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No quiero empezar este análisis sin
spoilers –aunque hablar de Historia no sé hasta que punto puede considerarse
spoiler–, sin antes hacer un llamamiento a todo el que me esté leyendo para que
vea esta miniserie, no sólo por lo que muestra sino también por el mensaje que encierra.
Chernobyl es ante todo un alegato en defensa de la verdad, sin adulterar ni
enmascarar por los intereses espurios de un sistema corrupto. El guionista
Craig Mazin, que curiosamente proviene de sagas como Resacón en Las Vegas o
Scary Movie, ha hilvanado uno de los relatos más sólidos y potentes que haya
visto la pequeña pantalla. Una historia dura y por qué no decirlo, terrorífica,
pero imprescindible para entender que no por cerrar los ojos a la verdad hará que ésta desaparezca. En la sociedad actual, donde la manipulación y la
tergiversación están a la orden del día y la verdad cada vez se considera más un tabú,
comprender las lecciones del negro pasado de Chernobyl nos ayudará a mirar con claridad hacia el futuro.
Decir que un apartado sobresale por
encima del resto es hacerle un flaco favor a esta nueva obra maestra de la HBO.
Todo en Chernobyl rezuma a cine con mayúsculas y el hecho de que sea una serie no
hace más que engrandecer su hazaña. Vivimos una época contradictoria: las
superproducciones son ahora más super que nunca y por otro lado, jamás se ha
hecho cine tan grande como en la pequeña pantalla. El trasvase de las grandes
historias dramáticas al mundo televisivo es ya un hecho y Chernobyl no es más
que la última demostración. A lo largo de cinco horas, Mazin y cía. logran
contarnos esta tragedia con el detenimiento y el nivel de detalle que jamás
hubiere sido posible en el cine. Y es que, si el guión de Chernobyl resalta por algo es
por su obsesión con la verdad, la cual plasma con una fiel adaptación de
los hechos acaecidos en la central nuclear soviética. El trabajo de
investigación hecho por el guionista es merecedor de todas las alabanzas y
premios que coseche. Como dije antes, cinco horas dura esta experiencia y todas
ellas están aprovechadas; es más, algunos dirían que le falta duración, uno de
los mayores halagos que se le pueden hacer a una obra.
Por su parte, las interpretaciones
están todas a la altura del relato. Jared Harris, que lleva décadas en el
mundillo, tiene aquí su primera oportunidad de demostrar sus cualidades y vaya
si lo hace. Su actuación cuenta con ambas vertientes: una más contenida,
cerebral y científica y otra mucho más profunda de significado, humana y
emotiva por lo devastadora que resulta. Su personaje encapsula todo lo que
pretende transmitir esta serie; su actuación es la piedra angular sobre la que
depende el éxito o el fracaso de esta producción. A él le acompaña un Stellan
Skarsgard de sobra conocido por todos, un actor cumplidor como pocos que, pese
a tener un rol más secundario, goza también de momentos estelares. También quiero hablar de Emily Watson y Jessie
Buckley –aunque bien podría hacer un artículo entero sólo dedicado a los
intérpretes–; la primera en un papel solemne que hace las veces de homenaje a
las decenas de científicos soviéticos que ayudaron a solventar la papeleta y
destapar la verdad; mientras, Buckley hace de esposa de uno de los bomberos que
acudieron en primer lugar a la central en llamas, un personaje que ocupa una
subtrama imprescindible para vivir de cerca lo que significó, en término
humanos, semejante tragedia. Ella es la representación del milagro, ese que probabilísticamente es casi imposible de ver pero que muy de vez en cuando ocurre y suele coincidir en momentos de crisis mayor. Una especie de equilibrio entre el bien y el mal que tan bien retrata esta miniserie.
Finalmente, el apartado audiovisual
rinde a muy buen nivel. La cámara de Jakob Ihre, bajo la atenta mirada de Johan
Renck, no se corta a la hora de mostrar imágenes escalofriantes ni huye tampoco
de la crudeza y la miseria causada por la radiactividad. El proceso de limpieza
y de contención de la zona se muestra exhaustivamente; es tal la
labor de ambientación que el estrés y el miedo de los personajes lo sentimos
como propio, porque el enemigo es imbatible e inmaterial y porque, como suele
ocurrir, el único culpable es el ser humano. Sí, Chernobyl da miedo por la
radiación pero lo da más aún porque la hemos creado nosotros; este monstruo sin
forma ni cara no es más que el reflejo de nuestros peores instintos.
En definitiva, Chernobyl es una cita
ineludible. Una obra maestra de la televisión que nada tiene que envidiar a las
mayores y mejores producciones del cine y una nueva demostración de que la
calidad no se mide por el número de estrellas que aparezcan ni por la
campaña promocional que tengas detrás, sino por la solidez de tu historia y de
tu mensaje. Verdades y mentiras, un juego tan antiguo como la propia naturaleza
humana, del que siempre surge ese frágil equilibrio entre héroes y villanos,
víctimas y responsables, justos y pecadores. La pregunta es de qué lado nos
posicionaríamos llegada la hora final.
10/10: VENENO EN LA SANGRE.