Cuando los límites de la realidad impiden nuestra visión; cuando las palabras no bastan para transmitir una emoción; cuando la inspiración despliega sus alas nacaradas y abandona el plano físico volando hacia nuevos horizontes de creatividad, entonces el arte se presenta ante nosotros como una suerte de epifanía.
Todos somos esclavos del mundo que nos rodea, afectados por unas leyes atávicas que moldean nuestra percepción y la restringen a objetos concretos a los que damos nombre. Si os hablo de un cerdo, visualizaréis un animal orondo y rosado con un hocico prominente y una colita enroscada que hace ¡oink!, ¿verdad? No, no es que sea adivino, es que esa es la imagen que hemos aprendido cuando pensamos en cerdos —bueno, quizá alguien le ponga rostro humano— y así ocurre con todo lo que interactuamos en el camino de la vida.
¿Sabías que los colores son ondas electromagnéticas a las que nuestro cerebro reacciona? La Tierra, el Universo y todo aquello que lo contempla no es más que una interpretación subjetiva vista desde las lentes de nuestros sentidos. Somos meros espectadores de la vida que proyecta la mente y la mayoría vivimos con los ojos vendados desde que nacemos hasta que morimos. Sin embargo, algunas almas bendecidas por los dioses logran quitarse esas vendas y abrir una rendija desde la cual observan un océano de realidades insólitas, de posibilidades infinitas; es el lugar de lo posible, donde la mente tiene el don de crear mundos nuevos. Estas mentes soñadoras, artistas todos ellos, son los auténticos visionarios, exploradores perceptivos que elevan —aunque por un instante sea— la existencia humana a los altares del Olimpo.
La animación es un arte ancestral que adopta cualquier forma que deseemos; si podemos imaginarlo, la animación puede hacerlo realidad. Guillermo del Toro dijo acertadamente que “la animación es para los espíritus no domesticados” y el Festival de Annecy los acoge a todos en la segunda semana de junio desde 1960. Esta encantadora villa, apodada la Venecia francesa por los preciosos canales que la recorren, es la capital de la Alta Saboya y está situada en un enclave de ensueño: al abrigo de los Alpes y bañada por un lago coqueto, sus coloridas callejuelas, aceras empedradas y generosa gastronomía hacen las delicias del visitante. Diríase de ella una ciudad de cuento de hadas, ideal para albergar un festival de estas características.
En esta su 48º edición, la organización del festival me ha concedido el inmenso honor y la responsabilidad de cubrirlo como parte de la prensa; una experiencia que jamás olvidaré y por la que estaré eternamente agradecido, tanto a la ciudad como al festival. Aunque un servidor jamás alcancé a quitarse la venda como hace un artista, mi curiosidad y afán periodístico me han llevado a entender mejor su proceso creativo, profundizando en la comunidad de la animación internacional como solo puede lograr el Festival de Annecy.
A título personal, han sido unos días mágicos en los que he tenido la oportunidad de conocer a profesionales de distintas procedencias, siempre con una sonrisa en la cara y unidos por el lenguaje del alma. A pesar de un clima muy voluble, los ánimos jamás decayeron gracias a un ambiente de camaradería como pocas veces he visto. Cada proyección se inundaba de entusiasmo, respeto y amor por el cine; pero más allá de las películas, también va destinado a esos espíritus indómitos, como diría del Toro, en busca de abrir sus alas creativas y encontrar un hogar donde desarrollarse. El Festival de Annecy tiene tanto de certamen cinematográfico como de laboratorio de ideas donde se fraguan los proyectos del futuro y se forjan relaciones profesionales como humanas.
Una parte de mí se queda por siempre en este entrañable festival, el cual se ha revelado como una parada obligatoria en mi peregrinaje cinéfilo. Alcanzar semejante nivel de sintonía con un público y una ciudad palpitantes de color, aún cuando el cielo plúmbeo pesaba sobre mis hombros, es una medicina que reconforta el corazón y aviva mi fuego interior. Más que un festival, es terapia que desintoxica de los ponzoñosos mensajes que vierten las redes sociales; un remanso de paz en el que atisbar, aunque sea fugazmente, ese lugar de posibilidades infinitas.
Dicho esto, pongo punto y final a una introducción más larga de lo habitual en la que he intentado transmitiros no con colores, pero sí con palabras, la impronta que ha dejado en mí esta 48º edición del Festival de cine de animación de Annecy que a continuación os desgranaré con sus mejores películas.
La plus précieuse des marchandises
Comenzamos este recorrido por lo mejor del festival con el nuevo título del cineasta francés Michel Hazanavicius, autor de la multipremiada The Artist (2011), quien se aventura por vez primera en el cine de animación con un desgarrador drama ambientado en la Francia ocupada por los nazis.
Un cuento trágico, bellamente narrado por Jean-Louis Trintignant, que nos habla sobre el amor paternofilial a través del tiempo y las adversidades del período de la II Guerra Mundial. Su animación dura y austera en detalles no embelesará al público, pero tampoco lo pretende. El diseño de los personajes es huesudo, cadavérico, transmitiendo el dolor de aquella época sombría; algunas imágenes, las más pesadillescas, evocan a la serie negra de Goya o a El Grito de Munch.
La plus précieuse de marchandises es una experiencia audiovisual gratificante que prescinde de diálogos para potenciar en la fuerza dramática de sus imágenes, los gestos y miradas de los personajes. Un Hazanavicius más adulto y encorsetado, tanto en las formas como en el fondo, realiza un drama eficaz, aunque algo superficial, inspirado en obras como La vida es bella (1997), La decisión de Sophie (1982) o Josep (2020).
Si bien no aporta demasiado a un género maduro y su relato suene demasiado a déjà vu, estamos ante la obra de un director con tablas que recoge un material más que digno y lo adapta con profesionalidad y respeto a la gran pantalla. Cine directo a las emociones.
The Imaginary
Studio Ponoc, la productora detrás de Mary y la flor de la bruja (2017), nos trae una ambiciosa cinta de aventuras centrada en una niña y su amigo imaginario Rudger. El veterano animador Yoshiyuke Momose dirige esta adaptación de la novela homónima de A.F. Harrold, un filme que bebe directamente del Studio Ghibli y se mueve en los códigos habituales del género.
La acción sigue a Rudger en su odisea por reencontrarse con Amanda, la niña que lo imaginó tiempo atrás en un momento de necesidad. Momose propone un viaje nostálgico para el adulto y una aventura colorida para el más pequeño de la casa. Cine efectivo, pero poco memorable, que no desarrolla todo el potencial de su premisa y termina cayendo en territorio conocido.
En manos de un director con una visión más vigorosa, el mundo de los imaginarios hubiera cobrado vida ante nuestros ojos; desgraciadamente, se instala demasiado pronto en los convencionalismos. Cuenta con alguna escena y personaje evocador, pero la mayoría del tiempo no se sale de la norma, incluidos Rudger y Amanda, demasiado insulsos para llevar el peso de la aventura.
The Imaginary es un anime dulce e inocente con un corazón de oro y buenas ideas que no acaban de cuajar. A Ponoc y Momose les falta soñar a lo grande, tomando decisiones atrevidas que impulsen su proyecto lejos de la medianía. Por lo demás, una película entretenida y cumplidora que seguro hará las delicias del público infantil.
Sauvages
Después del rotundo éxito que obtuvo con La vida de calabacín (2016), tenía muchas expectativas puestas en el último trabajo del director suizo Claude Barras, una entrañable cinta de animación stop-motion que lleva el ecologismo por bandera.
Ambientada en la selva de Borneo, Sauvages nos cuenta la historia de una niña en busca de sus raíces aborígenes, un viaje al que se sumarán una adorable cría de orangután y su primo Selaï, el cual ejerce de vínculo entre la cultura tribal y la civilización moderna en la que vive. Sobra decir que el stop-motion raya a un nivel superlativo; sin duda alguna, es una de las mejores experiencias audiovisuales del festival.
No obstante, más allá de una exquisita factura técnica, la película resulta decepcionante a causa de un guion muy trillado que nunca llega a profundizar en ninguno de los temas que aborda. Como cortometraje publicitario de Greenpeace tiene un pase, pero esperaba un discurso más esmerado e inspirador por parte de Barras.
Sauvages tropieza con un mensaje ambientalista mil veces visto, terriblemente maniqueo y pueril, cuya narración cae pronto en la monotonía. Tampoco su variado elenco de personajes levanta la función: con decir que la cría de orangután es la más carismática del grupo, lo digo todo. Por otra parte, juega con las dinámicas paternofiliales, pero lo hace de una manera tan superficial que apenas consigue emocionar.
Vista de forma independiente tiene varios aciertos, sobretodo en lo referente a su fantástica animación y a un subtexto cargado de cariño hacia el medio ambiente que nos invita a reconectar con la naturaleza. Lamentablemente, Barras no logra encontrar la fuente de inspiración que le llevó a destacar por su anterior trabajo.
Totto-Chan: The Little Girl at the Window
Ambientada en el Japón belicista previo a la II Guerra Mundial, este anime supuso una sorpresa agradable y emocionalmente agotadora, gracias a su bellísima historia de amistad y tolerancia que retrata su director y guionista Shinnosuke Yakuwa, autor de algunas aventuras de Doraemon.
La película, que adapta el texto de Tetsuko Kuroyanagi, cuenta la historia de una niña curiosa y dicharachera que deberá luchar contra un entorno hostil por mantener su espíritu vivo. En su contra tendrá todo un sistema educativo, unas convenciones sociales estrictas y un país radicalizado en el que no encaja. Milagrosamente (o por acción del destino), la pequeña Totto-Chan encuentra una escuela que vela por ella, un remanso de paz donde poder desarrollarse en libertad.
Totto-Chan es un relato dulce e inocente que fomenta la tolerancia desde la más tierna infancia; una digna heredera de la mejor Disney. Yakuwa se sirve de las excéntricas andanzas y travesuras cotidianas de la protagonista para estrechar lazos entre ella y la audiencia. Su personaje llena la sala de alegría y buen humor en cada escena, embriagándonos con su carismática y arrolladora personalidad; el público estaba absolutamente entregado a ella.
En palabras del realizador, quien acudió a Annecy para presentar su obra, buscaba concienciar sobre los horrores de la guerra, mostrando su efecto devastador sobre la infancia al mismo tiempo que hacía un llamamiento al respeto. De esta forma, Yakuwa emparenta su película con obras maestras tales como La tumba de las luciérnagas (1988) o La infancia de Iván (1962), aunque de mucho menor calado y trascendencia que estas.
Tal vez no ofrezca nada nuevo ni aporte una perspectiva original, pero Totto-Chan consigue transportarnos a un mundo donde la inocencia es el tesoro más preciado que tenemos y perderla es el acontecimiento más doloroso al que nos exponemos a lo largo de la vida.
Ultraman: Rising
El superhéroe tokusatsu por antonomasia regresa en esta nueva aventura animada dirigida por dos extrabajadores del querido estudio Laika, Shannon Tindle y John Aoshima, quienes reimaginan el mito creado en los años 60 por Eiji Tsuburaya para un público más amplio y por qué no decirlo, occidental.
El célebre personaje regresa a la gran pantalla después de que su última entrega, Shin Ultraman (2022), marcara un nuevo récord de recaudación en la veterana franquicia. Con este título, los realizadores buscan satisfacer al ultrafan a la vez que suman nuevos adeptos a la causa, un objetivo loable al que se aproximan con el respeto y el cariño que merece.
En esta ocasión, la propuesta ahonda en los vínculos paternofiliales del superhéroe, invirtiendo buena parte del metraje en desarrollar la relación a trío entre el Dr. Sato, su hijo y heredero, Kenji Sato, y un adorable bebé kaiju que se descubre como el corazón y alma de la historia. Tindle y Aoshima apuestan fuerte a la clásica y trillada evolución del niñato arrogante al héroe altruista; es en la ejecución y el acabado audiovisual donde destaca.
Como punto de entrada para el neófito, Ultraman: Rising cumple sobradamente su propósito. Es una cinta asequible, entretenida y poco exigente con el espectador. Tindle y Aoshima, ambos curtidos en el mundillo, compaginan comedia, drama y acción con oficio, pero no escapan de los parámetros archiconocidos del cine de superhéroes. La animación es agradable a la vista, pero carece del virtuosismo de las mejores producciones de casas consagradas como Dreamworks o Sony. por ver cómo se tomarán los fans la “americanización” de su ídolo nipón. Apropiación en tres, dos, uno…
El perfume de Irak
Termino esta primera parte sobre lo mejor del Festival de Annecy 2024 con esta rara avis que nos regala el cineasta Léonard Cohen, una obra de marcado espíritu documentalista que adapta el libro de Feurat Alani, un periodista francés de origen iraquí que rememora la vida de su padre desde su infancia hasta el convulso régimen de Saddam Hussein y la posterior Guerra de Irak.
Un recorrido cargado de datos y acontecimientos clave que intentan arrojar luz sobre uno de los países que transformaron el mundo del siglo XXI. Narrada íntegramente en voz en off e ilustrada por un arte vanguardista-propagandista parco en detalles, pero de gran impacto psicológico, Cohen y Alani se centran casi exclusivamente en contarnos la Historia de Irak con hache mayúscula.
Al contrario de Persépolis (2007) o Vals con Bashir (2008), que supieron equilibrar un poderoso mensaje político con la tragedia humana, Cohen inunda su película con un denso mar de fechas y personajes históricos dedicada al entusiasta de la geopolítica. El padre, lejos de jugar un papel fundamental en el relato, es un mero instrumento para avanzar la narración: es el común denominador de todo cuanto le ocurre al país, siempre analizado por su hijo. Esta rigidez impide que el drama fluya libremente, encorsetado por la visión de un Feurat Alani que se erige en dueño y señor de la función. Eché en falta alguna conversación que aportara matices, más voces aparte de la suya.
A pesar de sus fallos, El perfume de Irak muestra una realidad desconocida por muchos, reveladora y por momentos, escalofriante, que apunta directamente a Occidente y más concretamente a EE.UU. como esa creadora de monstruos que aterrorizan el mundo libre; tengamos cuidado, porque el lobo vive dentro de nosotros.