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Esta película reposa sobre dos
pilares: su director y guionista, Craig Zahler y sus dos actores protagonistas.
Si uno de los dos hubiese fallado, las dos horas y media de duración se
hubieran hecho un camino cuesta arriba y empedrado. Muy empedrado. Sin embargo,
la relación entre el autor y sus intérpretes no podría ser más exitosa: ambas
partes entienden las exigencias del otro y saben sacar lo máximo de su
colaboración. Mel Gibson está aquí como pez en el agua, fuera de los focos de
una gran producción hollywoodiense y metido de lleno en ese cine independiente
que coquetea con la serie B en el que S. Craig Zahler lleva años trabajando. Su
elección no sólo me parece acertada, sino que en su personaje veo un reflejo de
la vida del propio actor australiano, es posible incluso que lo haya escrito
con él en mente. Respecto a Vince Vaughn, con quien ya había trabajado en otra
maravillosa cinta de explotación como Brawl in Cell Block 99, su carrera como
actor de comedias facilonas ha tomado un giro de 180 grados; Zahler no
desaprovecha su vis cómica pero tampoco recurre a ella excesivamente. Parecido
a lo ocurrido en su anterior película, Vaughn se recicla como un actor de
presencia amenazante y aires chulescos y si a él le juntamos a un Gibson
desatado, pues tenemos una buddy movie tan malhablada e irreverente como las de
antes. Porque si algo comparten estos dos policías es su facilidad para ser políticamente
incorrectos; un lujo que actualmente sólo se puede permitir el cine
independiente y que espero siga explotando en el futuro inmediato, ya que es la
única alternativa a un cine comercial que cada vez se está volviendo más
genérico, en parte debido al escrutinio público que sufren las grandes
superproducciones de nuestros días.
Entrando en el guión, Zahler
convierte situaciones cotidianas, como una charla de restaurante o una madre
que regresa al trabajo tras una baja por maternidad, en oro narrativo y lo hace
con la destreza de alguien que sabe muy bien hacia donde quiere llevar al
espectador. Dragged Across Concrete no te dejará indiferente. Su historia puede
ser sencilla –algunas de las mejores de la historia lo son– pero es que tampoco
pretende ser de otra manera; la estructura es muy similar a sus anteriores
trabajos, con un tramo inicial pausado que sirve para introducir a los
personaje principales y sus vicisitudes y un segundo donde se desarrolla la
acción que los afecta. Lurasetti y Ridgeman atraviesan un bache personal y por
si fuera poco, les acaban de quitar su única fuente de ingreso. De repente, su
precaria situación se ha vuelto aún más precaria, lo cual les llevará por un
sendero criminal en busca de una recompensa que ellos creen ajustada a sus
méritos profesionales. Zahler nos presenta a estos dos hombres y a sus familias
y se toma el tiempo que haga falta –a veces incluso demasiado– para lograr que
empaticemos con ellos. Lo demás es puro thriller. El director y guionista
apuesta a todo o nada a esta premisa, si te atrapa entonces te lo pasarás en
grande y sino…bueno, mejor déjala antes de que sientas desperdiciado tu tiempo.
Y hablando de tiempo, la duración es
seguramente uno de sus fallos más visibles. Hay muy pocas historias que
justifiquen una duración de más de dos horas y ésta no es una de ellas.
Entiendo que el director quiere imponer un ritmo pausado y frío a su película y
entiendo también que le guste prolongar escenas pero todo tiene un límite. Esto
es algo sintomático en él, puesto que todas sus obras han pasado de las dos
horas de metraje. El problema es que aquí va mucho más allá, alargando escenas
y situaciones innecesariamente y dañando por momentos el ritmo del filme. Es un
obstáculo, un precio de entrada demasiado alto para el público y una forma algo
tonta de espantar a una buena parte del mismo. Incluso yo, que tenía tantas
ganas de verla como el que más, tuve que esperar por falta de tiempo.
En definitiva, Dragged Across
Concrete merece mucho la pena si sabes lo que te espera y ya conoces el estilo
particular del director. La película tiene reminiscencias de Tarantino, de
Peckinpah y de Sidney Lumet entre otros y por supuesto, bebe mucho del cine
policíaco de los años 60 y 70. A su vez, la banda sonora toma también
referencias de esas décadas, haciendo uso de grupos de soul como The O’Jays o Tavares –ambos utilizados ya en Brawl in Cell Block 99–para imprimirle ese tono al
filme. Las actuaciones individuales tanto de Gibson y Vaughn como de
secundarios como Jennifer Carpenter es notable y la química entre sendos
protagonistas está siempre presente. Sus conversaciones no tienen desperdicio y
están caracterizadas por ese humor seco tan propio de la gente a la que no le
importa una mierda lo que piense el resto. Es cierto que se hace demasiado
larga, algo que en cualquier otra película sería imperdonable, pero me lo he
pasado tan bien siguiendo el viaje de estos dos policías “antisistema” por los
bajos fondos de la ciudad que he de perdonárselo. Lo nuevo de Craig Zahler es
tan violento, indecente y descarado como cabría esperarse y lo amamos por ello.
7’5/10: LA JUSTICIA DEL BUEN
PECADOR.
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