El pasado puede resultar la mayor de las torturas


Cuento con los dedos de las manos las ocasiones en las que he salido de una sala de cine sintiendo un baño emocional como el que me ha ofrecido Kenneth Lonergan en su última obra, Manchester frente al mar. Producida por Matt Damon y protagonizada por Casey Affleck, la cinta cuenta la historia de Lee Chandler; un hombre solitario, deprimido y castigado por un pasado del que se esconde detrás de un trabajo como conserje en Boston. Un día, mientras trabaja, Lee recibirá una llamada que le obligará a remover ese pasado. Como digo, estamos ante uno de los filmes más demoledores en años en gran parte por la atinada interpretación de Affleck así como por la forma en la que Lonergan narra este punzante relato sobre las desdichas de un pobre desgraciado. A diferencia de otros grandes realizadores como Michael Haneke, que optan por una austeridad cinematográfica agobiante, este ofrece una visión más realista sobre la vida; donde la tristeza y la alegría están separadas por una delgada línea. En el caso de nuestro protagonista, esto se hace evidente; su gris existencia se entrelaza con unas infrecuentes interacciones sociales que, en ocasiones, derivan en situaciones cómicas. Y digo que es más punzante porque nunca sabes cuando la vida te va a noquear; de un momento a otro, tu vida puede pasar de la prosperidad a la miseria en cuestión de minutos. Así sin más, por azares del destino o jugarretas cósmicas, tu existencia se convierte en un suplicio.

Manchester frente al mar cuenta con interpretaciones excepcionales, tanto la principal como las secundarias (en ocasiones, éstas la superan) pero el gran culpable del éxito es sin duda el guión. Gran parte de la carga emocional del filme se sustenta en la grandeza de este tour de force argumental confeccionado por Lonergan. Los tiempos están muy bien medidos; los momentos dramáticos calan pero no ahogan al espectador ansioso por conocer más sobre estos atormentados personajes. Todos estas duras revelaciones sobre el pasado del protagonista no hacen más que descubrir las razones que explican porque se comporta como se comporta con todo el mundo; frío y recluido, la figura de Affleck deja poco lugar para la ligereza. Sin embargo, eso no impide que haya algún que otro momento cómico -sobretodo en el primer tercio de la cinta- para socorrernos de su cáustico carácter. Además, la compañía de su inseparable sobrino, un adolescente de 16 años, resultará una pieza esencial a la hora de ofrecernos otro punto de vista a este drama tan personal; Patrick Chandler parece vivir ajeno a la tragedia que le rodea, quizá porque atraviesa una etapa en la cual los ligues de instituto cobran mucha importancia o puede que lo haya integrado mejor que su tío. Sea como fuere, por un accidente del destino ambos se ven obligados a convivir el uno con el otro y esta relación que al principio parece condenada al fracaso va edificándose a medida que descubren más del otro (y de sí mismos). 


Pasando al apartado interpretativo, Casey Affleck (el hermano pobre de Ben Affleck) vuelve a demostrar que aunque no disfrute de la fama de su hermano, cuenta con mucho más talento interpretativo. Remontándome a El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007) donde su escuálida seriedad y mirada fría conformaban ya un tándem cuanto menos inquietante, que nos hacía imaginar el día en el que tendría su oportunidad de brillar. En Manchester frente al mar, el escenario es prácticamente suyo (con notables excepciones de Michelle Williams); aquí nos muestra una interpretación marcada por el peso del tiempo y la desesperación suprema. Lee Chandler está hecho a medida para nuestros tiempos de pesimismo y amargura y Affleck tiene la tarea de darle vida (o mejor dicho de quitársela). Pocas veces en los últimos años un actor había hecho un retrato tan lastimoso y afligido de un personaje y aún así, pese a su sufrimiento inconmensurable, comprendes que no tenga otra salida para su vida; el macabro destino le ha arrebatado sus cartas y ha perdido la apuesta. Parece un caso perdido hasta que le surge esta nueva oportunidad para resurgir, corregir errores y hacer la paz consigo mismo. Por otro lado tenemos al sobrino de este, interpretado con sorprendente entereza por Lucas Hedges, que se lleva la gran mayoría de escenas cómicas y tiene una presencia un tanto intermitente. El único inconveniente, no tanto en su actuación como en la irregularidad de su papel, es que Lonergan deja algo más de lado su arco dramático de lo que me hubiera gustado. En ocasiones creo que se desaprovecha su papel en el desarrollo del film. Sin embargo, si hay un personaje que con poco hace mucho ese es el de Michelle Williams; una auténtica prestidigitadora cinematográfica, que aparece cuando se la demanda para dejarnos a todos asombrados con su capacidad interpretativa. Su papel podría haber pasado por alto -culpa de un guión que sufre en el detalle de la mayoría de secundarios- sino fuera por su arrollador talento que llega incluso a ensombrecer el trabajo de Casey Affleck.


Por último querría hablar del apartado visual y sonoro de la película, empezando por el ejercicio de cámara de Jody Lee Pipes; dicen que una buena fotografía debe pasar desapercibida, mimetizarse en la acción. Y es que la características que definen este film no permite demasiadas florituras u ornamentos visuales que distraigan al espectador -salvo que te llames Terrence Malick, claro-. Creo que como público tenemos una idea equívoca de la fotografía. Esta no debe, por obligación, ser revolucionaria como lo fuera Lubezki con Gravity, Birdman o El renacido sino mostrar aquello que quiere expresar el realizador; no es ni más ni menos que otro instrumento más dentro de su kit de herramientas. Todo radica en el sentimiento que quiera transmitirse al espectador. Cierto es que Silencio, con todo el significado metafísico que subyace, puede resultar más espectacular pero eso es porque Scorsese busca transmitir información constantemente. Lo mismo podría decirse de una banda sonora que brilla por su ausencia, a excepción de una suave música coral acompañada por imágenes del pueblo pesquero donde se ambienta.

En definitiva, Manchester frente al mar es una experiencia recomendable para el enamorado al drama más puro. Se me hace complicado hablar más de un film que debe verse para sentirlo y entenderlo; busca conmover al espectador y lo consigue con creces. A menudo nos hablan de las películas hechas a medida para la sensibilidad de los Oscar, aunque lo que de verdad quieren decir es que es un melodrama infumable. Lonergan consigue aunar ambas con maestría, contratando por un lado a un actor poco dado a comportamientos espasmódicos mientras por el otro nos cuenta una historia desgarradora. Repito que le falta algo de profundidad a sus personajes secundarios, lo cuál hará que no quieras volver a verla en mucho, mucho tiempo pero es innegable la calidad de una narración que se convierte en una de las grandes favoritas al premio de la Academia.


7.5/10: UNA CORONA DE ESPINAS PARA EL HOMBRE




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