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Los que leáis mis
críticas habitualmente sabréis que en el párrafo introductorio suelo dar una
breve sinopsis del filme, así como información sobre su reparto y demás
características técnicas. Sin embargo, en esta ocasión no he querido –y porque
no admitirlo, tampoco he podido– ya que la historia que nos cuenta es tan
difícil de describir, que podría romperme los sesos contra la pantalla del
ordenador sin haber escrito ni una línea. Pero entonces, ¿qué nos cuenta
Midsommar? Pues siendo sinceros, no mucho. Tras las dos horas y media de
duración, me quedé pegado a la butaca un buen rato, hasta que vi a la
limpiadora entrar y salí del estado de obnubilación en la que me encontraba,
pero sin la certeza de que lo que acababa de ver me hubiese gustado. La
historia está protagonizada por Dani (Florence Pugh), una joven estudiante de
psicología que se marcha de vacaciones a una pequeña comunidad sueca junto a su
novio (Jack Reynor) y tres de sus amigos con el fin de escapar de la tragedia
familiar que la atormenta. Y hasta aquí puedo contar. El guion, escrito por el
propio Aster, es de lo más camaleónico: empieza como un drama psicológico con
tintes macabros, continúa como un viaje experimental a la Suecia más salvaje y
acaba como una intriga en la cual puede ocurrir cualquier burrada, todo ello
aderezado con momentos de comedia negra –casi absurda– que arrancarán una
sonrisa culpable al espectador. Como ven, no es tarea fácil hablar de esta
película y mucho menos valorarla. Su historia es atípica y aunque más o menos
sigue una estructura narrativa tradicional, lo que ocurre entremedio es tan
desconcertante e incluso inconexo que yo pensaría en ella más como una aventura
alucinógena que como una cinta de terror al uso.
Y es que catalogar a
esta película como de terror es como decir que Carretera perdida es una intriga
o Magic Johnson un base. Es verdad que la película tiene algún momento intenso
que, para los iniciados en el género, podría catalogarse como terror, pero tan
cierto es eso como que tiene otros muchos momentos dramáticos o incluso cómicos
que hacen que perdamos ese temor inicial. Percibo ciertos paralelismos entre su
estilo y el de David Lynch: a ambos les gusta tomar una premisa más o menos
definida y abandonarla, retomarla y volver a abandonarla para meternos momentos
extraños y de lo más surrealistas. Midsommar parte de una protagonista bien
descrita, con sus preocupaciones y desafíos vitales, que busca en esta comuna
una especie de catarsis. Un comienzo nuevo. La introducción al personaje de
Dani es estremecedora, una carta de presentación fulminante y una declaración
de intenciones por parte de Aster; abróchense los cinturones que vienen curvas.
Por supuesto, terminan llegando, pero ni por asomo fueron tan devastadoras como
cabría esperarme. Y digo esto porque, más que cualquier otra película expuesta
actualmente en cartelera, cada uno tendrá una experiencia diferente con
Midsommar y puede o puede que no se alinee con la mía.
Sin embargo, lejos de
toda esta ambigüedad, una cosa sí puedo decir: si prefiere un cine más
convencional –en la mejor acepción de la palabra– es muy probable que no le
guste esta película. Las razones son varias, pero la que yo señalaría como
principal es la falta de contenido. Aster propone un interesante viaje
psicodélico a una secta en la campiña sueca pero la historia no va más allá de
eso. La esperada catarsis de la protagonista nunca llega y la relación con su
novio tampoco evoluciona. Al principio del filme, Dani estaba destrozada por el
trauma familiar y, más adelante, sigue sin encontrar una solución a sus
problemas; tampoco su relación con Chris (Reynor), del que está muy distanciada
al inicio, se amplia. Muchos elementos dramáticos de la protagonista acaban
olvidados o concluidos de forma muy previsible, en el mejor de los casos.
En cuanto a las
actuaciones, Florence Pugh se come la pantalla. Los mejores momentos de la
cinta los protagoniza ella y si funcionan es porque su interpretación logra que
empaticemos con su personaje. Me resulta difícil hablar del resto del reparto,
porque tienen muy poco con lo que trabajar. Jack Reynor está rescatable como el
novio pasota de la protagonista, pero su personaje no deja de ser eso: un
cliché con patas. Respecto a los demás integrantes del grupo, los roles son
bastante estereotipados: tenemos al amigo que propone el viaje, al que quiere
viajar por interés cultural y al que solo quiere conocer chicas vikingas y
colocarse. En cuanto a los integrantes de la comuna, todos se comportan de
manera similar, poniendo cara misteriosa y comportamiento histriónico.
Personalmente, el
aspecto más trabajado es sin duda el técnico, desde la fotografía hasta el
sonido y la edición, pasando por el vestuario y el maquillaje. Todos están a un
gran nivel y, junto a la interpretación de Pugh, son los dos principales
pilares sobre los que reposa Midsommar. Hay algo en la puesta en escena y en la
filmación, que hace que estemos tranquilos y expectantes al mismo tiempo. La
edición también ayuda en este ejercicio de tensar y destensar al espectador; y
es que, tan pronto estamos tranquilos contemplando las apacibles praderas
suecas como inquietos ante algún espectáculo grotesco.
En definitiva,
Midsommar es la representación cinematográfica de un Ari Aster gritándole al público
que él es un autor y en su desesperación por convertirse en el nuevo Lynch,
Kubrick o Bergman, termina irritando al público, no porque su película sea mala
sino porque se toma más en serio a sí mismo que su propio producto. Al fin y al
cabo, estamos ante una historia bastante simple, adornada con escenas chocantes
y con una ambientación que vale un potosí. Sin embargo y pese al encomiable
esfuerzo de Pugh y su equipo, Aster se queda a medio camino entre la
consagración y el hazmerreír, firmando una obra que, si bien te dejará
patidifuso, con el paso del tiempo y la reflexión acaban viéndosele las
costuras, sobretodo a su endeble guion. Personajes que aparecen y desaparecen
sin ningún motivo, rituales confusos cuyo único propósito parece ser impactar a
la audiencia y una historia dramática bien presentada y terriblemente
desarrollada, Midsommar puede que sea más arriesgada y salvaje que su
predecesora, un viaje extrañamente estimulante, pero finalmente vacío que mucho
me temo no dejará su impronta en ningún género, mucho menos en el de terror.
6’5/10: BELLO Y LISERGICO VIAJE A LA NADA.