Crítica sin spoilers - Matrix Resurrections

Han pasado más de 20 años desde el estreno en cines de The Matrix (1999), una película a todas luces profética y revolucionaria, que aterrizó en salas en el lugar y momento precisos. 

Eran tiempos inciertos, saltábamos de siglo y como sociedad, eso nos daba algo de vértigo. La tecnología evolucionaba a pasos agigantados, Internet y la llamada “nueva economía” creaban una cortina de misterio que invitaba a la elucubración. 

La teoría más extendida decía que, con la entrada del año 2000, un error en la programación del software haría saltar todos los sistemas por los aires, provocando un caos a nivel mundial. Parece algo que diría Morfeo, pero fue tan real como la vida misma.


Por supuesto, como suele ocurrir, el miedo era mayor que los hechos —sino no estaríamos aquí hablando, aunque…¿lo estamos?—. Sobrevivimos al efecto 2000, pero nada volvió a ser igual, porque las hermanas Wachowski habían plantado una semilla en el imaginario colectivo.

Un miedo sustituyó a otro: el de las máquinas, cada vez más desarrolladas y perfectas. Ya no podíamos vivir sin ellas y aunque las controlábamos —o eso creemos—, nuestra incredulidad desconfiaba de su potencial. Este miedo ya lo intuyó Cameron en su pesadilla cibernética, Terminator. 

Matrix lo elevaba a una nueva dimensión. El enemigo había dejado de ser tangible, visible al ojo humano. La prisión ya no era de hormigón y barrotes, sino de unos y ceros y el reo no era nuestro cuerpo, sino nuestra mente. Nuestra alma.

Por mucho miedo que diera el T-800, más lo daba una realidad virtual diseñada para esclavizarnos a voluntad. Las máquinas habían leído a Platón y aplicaron sus enseñanzas al pie de la letra. 

Una batalla se libraba en los parámetros de la percepción humana y cada uno de nosotros teníamos la llave para liberarnos. Una llave en forma de elección.   


La elección como principio y fin de toda una franquicia que, a principios del Milenio, asombró a nivel visual y decepcionó en el narrativo, pero que indudablemente dejó su huella en la historia del cine.

Han pasado 20 años y contra todo pronóstico, una de sus creadoras, Lana Wachowski, regresa a la fuente para (re)escribir el código en Matrix Resurrections. La cuestión es si habrá merecido la pena; la elección es vuestra.


Esta cuarta entrega continúa donde lo dejó Matrix Revolutions (2003). Neo sigue con vida y trabaja como programador de videojuegos. Lleva una existencia anodina y visita a un terapeuta para luchar contra sus «alucinaciones». Aunque todo parece haber vuelto a la normalidad, una voz en su interior grita libertad. ¿Es un sueño dentro de otro sueño?

La rebeldía contra lo establecido, la rabia contenida en sus líneas de diálogo, los atuendos y las gafas oscuras, la música de Rage Against the Machine…Matrix inyectó una dosis de anarquía en el sistema. Una anomalía, un error que jamás debió ocurrir, pero que ocurrió para fortuna de todos los que en 1999 estaban preparados para creer en lo increíble.

Las Wachowski alcanzaron la gloria de la noche a la mañana. Tan brillante conceptualmente como visionaria técnicamente, la forma y el fondo de Matrix estaban alineados para crear algo fascinante.

Fue un título perfecto, rompedor, pero la perfección, por definición, no abunda, no se puede copiar y pegar; no existe fórmula mágica para replicarla.


Y así llegaron las secuelas, ambiciosas y cargantes en su empeño por superar lo insuperable. No me malentiendan, Reloaded y Revolutions me gustan, pero han envejecido peor que la original, entre otras cosas, por querer buscarle tres pies al gato.

Matrix Resurrections apuesta por un regreso a la simplicidad, rebajar la épica y potenciar las interacciones humanas, sobretodo la de Neo y Trinity. Su relación de amor siempre estuvo latente en la saga, desde que ella lo resucitara en la primera entrega.

Neo era El elegido porque Trinity así lo quería; porque ella lo amaba —aunque el amor no se elije, ¿verdad?—. Esta cuarta parte recupera ese amor como núcleo de la acción. Una búsqueda por avivar la llama del romance, que se extiende también a un público desencantado con las Wachowski.


De esta forma, Resurrections mantiene, al menos en su primera mitad, un diálogo con el espectador. Cuando has apostado tanto por la espectacularidad, solo te queda un camino por recorrer. 

Lana aprovecha esta cuarta entrega para echar el freno y analizar su legado con la perspectiva que solo el tiempo concede. En definitiva, para tomárselo más a la ligera.

Al contrario de la trilogía, muy febril y grandilocuente en escala, esta película es más reposada e íntima en ciertos aspectos. No intenta abarcar tanto y eso la hace más accesible. También hay más nostalgia que en sus predecesoras, lo cual confirma a Resurrections como una obra dedicada a los fans. 


Por supuesto que no está exenta de largos discursos existencialistas, pero no tienen la misma ansia de trascender que el del Arquitecto en Reloaded, por ejemplo. Tampoco es tan adrenalínica como Revolutions.

Esto cabreará a mucha gente que esperaba una continuación en el sentido más estricto de la palabra. Sin embargo, Resurrections no es en absoluto una secuela al uso: han pasado 20 años, para bien y para mal.

Lo que más valoro de este regreso a la Matrix es que ha desistido en su misión por alcanzar la perfección de la original, sin por ello caer en la desidia. Lana es consciente de que el público ansía recuperar la misma sensación de 1999 y sabiendo que eso ya no es posible, decide confesar sus pecados. La primera mitad de Resurrections se siente casi como una sesión de autoterapia. Como un grito de socorro.

El creador atrapado en su propia creación muriendo de éxito. Es la maldición orsoniana, la de las eternas promesas: a él le ocurrió con Ciudadano Kane y a ellas con Matrix. 


Por otra parte, la película también indaga en la enfermedad mental. Igual que la original, Resurrections juega al escondite con nuestra mente, con lo que es real y lo que no, pero desde un prisma distinto.


En esta ocasión, es la propia trama de la original la que se pone en tela de juicio. Siempre dimos por supuesto la existencia de Morfeo, del mundo de las máquinas y de los humanos empleados como pilas, pero ¿y si fuese todo producto de una mente perturbada? 



Al fin y al cabo, todos soñamos con ser los héroes de nuestra historia y Neo no es diferente…¿o sí? La primera mitad de la película es un juego dentro de otro juego, autorreferencial y paródico, pero también inquietante. 


Hay algo profundamente trágico en observar el acto de rebeldía de la cinta original como un engaño más dentro de la cadena de trampas e ilusiones de algo más grande que no alcanzamos a comprender.

Este tramo es, en mi opinión, el más atractivo de la cinta. En la segunda mitad, Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss pierden protagonismo en beneficio de caras nuevas como Jessica Henwick, Jonathan Groff, Neil Patrick Harris o Yahya Abdul-Mateen II. Todos buenos actores que defienden a sus personajes como pueden, pero que en algunos casos están mal resueltos y aportan más bien poco al universo.



Su mayor problema y su gran defecto es que hay dos películas opuestas luchando entre sí. Una batalla argumental a lo Neo vs Smith, que empuja la película a variaciones tonales disonantes y hace de la experiencia una atracción mareante.


Cuando intenta romper moldes, lo celebro, pero cuando pone el piloto automático de la acción sin sentido —y pobremente filmada—, desconecto por completo. 


La segunda mitad incurre en la crítica que la propia Lana había hecho antes, algo que no logro entender y que solo puedo explicar como un callejón sin salida a nivel creativo. La chistera se quedó sin conejos.



La parte en la que Neo vuelve a ser El elegido y todos a su alrededor lo veneran como a una deidad me provoca hastío. Los guionistas apenas se esfuerzan en ofrecer algo diferente a un déjà vu. En ese sentido, Resurrections es como un muerto que vuelve a la vida con la carne putrefacta y pretende ocultarlo detrás de toneladas de maquillaje. 

Lana y su equipo abandonan definitivamente su lucha contra la desidia y se entregan a ella. Los guiños, que antes servían como crítica a una industria cada vez más dependiente de sus mitos, se convertían en burdos plagios y los diálogos volvían a explicar lo inexplicable.


Es una pena que un concepto que apuntaba tan alto, termine cayendo tan bajo. Y la tristeza es aún mayor cuando piensas que, de haber continuado en la línea inicial, hubiera tenido un propósito, como decía con vehemencia Hugo Weaving. 

Lamentablemente, esta secuela termina engrosando la larga lista de remakes encubierto. Si se diferencia del resto, es porque su envoltorio es más excéntrico que el del resto. Es un quiero y no puedo y es frustrante porque casi pudo, pero no quiso o no creyó lo suficiente.


Pese a todo lo malo que tiene, el reparto es acertadísimo. Jessica Henwick y Yahya Abdul-Mateen II lo bordan y no me cabe duda de que sus personajes podrían dar más de sí en otras manos; podría decir lo mismo de Jonathan Groff y de Neil Patrick Harris, aunque este último carga con su propia cruz en forma de éxito de nombre y apellido Barney Stinson.


Visualmente, la franquicia sigue siendo estimulante, aunque le falta chispa. Garra. Los años no pasan en balde y las ideas no fluyen igual. Los tonos verdes han sido sustituidos por naranjas y dorados que le restan oscuridad. Resurrections es más optimista y luminosa, aunque no se lo cree del todo. 

En definitiva, este cuarto capítulo es quizá el más extraño de todos. No solo por el tiempo transcurrido, sino por el conflicto que yace en su interior. 

Quiere criticar al sistema, pero dentro del confort que este ofrece; quiere deconstruir su leyenda, reforzándola y llevándola al paroxismo; pretende decir algo nuevo, empleando el mismo lenguaje; es un sueño del que despiertas para darte de bruces con la realidad. Y la realidad es que su momento hace tiempo que expiró.


Por muchas secuelas que hagan de todos los colores y sabores imaginables, nada se podrá comparar con la experiencia primigenia. Pero estamos tan apegados a ella, Lana incluida, que no vemos en lo que se ha convertido. Y es que, en ocasiones, la mayor muestra de afecto es saber cortar a tiempo.

No tengo claro que Resurrections sea buena, pero eso no significa que sea mala necesariamente. Lo que sí tengo claro es que ha llegado la hora desconectar de una vez por todas. Por Neo, por Trinity y por nuestro amor a la Matrix.


6/10: VACÍA LA PAPELERA DE LA NOSTALGIA.

4 comentarios:

  1. Me ha encantado tu crítica. Te has expresado como si me leyeras el cerebro.

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    1. Es que soy el Analista y tú estás en la Matrix jajajajaja Gracias por leerla y comentar en el blog. Me alegra que estés de acuerdo con mi análisis. En esta ocasión más que nunca, porque era una película difícil de desentrañar sin perderme por el camino ni estropear la experiencia de aquellos que no la han visto aún. ¡Así que gracias de nuevo y felices fiestas! ;)

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  2. Como siempre escribes y te expresas de manera ejemplar, un disfrute tus palabras, cuando la vea opinare, un saludo Sergio.

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    1. Muchas gracias!! Intento explicarme lo mejor que sé y es una alegría saber que eso se nota al leerlo. Cuanto más amena sea la lectura, mejor para el medio escrito. Saludos, amigo!! :)

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