La paranoia del jaque mate

Como aficionado al ajedrez, me sorprendía que nadie se atreviera a hacer una biografía del más famoso de los ajedrecistas, Bobby Fischer. Tuvo que ser Edward Zwick, director de El último Samurái, Diamantes de sangre o Leyendas de pasión, el primero en llevarlo a la gran pantalla bajo el título El caso Fischer. Protagonizada por Tobey Maguire (Fischer) y Liev Schreiber (Spassky) y con guión de Steven Knight (Locke, Promesas del este), este biopic tenía mimbres para convertirse en la gran sorpresa del año. La historia se centra en el auge de Fischer y en su histórico duelo con el soviético Boris Spassky, que popularizó al juego en los 70 y enfrentó a las dos superpotencias del momento; EE.UU. y La Unión Soviética. Comunismo contra capitalismo, la cultura clasicista rusa contra la economía moderna de los Estados Unidos, ¿quién ganará?



La cinta comienza mostrándonos brevemente su infancia y su incipiente genialidad pero enseguida nos presenta al Fischer adulto, ya consagrado como uno de los mejores jugadores del mundo. El problema de este abrupto salto temporal es que el espectador carece de empatía hacia él y le cuesta comprender el origen de sus problemas mentales. Zwick y Knight se centran excesivamente en la apariencia, sin incidir ni explorar exhaustivamente en la psique del atormentado protagonista. Pronto queda patente que algo le ocurre pero no se ve ningún esfuerzo por ofrecernos un por qué, una explicación de su derrumbe mental. La trama es efectiva, narrada con dinamismo pero queda estéril en su componente biográfico. Parece que Zwick se preocupa más por el Fischer jugador que por su persona en sí. Le faltan variantes, bifurcaciones que ayuden a construir su historia con efectividad, en lugar de permanecer estática. Y es que ésta es una obra plagada de partidas, guiños y curiosidades que harán las delicias de los amantes del ajedrez y de su historia. Sin embargo, aquellos que esperaran algo semejante a Una mente maravillosa de Russell Crowe, puede que no terminen satisfechos. 

La dirección de Zwick es profesional pero hierática. No parece encontrarse cómodo manejando este material y se nota. Su interpretación del genio de Brooklyn es demasiado plana y sosa, lo cual resulta decepcionante teniendo en cuenta la increíble y trágica vida de Fischer. Piénsenlo; un chico judío, hijo de una enfermera judío rusa y un físico húngaro al que jamás conoció, que a los 12 años ya se enfrentaba a los mejores jugadores norteamericanos. Convertido en héroe en su país tras derrocar al ruso campeón del mundo Boris Spassky, la sensación de los 70 padecía síndrome de Asperger y tristemente terminó convirtiéndose en enemigo acérrimo del país que lo idolatró.


En cambio, las actuaciones son generalmente buenas. Maguire, conocido por el Spider-man de Sam Raimi, ha hecho un trabajo sólido a pesar de la evidente escasez dramática del guión. Michael Stuhlbarg y Peter Sarsgaard son secundarios de lujo que, al igual que Liev Schreiber, intentan salvar a sus personajes como pueden. Pero desgraciadamente, no tienen demasiado material con el que demostrar su talento actoral. Echo en falta una trama secundaria que complemente y enriquezca a la principal.

La fotografía está a cargo de Bradford Young, que ya conoce el género biográfico tras filmar Selma con mano diestra. Aquí vuelve a hacer un trabajo sobrio y oficioso. Lo que más me gustó fueron los momentos en los que la imagen se mueve desde la perspectiva interior de Fischer, logrando transmitir esa ansiedad que sufría. La música de James Newton Howard acompaña y lanza, ocasionalmente, alguna pieza archiconocida de los 70, ayudando a crear un ambiente propio de la década.


En definitiva, El caso Fischer peca de lo mismo que pecan muchos biopics; demasiada formalidad. En ningún momento arriesga, nunca cuenta la historia completa ni profundiza siquiera en la mente  del protagonista. Al salir de la sala, lo que sabemos con certeza es que fue uno de los más grandes -sino el más grande- ajedrecista y que tenía una personalidad excéntrica. Zwick te presenta el drama y tú tendrás que explorarlo en Internet, a posteriori. Cierto es que sirve parte de su propósito al despertar el interés del espectador pero falla en otras facetas. No obstante, recomiendo verla porque ejerce de alternativa para aquellos que se sientan empachados de taquillazos veraniegos.

6/10: A ESTE TABLERO LE FALTAN PIEZAS


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