la carrera de Todd Phillips a la estratosfera y valiéndole a Joaquin Phoenix la preciada estatuilla. Warner Bros. se moría por continuar la historia, pero ¿cómo? La idea de realizar una secuela de una obra suicida como esta era un sinsentido. ¡Diablos, qué digo sinsentido! Era una traición el espíritu de la cinta original; un proyecto sin pies ni cabeza abocado al desastre.

 

Por supuesto, como suele ser costumbre, los gerifaltes de Hollywood hicieron caso omiso. Más diestros en contar billetes que en entender los mensajes de sus producciones, se lanzaron de cabeza a la piscina proponiendo a Phillips una oferta no podría rechazar: $200 millones de dólares sobre la mesa y total libertad creativa. De repente, el director de Starsky & Hutch (2004), War Dogs (2016) o la trilogía de Resacón en Las Vegas podía hacer lo que quisiera.


 

Irónicamente, la idea para Joker: Folie à deux surgió de un sueño de su estrella protagonista, el cual soñó que estaba disfrazado de Joker cantando sobre un escenario. Así nació este extraño musical imbuido por la escenografía de Minnelli o Donen —incluso cuenta con una referencia a Los paraguas de Cherburgo (1964) de Jacques Demy—, sin abandonar el devastador drama psicológico schraderiano de la anterior entrega; la mezcla era cuanto menos arriesgada.

 

La historia se retoma justo donde lo dejó la anterior. Fleck vive recluido en la prisión de Arkham a la espera de su juicio por los atroces crímenes que cometió y por los que, con casi toda seguridad, será sentenciado a pena de muerte. Sedado y apaleado constantemente por los crueles carceleros, entre quienes destaca Jackie Sullivan (Brendan Gleeson), Fleck pasa los días ensimismado hasta que un día conoce a Lee (Lady Gaga) y se enamora locamente de ella; por fin ha encontrado una razón para vivir, alguien que lo quiera tal como es.

 

La premisa es un bofetón en la cara para los fans de los cómics que esperaban ver al Joker en su plenitud criminal. Por si no había quedado suficientemente claro, Phillips vuelve a subrayar que jamás tuvo ni la intención ni el interés en abordar la figura del supervillano de Batman, sino todo lo contrario. Como decía en la introducción, estas películas tratan de dar visibilidad a la enfermedad mental en un contexto social deshumanizado; por aquel entonces, la bestia era la ciudad de Gotham y ahora es la cárcel de Arkham. Mismo perro, distinto collar.


 

Los problemas de esta secuela surgen cuando no cuenta nada nuevo, cuando el personaje se estanca y cae preso de los tics de un actor enamorado de sí mismo, cuando tu única baza —el musical y la incorporación de una estrella como Gaga— la malgastas para repetir y regurgitar el mismo mensaje una y otra vez, como si de un manual para tontos se tratase. La historia da vueltas alrededor de su idea central, la soba y la desgasta hasta que queda igual que el protagonista, en los huesos; el discurso se repite como un disco rayado y el ritmo inevitablemente se resiente. A falta de un espectáculo estimulante, Phillips sube los decibelios de la humillación en un ejercicio de porno emocional. 

 

Por un lado, los dos escenarios principales de esta secuela, tanto la cárcel como el juzgado, palidecen en comparación a esa Gotham sórdida, opresiva y decadente que vimos en la original; un personaje vital en la odisea existencial de Arthur Fleck cuya ausencia sentimos sobremanera. Lo mismo puede decirse de la banda sonora de la compositora islandesa Hildur Guðnadóttir, cuyo oscarizado trabajo no tiene aquí una debida continuación. La música es ciertamente buena, pero no deja de ser una jukebox de greatest hits que funcionan desigualmente.

 

Joker: Folie à deux pedía una locura colectiva en la que sala, realizador y reparto fueran de la mano siguiendo el deterioro mental de un enfermo que ve su fantasía desmoronarse progresivamente, apoyándose en las infinitas posibilidades del musical para brindar un espectáculo vistoso y bombástico. Lo que desde luego no necesitaba era meter el dedo en la llaga, vejar aún más al ya vejado, ¿con qué fin? ¿Explotar el melodrama? ¿Vaciar nuestras lágrimas? Phillips saca aquí su versión más sádica, hace leña del árbol caído, recreándose en la flagelación de un personaje tocado y hundido y amenizándolo con canciones sobre un amor desfallecido. Cuesta encontrar en esta secuela un aliciente, ya que todo lo que muestra lo contó antes y mejor.



Ahí es donde entra el componente romántico con la siempre carismática Lady Gaga agitando la coctelera. La diva del pop, que siempre ha tenido especial apetencia por los freaks, lleva años demostrando sus dotes actorales y el Joker parecía ser el matrimonio perfecto. Phillips toma inspiración de su trabajo con Bradley Cooper en el remake de Ha nacido una estrella (2018) y aunque estoy seguro que en su cabeza encajaban todas las piezas, tienes que saber trasladar tu visión a los actores y que estos funcionen en pantalla.

 

Y es que si bien Phoenix y Gaga se bastan por separado, juntos no terminan de explotar su química por dos motivos: el primero es que Phillips apenas esboza su relación y como consecuencia, esta no termina de germinar en el espectador, casi como si fuera una mala excusa para verlos bailar juntos; el segundo es que el montaje apenas permite brillar a Gaga sino como una muleta de Phoenix. Ambos tienen sobrado talento para cargar con la película sobre sus espaldas, pero el guion los lleva siempre sobre raíles. Una buena secuela debería servir como complemento y ampliación de su predecesora, pero esta vive a su sombra, autorreferenciándose constantemente. Las imágenes y la dirección dejan relucir una apatía incremental con el transcurso del metraje.

 

¿Significa esto que Joker: Folie à deux es una mala película? No, ni mucho menos. Técnica e interpretativamente rinde a un gran nivel. Phillips sigue la misma partitura que le trajo éxito en 2019 con ligeras modificaciones así que, si te gustó aquella, no hay razón para que esta te desagrade —excepto si esperabas verlo peleándose con Batman—. Cuenta a su vez con algunos números notables, sobretodo aquellos que exploran los pensamientos de Arthur Fleck; es en su vida interior donde reside el auténtico potencial de la obra. Desafortunadamente, la frescura de estos momentos pronto se desvanece cuando volvemos al mundo real, a un juicio anémico que insiste en repasar los sucesos de la anterior película y a un drama carcelario tan sobado y churretoso como el pelo teñido del Joker. Phillips busca desesperadamente cogerle el pulso a la cinta pero, por más que lo intenta, ya estaba muerta antes de entrar en quirófano.


 

En definitiva, Joker: Folie à deux es víctima de las monstruosas expectativas de una hinchada ansiosa por ver algo que nunca fue y la presión de un estudio ávido de un nuevo éxito. Siento que nadie creyó nunca en este proyecto, sino que fue la consecuencia de un éxito inesperado. De alguna forma, la historia de Arthur Fleck refleja la de Todd Phillips: un tipo que alcanzó la cima por accidente y al que colgaron el cartel de estrella sin haberle escuchado realmente; ambos comparten la locura hollywoodiense. Una tragedia contada en dos partes que encuentra aquí su inevitable desenlace, el auge y caída de un hombre sin cariño devorado por una sociedad idólatra; mientras tanto, keep on smilin', querido lector.

 

6/10: EL ESPECTÁCULO DEBE CONTINUAR.

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