Buscando
una verdad en la ciudad apócrifa. Ridley Scott culmina su obra magna con un
profundo relato sobre la condición humana, el sentido de la vida, los recuerdos
y las consecuencias de nuestros actos.
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La
vida se compone de momentos que nos cambian, nos moldean y nos convierten en lo
que somos. Para nosotros, ese momento fue una película. Una obra que dejó una
marca indeleble en nuestra memoria y nos hizo enamorarnos definitivamente del
cine. Puede que estuviésemos predispuestos a ello desde el principio, pero fue en
ese instante cuando descubrimos que éramos cinéfilos. En mi caso ese filme fue
Blade Runner, cinta estrenada en 1982, escrita por Hampton Fancher y David
Peoples, dirigida por
Ridley Scott y protagonizada por
Harrison Ford. Hubo un
antes y un después tras visionarla por primera vez; recuerdo que por algún
motivo no podía dejar de verla. Su atmósfera, el lirismo de sus diálogos, la
atención al detalle de sus escenarios, sus magnéticas interpretaciones y una banda
sonora para el recuerdo hicieron de aquella una experiencia inolvidable. Tiempo
más tarde volví a verla y a redescubrirla, entresacando numerosas lecturas
subyacentes a la historia detectivesca de
Rick Deckard. Y así, la vi una y otra
vez y no me cansaba de hacerlo, ya que su mensaje era tan desafiante y a la vez
tan cautivador que uno no podía más que rendirse ante su visión. La trama
principal en sí no es complicada: nos encontramos en el año 2019, la tecnología
ha avanzado de tal manera que somos capaces de crear vida artificial a imagen y
semejanza nuestra. A estos androides, denominados
Nexus 6, los llamamos
replicantes y los empleamos como mano de obra esclava en misiones espaciales. Estas
máquinas, creadas por la Corporación Tyrell, nos superan en fuerza y agilidad y
nos igualan en inteligencia. Sin embargo, carecen de emociones…o eso queremos
creer. Por eso, para evitar que sus experiencias les confieran una identidad,
les han puesto una fecha de caducidad de cuatro años. Sin embargo, cuando un grupo
de Nexus 6 huyen de su esclavitud, el detective y caza-replicantes Rick Deckard
se verá obligado a “retirarlos” de las contaminadas calles de Los Angeles, ciudad
donde se esconden. Una historia de cine negro, ambientada en un futuro
distópico, que cuenta además con una crítica mordaz sobre la deshumanización de
nuestra raza; sobre el abandono de la naturaleza que nos vio nacer, en pos de
la tecnología. Como suele ocurrir con estas películas, no fue comprendida en su
momento, lo cual se tradujo en un batacazo en taquilla aunque a la postre sería
considerada como una obra visionaria que, a la luz de los acontecimientos
recientes, está más de actualidad que nunca. Su influencia impulsó subgéneros
como el
cyberpunk y sirvió como fuente de inspiración para obras de culto de la
talla de
Ghost in the Shell y
Días extraños (1995),
Gattaca (1997) o
Dark City
(1998) entre otras. En este análisis entraré en los detalles que, desde la
música hasta el guión, hacen de Blade Runner una obra maestra.
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Quisiera
comenzar por lo primero que nos impresiona de esta obra: sus efectos visuales.
Y no puedo hablar de ellos sin mencionar el nombre de uno de sus grandes
artífices: Douglas Trumbull. Tras haber trabajado en proyectos como
Encuentros
en la tercera fase o la revolucionaria
2001: Una odisea del espacio, Trumbull
se vio atraído al proyecto por su particular enfoque artístico y la posibilidad
de trabajar con Ridley Scott, cuya escasa filmografía ya reflejaba sus dotes
como realizador. Y así fue como obtuvimos una de las mejores colaboraciones en
la historia del cine. Hay que tener en cuenta que en 1982 los efectos por
ordenador aún no eran una opción, lo cual hace su labor aún más meritoria. Tan
sólo podemos hacernos una idea de la magnitud de los sets de rodaje, de los
decorados y en general del enorme esfuerzo que tuvieron que poner todos los
integrantes en la producción de la película, para crear una atmósfera única,
que trascendiese la pantalla; que nos hiciera sentir dentro del universo ideado
por el visionario director británico. Tanto interiores como exteriores, desde
el mugriento despacho del Capitán Bryant hasta el destartalado piso de Deckard,
pasando por las infestadas calles de un Los Angeles donde la multiculturalidad
reina. Los letreros de neón escritos en japonés, los paraguas con luz LED, el
humo que brota del subsuelo y contrasta con la pesada lluvia que no cesa de
caer. La ingente cantidad de extras, cada uno cumpliendo un rol en este
particular ecosistema. Nadie ni nada está puesto al azar; todo contribuye a la
total y absoluta inmersión del espectador. Y todo lo que veis es real. Sin duda,
Blade Runner es uno de los grandes hitos de Hollywood. Un ejemplo de
colaboración, donde todas las piezas encajan y cumplen su propósito a la
perfección. Además de Trumbull, otro nombre que cabe mencionar es el de Syd
Mead, diseñador industrial y artista, que contribuyó enormemente a concebir las
imágenes que más tarde veríamos en pantalla. En colaboración con Scott, cuya
idea del futuro fue inspirada por la revista Heavy Metal, Syd Mead tuvo una
visión y esta la plasmó en arte. Si deseáis saber más sobre este y otros
aspectos fundamentales del proceso de producción, que costó 28 millones de
dólares de la época, les sugiero los siguientes documentales:
Días peligrosos y
On the edge of Blade Runner.
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Hecha
la introducción, les propongo que comencemos a hablar de todos los secretos que
guarda esta cinta. Para hacerlo me he basado en el
“Final Cut”, la última y en
mi opinión la mejor edición del filme. Lo primero que me llama la atención es
el uso del texto inicial, una herramienta poco vista por aquel entonces, pero
muy eficaz en este caso. Con un breve párrafo, Ridley Scott sienta las bases
sobre las que se levantarán los argumentos que explorará más tarde. Los
replicantes, a los cuales se les considera indignos de convivir en la Tierra con
sus creadores, deben ser
“retirados” por una unidad especial de la policía
conocida como Blade Runner. Ni siquiera se le considera asesinato, ya que no se
les confiere ninguna cualidad humana –pese a estar igual o mejor capacitados-. Acto
seguido vemos las primeras imágenes de Los Angeles, una ciudad convertida en
basurero. Como si de una nueva industrialización se tratase, las fábricas
contaminan el ambiente, escupiendo fuego por sus chimeneas como si del
mismísimo infierno se tratase. Los coches voladores han sustituido a las aves;
la luz del neón a la del sol; mientras, la luna se encuentra tapada por la
espesa y asfixiante atmósfera. La oscuridad se ha apoderado hasta del último
rincón de la megalópolis. Luego está el ojo, representación del alma, observando atentamente las catastróficas consecuencias
de la acción del Hombre. La pirámide faraónica de la Tyrell Corporation hace
gala de su poder, erigiéndose incluso por encima de los rascacielos; su
arquitectura de inspiración egipcia contrasta con las edificaciones
occidentales y las orientales, creando una amalgama de culturas impensable.
Pero pronto aprenderemos que, en el universo de Blade Runner, lo inimaginable
se vuelve realidad. De pronto, observamos a un Blade Runner manteniendo una
reunión con un trabajador de la Tyrell llamado León. Sospechoso de ser uno de
los cuatro replicantes fugados, el agente le hace pasar el test Voight-Kampff.
Dicho examen plantea preguntas incómodas, para poner a prueba su respuesta
emocional, mediante la observación de las pupilas y la dilatación involuntaria
del iris. En la siguiente escena aparece por primera vez nuestro protagonista
(¿o antagonista?) Rick Deckard, leyendo un periódico, dando la apariencia de estar
anclado en otra época. Está claro que, o no cree pertenecer o no ha sabido
adaptarse, lo cual nos indica cierto grado de inconformismo. Levanta la mirada
cuando un zepelín en el cielo le intenta vender una nueva vida lejos de allí.
La idea le seduce pero la realidad no tarda en golpearle cuando Gaff –personaje
interpretado por Edward James Olmos- interrumpe su almuerzo. Hablando una jerga
que combina elementos del japonés, inglés, español, alemán, francés, chino y
húngaro, el veterano Blade Runner convence a Deckard para que asista a una
reunión con Bryant, capitán del departamento. Poco después, este le amenaza con matarlo sino accede a trabajar para él. En una de las escenas más
“noir” de la cinta, Bryant le enseña la ficha de cada uno de los
cuatro fugitivos. La atmósfera cargada con humo de cigarrillo y la iluminación,
que juega con las sombras y con un azul tan pálido que roza casi el blanco,
recuerda a las cintas policiacas clásicas. Deckard, a su vez, guarda cualidades
“marlowescas” como el abuso del alcohol, su carácter solitario y temperamental
o su indumentaria. Sin embargo, uno de los detalles que más me fascinan de esta
escena es el ventilador encendido que hay al fondo del despacho. ¿Estamos en
2019 y aún no hay aire acondicionado? Evidentemente Scott juega con la idea de
un futuro gastado, donde algunas facetas de la vida cotidiana han cambiado mientras
otras permanecen ancladas en el pasado. Estando tan acostumbrados a la idea de
un futuro pulcro, resulta chocante ver una nave destartalada como la Nostromo o
una ciudad tan inmunda como Los Angeles. Sin embargo, esa
particularidad es la que hace que cobren vida, ya que no se ve estéril ni
aséptico en los ojos del espectador. Cada fotograma es una combinación entre el
futuro y el pasado, entre la esperanza y la nostalgia, entre la vida y la
muerte. Dos conceptos necesarios para comprender la filosofía del filme.
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Llevamos
unos quince minutos cuando Deckard obtiene la misión que lo guiará el resto del
metraje. El primer acto ya ha terminado, lo cual le deja más espacio a la
historia para desarrollarse debidamente. Un tiempo que Scott empleará en
evolucionar a sus personajes, entregarnos su mensaje y plantear un debate. El
segundo acto arranca con una escena de uno de los apabullantes salones del
palacio de Tyrell, cuya superioridad sobre el resto de la población recuerda a
la de un Dios viviendo en el Olimpo. El sol luce tras la balconada y refleja
sus rayos en los brillantes objetos del lugar. Un búho artificial nos recuerda
que en este futuro, los animales se han extinguido o están a punto de hacerlo.
Poseer uno, aunque este fuese falso, era una muestra de riqueza. Rachael
irrumpe en escena junto a Eldon Tyrell. Este deja claro que, para que el
negocio siga prosperando, el lema de su empresa
“más humanos que los humanos”
debe cumplirse a rajatabla. Por lo tanto, Rachael no es más que un producto
mejorado. Y su éxito se vuelve rotundo cuando Deckard suda tinta china para
verificar si es o no una replicante. Ante el asombro del agente, Tyrell le explica
que ella tiene recuerdos implantados que la hacen más segura de sí misma, menos
inestable. Crea toda una vida de mentira alrededor de ella, para que no se
obsesione con la duda sobre su naturaleza, como han hecho Batty y los demás. Y
hablando del rey de Roma, pasemos a la escena del fabricante de ojos, donde
Rutger Hauer recita el primero de los dos versos de la película. Este fue
sacado de un poema de William Blake y se refiere a la figura de Orc, un
personaje dentro de la mitología del poeta, que representa la encarnación de la
rebelión contra las leyes de Dios. De esta forma, vemos un claro paralelismo
entre los replicantes que, buscando extender sus vidas, se rebelan contra su
creador. Mientras, Deckard regresa a su apartamento tras haber examinado el de
León y haberse llevado unas fotos suyas. Lo que no sabe es que Rachael sabe
donde vive y le hace una visita. Vemos el interior del piso lleno de libros,
fotos, alcohol y demás cosas tiradas en la oscuridad. La penumbra y el desorden
del lugar manifiestan el propio estado de ánimo de su morador. Rachael tiene
una pregunta que busca resolver:
“¿soy verdaderamente humana?” La respuesta
negativa que le da Deckard la cambia por completo. Imaginaos que todas vuestras
fotos, vuestros recuerdos, pertenecieran a un extraño. Ella pierde todo
propósito, cayendo en la cuenta de que sólo es un experimento más. La sensación
de vacío provoca tal frustración en Rachael, que huye despavorida del
apartamento. En ese instante somos testigos de uno de los momentos más emotivos
y sinceros de la cinta. De pronto, la línea entre lo humano y lo replicante
comienza a confundirse y el espectador empieza a dudar:
“¿son tan artificiales
como nos quieren hacer creer? ¿Tan poco valen sus vidas?” Por supuesto, ninguno
de estos momentos resultarían tan emocionantes sin la mística banda sonora de
Vangelis, de la que hablaré más tarde. Tras la decepción de Rachael, Pris entra
en la historia para engatusar a J.F. Sebastian, un personaje que padece una
enfermedad de envejecimiento prematuro (Síndrome de Matusalén) y que conecta
rápidamente con la situación de los Nexus 6. De nuevo, como ocurre con todos
los habitantes de este mundo, nadie parece feliz ni satisfecho consigo mismo. Todos
parecen sumidos en un estado permanente de tristeza, desidia y nostalgia. Es
como si la raza humana, tal y como la conociéramos, estuviese en las últimas y
los pocos que pueden permitírselo escapasen de La Tierra. Como un éxodo.
Pasamos a otra escena capital para entender a Deckard. En ella le vemos
presumiblemente borracho, tocando el piano y mirando fotos que parecen ser
demasiados antiguas para ser suyas. De repente, cae dormido y sueña con un
unicornio. Más adelante entenderemos la significación que tiene…o puede que no.
Después de hacer unas pesquisas con la máquina que manipula fotografías –muy
original por cierto-, se dirige a un bar donde cree que trabaja una de las replicantes
fugadas. Sus sospechas estaban bien encaminadas y, tras una espectacular
persecución, Deckard acaba con la vida de Zhora. Disparada por la espalda,
intentando huir, así es como murió. Su sangre no es blanca como la de Ash en
Alien. Es tan roja como la de cualquier humano. Acto seguido, León aparece para
vengar la muerte de su amiga. Por suerte, Rachael lo salva. Pese al desprecio
de Deckard, ella eligió salvarle la vida. Él sabe que ese acto de compasión no
abunda en esos días y cae en la cuenta de que, humana o replicante, sus
acciones hablan por sí solas. De vuelta en el apartamento, el amor surge entre
ellos. Aunque no es un amor tierno, al menos para Deckard, que la obliga a
quedarse. Esta escena es un tanto divisoria: algunos piensan que la fuerza a
quedarse con él, otros que refleja la falta de relaciones afectuosas de esa
sociedad. Sinceramente, creo que ninguna de estas posturas puede descartarse.
Lo que yo creo es que él admira su inocencia, sus ansias de vivir y trata
de reconocer sus méritos diciendo que toca muy bien el piano, separándola de
sus recuerdos prefabricados, para que cree los suyos propios. Pero ella ya no
está segura de qué es real y qué artificial; dónde termina su memoria
implantada y
dónde comienza la suya
propia, si es que acaso la tiene. ¿Puede sentir por sí misma? Ridley Scott y
Harrison Ford comunicaron esto de una forma un tanto brusca, pero quiero creer
que su relación es verdadera y que están aprendiendo a lidiar con ella. Además,
teniendo en cuenta el rol fundamental que le atribuyó a lo largo de su carrera
cinematográfica a las mujeres (Alien, Thelma & Louise, La teniente O’Neil,
etc.) , dudo que Scott tuviese en mente nada discriminatorio. Y pasamos de un
momento de revelación para estos personajes a otro igualmente revelador para
Pris y Batty, los últimos replicantes fugados con vida. Pris le dice a J.F.
Sebastian que “piensa, luego existe”, célebre frase de Descartes. Este
pretendía establecer una verdad indubitable y para ello sostenía que no puede
dudar de que está dudando, puesto que eso conduciría de vuelta a la duda. Dado
que dudar es pensar, Descartes postula que por ello debe existir. A Pris y a
Batty les invaden las dudas sobre su identidad, sobre el tiempo que les queda
de vida, lo cual nos lleva inequívocamente a reconocer su existencia. Entramos
en los últimos instantes del segundo acto, Batty se dirige a los aposentos de
Eldon Tyrell para exigirle que prolongue su existencia y la de su amor. Lo que
obtendrá no será la verdad que deseaba. Al fin de cuentas, pese a que Tyrell
intente crear una imagen casi divina de sí mismo, no es más que un humano como
los que andan por las calles de Los Angeles. De ahí que Batty se burle de él
llamándole
“dios de la biomecánica”. Falso dios, falso reino.
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Por
último, el tercer acto es donde ser resuelven los arcos de los personajes
antagonistas: Roy Batty y Rick Deckard. Replicante contra humano. Un duelo bajo
la lluvia que culminará con uno de los momentos más mágicos de la historia del
cine. Con Pris ya muerta, vemos a un Batty más humano que nunca. Poco a poco se
va deshaciendo de sus temores y de su ira. En el instante final, cuando Deckard
está a punto de morir, Batty elige salvarlo. La opción más humana. Ha aceptado
su condición y ha alcanzado la paz interior, representada por la paloma. En su
últimas palabras condensa su vida, sus recuerdos, su humanidad y lamenta que
todo eso
“se pierda en el tiempo, como lágrimas en la lluvia”. Magníficas
líneas improvisadas por el propio Rutger Hauer. Deckard admira su sinceridad y empatiza
con él. Al fin y al cabo, ambos representan dos caras de la misma moneda. Un
reflejo del mismo problema: la deshumanización de la sociedad en la que viven.
Ambos son románticos en un mundo que los ha abandonado a su suerte. Su mensaje
es que no importa si eres humano o no, sino lo que haces con la vida que te ha
sido conferida. Los momentos únicos y propios a tu ser; aquellos que te hacen
quien eres y te distinguen de los demás. Aprovéchala pues, vívela y transmite
tus experiencias para sobrevivir en los recuerdos de los demás. Deckard
comprende la importancia del amor de Rachael y corre a buscarla al apartamento,
rezando para que siga con vida. Y así es, aunque Gaff parece habérsela
perdonado, ya que encuentra una figura de origami suya en la entrada. Una
figura de un unicornio…¡un momento!, ¿quiere decir esto que Deckard es un
replicante? Yo digo que no importa. No hay una respuesta correcta a la
pregunta. Porque, si es cierto y tan sólo fuese un esclavo a las órdenes del
departamento de policía, su decisión de anteponer sus sentimientos a su
despreciable trabajo le ha dignificado. Le han humanizado.
Antes
de terminar este extenso análisis, hay un último apartado del que debo hablar.
La música de Vangelis. Una hipnótica sinfonía tecnofuturista con notas de jazz, que
encierran un emotivo mensaje sobre la nostalgia y la tristeza de un pasado que
perseguimos. Algunos porque desearían tenerlo (replicantes) y otros porque
sienten el pasar de los años, de esos momentos que nos conforman y nos traen
recuerdos (humanos). Me viene a la mente el tema “Memories of Green”, “One more
kiss, dear” o el mismo “Love Theme”. Por otra parte, otras piezas como “Tales
of the future”, cantada en árabe por Demis Roussos, ayuda a crear ese místico y
multicultural ambiente tan característico de la ciudad. Su música no sólo
acompaña a las exquisitas imágenes filmadas por Jordan Cronenweth, sino que se
funde con ellas para ser una sola.
En
definitiva, Blade Runner es uno de los máximos exponentes del género cyberpunk.
Alta tecnología y bajo nivel de vida, así se definiría en adelante. Su visión
del futuro es premonitoria, las preguntas que plantea están lo suficientemente
bien formuladas como para tentarte a responderlas. Algunas de ellas puede que
las resuelvas tras múltiples visionados, mientras otras permanecerán abiertas,
contribuyendo a la perennidad del filme. En cuanto a Rick Deckard, su historia
es la de alguien perdido en un mar de dudas. No sabe en qué creer ni en quién
confiar. La sociedad se desmorona y él está en el centro del problema. Quiere
escapar pero no puede…ni sabe. Condenado a llevar la vida de un Blade Runner,
un asesino, alguien repugnante que se alimenta del fracaso de otros. Sin
embargo, cuando menos se lo espera surge la oportunidad de cambiar su sino, por
difícil que parezca. Batty le ayudó a encontrar el camino y Rachael es la
persona con quien quiere compartirlo. Quizás no tengan mucho tiempo pero,
¿quién lo tiene?
10/10:
¡HORA DE VIVIR!
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