Los héroes también sangran

La segunda temporada de la serie de televisión estrella de Netflix, Daredevil, ya ha llegado a las pantallas de nuestros ordenadores con sus trece episodios llenos de acción, nuevos y enigmáticos personajes y una historia sorprendentemente dinámica. Y digo que me sorprende porque normalmente las series suelen tener una narración más dispersa, resultando en que algunos episodios sean de relleno y sin embargo, esto aquí no ocurre. Nunca he visto una temporada aislada con tantas novedades, tan frenética -quizá demasiado en ocasiones- y a la vez tan satisfactoria. Porque, pese a su celeridad argumental, de alguna extraña manera los guionistas han logrado que todo suceda de forma tan orgánica y natural que, en vez de estar preguntándote qué está pasando y por qué -ejem, Batman v Superman-, me atrapó desde el primer hasta el último capítulo. Si has visto la primera temporada, esta segunda recoge la herencia que dejó tras de sí añadiéndole a El Castigador y Elektra, dos personajes clave en la mitología del diablo de Hell’s Kitchen que irrumpen en escena para tambalear sus códigos éticos y su filosofía como superhéroe. Entre medio, un viejo enemigo de la primera temporada regresará para dominar Nueva York. Los actores que se suman a este espectáculo son Élodie Yung (Elektra) y Jon Bernthal (El Castigador).

Si hoy día esta serie de televisión gana exponencialmente adeptos -entre los cuales me incluyo- eso fue porque en su día, Drew Goddard rescató a este carismático héroe del incendio que fue la adaptación a la gran pantalla en 2003. Con unas interpretaciones estelares de Vincent D’Onofrio, Charlie Cox y Deborah Ann Woll entre otras, aquella presentación fue la verdadera adaptación que se merecía este cómic de Marvel. No obstante, lo que a mí terminó por convencerme fue su tono, que se alejaba del visto en el filme retratando Hell’s Kitchen con un realismo parecido al visto en la trilogía de El Caballero Oscuro de Nolan protagonizada por Matt Murdock, un invidente que lucha contra el crimen y la corrupción como abogado de día y justiciero de noche y cómo nos narraban sus difíciles orígenes sin caer en clichés del género, frases grandilocuentes o altas dosis de fantasía. Goddard y su equipo consiguieron capturar la esencia de este martirizado personaje sin olvidarse de divertir a la audiencia con excelentes escenas de acción inspiradas en las películas de artes marciales más recientes. En la segunda temporada apuestan a “doble o nada”, no esconden ningún as en la manga, van a por todas desde el comienzo y eso se agradece. Se agradece que no reciclasen la trama de la temporada original, que innovarán, que sorprendieran a su público y se exigieran el máximo para conseguirlo. Estas exigencias desembocan en una mejora en los valores de producción, mejores coreografías, una historia más dramática y una conclusión más apoteósica. Los actores pueden confiar en el correcto desarrollo de sus arcos, centrándose en hacer suyos sus papeles; Charlie Cox regresa con mayor nervio y dominio del entorno, Ann Woll tiene más recorrido que anteriormente dándonos alguna pista sobre su pasado a la vez que continúa su gran labor como investigadora, Jon Bernthal nació para interpretar a Frank Castle y Élodie Yung conquista la pantalla con cada una de sus exóticas apariciones. Como digo, la narración es densa y avanza uniformemente a lo largo de sus trece capítulos, sintiendo casi como si hubieran dos o incluso tres “mid-season finales”, en donde cada uno cierra una pequeña trama. Tampoco me olvido de su fotografía, intercalando colores sombríos y apagados con rojos y fluorescentes reminiscentes a los cómics. Mi único inconveniente -algo malo tiene que haber en sus casi trece horas de duración- es que algunos personajes secundarios a Daredevil no tienen una resolución demasiado convincente, dejando algunas cosas algo confusas y quizá se deba a que algunas de esas cuestiones tendrán respuesta en una tercera temporada que espero ansiosamente, con ganas de profundizar y ampliar a la vez los confines del problemático barrio de NY.


Si tras leer esto aún no estás convencido de ver Daredevil, no se qué lo hará. Lo último que puedo añadiros para intentarlo es que en la actual fiebre del héroe, donde cada año Marvel y DC copan las carteleras mundiales y se bañan en dinero a costa de nuestros bolsillos, en contadas ocasiones nos hemos encontrado con una adaptación que realmente valiera la pena y conquistara nuestros corazones trascendiendo el celuloide. Esta serie es una de esas pequeñas joyas por las que merece la pena ver la televisión mientras Netflix sigue entregándonos productos de gran calidad a precio de costo. Si estáis cansados de ir al cine y ver siempre lo mismo, si creéis en que el séptimo arte puede -y debe- ser también entretenimiento pero estáis desconsolados por no encontrar últimamente muchas obras que lo corroboren, echadle un vistazo a esta serie porque no solo satisfará vuestros sentidos sino que os enganchará y no os decepcionará -al menos de momento-. Dos temporadas bien narradas, increíblemente bien coreografiadas, protagonizada por actores semidesconocidos que intentan abrirse hueco en la industria con esfuerzo y tesón y unos creadores Drew Goddard y Steven DeKnight que han sabido dar justicia al personaje, respetando el universo establecido mientras rompen con las tiránicas reglas impuestas por Disney y Marvel. Daredevil es un hombre con habilidades sobrehumanas, no es un dios ni es perfecto pero es un superhéroe con letras mayúsculas y vive independientemente bajo Netflix, sin las ataduras de los grandes estudios cinematográficos, sin tomar partido, sin ir con medias tintas. Sí, es violenta y sí, no es políticamente correcta pero es la historia más humana y emocional que un superhéroe haya tenido en muchos años y sí, Daredevil sangra, se fatiga y tiene remordimientos. Bienvenidos a Hell’s Kitchen.


8,5/10: MUCHO MÁS QUE SUPERPODERES

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