Hace unos días Martin Scorsese afirmaba que el género
de superhéroes, que tantos adeptos había ganado en la última década, no era realmente
cine. En una entrevista con la prestigiosa revista Empire, Scorsese decía lo
siguiente:
“No
las veo [las películas de Marvel]. Lo intenté, ¿sabes? Pero eso no es cine.
Honestamente, lo más cerca que puedo pensar de ellas, con todo lo bien hechas
que están, con los actores haciendo lo mejor que pueden bajo esas
circunstancias, son los parques temáticos. No es el cine de seres humanos
tratando de transmitir experiencias emocionales y psicológicas a otro ser
humano.”
Aparte de incendiarias,
estas declaraciones son tan dogmáticas y radicales que difícilmente puedes
alinearte con ellas, incluso siendo un gran aficionado a su cine como lo es un
servidor. Quizá sin darse cuenta, quizá adrede, el realizador italo-americano acababa
de abrir la Caja de Pandora de los debates cinéfilos: ¿consideramos al cine
arte o solo un mero ejercicio de evasión?
Cuando éramos
pocos, parió la abuela (o mejor dicho el abuelo), cuando a Scorsese se le unieron
otros ilustres como Ken Loach, Arturo Ripstein o el mismísimo Francis Ford
Coppola en una cruzada anti-heroica bastante lamentable. Unos tacharon al cine
de la Marvel como “hamburguesas”, otros admitieron que la causa por la que tenían
tanto éxito es porque “la estupidez es común” y finalmente, Coppola puso la
guinda a este pastel hediondo, cuando reconoció que ese tipo de producciones
eran “despreciables”.
Evidentemente, hay
que respetar sus opiniones, más aún cuando vienen de individuos que han dado
tanto al cine y que han inspirado a muchos otros artistas que, paradójicamente,
guardan lazos directos o indirectos con el cine de superhéroes. Jon Favreau o Robert Downey Jr. siendo dos
claros ejemplos de ello.
Sin embargo, también
hay que preguntarse si tienen razón en lo que argumentan o si simplemente es
una forma de ir a contracorriente de la opinión generalizada, para llamar la
atención. Al fin y al cabo, el llamado género de superhéroes lleva años monopolizando
los primeros puestos del Box Office internacional y todo apunta que seguirá
haciéndolo a corto y medio plazo. Cuando algo no tiene éxito, nadie se acuerda
de ello y por supuesto, nadie se queja; si Iron Man hubiese sido un desastre,
tanto de crítica como de recaudación, quizá todo este Universo Cinematográfico
y por ende la fiebre del superhéroe no hubiese sido tal y entonces, Scorsese y
cía. no harían ninguna declaración acerca del tema. ¿Acaso alguien de prestigio
ha dicho alguna vez que el cine de terror de serie B no sea cine porque es
demasiado cutre? ¿O que el de artes marciales sea más bien un espectáculo acrobático?
Yo no lo creo. Pero entonces, Rick, ¿es el género de superhéroes cine de verdad
o es de plastón?
Para definir qué
es el cine y cuál es su función primigenia, hay que irse al principio de todo…al
invento de los hermanos Lumière. A finales del siglo XIX, dos franceses hijos
de un fotógrafo de Lyon inventaron lo que ni siquiera Thomas Alva Edison logró:
el cinematógrafo. Desde ese instante, la capacidad de capturar y proyectar imágenes
en movimiento dejaba de ser un sueño para convertirse en realidad. Ellos no eran
conscientes del impacto cultural que esa cajita con patas iba a tener en el
futuro de la Humanidad ni del furor que iba a suponer en un país de inmigrantes
al otro lado del charco.
Por aquel
entonces, EE.UU. vivía una circunstancia social muy peculiar: millones de
personas provenientes de Europa se instalaban en sus tierras sin tener conocimiento
del inglés, la lengua oficial del país de acogida. Esta barrera idiomática les
impedía consumir los dos grandes medios de entretenimiento de la época: el
teatro y la literatura. ¿¡Cómo iban a atraer a todas esas personas si no
hablaban el idioma!? La respuesta sería el cinematógrafo.
El cine fue un éxito
instantáneo y el público acudía en masa a verlo. Desafortunadamente, la disputa
entre Edison, que pretendía cobrar derechos de explotación por haber patentado
un invento similar –aunque menos funcional que el de los hermanos Lumière– y
los productores de Nueva York provocó que estos últimos se mudaran a la costa oeste, lejos de la influencia del inventor; concretamente a Los Angeles, California.
Por aquel entonces, aquella era una zona tranquila, lejos del bullicio de la
civilización moderna y sobretodo, lejos de las temibles leyes que amenazaban su
negocio. Así surgió Hollywood y las productoras que hoy se han convertido en
titanes, como la Universal, la Paramount o la Metro-Goldwyn-Mayer.
El cine mudo que
se producía en la época servía ante todo de entretenimiento, siendo este acompañado
por orquestas y narradores. Era un cine muy diferente al de ahora. La duración
no excedía la de un cortometraje y las temáticas solían ser ligeras. Años más
tarde, en 1913, llegaría desde Italia –otra gran cuna del cine– la primera gran
superproducción, Quo Vadis. Esta adaptación de la novela homónima destacaría
sobretodo por dos cosas: sus dos horas de duración y su espectacularidad
visual. Acostumbrados a escenarios parcos y pobres en decorado, Quo Vadis suponía
una experiencia sin precedentes: la cantidad de personajes en pantalla, la
ambientación y sobretodo la épica que rodeaba a esta historia de romanos era
digna de admiración.
Poco después, un
joven Charles Chaplin comenzaba su andadura en el mundo del cine con cortos y
mediometrajes que sacaban una sonrisa al espectador en unos tiempos donde la
risa brillaba por su ausencia –no olvidemos que la I Guerra Mundial comenzaría
en 1914–. A su éxito se incorporó también Buster Keaton, otro mítico actor cómico
que además puede ser considerado como el primer gran doble de acción, ya que se
jugaba la vida en algunas de las escenas que rodaba. Al mismo tiempo, surgían
otros autores con voces distintas pero reconocibles como D.W. Griffith en
EE.UU., Murnau o Lang en Alemania, Jean Epstein en Francia o Eisenstein en Rusia.
De esta manera, podemos
trazar numerosas similitudes entre el cine de aquella época y el de la actualidad.
Por un lado, estaba el cine cómico americano y francés de Chaplin, Keaton y cía.,
el de fantasía y ciencia ficción gracias a la obra de Georges Mélies y el cine épico
de la mano de Quo Vadis (1913) o Cabiria (1914); por el otro, encontramos la
faceta más artística, dramática y con sello personal, de autores tan míticos
como Lang, Murnau o Eisenstein. Por lo tanto, podemos observar que la variedad
de géneros y de acercamientos al cine ya existía desde su misma concepción.
Podrá gustarnos más
o menos el cine de superhéroes, incluso podremos desdeñarlo personalmente pero
lo que jamás deberíamos hacer es poner fronteras divisorias entre lo que es o
no es cine. La técnica cinematográfica nació para capturar imágenes en movimiento
y proyectarlas. Punto. Luego el medio evolucionaría hasta convertirse en lo que
es hoy día, pero la idea esencial es esa y todo lo demás son gustos personales
y posturas subjetivas. La belleza del cine es que todo es posible: puede
entretener y puede emocionar, puede asustar y puede hacernos reflexionar, etc.
Las posibilidades son tan infinitas como la propia imaginación. Coartar esa
libertad y acotarla a los gustos canónicos de unos pocos eruditos ni es bueno
para el público ni tampoco hace avanzar el séptimo arte.
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