Crítica sin spoilers - Babylon

En julio de 1923, cuando la nación florecía económica y socialmente, dos promotores inmobiliarios llamados Shoults y Woodruff se fijaron en una soleada colina en el centro de Los Angeles para levantar su próximo proyecto. Para promocionarlo, construyeron un enorme cartel iluminado que rezaba la palabra «Hollywoodland». Años después, la joven actriz Peg Entwistle, empujada por la desesperación, se quitó la vida tirándose desde lo más alto de la H.

 

Así se levantó Tinseltown, ciudad de las estrellas y los pecadores, hecha con sueños de oropel y pesadillas tan reales como la vida misma. En los años 60, cuando la edad de oro de Hollywood languidecía, un melancólico David O. Selznick dijo que “Hollywood es como Egipto, lleno de pirámides desmoronadas. Nunca se recuperará. Seguirá derrumbándose hasta que el viento se lleve el último pilar del estudio.”

En cierto modo no le faltaba razón. El Hollywood de hoy se levanta sobre los escombros del pasado y el de mañana hará lo propio con el actual. Sus víctimas y fracasos son la argamasa con la que construyen sus faraónicos estudios. 

 

Al principio, fueron cinco nombres: Paramount, Warner, MGM, Fox y RKO. Luego vinieron muchos más, atraídos por el dinero y las luces se encendieron para todos: actores, directores y productores de dudosa catadura moral vivieron por encima de los sueños que plasmaron en pantalla…

 

Sobre ese tiempo habla Babylon (2022), la nueva película de Damien Chazelle quien, tras los éxitos de Whiplash (2014) y La La Land (2016), se embarca en el proyecto más ambicioso y desorbitado de su carrera.


 

Aquella fue una época de transformación como nunca antes se había visto. Los salarios subieron drásticamente, el automóvil se extendió por todo el país, así como la electricidad. De pronto, la gente tenía acceso a lavadoras, neveras, radios y aspiradoras.

 

Pero con todo lo bueno viene siempre algo malo y esto llegó en forma de Ley Seca. La llamada prohibición entró en vigor en 1920 y duró hasta principios de la década siguiente. Las consecuencias no tardaron en hacerse notar, fomentando el mercado negro controlado por la mafia y creando leyendas de criminales como Al Capone o Lucky Luciano.

 

Por otra parte, el Ku Klux Klan dejó un reguero de sangre por todo el medio oeste americano. Inspirados por el visionado de El nacimiento de una nación (1915) de D.W. Griffith, el KKK sumó a sus filas más de 4 millones de supremacistas blancos que actuaron con total impunidad, sembrando el terror allá donde iban.

 

Sin embargo, a pesar de la evidente influencia que ejercía sobre el pueblo, Hollywood vivía ajena a la realidad. Aislados en su torre de marfil, lo único que allí importaba era el siguiente rodaje, la siguiente fiesta; un bucle de alcohol, drogas y sexo interrumpido por un breve instante de lucidez cuando la cámara rodaba.



Babylon es de lejos la obra más frenética de Chazelle. Un esperpento cuasi paródico donde el glamour y lo grotesco van de cabeza al precipicio. Es imposible tomarse en serio los personajes que pueblan este universo, pero eso no es algo necesariamente malo cuando intentas desmitificarlos.

 

Chazelle toma parte de la iconografía felliniana y el delirio narrativo de Altman para crear un totum revolutum fresco y divertido. La película no se detiene, está en constante efervescencia. Es una montaña rusa de emociones, un torrente de energía arrollador al que sucumbes antes siquiera de racionalizarlo. 

 

Estamos sin duda ante uno de los mayores eventos cinematográficos del año. Desde el primer escenario era consciente de su apabullante escala. Sus imágenes desprenden un aroma a cine mayúsculo, ese en el que épica y romanticismo se funden en el oscuro ambiente de una sala y todos los allí presentes saben que algo mágico está a punto de ocurrir.

 

Todos los ingredientes de Babylon se han elegido meticulosamente. En cuestión de minutos, Chazelle salta de la comedia más escatológica a la ironía más punzante o la tragedia más devastadora. La melancolía y la soledad se olvidan ahogándolas en mares de champagne y heroína.

 

Igual que un científico loco, Chazelle experimenta constantemente con los límites del cine americano. Esto tiene sus ventajas e inconvenientes, pero incluso con sus patinazos, que los tiene, se mantiene fiel a su visión sin concesiones, demostrando una madurez encomiable.

 

El guion funciona como una amalgama de personajes, reflexiones y anécdotas irreverentes. Chazelle sorprende con un retrato costumbrista de la vida en la naciente meca del cine. No hay una estructura ni un protagonista claramente definidos, sino que fluye entre tres personajes interconectados, tres piezas de un engranaje infinito.


 

Por un lado, está la estrella consolidada (Brad Pitt), el galán del cine mudo para quien la industria no guarda secretos y todas las puertas se abren a su paso…o casi todas. El yin de su yang no es otra que Nellie LaRoy (Margot Robbie), la aspirante que pisa a fondo el acelerador de la vida. Polos opuestos de la misma claqueta.

 

El tercer invitado de este ménage à trois es Manny Torres (Diego Calva), un mexicano amante del cine que llega a Los Ángeles con una maleta llena de sueños y polvo en sus bolsillos. Manny es el espejo del espectador, el personaje más honrado en ese nido de víboras y con quien resulta más fácil empatizar. 

 

Durante tres largas horas seguimos con asombro sus andanzas, celebramos sus éxitos y lamentamos sus fracasos. Las escenas funcionan tanto como entidades independientes como un collage de extravagancias unidas por la efímera magia del cine. 


 

Otro de los grandes aciertos de la cinta es su puesta en escena. La colorida fotografía de Linus Sandgren conjuga con un diseño de producción anacrónico que toma ejemplo de las producciones "históricas" de Quentin Tarantino o Ryan Murphy. Cada fotograma rezuma exuberancia y vitalidad. 

 

La cámara se impregna del frenesí del momento con movimientos rápidos y cortes relámpago que bailan al son del jazz, lo que me lleva a la banda sonora de Justin Hurwitz. Una partitura brillante y el acompañamiento perfecto para el film de Chazelle. Hurwitz y él parecen uno solo. Están destinados a formar un dúo de leyenda como lo fueron Visconti y Nino Rota, Leone y Morricone o Jacques Demy y Michel Legrand.

 

Pero no es oro todo lo que reluce en Babylon. En ocasiones, el genio del director es devorado por su afán de protagonismo. Antes lo comparaba con un científico loco, alguien con ideas brillantes y errores catastróficos. La cinta se debate continuamente entre la grandeza y el despropósito, la sutileza y el exceso; no existe término medio. 



Habrá quien adore la película y quien la aborrezca, viéndola como un pastiche de excentricidades difícil de digerir. No voy a negar que hay momentos chocantes, escenas que no terminan de encajar y que hubieran mejorado el conjunto de haberse eliminado. 

 

En definitiva, Babylon es un monumento al cine, una orgía en honor a Hollywood y un homenaje a todos aquellos que se perdieron por el camino. Chazelle desata todo su ingenio creativo en una obra apasionante, un espectáculo audiovisual con el que muchos cinéfilos alcanzarán el éxtasis y otros muchos saldrán abotargados, pero todos exclamarán: ¡qué grande es el cine!


7,5/10: FANTASMAS DEL CELULOIDE. 

2 comentarios:

  1. Anónimo3/07/2023

    Aunque no sea una película para mí, tu artículo, sí, como de costumbre. Seguro que en casa cae algún día.

    Javi.

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    1. Muy buenas, Javi!! Gracias por comentar por aquí y por sacar un poco de tu tiempo para leer la reseña. Es una película muy intensa, para bien y para mal. Chazelle va a calzón quitado, hace lo que le da la gana y eso puede echar para atrás, sobretodo si la propuesta no te llama demasiado. Hay que pillarla con ganas. Saludos!! :)

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