Crítica sin spoilers - Vinyl


Vinyl es la nueva serie de HBO, creada por el dúo responsable de la fantástica Boardwalk Empire, Martin Scorsese-Terence Winter. A este tándem se une ni más ni menos que el cantautor, productor y leyenda viva del rock 'n' roll Mick Jagger, el cual vivió junto a su banda, los Rolling Stones, la gloriosa época de los 60 y 70. Un período largo y exitoso, donde la música experimentó una revolución sin precedentes, trascendiendo sus letras y coros para convertirse en el estandarte de una generación de jóvenes idealistas. En este agitado marco, Vinyl nos muestra con todo lujo de detalles aquella “sucia” Nueva York, donde artistas de todo pelaje y disciplinas daban rienda suelta a su creatividad, suscitada muchas veces por el abuso de las drogas y el alcohol. Uno de los encargados de descubrir dicho talento -y explotarlo en beneficio de su discográfica- es Richie Finestra (Bobby Cannavale), propietario y fundador de la American Century Records junto a su socio, Zak Yankovich (Ray Romano). Un sólido reparto, una historia atrevida y una dirección inmejorable, Vinyl cuenta con todos los ingredientes para convertirse en una serie imprescindible para todo amante de la música y seriéfilo que se precie.


Desde el episodio piloto, dirigido por el maestro Scorsese, la serie me enganchó en gran parte por la magnética interpretación de Bobby Cannavale, quien ya mostró destellos de su talento en Boardwalk Empire y más recientemente en Blue Jasmine. Dos trabajos que le dieron la oportunidad de demostrar su valía en esta serie y vaya si la ha aprovechado. Su presencia en pantalla me recuerda a la de un joven Al Pacino, todo energía y pasión devorando a la cámara. Eso no significa que otros secundarios como Olivia Wilde, Ray Romano o Max Casella no lo brillen, más bien al contrario, es sólo que tuvieron la mala fortuna de compartir escena con este monstruo. 

La serie y él viven en constante simbiosis, incluso diría que ésta necesita más de la aportación del actor. Sus emociones se expresan como una montaña rusa con el desarrollo de la historia; pasando por tantos altibajos como minutos tiene la temporada. A ello se junta la expresividad de su personaje, Richie Finestra, un cocainómano alcohólico que intenta desesperadamente purgar sus pecados. Pese a su nefasto comportamiento, no puedo evitar simpatizar con él. Vale que el tío es un sinvergüenza y que cada una de las decisiones que toma jodan a sus socios, amigos y hasta familiares. No obstante, es un cabrón tan carismático y está tan atormentado por su sentimiento de culpa, que no puedo dejar de verlo como víctima de su propia naturaleza destructiva. 

En esta serie hay dos clases de capullos; aquellos que pueden dormir por las noches y aquellos que no. Richie entra en esta última categoría y el guión se encarga de que así sea. En esta historia, todas las consecuencias tienen una causa y todas las causas tienen -mayoritariamente- a Finestra como culpable. Y es que, por mucho que lo intenta a lo largo de los diez episodios, siempre termina ensuciándose más las manos. 


El episodio piloto arranca con fuerza esta satisfactoria, aunque en ocasiones, pausada narrativa -sobretodo en sus primeros episodios-, algo que puede echar para atrás a una parte del público. No es una serie que premie constantemente tu fidelidad, como por ejemplo Juego de Tronos o The Walking Dead, ya que su estructura no se presta a ello. Esta primera temporada está más enfocada como una película que como una serie al uso y por tanto, deberás esperar a que se desarrolle el primer y parte del segundo acto hasta poder ver grandes avances en la trama. 

Como dije en la introducción la mayor parte de la acción se desenvuelve en el ambiente de la American Century Records. Su historia profundiza en el día a día de este sello dinámico, aunque inestable, claro que es difícil encontrar estabilidad cuando el presidente y máximo accionista es un yonqui, ¿verdad? Dónde más cojea la historia es en el matrimonio entre Cannavale y Wilde, cuyo arco pasa desgraciadamente a un segundo plano. Personalmente me habría gustado algo más de detalle en este aspecto, aunque suficientes méritos tiene, considerando el limitado número de episodios del que disponía. 


Filmada casi íntegramente en la ciudad que nunca duerme, la fotografía es tan agresiva y transgresora como la época que intenta retratar, transportándonos instantáneamente a esos conciertos y posteriores juergas que se corrían músicos de toda clase en la pecaminosa nocturnidad neoyorquina. 

Por último, como guinda de un pastel ya de por sí delicioso, la música de Vinyl es la hostia, hablando en plata; no hay mejor forma de describir el sentimiento que produjeron en mí todas y cada una de las piezas que cuidadosamente se integran en la serie. Funk, rock, blues, jazz...todas las corrientes que te puedas imaginar tienen su representación. 

Eso sin mencionar el tema “Sugar daddy”, compuesto para la ocasión por Sturgill Simpson, cantante country norteamericano que, alejándose de su zona de confort, nos brinda una pieza con un tono muy sucio y canalla. La banda sonora de Vinyl rescata aquella maravillosa y autodestructiva industria, reivindicándola frente a la “música” vacía y comercial prefabricada -más que compuesta- en la actualidad que, como entonaría Paco Ibáñez, sirve para amansar al rebaño.


En definitiva, Vinyl es una serie indispensable tanto para los seguidores de Scorsese, como para los amantes de la buena música en general. Nueva York, Años 70, una generación de jóvenes inconformistas inspirados por un estilo de vida cuyo lema era la búsqueda de la libertad espiritual y creativa, cimentada sobre el sexo, las drogas y el rock ’n’ roll. Una vida sin frenos; tan rápido te coronas, como te estrellas. En esta atmósfera tan voluble, Richie Finestra se esfuerza diariamente por enderezar el rumbo de su sello discográfico, intentando convertirlo en el estandarte de esta convulsa revolución, a la vez que lidia con sus propios fantasmas, las desavenencias con su familia y sus problemas con las drogas. 

8,5/10: TIEMPO PASADO SIEMPRE DESEADO

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