Crítica sin spoilers - Almas en pena de Inisherin

Son los convulsos años 20 en Irlanda. Mientras se libra una batalla fratricida por un polémico tratado, en la remota isla de Inisherin, conviven pacíficamente hombres y mujeres arraigados a la tierra que los vio nacer. Son gente humilde, de gustos sencillos; pescadores y ganaderos en su mayoría que, al caer el sol, se reúnen en el pub para tomar unas pintas y mantener una buena charla al calor de la lumbre.


Pero esa misma comunidad con su encantadora tranquilidad también es, para algunos, un pozo dónde van a morir los sueños de muchas mujeres presas del hogar y hombres con ambiciones más grandes. Cuando vives alejado de todo, tus problemas se convierten en el centro del Universo.

 

Almas en pena de Inisherin es el nuevo trabajo del cineasta anglo-irlandés Martin McDonagh, quien viene de probar las mieles del éxito con la oscarizada Tres anuncios en las afueras (2017). Su carrera, compuesta por tan solo cuatro largometrajes, comenzó con la aclamada Escondidos en Brujas (2008), una deliciosa comedia negra con un dúo protagonista inolvidable.



Aquel mágico dúo vuelve a repetirse 14 años después en este drama rural acentuado por el peculiar sentido del humor del director. Pádraic (Farrell) y Colm (Gleeson) son amigos desde que tienen uso de razón. 

 

Su vínculo, forjado por largos paseos en las verdes praderas y conversaciones bañadas con Guinness, se ve ahora en peligro ante la negativa de Colm de seguir hablando con el bueno de Pádraic. 

 

A lo largo de una vida, la gente entra y sale de nuestro mundo con relativa asiduidad. Es algo natural a lo que nos hemos acostumbrado. Pero esto no siempre fue así. Hubo una época, la que retrata esta película, en que tus relaciones empezaban y terminaban en tu pueblo. 

 

The Banshees of Inisherin exige un esfuerzo del espectador por retrotraerse a aquellos tiempos. Partiendo de esa premisa, resulta paradójico que alguien decida arrancar de raíz una amistad de la noche a la mañana. Los interrogantes surgen de inmediato y McDonagh se mueve maravillosamente bien en ellos.


 

La película comienza con el humor clásico costumbrista de los Estudios Ealing, artífice de algunas de las comedias más insignes del panorama británico. La acción se centra en las interacciones de unos pocos excéntricos individuos que solo podrían existir en ese pedazo de tierra. 

 

La ambientación, como es costumbre en el cine clásico, está también muy cuidada. El rodaje se llevó a cabo entre los condados colindantes de Mayo y Galway, en la costa noroeste de Irlanda. Esto le aporta al relato un grado de verosimilitud que difícilmente su hubiera conseguido de otra manera.

 

De algún modo, Almas en pena de Inisherin no encaja en los tiempos actuales. Es una obra reposada, de personas no de personajes, que transcurre mayoritariamente en interiores y cuya acción se desarrolla en el día a día. Es una obra íntima, que no delicada ni mucho menos recatada, pero que rechaza en todo momento la épica cinematográfica.

 


Como viene a ser habitual en McDonagh, el guion es uno de sus principales argumentos. Este, mezcla géneros con una facilidad pasmosa, yendo de la comedia más negra a la absurdez en algunas escenas y el drama existencial que alcanza cotas emocionales inéditas en su cine.

 

Es una obra portentosa, propia de un cineasta que ha alcanzado su madurez creativa. Como también la han alcanzado unos pletóricos Colin Farrell y Brendan Gleeson que, desde ya, se postulan como favoritos en la temporada de premios.

 

¡Qué escándalo de interpretaciones! Ambos desaparecen tras Pádraic y Colm, estos dos ex-amigos que protagonizan la mayor disputa que la isla haya visto desde sus primeros habitantes. Actuar les es innato. Para ellos es tan natural como respirar y eso es justo lo que la película necesita. 

 

Dos actores en la flor de su carrera que conocen su profesión desde todos los ángulos y han encontrado por fin su lugar. Se les ve cómodos, en su hábitat natural, con un director que los entiende y saca lo mejor de ellos. Esa conexión es vital en una obra que pretenda trascender.



El auténtico aroma de Irlanda transmitido por dos de sus mayores baluartes, con su acento y personalidad características. Algo tan poético como emocionante en pantalla. Gleeson, experimentado violinista, incluso se atrevió a tocar unos acordes para lograr una mayor conexión con su personaje.

 

Mención aparte para la fotografía y la banda sonora de Carter Burwell. El primer aspecto está más cuidado que en ninguna otra cinta de McDonagh. La flora y fauna de Irlanda cobran vida ante nuestros ojos: las vacas con sus terneros y los pastos fértiles con que se alimentan, hogares coquetos adornados por el humo de las chimeneas, la gente ocupada en sus quehaceres y de fondo, las olas azotando con fuerza la escarpada costa de Inisherin. Dan ganas de quedarse allí una temporada.

 

Por otra parte, Burwell compone una partitura impresionante, cargada de misterio y melancolía, en la que predominan los instrumentos de percusión y viento. Es una banda sonora suave y elegante, un murmullo delicado que nos susurra al oído. De largo la mejor composición para cine que he escuchado este año.

 

Las banshees o bean sídhe en gaélico, son unas brujas que anuncian con sus cantos la muerte de alguien cercano, según el folclore irlandés. En Inisherin ha muerto una amistad y con ella se ha esfumado la armonía. Una paz que jamás volverá ya a esas tierras, pues las rencillas en los pueblos echan profundas raíces.


 

Almas en pena de Inisherin toca temas universales como el valor de la amistad, la búsqueda de trascendencia, los odios fratricidas y la insoportable soledad que lleva a la lenta desaparición del ser. Todo ello enmarcado en un lugar mitológico, allá donde el tiempo no pasa y el llanto sordo desaparece con la bruma de la mañana. 

 

McDonagh entiende mejor que nadie la idiosincrasia del pueblo irlandés, rindiéndole tributo en una obra de firme convicción autoral y una belleza triste y frágil digna de los mejores autores.

 

8,5/10: LAS AMISTADES PASAJERAS.

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