Cine navideño (Vol. III)


Al protagonista del tercer filme de este especial navideño no le gusta volar, ni las fiestas de rigurosa etiqueta, ni dejar el trabajo a medio hacer. Está casado y tiene dos hijos. Es policía de Nueva York pero se encuentra de permiso en Los Angeles, donde busca reencontrarse con ellos por Navidad. Cuando todo apunta a una comedia romántica con tintes familiares, unos alemanes armados hasta los dientes y preparados para cometer el robo del siglo se cruzan en su camino. Menudo regalo trajo Papá Noel, ¿verdad? Los que la hayáis visto sabréis de qué película hablo y los que no…bueno, ¿quién no ha visto La jungla de cristal a estas alturas? La obra maestra de John McTiernan es un monumento a la diversión cargada de testosterona, balas y frases para el recuerdo pero lo que muchos no quieren admitir es que también se trata de una película navideña.

Iba descalzo y en camiseta de tirantes por el Nakatomi Plaza, uno de los rascacielos más lujosos de la ciudad angelina, y poco le importaba que fuese el único que se interpusiese entre esos asesinos y los más de $600 millones de dólares que había tras la cámara acorazada del Sr. Takagi; cuando a McClane le jodes las navidades, él te joderá a ti…cueste lo que cueste. Y es que el bueno de McClane se llevó hostias  para dar y regalar, de todos los colores y sabores: golpes, caídas, puñetazos, tiros…el camino hasta acabar con todos y cada uno de ellos no fue fácil. Porque detrás de esa caótica y explosiva belleza orquestada por McTiernan, se encuentra la historia de un hombre sencillo que lucha por superar los obstáculos de la vida; ya sea llegar a fin de mes o enfrentarse a un obtuso alemán de dos metros de altura con apariencia de Klaus Kinski hipervitaminado, el obstáculo es innegable.


Luego tenemos al sargento Al Powell, fiel escudero de McClane a lo largo de la acción. Su historia podría haberse resumido en pocas palabras; sin embargo, gracias a la relación que sostiene con nuestro héroe y a la más que evidente incompetencia de sus superiores, Powell demuestra no sólo ser un gran policía sino también un tío cojonudo. Interpretado por Reginald Veljohnson, este agente venido a menos se ve forzado a salir de su zona de confort con este caso; lo que al principio le parecía poco más que un grano en el culo, terminará convirtiéndose en una experiencia catártica cuando cae en la cuenta de que tiene más sesera y arrojo que el teniente Dwayne T. Robinson y los agentes del FBI Johnson y Johnson juntos. La suya es la reivindicación del trabajador honrado, de ese que pisa asfalto y no moqueta.


Por su parte, Hans Gruber probablemente sea el antagonista más caradura, atrevido y magnético que haya visto el cine de acción. Alan Rickman da vida a un personaje ególatra y sin escrúpulos, que rompe todos los estereotipos del villano clásico cuando, transcurridos apenas treinta minutos, liquida al Sr. Takagi sin pestañear. Lo hace parecer tan natural como encender un cigarrillo o afeitarse, lanzando una advertencia al espectador: él sí va en serio. Es cierto que su ego le juega más de una mala pasada pero presenciar el duelo de titanes entre él y McClane es pura gloria cinematográfica. Para el recuerdo queda esa tensa conversación en la que, como si de una partida de ajedrez se tratase, ambos intuyen quién es el otro con sólo mirarse. Dos actores, Rickman y Willis, en su cenit interpretativo era todo lo que necesitaba esta película para triunfar. Eran pura dinamita en pantalla.


Por último tenemos una retahíla de personajes secundarios, a cada cual más excéntrico, sin los cuales La jungla de cristal perdería parte de su magia. Estoy hablando del charlatán Harry Ellis, el típico engreído que se cree más listo que el protagonista y que termina comiéndose sus palabras y algo de plomo de paso. Hablo también del desfile de policías incompetentes, burócratas pegados a sus manuales de actuación como si de la Biblia se tratase, rezando para que la cosa no se complique más y puedan irse a casa de una maldita vez. Por supuesto, cabe mencionar al grupo de criminales entre los que se encuentran Karl y su hermano Tony, a quien McClane le cruje las vértebras como bien se lo indica en la brutal pelea final. Sin embargo, el que siempre me ha llamado la atención es Uli, el Fu Manchú de la banda, que por los ochenta y noventa se labró una más que digna carrera, participando en títulos como Arma Letal, Golpe en la pequeña China o El último gran héroe, siempre haciendo de sicario de lujo.


La jungla de cristal es, en definitiva, la película de acción perfecta. Un entretenimiento mayúsculo y apoteósico para disfrutar mientras saboreamos los dulces excesos de la Navidad. A la cinta de McTiernan no le sobra ni le falta nada: personajes irreverentes en ambos bandos, buenas dosis de ironía y humor negro y por supuesto, toda la acción que el cuerpo humano pueda aguantar. En cuanto a Bruce Willis, a él le debemos la creación de John McClain, el antihéroe por antonomasia y digno sucesor del John Wayne de Valor de Ley y el Eastwood de Harry el sucio. Porque los héroes están muy bien pero son muy prosaicos, demasiado responsables para divertirse. A McClain nadie le ata en corto: él campa a sus anchas con sus peculiares métodos y poco le importa si los demás lo aprueban o no. El no tiene tiempo que perder en chorradas, tiene una misión que cumplir y puedes apostar a que lo hará.


10/10: ¡YIPPEE KI YAY, HIJO DE PUTA!

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