Mostrando entradas con la etiqueta Especiales. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Especiales. Mostrar todas las entradas
Donde un año termina, otro comienza. Como entonaba la melancólica voz de Sam en Casablanca, «es la misma vieja historia». Hay cosas que no cambian y afortunadamente, el tradicional top con lo mejor del año es una de ellas. 

Echando la mirada atrás —de vez en cuando conviene hacerlo para no perder el rumbo— 2021 ha sido un año lleno de altibajos. 

En lo positivo, los cines han vuelto a abrir sus puertas y la cartelera aguanta estoicamente los envites de un streaming cada vez más bravucón; en lo negativo, la pandemia ha destruido parte del tejido cinematográfico: muchas salas han cerrado, proyectos se han aplazado y las pérdidas humanas nos han marcado a todos. Algo en nuestro interior se ha roto y tiene difícil arreglo…


Pero prefiero mantenerme optimista —una necesidad en los tiempos que corren— y pensar que 2022 será el año en el que podamos levantar la cabeza y gritar a los cuatro vientos que, por fin, recuperamos el control de nuestro destino.

Antes de empezar con las diez películas que, bajo mi juicio, más brillaron el año pasado, debo advertir que tengo deberes pendientes. Aún me quedan por ver títulos como “Annette”, “Maixabel”, “La crónica francesa” o “Madres paralelas”. Títulos ilustres que, de no ser un mal estudiante, estoy seguro que hubieran tenido cabida en esta lista. 

10. Más allá de los dos minutos infinitos 

Empiezo con la película que creo mejor define los tiempos en los que vivimos: un bucle temporal, ambientado en la familiaridad del hogar. Podría ser un sinónimo de la pandemia, pero ese es el punto de partida de esta rareza, casi milagro, del año cinéfilo. 


La cinta proviene de Japón, un país dado a propuestas tan inverosímiles como entrañables. Y esa es precisamente su gran baza: sabes que apenas tiene presupuesto y que, seguramente, la filmaron a toda prisa en casa del director o de uno de los productores. Pero su escasez de medios apenas se nota, porque cada engranaje encaja.

Empezando por la historia: Kato vuelve a casa tras otra jornada de trabajo en la cafetería, cuando se ve a sí mismo reflejado en el televisor. Al principio, cree que es una broma, hasta que este le dice que es su yo del futuro. No un futuro cualquiera, sino dos minutos en el futuro. Dicho así parece una estupidez —en parte lo es—, pero os aseguro que hasta lo más sencillo se puede complicar en exceso.

Más que intriga en el sentido detectivesco de la palabra, “Más allá de los dos minutos infinitos” suscita nuestra curiosidad. Es como el final de un chiste: seguramente sea una estupidez, pero queremos oírlo de todas formas. 


No es que la trama sea excesivamente compleja. Tampoco goza de una gran variedad de personajes. Simplemente explora las posibilidades que su alocada premisa le permite.

Además, la dirección y el montaje también son magníficos. Encontrar una película hoy día que dure menos de hora y media resulta casi una odisea. 

El director novel, Junta Yamaguchi, entiende las limitaciones de su proyecto. En vez de caer en la trampa de su propia ambición, hace de la escasez una virtud. No es solo que sea corta, es que es rematadamente divertida, original y atrevida. Todo un soplo de aire fresco.

9. La cumbre de los dioses

Sepultada bajo el interminable catálogo de Netflix, di por casualidad con esta joya de la animación francesa. “Le Sommet des Dieux” —todo suena mejor en la lengua de Dumas— es una adaptación del manga de Jiro Taniguchi, que a su vez narra la vida de un escalador obsesionado con esculpir su nombre en las gélidas cumbres del Himalaya.


Poco me esperaba de esta obra. Sin embargo, para mi sorpresa, me encontré ante una historia audaz y emocionante como pocas he visto el año pasado. Todo apoyado en un apartado técnico esplendoroso, realmente evocador, que logra la difícil tarea de trasladarnos a los lugares más vertiginosos del planeta en apenas unos fotogramas.

Como decía, detrás de su exquisita factura audiovisual —una de las mejores, sin duda, del año—, hay un gran corazón. Uno muy soñador y empático, capaz de meternos en la piel del escalador y hacernos sentir su adrenalina, miedo y traumas del pasado. 


“La cumbre de los dioses” es una parábola de la vida. Una bella reflexión acerca del esfuerzo y el sacrificio necesarios en pos de algo, lo que sea. Atrevernos a ir más allá de nuestros límites autoimpuestos y mirar cara a cara, frente a frente, a nuestros miedos. Un ejercicio profundamente lírico sobre unos locos amantes de la vida. 

8. Raya y el último dragón

El público infantil ha tenido un año fantástico. El cine de animación en general atraviesa un gran momento de forma. Tan bueno que títulos de altísima calidad estrenados a principio de año, como es el caso de “Raya y el último dragón”, han quedado rezagados en la carrera por la gloria.


No obstante, como gran amante de la fantasía, estaría engañándome a mí mismo si no incluyera esta maravilla de Disney entre lo mejor del año. Raya no es especialmente innovadora en lo narrativo, pero lo compensa con la solidez de un equipo creativo que sabe lo que hace.

A priori, esto puede verse como algo peyorativo, un producto prefabricado para gustar al público, pero nada más lejos de la realidad. Este es un viaje clásico del héroe —o de la heroína, mejor dicho—, protagonizado por una joven que debe madurar demasiado pronto y demasiado rápido por el bien de la humanidad.


Es un cuento sobre la codicia y las ansias de poder y cómo un pueblo unido frente a la adversidad es más fuerte que cualquier guerrero solitario, por valeroso que sea. Todo adornado por un mundo fascinante, que no deja de sorprender al espectador y que hará el viaje aún más estimulante si cabe.

Por el camino encontramos personajes variopintos, algún que otro desafío interesante y un sinfín de postales encantadoras. Estamos ante una película ágil, alegre y despreocupada, que emplea cada uno de sus 114 minutos en hacer volar nuestra imaginación y no hay nada más noble que eso.

7. Las leyes de la frontera

Quién iba a pensar que este sería el año del cine quinqui. La hija más rebelde del cine español regresa con energía y atrevimiento en esta película dirigida por Daniel Monzón y con guion del propio Monzón y Jorge Guerricaechevarría.


El argumento, que adapta la novela homónima de Javier Cercas, sigue las aventuras de un grupo de jóvenes desarraigados y adictos a la adrenalina. Ambientada en los años de la transición en la soleada costa catalana, “Las leyes de la frontera” busca captar la esencia del género quinqui para crear una droga nueva. 

Es cierto que no tiene el suficiente rock and roll para generar un culto a su alrededor. Pero tampoco es que lo pretenda. La película funciona como una pieza de época, más bien nostálgica, de unos tiempos pasados que no volverán. Los guionistas juegan mucho con la idea de lo efímero, de esa emoción pasajera que recordamos toda la vida.

A veces los momentos más absurdos e insignificantes tienen más importancia que todo lo demás. Una juerga que se alarga hasta el amanecer, un tórrido romance de fin de semana en un piso ajeno… o un robo que jamás creíste capaz de hacer. Todas estas experiencias están relatadas con gran emoción, que explota en un final conmovedor que nos recuerda que los buenos tiempos no duran mucho. 


El reparto está muy bien elegido, con rostros poco conocidos, pero que dan el pego como ladrones de poca monta y vividores de gran altura. Cada uno funciona dentro de sus personajes. 

Aunque es un esfuerzo grupal, hay tres actores que destacan por encima del resto: Chechu Salgado, que interpreta al líder de la banda; Marcos Ruiz, como el ingenuo protagonista que descubre un mundo nuevo de emociones fuertes; y Begoña Vargas en el papel de Tere, la mujer que lo une todo y le pone corazón a tanta locura.

6. Sin tiempo para morir

Llegó la hora de despedir a Daniel Craig como el agente 007. Nadie quería que llegase este momento, pero todo tiene un principio y un fin. “Sin tiempo para morir” es el adiós más lógico para el Bond más atormentado hasta la fecha. 


El final de esta última entrega ha provocado un gran revuelo y no es de extrañar. Al fin y al cabo, es la primera vez que se hace algo parecido en 60 años de historia de la franquicia. Sin embargo, no se me ocurriría mejor desenlace para un Bond que siempre se fijo más en Lazenby que en cualquier otro. 

Los Broccoli apostaron por cerrar el círculo que abrieron con sumo acierto en “Casino Royale”. El camino ha tenido sus baches, pero siempre se ha mantenido fiel a esa excéntrica idea de contar una gran historia en múltiples misiones. 

Antes, esto era impensable. Bond tenía que cumplir con una serie de obligaciones en cada película: derrotar al malo, conquistar a la buena y entretanto, ser elegante y molar demasiado.


El final de “No time to die” funciona, porque es tan osado como lo fue la apuesta original del 2006 y en cierto sentido, hace que me retrotraiga a aquellos tiempos en los que vimos a Bond perdidamente enamorado. En el cine hay que jugar con las reglas, desafiarlas y correr el riesgo de fallar estrepitosamente. 

El único borrón de la película es el villano interpretado por un Rami Malek tan perdido e histriónico como lo estuvo Christoph Waltz en “Spectre”. Lejos han quedado los días de los Le Chiffre y Silva. Una pena.

5. The Card Counter

¡Señoras y señores, Paul Schrader ha vuelto! En realidad, nunca se ha ido, solo estaba encerrado en su sórdido mundo, recopilando material para traernos nuevas y espeluznantes historias sobre los oscuros rincones de la mente humana. 


Lo hizo años atrás con la densa y absorbente, “El reverendo”, y ahora repite jugada con esta cinta sobre un veterano de guerra que vive del póker. Una premisa que anticipa la decadencia de un personaje que ha agotado todos sus faroles y que carga con un bagaje demasiado pesado para ser compartido. Está solo, pero lo ha aceptado. Vive en una especie de resignación indolora, dejando que los días pasen hasta que llegue su hora —como diría el bueno de Sergio Leone—.

Oscar Isaac encarna al protagonista en este solitario relato de expiación y redención de un alma cansada. Schrader siempre ha mostrado predilección por los personajes marginados, esas pequeñas historias de gente corriente que sobrellevan su existencia como buenamente —o malamente— pueden. 

En el caso de William Tell, jugar al póker es su forma de anestesiar los recuerdos de un oscuro pasado en la prisión de Abu Ghraib en Irak. La labor de puesta en escena y ambientación es excelente, recalcando el espíritu lóbrego que invade la atmósfera del film. 


Hay una desesperanza incrustada en el núcleo de la película. Algo que contagia a los mismos actores, empezando por un Isaac imponente en el papel de Tell; tiene esa fuerza de los grandes actores, que les basta con un gesto o una mirada para transmitirlo todo. Es improbable que se lleve el Óscar —dudo incluso que lo nominen—, pero con el tiempo, estoy seguro que su actuación perdurará y será redescubierta por los neófitos.

“El contador de cartas” es incómoda, desagradable y lacónica. Casi todo se expresa mediante comportamientos y miradas, esquivas en su mayoría, que transmiten la desconfianza y soledad que siente no solo el protagonista, sino toda una generación de jóvenes perdidos por el sinsentido de la guerra.

4. El buen patrón

Una buena sátira siempre me arrebata el corazón. No puedo ser imparcial, aunque tampoco es que Fernando León de Aranoa y Bardem lo necesiten, ya que su gran trabajo está por encima de las buenas y las malas excusas.


“El buen patrón” es una comedia negrísima sobre una empresa de básculas donde la jerarquía funciona igual que una familia disfuncional, en la que el jefe hace las veces de padre manipulador y el resto…bueno, los demás son sus maltratados hijos, que se pelean en vano por ser su favorito. Claro que ellos no entienden —o no quieren entender— que el único favorito del patrón es él mismo.

La película está sustentada en una magnífica actuación de Javier Bardem, el cual vuelve a colaborar con Aranoa después de “Loving Pablo” (2017), el enésimo documento de ficción sobre la figura de Pablo Escobar. 

Afortunadamente, Aranoa vuelve a la senda social de sus primeros trabajos: “Familia”, “Barrio” y “Los lunes al sol”, la cual aún considero su mejor obra hasta la fecha. Sin embargo, aquí lo hace con un tono más cáustico y vitriólico, tiene más mala leche y eso me gusta. Es lo que hacen los años.


Te reirás, pero no de gracia, sino de impotencia. La historia y su desarrollo están muy bien hilados. Tanto que el cabreo y la sensación de impotencia van in crescendo. 

Estos tiempos están hechos a la medida de Berlanga. Él hubiera sacado petróleo de cada faceta de esta sociedad maniquea, aprovechada y tramposa en la que vivimos. Por desgracia, no le tenemos entre nosotros, pero con talentos como Aranoa el futuro del cine social está asegurado.

3. Fue la mano de Dios

La medalla de bronce se la lleva el gran cineasta italiano, Paolo Sorrentino, con su película autobiográfica, “È stata la mano di Dio”. Admito que tuve sentimientos encontrados antes de verla: por un lado, me fascina su uso del surrealismo para transmitir mensajes muy humanos; por otro, cada vez soy más suspicaz con los biopic, los cuales suelen tener mucho embuste y poco de verdad.


Entré a la película sin saber nada acerca de su vida y milagros, lo que me ayudó a empatizar más aún con su exquisita narración, dejándome seducir por este álbum familiar. 

En esta película, Sorrentino nos abre una ventana a su adolescencia. Nos descubre su lado más humilde y maduro, liberándose de toda la parafernalia pretenciosa que rodea al joven impostor. Gana en peso dramático, en empaque. Se le nota más fluido y dinámico, con ganas de contar algo realmente especial para él. De soltar lastre en el papel y la pantalla. Cuando le pones tu alma a una película, esta trasluce el celuloide. 

El reparto lo encabeza el debutante Filippo Scotti, que está secundado por el magnífico Toni Servillo en el papel del padre y otros actores menos conocidos, pero igualmente fantásticos. Hay una gran dirección detrás de la película, una mano maestra a la hora de narrar los hechos y dibujar los personajes con sensibilidad y empatía.


Los acontecimientos ocurren a lo largo de un verano napolitano, con la inminente llegada del dios del fútbol, Diego Armando Maradona, como fichaje estrella del equipo.

Todo lo que sucede en sus más de dos horas es mundano, en el mejor sentido de la palabra. Es la vida misma desarrollándose ante nuestros ojos, con sus alegrías, sus decepciones y sus sueños de juventud.

Tiene un ritmo delicioso, es muy felliniana y es que, como diría el propio maestro, es «ver Nápoles y morir». La ciudad es un personaje más de la cinta: sus calles, bares y variopintos habitantes. 

Un microcosmos caótico y apasionado, la quintaesencia de la italianidad. No es la historia de un joven, sino la de muchos que sentimos lo mismo que él sintió, pero con distinto telón de fondo. Es todo lo que un biopic debe ser y rara vez es: una extensión de nuestra propia humanidad.

2. Dune

No voy a extenderme en mi comentario, ya que tenéis una reseña dedicada íntegramente a ella, pero esta joya no podía faltar en mi top personal del año. 


Tras una larga travesía en el desierto, volvíamos a las salas y lo hacíamos con una epopeya espacial enorme. Denis Villeneuve se encargaba de llevarla a buen puerto y le bastó con darnos una muestra del universo literario de Frank Herbert, para cautivarnos. 

Desde los primeros fotogramas, tenía el presentimiento de estar ante algo verdaderamente grande. Mayúsculo. Cada escena era más apasionante que la anterior y profundizaba un poquito más en mi imaginación. Cuánto más me contaba, mayor era mi interés en la narración.

Hay tanto cuidado, tanto mimo puesto en ella, que solo cabe rendirse a su grandeza. Como las grandes sagas que admiramos años atrás, “Dune” cultiva nuestro lado más fantasioso; ese que sueña con lugares lejanos y aventuras apasionantes. Su estreno fue un analgésico, una medicina contra la dura realidad que experimentábamos. Escapismo en su forma más pura y eficaz. 


Es verdad que falta, mínimo, una segunda parte para completar el rompecabezas y mi valoración final puede cambiar, pero lo que hay es lo que juzgo. ¡Y qué diablos! Cuando un director se atreve a hacer otra ambiciosa superproducción, después de que la última fracasara en taquilla, una parte de mí desea que le salga bien la jugada. 

Afortunadamente para él y para la salud del cine, le salió bien y ahora, podemos permitirnos soñar despiertos.

1. West Side Story

Y hablando de sueños, qué mejor forma de rematar el año que con el primer musical con todas las letras de Don Steven Spielberg. Y no es cualquier musical, sino «El musical» para muchos aficionados al género. “West Side Story” es sagrada, intocable, una página de la historia más colorida y brillante del cine estadounidense. 


Solo los más valientes —o los genios locos— se atreverían a hacer un remake de semejante obra maestra. En el caso de Spielberg, estamos hablando de un genio, loco y por supuesto, valiente. Poco le queda ya por demostrar al cineasta de “Tiburón" o “La lista de Schindler”, pero él sigue con el «picorcito». Esa llamada interior que lo empuja hacia delante y le da esa resolución con la que sigue filmando a sus 75 añazos… ¡casi nada!

Esta revisión del clásico de Jerome Robbins mantiene el espíritu que encumbró a la original: sus bailes ágiles y furibundos, la cuidada ambientación en esos arrabales de encanto místico donde se desarrolla una versión urbanita del “Romeo y Julieta" de Shakespeare. Todo eso sigue ahí, esa chispa sigue intacta, pese a los años transcurridos entre ambas versiones. 

Solo por eso, habría que darle una medalla al bueno de Spielberg. Un premio al homenaje bien entendido, ese que huye de la falsa originalidad, que en verdad es arrogancia, y que solo busca alimentar el ego del autor. 

Si algo funciona, no lo toques y si lo tocas, que sea lo menos posible. Este es el lema por el que se guía y funciona a las mil maravillas. Hay quien dirá que indica falta de ambición, pero yo creo que esta no siempre es la respuesta. A veces, saber recular y limitarse a disfrutar puede ser la experiencia más gratificante en una sala de cine y eso es justamente lo que ofrece “West Side Story”.


Por supuesto, todo en ella está milimetrado: la puesta en escena, las coreografías, los movimientos de cámara… Al film no le sobra ni le falta un minuto. Tiene el ritmo de baile perfecto y nosotros nos dejamos llevar por la música. Spielberg es el director de orquesta y los demás seguimos su compás. Ver a un maestro en acción siempre es un privilegio, sobretodo si está tocado por la varita como es su caso.

Resultaba difícil justificar un remake de “West Side Story”, pero él obró el milagro. Revivió la disputa entre los Jet y los Shark, reconstruyó ante nuestros ojos las mismas sucias calles de aquel Nueva York de posguerra y nos volvió a emocionar con ese amor imposible entre María y Tony. A eso llamo yo magia y solo es posible cuando el cine alcanza la inmortalidad. 
El cine negro, ese cajón de almas torturadas. Altavoz de las miserias humanas. Las horas clandestinas, cuando la civilización echa el cierre y deja paso al crimen y en sus calles, iluminadas por el neón de los bares, se elaboran perversos planes bajo susurros que hieren como puñales. 


El cine negro somos tú y yo. Es el azar del destino. Es la mano de póker que traiciona tu suerte y te envía al fondo de una botella de whiskey barato. 

Son las malas decisiones, la pasión, el sexo y el amor, envueltas en el humo de un cigarro y el carmín del pintalabios dibujado en el rostro de aquella mujer etérea.

El cine negro es el amargo trago que te sirve la vida. El último grito de socorro, la herida que no cierra y que te empuja a la ira ciega. Es causalidad y casualidad, desdicha y condena. Son historias anónimas de tipos corrientes en situaciones extraordinarias.

Si este género aún continúa vigente se debe, en parte, a que es un reflejo de nuestra propia naturaleza. Y es que no hay nada más cinematográfico que la mente humana; esa gran saboteadora, que primero nos seduce y luego nos abandona en un callejón. 

Es en ese enigmático territorio, fascinante y aterrador a partes iguales, donde el cine negro se mueve con su habitual y morbosa elegancia. Y eso es precisamente lo que más me cautiva de este género. Encontrar la belleza en lo prohibido. Dejarse abrazar por las tinieblas; incluso sabiendo que todo acabará mal, no podemos evitar mirar. Es un cruce entre deseo y culpa; un extraño magnetismo que nos conduce a la dulce perdición.

Es como arrimar la mano al fuego o acercarse al precipicio lo suficiente para contemplar el vacío. Eso es el cine negro y no podemos eludirlo. Así que asomémonos juntos al vacío para disfrutar de estas seis joyas del noir que hoy os recomiendo.

Policía Python (1975)

El ser humano es capaz de cometer los más atroces crímenes en nombre del amor. Así resumiría la esencia de este polar francés protagonizado por el impasible Yves Montand. 


Su personaje, un policía de mediana edad que vive por y para su trabajo, descubre una nueva faceta de sí mismo cuando se enamora de una joven misteriosa encarnada por la hermosa Stefania Sandrelli. A partir de este momento, su vida dará un vuelco inimaginable.
Un rasgo común del género es que empiece retratando una vida monótona y rutinaria, con la que el espectador se pueda sentir identificado. 

El personaje de Montand no es ni héroe ni villano; simplemente existe. No hay en él nada extraordinario, ningún superpoder ni misión imposible, lo que nos ayuda a empatizar con él porque, al fin y al cabo, se ensucia en el mismo barro que el resto de mortales.

Policía Python 357 comienza como un drama romántico. Ver a este señor, de rostro duro y taciturno, bebiendo los vientos de una jovencita que, a su vez, anhela una relación más madura, resulta entrañable. Por momentos, me recordó al Fred Astaire enamorado de Audrey Hepburn en «Una cara con ángel» o al William Holden de «Primavera en otoño», persiguiendo una segunda juventud.


Sin embargo, casi sin darnos cuenta, el filme va girando lentamente hacia un tono más perturbador. Todo cambia en una escena decisiva y despiadada, que rompe en mil pedazos cualquier atisbo de romanticismo. 

Lo que nos espera en adelante es un noir puro y duro, muy sombrío y trágico, donde el protagonista sufrirá sobremanera las consecuencias de estar en el lugar y el momento equivocados. 

Médico de noche (2020)

Permanecemos en el país galo —una de las cunas del género— para hablar de este pequeño título estrenado el año pasado y que cuenta las desventuras de Mickaël, un médico de emergencias que trabaja de noche. 


Los lazos de sangre no se eligen y los infortunios que surgen a raíz de ellos tampoco. Poco importa el bien que hagas, como es el caso de nuestro doctor, que recorre en coche las calles atendiendo a los desamparados. La soledad del héroe anónimo.


Con una fotografía muy cuidada y una puesta en escena que recuerda a Taxi Driver, Médico de noche nos mete en la piel de un hombre agobiado por la desgracia que le rodea: drogadictos, prostitutas, ancianos desvalidos, etc. 


Nada invita al optimismo, salvo el espíritu de nuestro protagonista, que hace lo indecible por paliar el dolor de los desarraigados. Hay un momento en la película en que alguien le espeta: «no puedes salvarlos a todos». 


La impotencia en cinco palabras. Un baño de realidad que derrumba al médico y hace que se pregunte si merece la pena. Si de verdad merece la pena perder todos esos momentos con su familia por alcanzar lo inalcanzable.



La quimera pronto se convierte en pesadilla, cuando su hermano le mete en más problemas de los que desearía. Ahora le quedan unas horas para deshacer el entuerto y enmendar su vida antes de que sea demasiado tarde. 


Narrada a lo largo de una noche, muy al estilo de los hermanos Safdie —si habéis visto «Good Time» o «Diamantes en bruto» sabréis a lo que me refiero— pero sin esa adrenalina que los caracteriza, Médico de noche nos muestra la cara más fea de la ciudad. La más enferma y desesperada, pero también la más vulnerable, logrando crear una imagen muy descriptiva y fascinante de la noche parisina. 


El confidente (1973)

Robert Mitchum da vida al fracasado delincuente Eddie Coyle en este thriller de atracos dirigido por el ilustre Peter Yates, al que recordaréis por el célebre policíaco Bullitt.



Esta cinta es una verdadera rareza. Un noir crudo y descarnado en el que es difícil empatizar con ninguno de los rastreros personajes que lo pueblan. Ni siquiera el bueno de Mitchum, presencia carismática donde las haya, logra que sintamos algo más que pena por él.


A Eddie Coyle, el protagonista de esta historia de perdedores, no le sonríe el destino. No importa cuánto se esfuerce por salir del fango, este siempre encuentra una manera de mancharlo.


Lo curioso de El confidente —no confundir con el clásico de Jean-Pierre Melville— es que, por un lado, es fría y calculadora, pero por el otro, es apasionada. Una contradicción difícilmente entendible, si no fuera porque se traduce tan bien en pantalla.



Yates parece más interesado en filmar los robos con precisión milimétrica, que en dramatizar a unos personajes cuya salvación simplemente no es posible. Pese a esta indiferencia, la figura de Coyle nos despierta sentimientos de melancolía y tristeza, porque todo lo que persigue es una segunda oportunidad.

¿Quién no ha soñado alguna vez con tener una nueva oportunidad? Lo realmente trágico es que rara vez se presenta y en su lugar, nos quedamos pasmados con el dudoso consuelo de haberlo intentado. O creer que lo hicimos. De eso va El confidente.


El amigo americano (1977)


Supón que te quedan pocos meses de vida. ¿Qué harías con el tiempo que te queda? Esa es la premisa de la que parte esta sugerente cinta del inclasificable Wim Wenders, basada en una novela escrita por la célebre autora Patricia Highsmith. 



Bruno Ganz y Dennis Hopper forman aquí la pareja más improbable del género, confirmando el dicho de que polos opuestos se atraen. Uno tiene el carácter alemán impreso en su rostro; el otro es un verso libre, un rebelde sin causa al que conocimos subido a una Harley. Los dos se complementan a la perfección. 

Pero más allá de la impresionante química que tienen, El amigo americano es una auténtica maravilla, que se cuece a fuego lento y explota como una olla a presión en su acto final. 

La historia nos presenta a Jonathan Zimmerman, un humilde fabricante de marcos que vive en Hamburgo con su mujer y su hijo. A Zimmerman le preocupa su frágil estado de salud y quiere asegurarse de que no les falte de nada en caso de morir. 


Hasta ahí, todo apunta a un drama familiar y lo es, porque si algo tiene el cine negro es que muta y se adapta a cualquier otro género. Desgraciadamente, todo se complica cuando entra en su vida el enigmático granuja Tom Ripley (Hopper), quien le involucra en una espiral de asesinatos que lo arrastrarán a los infiernos.

Si algo tiene esta película es que no deja de sorprenderte. El relato pasa de conmovernos a helarnos la sangre, incluso nos saca alguna sonrisa propia de la comedia negra. Es todo tan inverosímil que se vuelve realidad, porque los extremos se tocan y ya sabemos que la realidad supera muchas veces la ficción.

El amigo americano es una rara avis a medio camino entre el cine estadounidense y el europeo. Un seductor ejercicio de fatalismo, triste y paródico por momentos, pero siempre hipnótico.  

El expreso de Andalucía (1956)


Ahora nos vamos más al sur, al caótico y ruinoso Madrid de los años 50, donde el lujo y la decadencia forjan una unión que solo puede traer desgracias. En esa fina línea entre la necesidad y la avaricia es donde juega este thriller igualmente fatalista.


La película está dirigida y co-guionizada por Francisco Rovira Beleta y en ella encontramos caras conocidas como la de Jorge Mistral o un jovencísimo Vicente Parra. Ambos son la cara y la cruz de una sociedad sin rumbo fijo, con los ánimos hundidos y el delito campando a sus anchas.

Tres hombres —un pelotari retirado, un joven y acomodado estudiante y un timador de poca monta— se juntan para planear y llevar a cabo el asalto del furgón del correo expreso de Andalucía. Su objetivo es hacerse con unas joyas reportadas desaparecidas y venderlas en el mercado negro, pero como suele acostumbrar el género, si algo puede salir mal, saldrá mal.


80 minutos de pura tensión donde asistimos a una serie de malas decisiones en cadena. Es la crónica de una muerte anunciada y los culpables son los mismos protagonistas que, en su afán por salir del atolladero, cavan inconscientes su propia tumba.

Narrativamente es ejemplar, demostrando que cuando queremos, somos capaces de destacar en el thriller. Además de la trama criminal, tenemos otros ingredientes típicos del guiso negro como la femme fatale, interpretada por Mara Berni y también un muy necesario trasfondo social que ayuda a darle mayor dramatismo al conjunto.


Cerco de odio (1948)

Cierro este especial con un valor seguro en estas lides como Rudolph Maté. El cineasta polaco, que ya se había labrado una reputación como director de fotografía en los estudios Babelsberg —lugar donde se crearon algunas de las mayores obras del expresionismo alemán—, desembarcó en EE.UU. en los años 30 y debutó como realizador en 1947.


Cerco de odio —The Dark Past, en su título original y menos inspirado— es su segundo largometraje y cuenta con un reparto de excepción, encabezado por un joven William Holden y el secundario de lujo Lee J. Cobb. Dos actorazos frente a frente, dándolo todo durante 70 minutos. Solo con eso el espectáculo ya está asegurado.

Pero es que, además, la película enhebra una historia delictiva realmente lograda, con tintes psicológicos que ayudan a darle profundidad al atormentado protagonista. Repito, todo esto en apenas hora y diez de metraje.

La película, que está narrada a modo de flashback, se ambienta en una casa de campo en la que residen un psicoanalista (Cobb) con su familia. Una noche reciben la inesperada visita de un peligroso fugitivo llamado Al Walker (Holden), acompañado de su novia (Nina Foch) y un par de matones. 

Mientras esperan que alguien los recoja, el doctor empieza a interesarse en conocer la mente del asesino Walker. De esta forma, ambos entablan una conversación o más bien una terapia, que tendrá consecuencias imprevisibles y trágicas revelaciones.

Lo más interesante de esta pequeña gran obra es cómo disecciona la psique del fugitivo, yendo al origen del mal para intentar darle una dimensión lógica a tanta violencia. 


Sí, es una película profundamente analítica y reflexiva, de esas que dan para debate, pero también es muy pasional. Muestra de ello es la compleja relación que Walker mantiene con su novia: tóxica por momentos, pero también vulnerable y triste. También las secuencias oníricas ayudan a completar el retrato de este hombre atenazado por sus miedos.

Unos traumas que, lejos de dramatizarlos y retorcerlos para encajar en un molde, se antojan genuinos dentro de la trama que tan inteligentemente propone Maté. Es una defensa a ultranza de la reinserción como herramienta social, pero sin caer en maniqueísmos absurdos que tan en boga están en el Hollywood actual.

Antes de despedirme y dejar que recorráis por vosotros mismos los oscuros senderos del género, me gustaría terminar con una cita de esta película, que creo resume a la perfección la hermosa y terrible verdad de estas historias de almas en pena: «Algunos sólo precisan de un paréntesis. Con un poco de comprensión y orientación, quizá podremos salvar algo que acabaría perdiéndose». El diablo está en el quizá.