Análisis con spoilers - Platoon


El infierno es la imposibilidad de la razón. Así de contundente arrancaba Oliver Stone su obra magna, con una frase que bastaba leerla para helarnos la sangre. Pensando en esa jungla del sudeste asiático, bañada con la sangre de centenares de miles de soldados y civiles enfrentados por motivos ajenos a sus vidas, en un conflicto que se eternizaba mientras muchos se preguntaban por qué se inició en primer lugar, Platoon es un relato violento y descarnado sobre los peores instintos del ser humano. Cuando la lógica se pierde y la línea que separa el bien del mal está tan difuminada que hasta uno mismo no está seguro del lado al que pertenece, en ese justo instante cuando se han abandonado todos los valores y los códigos morales que rigen en una sociedad justa, es cuando todo se va a la mierda. En 1986, año del estreno de esta película, la guerra de Vietnam hacía más de una década que había finalizado oficialmente, pero las heridas aún seguían muy abiertas. La sociedad americana, que había perdido gran parte de su confianza para con sus líderes, estaba fracturada entre aquellos que aún veían con buenos ojos la guerra de Vietnam, aquellos que la repudiaban y los que la sufrieron en sus propias carnes. Como se puede comprobar en los libros de Historia, la división y el enfrentamiento entre pueblos es mucho más común que la unión y eso quizá se deba, en parte, a la denominada dualidad del Hombre, esa a la que alude el recluta Bufón en La Chaqueta metálica cuando le preguntan por qué lleva un casco que dice “Nacido para matar” y una insignia en el pecho con el símbolo de la paz. El mundo está polarizado desde que existe la división entre la luz y la sombra, entre el ego y el alma, la generosidad y la avaricia; es tan antiguo como la vida misma. El que es capaz de reír, también llora y el que reparte amor, en ocasiones siente odio. “Haz el amor y no la guerra” es un bonito eslogan, sino fuese porque la persona que lo inventó seguramente sintió la ira y el deseo de hacer daño alguna vez. Pero tranquilos, esto no es una discusión filosófica, sino un análisis plagado de spoilers de una de las mejores y más crudas representaciones de lo que supone luchar en una guerra, codo con codo con gente a la que admiras y a la que odias, amigos y enemigos; porque el enemigo no era el Vietcong, era uno mismo y sus instintos.



Platoon es una obra grupal donde no destaca un solo protagonista, sino muchos. El elenco de jóvenes promesas que reunió Stone para su película es ciertamente envidiable, liderado por una cara veterana como la de Tom Berenger –que en los ochenta estaba por todas partes–. En su reparto encontramos a Willem Dafoe, Forest Whitaker, Keith David, Johnny Depp y al que se podría considerar como el gran protagonista, Charlie Sheen, dando lo mejor de sí en una interpretación notable, aunque cabe decir que Stone, que había terminado el guion allá por 1971, pensó en dárselo a Jim Morrison, cantante de The Doors. Cuando este fue encontrado muerto en París, encontraron el guion de la película consigo. Dicho esto, las actuaciones y diría aún más, la camaradería que demuestran estos intérpretes en pantalla es bestial. Pocas veces se ha visto a un elenco tan comprometido y compenetrado y menos veces aún se ha retratado de forma tan exitosa en la gran pantalla. Con todo lo bien que lo hacen Willem Dafoe –para mí el alma de la película–, Sheen, Keith David, John C. McGinley o Tom Berenger entre mucho otros, Stone ejerce de líder en la sombra, sabiendo mostrarnos el conflicto interno de cada soldado y las tensiones crecientes entre los miembros de este pelotón de la 25 División de Infantería, fundada en 1941 y conocida comúnmente como “Tropic Lightning”. Los vínculos de amistad y lealtad que nos muestra se ven reforzados por unas actuaciones creíbles y sinceras, hasta el punto de que, tras el uniforme y el barro, no ves al díscolo Charlie Sheen o a la estrella de cine en la que se convertiría Johnny Depp; ves soldados sufriendo por la muerte de sus amigos, temiendo ser los siguientes en la lista de la vieja de la guadaña. Sin embargo, si tuviera que mojarme y quedarme con uno o dos actores que están un punto por encima del resto, esos serían Willem Dafoe y Tom Berenger por una razón muy sencilla: ellos representan los opuestos de la dualidad que comentaba antes. Elias es justo y honorable, busca darle un orden al caos; mientras, el Sargento Barnes encarnado por Berenger es el loco y despiadado, el que ya no cree en nada ni en nadie y se rige solo por la ley del fusil: o matas o te matan. Su enfrentamiento detonó en la matanza de civiles llevada a cabo por Barnes, que tuvo su fuente de inspiración en la Matanza real de My Lai, un pueblo en Vietnam del Sur donde se estima que entre 347 y 504 civiles desarmados fueron asesinados por soldados del Ejército estadounidense. Esta es una de las secuencias más impactantes de la película y sirve a su vez como núcleo del mensaje de Oliver Stone al espectador.


Antes de poner punto y final al apartado interpretativo, que le valió a la película dos nominaciones al Oscar precisamente para Dafoe y Berenger, cabe mencionar dos curiosas anécdotas. La primera tuvo lugar en Filipinas, semanas antes de empezar su producción, cuando todos los actores fueron trasladados a un campamento militar donde pasaron catorce días de duro entrenamiento físico, consumiendo tan solo comida militar, durmiendo en la jungla y haciendo turnos de vigilancia, llegando incluso a exigirles que se mantuvieran siempre metidos en sus personajes e impidiéndoles ducharse en el transcurso de esas dos semanas previas al rodaje. Al finalizar, Tom Berenger perdió 12  y todo ello con el objetivo de recrudecer las condiciones laborales de los actores, de forma que estos llegaran a sentir una pizca del sufrimiento que sintieron los soldados de verdad. La segunda y más divertida anécdota tiene que ver con la escena en la que el grupo liderado por el Sargento Elias (Dafoe) comparte marihuana con el ingenuo cabo Taylor (Sheen), ya que poco antes de filmarla, fumaron marihuana de verdad. Una buena experiencia sino fuese porque, cuando el escenario estaba preparado, los efectos de la hierba ya habían pasado y estaban de bajón.


Pasando a otra faceta estrella de esta obra, el guion de Oliver Stone recoge en parte las experiencias que tuvo cuando sirvió en Vietnam como soldado de infantería entre el 16 de septiembre de 1967 y noviembre de 1968, resultando herido en dos ocasiones y obteniendo el Corazón Purpura por sus servicios. Poco después, empezaría a escribir Break, un guion semi-autobiográfico en el que relataba sus experiencias en la guerra y que más tarde serviría de base para el guion definitivo de Platoon, reutilizando varios personajes y escenas. Esto fue a principios de los setenta, fechas alrededor de las cuales el proyecto suscitó interés por parte de algunos gigantes de Hollywood, como Sidney Lumet y Al Pacino, aunque estos intento nunca llegarían a fraguarse. Por si fuera poco, obras maestras del género como Apocalypse Now o El cazador, hicieron recular aún más a los estudios, que veían imposible que Platoon pudiese estar a su altura. Afortunadamente, tras quince años de idas y venidas, Stone logró ganarse la confianza de los productores de la meca del cine para rodar la película a su manera.


La historia de Platoon –pelotón en castellano– no es nada compleja a nivel argumental, pero es que la guerra como tal, tampoco lo es. Dos bandos intentando matarse el uno al otro mientras, cada soldado libra una lucha interna contra su propia locura que le lleva desde que se levanta hasta que se acuesta un puñado de horas. Y así el bucle se repite, día tras día, sin tregua alguna, hasta que marchas de ese lugar, vivo o dentro de una caja de pino. Y si eres uno de los "afortunados" que viven para contarlo, las secuelas psicológicas, las cicatrices de la guerra, serán tan profundas que llegarán a tu misma alma. Stone se centra en relatarnos el día a día de un pelotón, cómo suben por una colina arriba o duermen a la intemperie, bajo la lluvia, los rayos y los bichos que los hostigan, con un impermeable y su fuerza de voluntad como único abrigo; caminamos con ellos, luchamos con ellos, sufrimos con ellos y morimos con ellos. Porque sí, como habréis supuesto, esta no es una película para estómagos sensibles: hay mutilaciones, cortes, disparos a quemarropa y mucha, mucha muerte. Cada escena es una demostración palmaria de la barbarie, del caos y la destrucción, del infierno  que es la guerra. Las atrocidades se suceden en ambos bandos: una demostración de ello es la matanza de civiles que os relataba antes. El realizador y guionista nos deja claro desde un principio que esto no se trata de vencer al mal, sino de no sucumbir a él, de no dejarse llevar por la paranoia; Barnes y los suyos ven Vietcongs por todas partes, hasta en sus propias filas y por ello, su máxima es “o estás conmigo o estás contra mí”. Si alguien en el pelotón se atreviese siquiera a alzar la voz para condenar sus actos, por desmesurados que fueran, no dudarían en eliminarlo. 

Aparte de esto, la gran virtud del guion de Stone –que aquel año estaría nominado a mejor guion original por partida doble– son sus conversaciones, tan verosímiles como poéticas y llenas de trasfondo. Por ejemplo, cuando el cabo Taylor y Elias tienen una charla por la noche y este último le dice, echando la mirada al cielo: “las estrellas no son ni buenas ni malas, simplemente están ahí”. O cuando un Tom Berenger con aire amenazante les espeta a los soldados amigos del Sgt. Elias: “Yo soy la realidad. Está la forma en que debería ser y la forma que es”. Y por supuesto no se puede pasar por alto el monólogo final de un malherido Taylor: “Cuando pienso en lo que pasó allí…Creo que no luchábamos contra el enemigo, luchábamos contra nosotros mismos […] Sea como sea, los que sobrevivimos tenemos un deber a cumplir: enseñar a los que vengan detrás lo que sabemos, e intentar el resto de nuestra vida encontrar la virtud y perfeccionarnos”. Platoon está plagada de momentos inolvidables, personajes indelebles y frases para enmarcar, algunas de las cuales haríamos bien en escuchar para no repetir los errores del pasado.


Otro apartado que me cautivó la primera vez que la vi y que aún lo sigue haciendo, es el técnico. La fotografía de Robert Richardson, al que muchos conoceréis por sus colaboraciones con Quentin Tarantino, es hermosa y tiene algunos momentos realmente abrumadores. Me estoy refiriendo evidentemente a la muerte del Sgt. Elias (Dafoe), alzando los brazos como si estuviese clamando al cielo “¿por qué me ha caído tan terrible castigo?" Pero también me impresiona la forma en la que filma la selva, cómo nos muestra el fango y la suciedad con primeros planos de los soldados y cómo logra también capturar la belleza de las montañas y de los arrozales con su maravilloso color jade. La escena del atardecer, mientras los soldados limpian las letrinas de los barracones; la luz filtrándose por las copas de los árboles; la imágenes aéreas de un terreno que se asemeja más a la Luna que a la Tierra. Además, el montaje de imagen y sonido de Claire Simpson –que le valió la preciada estatuilla– funciona como un reloj suizo. No falta ni sobra nada y la obra musical Adagio para cuerdas de Samuel Barber, que aquí utilizaron recurrentemente a lo largo del filme por iniciativa de Simpson, es todo un acierto; esa música da el impacto y el peso dramático a unas imágenes que ya por sí solas resultan demoledoras. Los combates están muy bien narrados visualmente, nunca me perdí ni tuve sensación de confusión.

Platoon se rodó íntegramente en Filipinas en apenas 54 días, tiempo récord teniendo en cuenta las duras condiciones climatológicas y orográficas a las que estaba sometido el equipo y las altas probabilidades de que algún accidente o cualquier otro contratiempo retrasase el rodaje. Para que os hagáis una idea de lo increíble que resulta esto, La chaqueta metálica de Kubrick tardó casi un año en filmarse en Gran Bretaña, a causa de un accidente de coche que casi le cuesta la vida a R. Lee Ermey, también conocido como el Sargento Hartman; y otro gran clásico del subgénero, Apocalypse Now, que al igual que Platoon también se rodó en Filipinas, sufrió los efectos de un tifón, el robo de la nómina salarial, un ataque al corazón del actor protagonista, Martin Sheen, y hasta Coppola tuvo que hipotecar su casa y pedir dinero prestado a George Lucas –que venía de forrarse con el estreno de Star Wars– para poder acabar aquel maldito rodaje. Así que se puede decir que Oliver Stone fue inmune a la ley de Murphy.

En un año en el que un joven Tom Cruise se coronaba rey del box office con Top Gun, una adaptación de Stephen King se ganaba nuestros corazones y la teniente Ripley repartía estopa a los xenomorfos, Oliver Stone nos traía una de las experiencias más traumáticas y desoladoras sobre la peor cara del ser humano, esa capaz de transformar un paraíso en el infierno, trayendo consigo una lluvia de fuego y destrucción que ya quisiera el mismísimo Lucifer. En palabras del cabo Taylor: “hay momentos en los que me siento como un niño que tuviera dos padres [Elias y Barnes]”. Sus padres, los suyos y los de todos los que poblamos este hermoso planeta, son la justicia y la injusticia; el valor y la cobardía; el amor y el odio. Cuando miramos frente a frente a nuestros demonios, ahí es cuando somos conscientes de que la guerra, la verdadera, se pelea todos los días y el campo de batalla no es otro que la vida misma y cómo decidamos vivirla. Platoon es una película sobresaliente y es también uno de los ejemplos más aterradores y mordaces de lo que el ser humano es capaz de hacer en un mundo sin reglas ni moral posible.


9/10: LA DUALIDAD DE LA NATURALEZA HUMANA.

2 comentarios:

  1. Excelente reseña casi poética de un film de profundo cáliz humano.
    Cuando algo me encanta lo repito porque no me cansa lo disfruto más y más a la siguiente y posterior vez. Este maravilloso film la habré visto unas 15 veces. Es como uno de esos temas musicales que te gusta tanto que repites y repites a pesar del tiempo. Felicidades por como has expresado el alma mater de esta gran obra cinematogràfica

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  2. ¡Gracias por tus palabras, compañero! Platoon es una cinta ciertamente hipnótica. Única e irrepetible, que resume a la perfección el trauma que dejó la guerra en toda una generación.

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