Cine navideño (Volumen II)


¿Qué tienen en común un viejo borracho, un travestido y una joven estudiante? En principio, no tendrían nada que ver pero el difunto realizador Satoshi Kon logra crear una fábula navideña con estos tres atípicos personajes como protagonistas. Estoy hablando de Tokyo Godfathers (2003), la penúltima cinta del realizador antes de su fallecimiento y una de las joyas navideñas que pasan habitualmente bajo nuestro radar. La historia nos sitúa en Tokyo, capital de Japón, y cuenta las aventuras y desventuras de Gin, Hana y Miyuki, tres vagabundos que encuentran un bebé abandonado en un callejón, entre la basura de la fría megaurbe. De esta forma, lo que comienza como un viaje para encontrar a la familia de la criatura termina convirtiéndose en una experiencia catártica para el trio protagonista. Porque Satoshi Kon quiere recordarnos que no hay nada más navideño que saldar cuentas con el pasado.

Antes de continuar quisiera advertir que el artículo puede contener algún spoiler.  Dicho esto, quisiera empezar este pequeño análisis hablando del corazón y alma de esta cinta. Porque en el centro de todo se encuentra el maestro Kon, guionista y realizador de este y otros fantásticos filmes como Millenium Actress o Paprika, quien ahonda en tres personalidades antitéticas para desvelar un miedo común a todo ser humano, como es hacer frente a nuestros propios demonios. ¿Acaso hay algo más propio al comienzo de un nuevo año que tratar de iniciar una nueva vida, lejos de los rencores y los temores que nos hostigaron tiempo atrás? Kon piensa que sí y por eso no es casualidad que la acción se desarrolle en el período navideño; porque para empezar algo nuevo, antes debes terminar lo pasado.  Gin, el primer personaje, es un viejo cuyos días de felicidad hace tiempo que se acabaron y ahora sobrevive a base de sake y autocomplacencia; Hana es un hombre travestido que nunca tuvo familia y siente una extrema necesidad por crear una, cueste lo que cueste; por último, Miyaki es una joven que huye de casa de sus padres, aunque no sabe muy bien por qué: si por temor o por vergüenza. Quizá las dos. Como vemos, los tres tienen problemas muy particulares a su edad y a su experiencia vital pero todos comparten la misma incomodidad hacia la vida. Por eso y porque la sociedad japonesa resulta de tan extrema crudeza, los tres viven como vagabundos, condenados a deambular por las alumbradas calles de Tokyo hasta que el cuerpo o la voluntad aguanten. Sin embargo, un rayo de esperanza se alza entre tanta suciedad y miseria; un bebé abandonado, el macguffin de esta historia, resulta ser el desencadenante que empuja a estas tres desgraciadas almas a afrontar sus traumas con mayor valentía que nunca. En Tokyo Godfathers, Satoshi Kon no se limitaba únicamente con desarrollar los problemas de los protagonistas sino que también se preocupaba de exponer el terrible desamparo que sufren muchas personas –jóvenes y mayores– en la sociedad nipona moderna. Porque detrás de las luces de neón, se esconde una insondable soledad que engulle a los atormentados; porque Tokyo representa un personaje más de la cinta, quizá el más temible de todos.


No obstante, como suele ocurrir con el género anime, los momentos más pesados y emocionales se compensan con otros ligeros que ayudan a hacer de la película un entretenimiento para toda la familia. Su escasa hora y media de metraje va al grano y mantiene el ritmo en todo momento, intercalando momentos dramáticos con otros más cómicos e incluso alguna que otra pequeña escena de acción, las cuales sorprenden gratamente. Personalmente, es precisamente ese tono liviano con el que afronta temas tan serios e importantes lo que hace de esta película una experiencia inolvidable. Como ocurriera en otros grandes clásicos navideños, como ¡Qué bello es vivir! o Plácido, Tokyo Godfathers comparte los mismos elementos de honradez, honestidad y humanidad que caracterizaban al cine de Capra, Berlanga, Chaplin o De Sica. Puede que no llegue a obra maestra, en gran medida porque no logra redondear la historia de todos los protagonistas por igual, cobrando mayor peso dramático Gin que Hana o Miyaki. También tiende a una recta final algo precipitada y explosiva que, comparándola con el resto de la historia, no termina de encajar y que deja algo coja las tramas de los otros dos integrantes del grupo principal. 


Aún así, pese a sus defectos y sus carencias, Tokyo Godfathers roza la excelencia en muchos apartados: desde la faceta técnica, donde la expresividad y las figuras exageradas cobran valor, hasta la argumental. Y es que con esta película, Satoshi Kon volvía a demostrar que como narrador no tenía rival. Los personajes protagonistas se quedan grabados tanto en nuestra retina como en nuestra memoria, sus historias los humanizan y si bien es cierto que hubiese necesitado un poco más de metraje para darle un cierre más satisfactorio a las de Hana y Miyaki, eso no significa que sus respectivas historias queden en el olvido. Porque si algo tiene esta cinta es la impronta del buen cine navideño, de ese que nos hace sentir en familia y nos recuerda que, para mirar con esperanza al futuro, antes debemos hacer las paces con nuestro pasado sin importar el esfuerzo que ello conlleve.


7,5/10: RECORRIENDO EL SENDERO DE LA VIDA.


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