Si
seguís un poco la actualidad cinéfila, seguro que estaréis al tanto de las dos
palabras que más resuenan en Hollywood: universo cinematográfico. Desde que
Disney iniciara su mega-proyecto "marveliano" con Iron Man en 2008, este concepto
no ha hecho más que ganar adeptos en los grandes estudios californianos. De
esta manera, titanes de la industria tales como Warner Bros., Paramount o
Universal han intentado por activa y por pasiva copiar este exitoso modelo de
negocio. De ahí surgieron todo tipo de mezclas, algunas mejores que otras, como
Transformers/G.I. Joe, Harry Potter,
Fast and Furious, Godzilla v King Kong y la más reciente: los monstruos de
Universal. La idea de juntar a Drácula, Frankenstein y cía. era demasiado
jugosa como para dejarla pasar y no les culpo por ello; ¡nada me emocionaba más
que rescatar a estos gloriosos personajes
y devolverlos a la gran pantalla por todo lo alto! Entonces, ¿por qué me
muestro tan pesimista?
Cuando
te propones embarcarte en una misión tan ambiciosa como ésta, lo primero que
debe preguntarse cualquier estudio es: ¿qué tono va a mantener mi universo y a
qué tipo de espectadores se va a dirigir? Por ejemplo, Iron Man logró sentar
las bases de lo que veríamos más adelante: buen humor, ligereza y acción. Por
supuesto, todas estas características abarcaban un gran espectro generacional;
a los jóvenes les encantaría la diversión desenfadada mientras, a los adultos,
les llamaría la atención el buen acabado técnico. Luego llegó Warner/DC con la
nueva adaptación de El hombre de acero –película que, en mi opinión guardaba la
esencia del personaje a la vez que reinventaba los códigos de cara a un público
actual- y delimitó su territorio; con un tono más oscuro, realista y adulto,
prometían diferenciarse de Marvel. El problema es que no tenían –ni parecen
tener aún- una hoja de ruta clara sobre lo que quieren hacer. Warner estaba tan
obsesionada con alcanzar lo antes posible a Marvel, que se olvidaban lo mucho
que les costó a estos últimos conquistar la cima. De ahí nacieron las prisas
con Batman v Superman, un producto que pretendía alcanzar las cotas de épica de Civil War sin haber desarrollado antes a sus protagonistas. Vamos, lo que
viene a ser empezar la casa por el tejado. Aunque Wonder Woman parece haberle
dado cierto margen de maniobra a la productora, ésta no debe confiarse, ya que
a muchos espectadores el balance aún les sale negativo.
Algo
que supo hacer bien Disney fue tomarse las cosas con calma; establecer unas
bases y luego expandir sobre ellas, desatando sus corsés trayendo a bordo a directores
ambiciosos y creativos como James Gunn, Jon Favreau o Taika Waititi. Nos guste
o no, hay que reconocer que fueron los primeros en encontrar la fórmula mágica;
mientras, otros estudios aún se esfuerzan en dar con la tecla. Entre ellos
encontramos a Universal Studios, un estudio tan empeñado en ganar adeptos que
confiaron en una figura reconocible como Tom Cruise para vender entradas,
olvidándose de construir unas bases sólidas para su universo cinematográfico.
Paradójicamente, la nueva versión de La momia no tiene como protagonista al
personaje original de Boris Karloff, sino a una mega-estrella de acción que nos
hace dudar sobre las verdaderas intenciones de Universal: ¿quieren traernos la
nueva entrega de Misión Imposible? La verdad, es difícil saberlo.
Si
quieres ganarte al público hoy en día, necesitas algo más que un póster con una
cara reconocible. Tienes que tener las ideas claras, saber a qué público te
diriges -y a cuál no- y entender que no a todos les gustará tu visión. Aún no
he visto La momia de Tom Cruise pero apuesto que intentan meter mucho de todo –comedia,
acción, terror, romance- sin profundizar en nada. El público sabe cuando le
estás vendiendo un producto sin identidad, indeciso y mal acabado que busca
desesperadamente agradar a todos. En mi opinión, la elección de Cruise le hace
un flaco favor a la franquicia, ya que no le da una identidad propia; la
clasifica como otra cinta de acción más como Jack Reacher o Misión Imposible.
Si su intención es seguir la estela de Marvel o DC, convirtiendo a estos
monstruos en una especie de super-villanos, entonces nos les auguro mucho éxito.
Sin
embargo, criticarlo sin ofrecer ninguna alternativa viable no tiene ningún
sentido, así que daré una opción que creo habría funcionado mejor.
Personalmente, un denominador común de las películas clásicas de monstruos siempre
ha sido su capacidad para equilibrar el suspense –o terror- con la compasión y
empatía hacia el protagonista. Muchos de estas criaturas forman parte de la
historia del cine porque, pese a sus imperfecciones, son carismáticas y tienen
magnetismo en la pantalla. De esta manera, algunas como la momia, el fantasma
de la ópera o la novia de Frankenstein jugar
ían más con el romance y
otras como Frankenstein o el hombre invisible lo harían con la acción y el
drama, pero todas tendrían a estos personajes como absolutos protagonistas. No
como secundarios al servicio de la estrella de turno. Tampoco entendería una
asociación de justicieros al estilo Marvel o DC; Drácula jamás se entendería
con la criatura de la laguna negra, por ejemplo.
Teniendo
en cuenta esto, yo intentaría sorprender al público anunciando La novia de
Frankenstein, ya que esta es la única propiedad con suficiente renombre que no
se ha explotado aún. Todas las demás llevan consigo una pesada carga, ya sea en
forma de estigmas o de insufribles secuelas. Tras la reciente trilogía de
aventuras protagonizada por Brendan Fraser, la momia es una de ellas. Además,
La novia de Frankenstein tiene a una mujer como protagonista, una tendencia en auge tras el éxito mundial de Wonder Woman y de su directora, Patty Jenkins, que está más demandada que nunca y cuyo perfil encaja a la perfección; en su debut ya demostró destreza para construir
personajes femeninos fuertes y ahora hace lo propio con un taquillazo. Si a
ella le añadimos actores de primera plana como el ya anunciado Javier
Bardem (Frankenstein) o las futuribles Charlize Theron o Angelina Jolie, entonces
hablaríamos de un arranque prometedor a un universo con un sinfín de posibilidades.
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