Crítica sin spoilers - Los asesinos de la luna (2023)

Expulsados de sus tierras en Misuri, Arkansas y Kansas por los colonos y las guerras intestinas, la nación Osage conocida como Ni-U-Kon-Ska o Hijos de las aguas medias en referencia a los ríos Ohio y Osage que poblaron originalmente, fueron forzados por el gobierno a desplazarse a una reserva en el rincón más yermo del Estado de Oklahoma; un páramo ignoto donde apenas afloraban cultivos y los duros inviernos diezmaron su población a la mitad. Eran un pueblo asolado por la tragedia y la hambruna, abandonado a su suerte por un estado y una población civil ajena a su sufrimiento hasta que, a principios del siglo XX, estalló el boom petrolero.


Así comenzó la fiebre del oro negro que atrajo las miradas codiciosas del hombre blanco. Con el beneplácito del gobierno, se estableció un sistema de subastas con el que se arrendaron parcelas para la explotación de pozos. Los Osage poseían 6000 km2 fértiles en petróleo que fueron cediendo a empresarios blancos a cambio de unas regalías que los convirtieron en el pueblo más rico per cápita del planeta. En 1923, los Osage latifundistas habían recibido el equivalente a $400 millones actuales, una inmensa riqueza que les permitió vivir en mansiones y tener chóferes y criados a su servicio. El dinero fluía a sus arcas con tanta ligereza que los burócratas de Washington no tardaron en aprobar una Ley de Adjudicación por la que los tribunales locales debían autorizar un guardián o tutor que gestionara las regalías de los Osage mestizos hasta que estos demostraran tener “competencia”. Esta ley incentivó la estafa que detonó, años después, en los crímenes que se cobraron la vida de al menos 60 nativos en un escabroso caso que atenta contra los cimientos de los EE.UU.


 

A sus 80 años, 64 de ellos en la silla de director, Martin Scorsese vuelve con el brío y la creatividad de un chaval en Killers of the Flower Moon o Los asesinos de la luna, un arrebatador melodrama que aborda el caso real de los asesinatos de nativos Osage llevado a cabo por un grupo de hombres blancos en Fairfax (Oklahoma). Una película basada en hechos reales que sirve para destapar la corrupción arraigada en lo más profundo del mal llamado sueño americano. 

 

La película está protagonizada por Leonardo DiCaprio, Lily Gladstone y Robert De Niro y cuenta además con la inestimable colaboración del guionista Eric Roth (Forrest Gump, El dilema, Munich) para la titánica labor de adaptar el libro homónimo en el que se basa. Un equipazo que completan el fotógrafo mexicano Rodrigo Prieto —socio habitual de Scorsese— y la montadora Thelma Schoonmaker, mente maestra detrás de su cine y esposa en otra vida. Juntos se embarcan en este ambicioso proyecto que busca desmitificar la leyenda fundacional de América, contando una verdad largo tiempo olvidada.

 

Pocas obras abruman tanto como para dejarte sin palabras; esta es una de ellas. Los asesinos de la luna es la demostración de que un cineasta puede llegar al ocaso de su carrera con la misma energía y ambición que un novicio. Scorsese lleva años demostrando que su estilo sigue más vigente que nunca, adaptándose a los vientos de cambio sin renunciar a los temas que marcaron su vida, véanse la interrelación entre la violencia, la corrupción, la fe religiosa y la espiritualidad en universos que pecan de una descomposición moral. 

 

En su última película, el genio neoyorquino trata la salvación del alma, no de un personaje sino de una nación. Un ejercicio de revisionismo visto desde la perspectiva de los perdedores de esta historia, unas gentes que creyéndose bendecidas por el destino fueron en realidad engañadas y traicionadas. Esta es ante todo la crónica de una ignominia, un capítulo de la Historia americana enterrado bajo mentiras, dinero sucio y la sangre de unos espíritus silenciados. 

 

Para hacerlo, los guionistas centran la trama en Ernest Burkhart (DiCaprio) y Mollie Kyle (Gladstone), una pareja mestiza cuyo romance pronto se tornará en tragedia. Ambos representan la cara y la cruz en este conflicto, que es el mismo que arrastramos desde los albores de la Humanidad. Una vez colocadas las piezas y establecidos los intereses, algo en lo que la película invierte gran tiempo y esmero, nos espera un descenso por los vericuetos más disolutos de la conducta humana. 



No nos engañemos, Los asesinos de la luna no es un thriller, ya que no hay misterio ni giros que nos mantengan en vilo. Al contario, la película opta por mantenernos informados, de forma que siempre vamos por delante de los personajes. Como diría Hitchcock, eso es suspense y uno realmente bien hilado. En un movimiento genial, Scorsese y Roth le dan un vuelco al género true crime al que pertenece la novela, convirtiéndolo en un reportaje de crónica negra donde el espectador está tan indefenso como lo estuvo el pueblo Osage. De esta forma, nos vemos maniatados en la butaca, forzados a ver toda clase de atrocidades sin tregua. Scorsese quiere que nos indignemos ante una historia que, como ocurre con muchas otras, no podemos reescribir y a menudo ignoramos. Porque esto es algo más que cine, es una lección de vida.

 

No obstante, las dudas acerca de su duración siguen sobrevolando la película. Mucho se ha debatido acerca de sus tres horas y media de metraje y lo cierto es que no hay una respuesta definitiva. Personalmente, creo que están más que justificadas, no tanto por lo que cuenta sino por cómo lo hace. Otro director menos involucrado en el proyecto hubiera firmado un thriller convencional, sin duda interesante porque el material lo es en sí mismo, pero desprovisto de corazón. Scorsese llevaba siete años queriendo realizar este filme, siete años durante los cuales fue gestando la historia, cuidándola hasta el más mínimo detalle para que cobrara vida ante nuestros ojos. Eso, señoras y señores, es cine con mayúsculas. El arte no se mueve por dinero o por modas, sino por la pasión de un artista entregado en cuerpo y alma a su misión. Los asesinos de la luna es una épica americana que resuena en los ecos de la Historia, creada por un autor nacido y criado en las entrañas de la gran maquinaria, que ahora ejerce de portavoz de las almas engullidas por esta.

 

Los crímenes que asolan a la población indígena de Fairfax son solo la punta del iceberg tras la cual se oculta una larga tradición de saqueo y pillaje. La codicia y las ansias de poder crearon lobos y de sus actos se levantaron los cimientos sobre los que reposan los EE.UU. Una nación regada con la sangre de las víctimas hasta florecer en el imperio que hoy conocemos. Hay algo profundamente perverso en los hechos acaecidos, como si un mal primitivo se hubiera apoderado de esas malas tierras. No hay una inteligencia mayor ni un elaborado plan que mueva a los personajes, solo una sed insaciable de poder. Hay quien pueda ver esto como un punto negativo, yo no desde luego, pero sí es cierto que secundarios como Scott Shepherd, Jesse Plemons o un Brendan Fraser que desentona cual juanete ven sus roles difuminados.



En la historia del cine hemos visto villanos de toda clase: intelectuales, carismáticos y charlatanes, algunos incluso tenían una visión, errónea claro está sino no serían malos, pero había algo llamativo en ellos. Fairfax es un microcosmos abandonado dentro de un país de apenas un siglo de existencia y una Guerra Civil a sus espaldas; para aquellos blancos, la mayoría de ellos colonos, su Constitución era la ley del más fuerte. Ese es el mundo que habitaron los personajes de Los asesinos de la luna, uno sin sistema moral ni reglas de juego donde lo importante es la extensión y el valor de tu terreno.

 

Aunque cueste encontrarle igual dada su envergadura y la inmensidad de sus ideas, Scorsese emparenta su último trabajo con épicas como Gigante (1956), Pozos de ambición (2007) o Érase una vez en América (1984). Con los años, el maestro italoamericano ha rebajado su excentricidad, dotando sus filmes de mayor empaque y contención dramática. Una sobriedad clásica que aquí potencia con respecto a El irlandés (2019) o la cuasi experimental Silencio (2016); esto no significa que se haya vuelto aburrido. Su estilo está en constante evolución, incorporando elementos de directores veteranos y noveles; Scorsese no conoce la palabra estancado, lo que hace que sus películas sean tanto o más evocadoras que en sus inicios. 

 

El cineasta cierra así un tríptico apócrifo dedicado al espíritu de los EE.UU. que comenzó en Gangs of New York (2002), prosiguió con El lobo de Wall Street (2013) y culmina con Killers of the Flower Moon (2023). Un poderoso recorrido por los pecados capitales del país que lo vio nacer y que acogió a sus antepasados, exorcizando de paso los suyos propios.

 


En cuanto al trío protagonista, cada uno representa a su manera los distintos arquetipos que han poblado los libros de Historia. Por un lado, el sádico Maquiavelo (De Niro); por otro, la bondad sacrificada (Gladstone); y por último, pero no menos importante, el vulgo a menudo manipulado e idiotizado para perpetrar los actos más crueles en aras del poder (DiCaprio). 

 

Los tres están brillantes en sus respectivos registros. DiCaprio quizá sea el más sorprendente, ya que Ernest está desprovisto del glamour y el carisma desbordante que han caracterizado su carrera. Es un papel de bruto simplón poco agradecido para una estrella como él, pero en el que mantiene siempre la compostura y alcanza a conectar con un público al que tendrá en su contra. 

 

La nota más satisfactoria la pone un De Niro que regresa a la senda de sus antiguas proezas con ocasionales exabruptos propios de la comedia negra que para nada lleva al histrionismo. Su presencia sigue imponiendo respeto, más escalofriante aquí si cabe. William Hale, apodado el rey por su influencia entre los Osage y los blancos por igual, era un tipo taimado y sin escrúpulos que sabía muy bien lo que quería y cómo conseguirlo. Una serpiente viscosa que se deslizaba sutilmente entre el petróleo inyectando su veneno en la tribu. De Niro hace un despliegue magnético de carisma siniestro con una mirada gélida y genuinamente aterradora.

 

Pero sin duda alguna quien brilla con luz propia es la desconocida Lily Gladstone, el nuevo descubrimiento de Marty. La actriz, nacida y criada en la Reserva de los Blackfeet en Montana, hace una labor extraordinariamente lúcida como Mollie, una mujer fuerte que cree haber encontrado su compañero de vida en Ernest. Su interpretación transmite delicadeza y sensibilidad sin por ello indicar flaqueza; más bien al contrario, es perspicaz e independiente, pero cae en la trampa del amor. Es un mirlo blanco rodeado de buitres.

 

El montaje de Thelma Schoonmaker también es digno de elogios, facturando aquí uno de los mejores trabajos de su dilatada carrera. Con un primer corte que superaba ampliamente las 5 horas, Thelma hubo de condensar la información y hacerla digerible para el espectador a la vez que respetaba la profundidad del mensaje. Dar con la tecla exacta y mantenerla durante 3 horas y media sin desafinar ni perder agilidad en el proceso es una tarea harto complicada de la que sale prácticamente indemne. Y digo prácticamente porque hay alguna que otra escena reiterativa, pocas, pero que se hacen más evidentes en un metraje tan extenso como este. 

 

Su estilo de edición fue precursor en el cine moderno. La vertiginosa locura de sus cortes agilizaba las escenas de una forma inédita. Era un montaje tan visible como los personajes que habitaban las historias. Así puso de moda un estilo de edición del que ahora reniega de alguna manera. En el ocaso de sus carreras, Marty y Thelma siguen experimentando, jugando y madurando su arte, bajándole las pulsaciones a Los asesinos de la luna para dejar que el argumento cale hondo, pidiéndole al espectador que preste más atención a los gestos y las conversaciones. Ellos, que crearon rock and roll fílmico, se inclinan ahora por un blues tan denso como el alquitrán.



Incluso los asesinatos, que en el cine de Scorsese siempre fueron viscerales y exagerados, adquieren aquí una mayor gravedad. Atrás quedan los días dorados de ejecuciones rockeras, donde unos mafiosos descargaban sus cargadores llenos de rabia en una víctima despistada —véase Casino, Uno de los nuestros o Infiltrados—. En aquellas películas se trataba de ajustes de cuentas, malos matando a malos en una guerra sin fin; la hemoglobina formaba parte del espectáculo. Por el contrario, los crímenes de los Osage son un genocidio y como tal la violencia es más soterrada, más seca y sórdida; Marty quiere revolvernos el estómago. 

 

Además, la obra también se apoya en una fotografía y una puesta en escena insuperables. Los $200 millones que se ha gastado Apple se dejan ver en cada fotograma. No hay desperdicio, cada minuto es un deleite audiovisual sin parangón. Consciente de ello, Scorsese abre la película con planos panorámicos que ponen en situación la escala y ambición del proyecto; esta no es una película más de streaming, no. El detalle de los escenarios, los interiores, el uso de la luz para comunicar emociones. Los parajes naturales respiran libres recordando al mejor cine de Ford, reses y prospecciones petrolíferas compartiendo la misma tierra roja; tradición y progreso en un paraíso agonizante. Scorsese captura la belleza poética de aquella Oklahoma indomable donde los hombres y las bestias se confundían en la noche del oro negro. 

 

A todo esto, acompaña magníficamente la música del recién fallecido Robbie Robertson. El célebre guitarrista canadiense compone una partitura de ‘rock tribal’ que imprime fuerza y gancho a las imágenes. Trabaja en el fondo, lenta pero segura, creando una atmósfera sórdida y penetrante. Ahora que lo pienso me recordó, salvando las distancias, a la excelente banda sonora de Mank (2020) o la del videojuego Red Dead Redemption 2 (2018).

 

En definitiva, Killers of the Flower Moon nos traslada a una época convulsa en una nación desestructurada que luchaba por encontrarse a sí misma y en su camino perdió todo lo bueno que había en ella. Es el choque entre dos eras enfrentadas en las llanuras del medio oeste, como dos pistoleros batiéndose en duelo por el alma de una nación. Es el western que se despide cabalgando hacia el atardecer, mientras el silbido del tren anuncia la llegada de un nuevo amanecer. En esa frontera entre lo civil y lo salvaje surgieron los monstruos que se cobraron la sangre de la nación Osage a cambio del petróleo de unas tierras que jamás desearon. Y así fue como se levantó un país sobre la infamia, clamó Scorsese.


 

8,5/10: Wah’kon-tah, los Osage te saludan.

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