Protagonizada por Liv Tyler y Scott Speedman, Los extraños es una pequeña película de terror que obtuvo gran éxito comercial gracias a su habilidad para equilibrar los típicos sobresaltos -jumpscares en inglés- característicos del género, con la sensación de ansiedad y desasosiego que construye alrededor de este siniestro allanamiento. No tiene ni una gran historia ni un planteamiento original y su puesta en escena tampoco sobresale -toda la película se ambienta en una casa- pero el director domina el noble arte del suspense; sabe utilizar a esta extraña familia de locos encapuchados a su beneficio. Además no recurre al gore, lo cual será bueno o malo dependiendo de quién la vea, pero sorprendentemente eso no desmorona la ópera prima del realizador Bryan Bertino. Los extraños es un buen slasher, que consigue poner al espectador en la piel de los protagonistas y hacernos pasar un mal rato. La única pega que tengo son algunos fallos de guión, decisiones un tanto estúpidas o incoherentes de la pareja protagonista. Puedo entender que a algunos les moleste esto, porque a mí también lo hace, pero en esta ocasión yo lo eché a beneficio de inventario. Al fin y al cabo tampoco pretende reinventar el género, sino satisfacer a los aficionados al mismo.
Me
considero un gran aficionado al cine de Woody Allen. He visto la mayoría de sus
películas y muchas de ellas las tengo en casa. Sin embargo, el realizador de
obras maestras como Annie Hall, Manhattan o Delitos y faltas tuvo unos orígenes
un tanto peculiares: nacido en Brooklyn en el seno de una familia judío-rusa
acomodada, Allan Stewart Königsberg adoptó el seudónimo Woody Allen a los 17
años, mientras iniciaba sus primeros pasos como humorista. Más tarde entraría
en la Universidad de Nueva York para estudiar Producción cinematográfica,
aunque la abandonaría al cabo de un semestre por sus bajas calificaciones. Al
parecer, le interesaba más asistir a las proyecciones de películas que asistir
a las clases…¡y a quién no! Tras hacer monólogos en numerosos locales de la
ciudad y aparecer en algunos programas de televisión, Allen lograría rodar su
primera película en 1968, escrita, dirigida y protagonizada por él; esta se titularía Toma el dinero y corre. Una desternillante ópera prima que le colocaba como una
de las nuevas estrellas de la comedia americana y, como se suele decir, el
resto ya es historia. La verdad es que Woody Allen, junto a otros genios autodidactas
como Stanley Kubrick o Quentin Tarantino, recaló en el cine casi por inercia.
Es un ejemplo más de que la técnica cinematográfica nace del amor al cine y no
a la inversa. Y es que, como decía Voltaire, “una buena imitación es la mejor
forma de originalidad”. Todos los grandes autores tomaron influencias de
películas, libros o incluso de su propia vida para elaborar sus relatos; y el
germen de esta historia, que más tarde se llamaría Vicky Cristina Barcelona,
fue el de un guionista –Woody Allen– que sentía gran curiosidad por visitar
España. Por eso la película recuerda más a un documental de viajes que a una
ficción cinematográfica. Queda claro pues que no me gustó en su día y aún sigue sin
gustarme. No sólo me parece una de sus obras más intrascendentes, sino también
la más aburrida –aunque Scarlett Johansson lo compense por momentos–.
Y a vosotros, ¿cuál os gusta más? ¿Visteis alguna en el cine? Dejadme vuestras respuestas aquí abajo, en los comentarios. Hasta otra, pasadlo bien y disfrutad del cine. ¡Saludos!
0 comentarios:
Publicar un comentario