Los 50 actores más importantes de la historia - Segundo puesto

MARLON BRANDO


El actor con mayor presencia física de la historia del cine, un auténtico huracán de emociones que se ganó nuestra admiración por siempre. Un actor irrepetible, inalcanzable diría yo. Marlon Brando tenía un aura mística que aún se sigue analizando, adorando y envidiando a día de hoy.

Marlon Brando Jr. nace en abril de 1924 en Omaha, Nebraska en una familia de clase media y de ascendencia franco germana. Su madre, Dorothy Julia Pennebaker, no era la clásica madre modelo: fumaba, usaba pantalones, conducía coches y en su día incluso llegó a trabajar en el teatro, ayudando a un tal Henry Fonda en los inicios de su carrera como actor. Sin embargo, Dorothy también era alcohólica y en más de una ocasión se escapó para ir a emborracharse a bares de carretera. En su autobiografía, Brando expresaba con profundo pesar lo que sentía sobre su madre: “La angustia que producía el hecho de que bebiera era que prefiriese salir a emborracharse en lugar de cuidar de sus hijos”.


Por otra parte, su padre, que producía pesticidas y otras sustancias químicas, le recordaba en más de una ocasión que nunca sería más que un don nadie, humillándole siempre que podía y negándole cualquier apoyo o empatía.

Años más tarde y muchas mudanzas después –vivieron en Chicago, California y otras ciudades norteamericanas–, entre 1939 y 1941, un joven Brando comenzó a trabajar como acomodador en unos cines en Libertyville, Illinois, una ciudad al norte de Chicago.

A una temprana edad, Brando ya sentía especial predilección por la mímica. Tenía una habilidad increíble para adquirir los gestos y manierismos de sus compañeros de clase, interpretándolos con el toque dramático que siempre le caracterizó. Uno de sus amigos recuerda cómo Brando imitaba vacas y caballos que tenían en su granja para intentar separar a su madre de la bebida.


Sus hermanas mayores, Jocelyn y Frances, también estudiaron artes dramáticas y la primera tuvo una respetable carrera en Broadway, en el cine y también en la televisión. Mientras sus hermanas hacían carrera, Brando era expulsado por conducir su moto por los pasillos del instituto, hecho que le llevó a una academia militar en Minnesota, donde su padre había estudiado, para tratar de reconducir su mala conducta. En esta institución, Brando comenzaría a atraer las miradas del público con grandes actuaciones de teatro, pero no estaría exento de problemas con los profesores, que acabaron expulsándolo.

De vuelta a casa con sus padres, Brando buscó en el Ejército una vía de escape, pero no pudo alistarse por una lesión que tuvo en su época como jugador de fútbol americano. Con todas las opciones aparentemente agotadas y su padre regañándolo día sí y día también, decidió jugar la carta que antes habían jugado sus hermanas; se iría a Nueva York a estudiar artes dramáticas. Con 18 años recién cumplidos, Brando sentía que había nacido para ser actor e iba a pelear duro para alcanzar su sueño.


Allí aprendería la técnica de actuación de Stanislavski, método que invitaba al actor a explorar tanto los aspectos externos como los internos del personaje, a fin de lograr entenderlo en todas sus dimensiones. Su capacidad a la hora de entender las distintas sensibilidades del individuo impresionó a su profesora, Stella Adler, desde el inicio. Ella cuenta que un día, mientras preparaban un ejercicio en el que los estudiantes tenían que actuar como gallinas a las que estaba a punto de caerles una bomba atómica, todos corrían despavoridos por el aula, cacareando y escondiéndose bajo las mesas… todos menos uno. Marlon Brando decidió que lo más apropiado en ese momento era que la gallina estuviera tranquilamente poniendo huevos porque, al fin y al cabo, ¿¡qué demonios sabría ella sobre una bomba atómica!?

A pesar de ser considerado uno de los primeros actores en utilizar el método Stanislavski, él lo negaba y llegó a reconocer que lo aborrecía y también al profesor que se lo enseñó, Lee Strasberg, de quien no guardaba ningún grato recuerdo en su paso por el Actors Studio.


Cuentan que mientras rodaban las cámaras, Brando a menudo se ponía a hablar con los operarios en lugar de actuar y que esperaba hasta que la conversación fuese lo más natural posible para empezar a recitar sus líneas de diálogo. Él creía que sólo así podía parecer tan veraz en pantalla como se exigía a sí mismo; claro que esta técnica supuso un enorme dolor de cabeza para algunos productores, realizadores y compañeros de reparto, pero a él eso poco le importaba. 

Tras su despedida de Broadway en 1949 –donde protagonizaría la primera versión de Un tranvía llamado deseo de Tennesse Willliams–, Brando estaba ansioso por trabajar en Hollywood y así lo hizo, obteniendo su primer papel protagónico en la cinta dirigida por Fred Zinnemann, Hombres. Aquí ya empezaba a destaparse como un intérprete indómito y díscolo, cuya gran rebeldía solo se equiparaba a su increíble dominio de la escena. Una interpretación llena de fuerza y pasión que serviría de magnífica antesala a lo que se vendría un año después, en la adaptación cinematográfica de Un tranvía llamado deseo, obra cumbre en su carrera donde se lucía en el papel del rudo, violento y salvaje Stanley Kowalski. Un papel hecho a su medida en el que demostró todo su talento, energía y magnetismo. Su interpretación le valió los aplausos de la crítica y le llevaron a su primera nominación a los premios de la Academia.


En la década de los cincuenta plantó su bandera y marcó territorio con grandísimas obras como ¡Viva Zapata!, Julio César, Ellos y ellas, El baile de los malditos, Piel de serpiente y otra obra maestra en La ley del silencio. En esos diez años logró cinco nominaciones a los Oscar y una estatuilla por su enorme papel protagonista en la cinta de Elia Kazan.

Arrancó los sesenta descubriéndose como director en El rostro impenetrable, un western muy notable que empezó a rodar Stanley Kubrick, pero que acaba firmando Brando. En ella aparece junto a su compañero de reparto predilecto, el grandísimo Karl Malden que, por supuesto, también entra en este ranking. Además de esta, también protagoniza la aventura marina de Lewis Milestone y remake de un clásico de Clark Gable y Charles Laughton, Rebelión a bordo; luego hizo la intriga de espionaje, Morituri; y por supuesto, se coronaría con otra majestuosa obra como La jauría humana, dando vida al íntegro sheriff que busca evitar a toda costa un derramamiento de sangre. Increíble drama social, donde un Brando que había comenzado su declive en Hollywood nos entregaba otra interpretación para la historia.


Lamentablemente, después de los sesenta todo cambió para él. En esa década firmó algunas películas muy notables, tanto de crítica como de taquilla, pero también otras que se llevaron un duro varapalo entre el público, sobretodo las cinco que rodó con Universal. Desilusionado por una trayectoria cuyo futuro cada vez pintaba más negro, Brando empezó a ver el mundo de la actuación como una forma de lucrarse, en lugar de cómo su pasión y eso hizo que su filmografía se volviese un tanto irregular.

El que antes había sostenido la bandera de la rebeldía y había supuesto todo un icono para los jóvenes de la época, que veían en él un reflejo de lo que ellos aspiraban a ser, terminó por convertirse en un personaje al que muchos dejaron de tomar en serio; a eso hemos de añadirle su descuidada imagen, sus problemas personales y los batacazos que sufrió en el box-office. También fue duramente criticado por la prensa especializada, ya que esta consideraba que Brando había desistido, participando en cintas que estaban muy lejos de su calibre interpretativo. Aunque él fingía indiferencia, la realidad era que todas esas críticas que oía y leía constantemente le afectaron profundamente, minándole lentamente la moral. Un gigante como él, que parecía indestructible, se había vuelto tan frágil como el cristal.

En el ocaso de su carrera, un Brando arrinconado y considerado como un desastre para la taquilla, tanto por la prensa especializada como por los productores, participó en los dos filmes más importantes del maestro Coppola, El padrino y Apocalypse Now, cumpliendo papeles cruciales –más en esta última– que le brindaron una oportunidad de oro para despedirse del cine como se merecía; por todo lo alto.


Su filmografía no es la más extensa y tampoco está libre de gazapos importantes o actuaciones mediocres –sí, te estoy mirando a ti, Dr. Moreau–, pero yo me mantengo firme en la creencia de que nadie jamás se ha acercado tanto a la perfección como él. Jamás se ha visto y me aventuro a decir que jamás veremos a un monstruo de la gran pantalla como Marlon Brando, con sus luces y sus sombras –era un hombre claramente marcado por una infancia muy dura–, con sus kilos de más y habitual dejadez en la última etapa de su carrera, pero siempre con el sello inconfundible de un actor que nació para marcar época. Gracias por todo, genio atormentado.

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