5 películas de animación para soñar despierto (o despertar en el sueño)

Hay quien dice que los sueños son un camino hacia una verdad suprema; una dimensión desconocida que encierra todas las respuestas al misterio de la vida. Incluso hay quien cree que es una forma del tiempo que trasciende a la realidad física, un ciclo infinito del que venimos y al que volvemos cuando la carne desfallece —“el soñar” o Altjeringa es la fuente de creación a la que los aborígenes australianos se referían en su exploración de la naturaleza del espíritu.



La mente y su eco dan lugar a un sinfín de interpretaciones y murmullos, teorías o creencias la mayoría anapodícticas (que no son demostrables), pero que han habitado nuestro subconsciente desde el principio de los tiempos. ¿Acaso no resulta llamativo que los bebés nacidos en la actualidad sigan soñando como lo hacían los Australopithecus afarensis hace más de tres millones de años? ¡Cuánto nos queda por aprender de nosotros mismos!

 

El caso es que, cuando cae la noche y el cansancio de las preocupaciones diurnas nos aflige, el sueño entra sigiloso por un rincón de la alcoba… Y os preguntáis, ¿para qué? Bueno, eso depende de la sesión onírica que hayáis adquirido. Y aquí estoy yo, vuestro humilde taquillero Rick Deckard, para ofreceros una selección de cinco películas con las que soñar o despertar dentro del sueño.

 

¿Dónde está mi cuerpo? (2019)

 

Esta pequeña joya de la animación francesa, estrenada en Netflix, nos invita a reflexionar sobre cuestiones existenciales tales como la búsqueda de la identidad; la esencia misma que anhelamos a lo largo de nuestra carrera contra el tiempo. Su imbricada estructura narrativa cuenta la vida del joven Naoufel desde su nacimiento hasta el instante que lo cambió para siempre; entretanto, somos testigos de las fotografías más importantes de su vida, aquella dulce alegría de la infancia y los momentos dramáticos que forjaron su carácter. 


 

La cinta, multipremiada e incluso nominada a los Óscar, es una rara avis del género; una película tranquila e introspectiva con un tono nebuloso que flota impasible entre el mundo de la realidad y el onírico. Naoufel es un chico soñador al que un trauma le cortó las alas y condicionó su vida; llamadlo destino, casualidad o moscardón. Lo cierto es que vive encerrado en sí mismo y sus frustraciones, sumido en un bucle de autoflagelación que le lleva a rememorar todo lo que pudo ser y no fue.

 

Paralelamente y de forma rocambolesca, seguimos la tortuosa odisea de una mano en busca de su cuerpo a través de las calles, las alcantarillas y los tejados parisinos. Una aventura melancólica que marida a la perfección con la historia de autorrealización de nuestro protagonista. El realizador y guionista de la obra, Jérémy Clapin, no plantea todas las preguntas ni ofrece todas las respuestas, pero abre un debate sobre la exploración personal, la huella que en nosotros dejan los seres queridos, las heridas emocionales y cómo abordarlas para comprender mejor quiénes somos y hacia dónde nos dirigimos. 



¿Dónde está mi cuerpo? hace un ejercicio de síntesis brillante, concentrando en apenas 80 minutos de emociones intensas de amor, pérdida y superación personal y lo hace sin perder al espectador gracias a un apartado artístico exquisito y una banda sonora psicocósmica que nos adentra en el vasto universo de la mente humana.

 

Por último, cabe añadir que la historia está basada en la novela Happy Hand de Guillaume Laurant. No dejéis, pues, pasar la oportunidad de ver esta maravillosa película y meditar solo o acompañado sobre sus valiosas lecciones.

 

Paprika (2006)

 

Satoshi Kon, ¡cuánto te añoramos los espíritus inquietos! La visión sobre el mundo de los sueños y la psicología humana que plasmó en pantalla este legendario mangaka lo convierten, por derecho propio, en una de las figuras más relevantes del anime. A pesar de contar únicamente con cuatro largometrajes, su legado es incontestable; cineastas como Christopher Nolan o Darren Aronofsky buscaron inspiración en su obra. Una filmografía corta, pero desbordante y densa que seduce a cualquiera que aprecie lo intangible de la existencia. Kon entendía los sueños como una extensión de la realidad, una fusión mente-materia que desafía la lógica del espectador y expande los límites de la animación como medio para contar historias.



Sus animes han habitado en la frontera entre lo posible y lo irreal; quizá el ejemplo más claro de su estilo sea Paprika. La cinta nos sumerge en una realidad alternativa en la que un grupo de científicos han desarrollado un poderoso dispositivo con el que acceder a los sueños del paciente y tratar así sus trastornos. La Dra. Atsuko, una experta “buceadora de la mente”, verá sus habilidades puestas a prueba cuando un misterioso criminal se apodera de tres prototipos con el fin de controlar la mente del soñante y subyugarlo en una pesadilla colmena sin principio ni fin. 

 

Conforme avanza la trama, esta se vuelve más intrincada e hipnótica, igual que ocurre con los sueños cuando profundizamos en ellos. Visualmente es incomparable, diríase un producto de la imaginación de El Bosco. Kon se vio influenciado por maestros como David Lynch, Buñuel o Polanski, autores que creían firmemente en la dimensión fantástica de la realidad física, a menudo como manifestación de una verdad oculta por la percepción. Paprika va de lo nuclear a lo absoluto, del sueño de un individuo a la ensoñación colectiva como punto unificador (y destructor) de la sociedad ya que, si bien el sueño potencia nuestra creatividad, también nos desnuda ante nuestros mayores miedos. A Kon le obsesionaba el desdoblamiento de la personalidad y aquí lo lleva al terreno de la independencia del subconsciente sobre su expresión corpórea, manifestándose ante los ojos de un espectador que se vuelve partícipe de la pesadilla.



El milagro de Paprika es que consigue amalgamar la ficción cinematográfica con nuestros pensamientos, dando como resultado una experiencia honda. También suscita un interesante dilema sobre los avances tecnológicos; en el transcurso de la película, queda patente que el invento ha superado ampliamente a su creador. ¿Qué dice eso de nuestra sociedad? La arrogancia es nuestro peor enemigo…

 

Paprika es, sin duda alguna, una de las cintas más sugerentes de la historia del anime; una película para revisionar y recomendar a todo aquel que, como tú y como yo, haya plantado la semilla de la ensoñación en nuestra vida diaria. Así que reposen en una nube y déjense transportar al mundo transformador de lo imaginario. 

 

El planeta salvaje (1973)

 

A principios de los 70, el dibujante parisino René Laloux empezaba a asomar la cabeza en el mundo de la animación gracias a cortometrajes tan extravagantes como Tiempo muerto (1964) o Los caracoles (1965); había trabajado con el célebre Paul Grimault y Roland Topor —este último se convertiría a la postre en su asiduo colaborador—. La historia de su vida es cuanto menos peculiar: apasionado de las artes desde la infancia, cultivó su talento para la pintura mientras trabajaba en un centro psiquiátrico. Durante cuatro años, experimentó con las posibilidades del dibujo en beneficio de los pacientes. Una vivencia que le sirvió para debutar en 1960 con el corto Los dientes del mono. 


El planeta salvaje es una experiencia que escapa a la definición y que es difícilmente comparable a nada que el espectador haya visto antes; en pocas palabras, no estáis preparados. Su visionado es lo más cercano que jamás haya estado a otro planeta. Original, inspiradora, cerebral… El planeta salvaje escapa de cualquier intento por catalogarla, igual que un sueño.

 

La historia comienza con un aura de extrañeza y primitivismo que nos invita a abandonar nuestros juicios e ideas preconcebidas. Laloux nos propone un viaje iniciático, pero no uno cualquiera, sino el de la Humanidad al completo. Imagina volver al principio de los tiempos, cuando la civilización no era más que un lejano sueño; ahora imagina que, en lugar de andar sobre la Tierra, lo hicieses sobre un planeta irreconocible, lleno de peligros y criaturas grotescas fruto de la imaginación de Dalí. Pues bien, en ese inhóspito planeta el Hombre no ocupa la cúspide de la pirámide, sino que lo hacen unos gigantes antropomorfos que nos tratan como a una plaga. 



Ciencia ficción al servicio de la psicología, deslumbrante en lo técnico y desafiante en lo narrativo; un vehículo para recapacitar sobre la raza humana desde sus albores hasta ocupar su lugar como especie dominante. El planeta salvaje nos desnuda frente a nuestras debilidades, situándonos en un contexto hostil para observar el sufrimiento que precede a la necesaria adaptación. Laloux disecciona el proceso evolutivo por el que dejamos de ser presa para convertirnos en cazadores; todo ello con una animación y una banda sonora que, por separado son magníficas, pero juntas conforman una experiencia sensorial y onírica desbordante.

 

Los amos del tiempo (1982)

 

Seguimos con ese ilustre animador y poeta de los sueños llamado René Laloux para hablar de su segundo largometraje, Los amos del tiempo. En esta oportunidad, unió sus fuerzas creativas con otra mente imaginativa como Jean Giraud “Moebius” para dar a luz una obra exótica y fascinante que seguro alimentará vuestros sueños más profundos. 

 

La historia comienza cuando dos colonos espaciales, un padre y su hijo, emiten una llamada de auxilio desde el inhóspito planeta Perdide. El mensaje lo intercepta un grupo de aventureros encabezados por Jaffar que harán lo imposible por rescatar al niño. En su camino se encontrarán con excéntricos personajillos, ecosistemas diversos, criaturas monstruosas y una avanzada a la par que amenazante civilización. 



Los amos del tiempo es un proyecto más ambicioso que El planeta salvaje. Laloux apuntó muy alto en su búsqueda por superar su ópera prima; la envergadura y cantidad de personajes así lo demuestran. Sin embargo, más no siempre es mejor. El principal problema de la película radica en un guion disperso al que le falta un mensaje más contundente. Es por ello que el ritmo se resiente, aparte de aquejar más el paso del tiempo debido a un apartado artístico un tanto envejecido en comparación con su predecesora. No obstante, que esto no os eche para atrás, porque estamos ante una aventura con momentos imponentes que de seguro os dejarán boquiabiertos. El poderío visual de Moebius basta para justificar su visionado. 

 

Después de su intrigante acto introductorio, la cinta se divide en dos líneas de acción: por un lado, seguimos a Piel, un niño que deambula por los variopintos parajes de Perdide hasta hallar refugio en un singular bosque; por el otro, tenemos a este diverso grupo de trotamundos con algunos intereses en común… y otros encontrados. Donde la película brilla más es en su retrato de la infancia vulnerable a los peligros del mundo real; una historia dominada por la soledad y la lucha por la supervivencia. Es ahí donde Laloux comprueba la fortaleza del espíritu humano, su capacidad para sobreponerse a las adversidades ya incluso en la más tierna infancia. 



Los amos del tiempo es una aventura inconsistente que peca de una ambición desmedida y aunque es netamente inferior a El planeta salvaje, no es ni mucho menos desdeñable gracias al impresionante universo que construye —lleno de escenas y personajes inolvidables— y a una exploración del trauma infantil sorprendentemente buena. Si tenéis curiosidad por ver el arte de Moebius y Laloux plasmado en celuloide ante vuestros ojos, no dudéis en verla.

 

Memories (1995)

 

Tres directores en un proyecto de antología sci-fi encabezado por el maestro del anime Katsuhiro Otomo. A raíz del éxito de Akira (1988), Otomo colaboró con otros dos mangakas para producir una película de episodios que tuviera la imaginación como nexo. El resultado es Memories, recuerdos de sueños o pesadillas ideadas por algunas de las mentes más sugerentes del país del sol naciente. Un filme que mantiene al espectador cautivado por su abrumador despliegue audiovisual y su variedad temática. Tres historias la componen, cada una con un enfoque distinto, pero todas ellas logran plantar una semilla de pensamiento en nosotros; un universo de conceptos evocadores dibujados en la gran pantalla como si de un lienzo se tratara. Memories es ante todo un llamamiento a la creatividad, a empujar los límites del medio para contar historias refrescantes, vibrantes y reflexivas sobre la esencia humana, el pegamento que nos une a través de la edad y el espacio. Es la clase de película que lucha contra la dictadura de la apatía, contra lo cómodo y que encuentra en la mente un refugio donde sanar las alas con las que echar a volar.



 Como ocurre en toda antología, algún episodio llamará más nuestra atención más que otro, pero esto no ha de preocuparos, ya que los tres tienen algo a lo que agarrarse intelectual o artísticamente. Memories rebosa ingenio por cado uno sus fotogramas, lo cual la lleva inexorablemente a los sofisticados entresijos del anime; el primer capítulo seguramente sea el más arrollador e intenso, mientras el segundo y el tercero rondan a su alrededor como satélites bienintencionados. 

 


El primero de ellos, titulado Rosa magnética, se ambienta en un futuro no tan lejano en el que una nave verá modificado su rumbo a causa de una enigmática llamada de socorro proveniente de lo más recóndito del cementerio galáctico. Os suena, ¿verdad? La propuesta, guionizada por el gran Satoshi Kon y dirigida por Koji Morimoto, es una aventura cósmica con tintes de terror gótico; hay “castillos en ruinas”, personajes infaustos y una atmósfera de intriga que alimenta la zozobra. Dura poco menos de tres cuartos de hora en los que cabe un sinfín de posibilidades y un profundo estudio de la psicología humana que al más aficionado a la lectura le conducirá inevitablemente hasta Stanislaw Lem y su célebre novela Solaris. Es una pieza reverencial con sus clásicos que analiza las relaciones afectivas, la tortura de la soledad forzada y la búsqueda de un propósito. Rosa magnética tiene muchas espinas que el espectador ávido de experiencias nuevas podrá desentrañar.



Seguimos con el segundo, Bomba fétida, escrito por Otomo y dirigido por un debutante Tensai Okamura, quien cuenta en clave humorística la cadena de sucesos que conducen a Japón a una catástrofe sin precedentes. A primera vista, su tono alegre y juguetón nos puede llevar a pensar en una comedieta, aunque pronto descubrimos la gravedad del asunto. El título, inspirado en el género kaiju nacido al amparo del hongo nuclear, sirve de advertencia acerca de los peligros de una ciencia y tecnología que avanzan más rápido de lo que la sociedad puede asimilar. Su ligereza la hace parecer más inofensiva, menos trascendental que sus hermanas y el desarrollo también se queda corto en comparación. Parte de un dilema tabú en el mundo tecnologizado en el que vivimos, pero le cuesta desarrollarlo más allá de lugares comunes. Bomba fétida no es el episodio más memorable de esta colección, aunque deja la puerta abierta a una discusión de ramificaciones imprevistas.



El tercer y último capítulo es un espacio reservado para la experimentación de Katsuhiro Otomo. Es la propuesta más conceptual y por qué no decirlo, sesuda. Otomo desviste al anime de su coqueta parafernalia para quedarse con lo nuclear. Es la más sencilla técnicamente; el mensaje como leitmotiv de una obra. En sus 20 minutos de duración apenas se vislumbra acción alguna, lo cual puede causar rechazo en una parte del público que la considere demasiado críptica. Personalmente, la encuentra maravillosa. Una perla de sabiduría que previene sobre los nacionalismos como mecanismo para incitar la maquinaria del odio que tanta destrucción causó en el siglo XX. Carne de cañón —como se titula— sigue la vida diaria de una familia consumida en carne y espíritu por el negocio de la guerra. Otomo diagnostica un cáncer provocado por la radicalización de las masas a través de los medios y de un Estado parasitario. Un cortometraje perturbador que bombardea la mente con principios e invita a reconducir nuestra sociedad antes de que el veneno de la “pólvora doctrinaria” haga mella en el alma colectiva.

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