Crítica sin spoilers - Furiosa: de la saga Mad Max (2024)

¡Habitantes del yermo, que el estruendo de vuestros motores resuene eterno en el Valhalla cinéfilo para dar la bienvenida al orquestador del caos, el mesías de la anarquía fílmica George Miller, quien nos honra con una nueva sinfonía de muerte y destrucción! Nueve tortuosos años después, el cineasta australiano nos bendice con otro baño de plomo y benceno inyectado en nuestras retinas por gracia de la pantalla mágica. Criaturas deleznables, yonkis de la adrenalina, acudamos raudos al templo audiovisual pues hoy es nuestro día, ¡hoy hacemos historia!


Llevábamos casi una década ansiosos por ver una continuación de la apoteósica Mad Max: Fury Road (2015), tanto que su advenimiento en la 77º edición del Festival de Cannes se esperaba como un chute de óxido nitroso. De esta forma, Miller aterrizó brioso en la Riviera francesa, dispuesto a arrasar con la alfombra roja alentado por las hordas que, entre vítores y aplausos, rugían a su son. Por si fuera poco, su llegada coincidía con la no menos anticipada Megalópolis de Francis Ford Coppola, dos proyectos de larga gestación destinados a provocar estupor; todo estaba dispuesto para un acontecimiento planetario.


 

La película narra la convulsa juventud de la kamikaze del volante, la gladiadora cromada e hija predilecta de la ciudadela Imperator Furiosa, que inmortalizara Charlize Theron en la anterior entrega, perpetuando la estirpe de las mujeres empoderadas del séptimo arte. La estrella sudafricana forjó un personaje de leyenda que cautivó al público ipso facto, el cual reclamó de forma unánime una aventura centrada en ella. Así se gestó Furiosa: de la saga Mad Max (2024), la quinta aventura de esta salvaje odisea sobre ruedas que cuenta con la cotizada Anya Taylor-Joy en el papel protagonista y con Chris Hemsworth interpretando al mezquino Dementus, un carismático y despiadado aspirante a caudillo del páramo. A esta poderosa dupla la acompañan actores secundarios como Tom Burke (Mank, The Crown), Angus Sampson o Alylah Browne. Además, Tom Holkenborg, alias Junkie XL, compone nuevamente la banda sonora y Simon Duggan (Hasta el último hombre, La Jungla 4.0) toma el relevo del oscarizado John Seale. Hechas las presentaciones, ¡arranquemos los motores!

 

El mito del 'hombre con nombre' del western carburado y recauchutado, Max Rockatansky, nació en la imaginación de un joven médico expuesto a los horrores de la carretera desde una temprana edad. Nacido y criado en la campiña australiana de Queensland, Miller sufrió la pérdida de varios amigos engullidos por el asfalto; años más tarde, trató cara a cara con la muerte como médico de urgencias en el Hospital de Sydney, una etapa que a la postre resultaría fundamental en su desarrollo profesional. Allí trabó amistad con el realizador Byron Kennedy, con quien produjo un puñado de cortometrajes antes de debutar con la celebérrima Mad Max (1979), un fenómeno de masas en su país natal tras el cual colgó la bata y el estetoscopio.

 

Desde entonces, Miller ha pisado a fondo y no ha vuelto a mirar atrás, firmando una de carrera impredecible. A la vista de su pintoresca filmografía, no es de extrañar que muchos lo tomen por un lunático: más allá del universo Mad Max, ha dirigido títulos tan dispares como El aceite de la vida (1992), Babe (1995) o Happy Feet (2006), película esta última que le valió su único Óscar hasta la fecha. Miller es un enigma, un ‘outsider’, un temerario que disfruta viviendo al borde del precipicio, jugándose su reputación en cada curva y experimentando con el lenguaje cinematográfico como hicieran sus referentes Buster Keaton o Harold Lloyd antes que él.


 

Furiosa es el último de una larga lista de inventos que lo han consagrado como uno de los visionarios más eclécticos de su generación. Lo más sensato hubiese sido ir sobre seguro, realizar una cinta continuista que satisficiera al aficionado y llenara los bolsillos del estudio, pero no, como diría ‘La voz’, él tenía que hacerlo a su manera. En un mundo converso a la religión marketiniana, marcado a fuego por el bienquedismo, por proyectos manufacturados y empaquetados con el inconfundible sello de la insignificancia, el talento de Miller brilla exultante como un Ferrari reluciente en un desguace. Si a eso le añadimos su edad, que no llega a la ochentena por un pelo de Lord Humungus, solo nos queda levantarnos y aplaudir; ¡ojalá que esa pasión fluyera como un torrente por cada uno de nosotros!

 

No estamos pues ante un ejercicio de nostalgia por parte de un director cabalgando hacia el ocaso. Como buen zorro viejo que es, Miller juega constantemente con el respetable, dando volantazos a nuestras expectativas, tomando el sentido opuesto a lo fácil; rehuyendo, en definitiva, cualquier despedida lacrimógena. Este no es un ‘greatest hits’, sino un álbum alternativo y juguetón con el que busca reinventarse. Una maniobra arriesgada que exige gran pericia y aún mayor ingenio, aunque si alguien puedo conseguirlo es él.

 

Cuando apuestas fuerte, puedes hacer saltar la banca o la banca puede hacerte saltar a ti por los aires; eso es, en pocas palabras, lo que le ocurre a Furiosa. En sus momentos más álgidos, roza con la yema de los dedos la grandeza de Fury Road, el resto del tiempo tan solo sueña con alcanzarla. En muchos sentidos, Miller toma aquí las decisiones opuestas: mientras aquel título encontraba belleza en la sencillez, esta se abarrota de ideas ambiciosas y escenarios grandilocuentes. 


 

Las comparaciones son odiosas, pero resultan inevitables. En este caso, Furiosa llevaba las de perder desde el inicio; dicho de otra manera, era una partida amañada. Esta quinta entrega es el resultado del motor creativo de un cineasta en continua efervescencia. Ante las críticas desaforadas que ha recibido, yo me pregunto qué hubiera ocurrido de haberse estrenado esta primero. Por si no lo sabíais, el germen de Furiosa ya rondaba la cabeza del director mucho antes de filmar Fury Road. No olvidemos que esta llegó para bombear sangre nueva en una franquicia moribunda tras el estreno de Mad Max 3: Más allá de la americanada (1985), un subproducto engendrado por la maquinaria marquetiniana de Hollywood que dilapidó la identidad gamberra de la franquicia; lo difícil no era salir del atolladero, sino encontrar su camino.

  

El principal problema es que la nueva fórmula está descompensada. Por mucho que lo intente, Miller no da en el clavo con su última alquimia. Un ejemplo de esto es la naturaleza episódica del guion, una licencia literaria que seguramente funcionara sobre el papel, pero que no se traslada con eficacia a la pantalla, provocando pequeñas arritmias que diluyen la epicidad y empujan la narración a golpe de elipsis.

 

En esta quinta entrega no existe un protagonista marcado, sino una plétora de personajes —la mayoría de ellos villanos— que comparten los minutos; una estructura muy en sintonía con la cinta original. La imagen que proyecta Miller no es la de heroína convencional, sino la de víctima reconvertida en vengadora; su desventura está a menudo capitaneada por Dementus e Inmortan Joe (Lachy Hulme), lo que recuerda más a una tragedia dickensiana como Oliver Twist que a un Lawrence de Arabia de alquitrán. De hecho, la historia cobra vida cuando los personajes exponen su vulnerabilidad, cuando Miller se permite el lujo de explorar la faceta humana de su universo decadente; algo novedoso en la saga, si no fuera porque que enseguida corta estas escenas para volver al frenesí.


 

Al principio comentaba que esta no era una secuela al uso, pero tampoco se desmarca lo suficiente como para hacer la diferencia. El australiano mantiene una lucha constante consigo mismo y con su obra: por un lado, debe encontrar la forma de superar el subidón de su predecesora; por otro, debe distinguirse de ella. Un dilema para el que Miller no encuentra otra salida que hipertrofiar el espectáculo, llevando el motor al límite de sus posibilidades y en última instancia, rompiéndolo. 

 

Reconozco con cierta vergüenza y sorpresa que en alguna ocasión estuve al borde del bostezo. La pregunta es: ¿era necesario un metraje tan abultado? Pocas historias necesitan tanto tiempo para contarse y la de Furiosa, lamentablemente, no es una de ellas. Miller asienta la película en los cánones de la venganza, rodeándola de estruendo y pomposidad para ocupar metraje. El papel de Inmortan Joe en la historia apenas se justifica, siendo el resultado de una imaginación agotada que recurre a algo conocido como punto de anclaje, como lugar seguro; volver sobre sus pasos no hace sino empequeñecer la mitología.

 

La cinta gana enteros en el pulso dramático que mantienen Dementus y Furiosa a lo largo del film. Aparte de la química que comparten Taylor-Joy y Hemsworth, los cuales se vuelcan por completo en la visión del director, sus personajes representan el anverso y el reverso de la misma tragedia, ganándose un hueco en la galería de ilustres proscritos del yermo. Taylor-Joy recoge el ardiente testigo de Theron en un registro inédito que defiende a ultranza, domesticando la pantalla y erigiéndose en la antiheroína imperturbable de una nueva generación; mientras, Hemsworth se desinhibe en un papel hecho a su medida, dibujando un villano excéntrico y sádico al cual dota de un humanismo retorcido, evitando así caer en la caricatura. Su tensión es la fuerza motriz que alimenta la historia y lleva la película en volandas.


 

Por otra parte, tanto el diseño de vestuario como el de los vehículos, el maquillaje o la puesta en escena siguen siendo tan delirantes como de costumbre. Aunque aquí estén más espaciadas, las persecuciones son igual de ágiles y vibrantes que en Fury Road —mención especial para la primera de ellas—. El único borrón en el apartado técnico son unos efectos digitales que destacan por lo negativo, lo cual traducido a la pantalla hace que la acción se vea deslucida. Si bien no me afectó durante el visionado, es evidente que carece de la fisicidad y el impacto de la anterior entrega. Un tanto de lo mismo le ocurre a la discreta banda sonora de Tom Holkenborg, el cual busca un sonido ambiental sin demasiado éxito; en general, le falta ímpetu a la música, no tiene lo que hace falta para ser épico.

 

En definitiva, Furiosa: de la saga Mad Max es un sólido blockbuster veraniego y una nueva demostración del virtuosismo audiovisual que George Miller mantiene a sus casi ochenta años. El reparto se entrega a fondo para que el espectáculo no flaquee y muchos de los elementos que hicieron grande a esta saga siguen ahí. Desgraciadamente, cuando se la compara con su predecesora, pierde en casi todas las facetas, a excepción de una mitología con la que jamás llega a comprometerse. 



Cuando la obra da el do de pecho —y creedme que lo hace—, volvemos a sentir el combustible corriendo por nuestras venas, dejándonos llevar por un director versado en los códigos del género. Sin embargo, es en la exploración de su ethos postapocalíptico que la película desfallece, indecisa entre continuar el legado o romper con lo establecido, termina ofreciendo lo mismo de siempre en ingentes cantidades. Tiene chispazos de genialidad, un villano carismático y una protagonista sugerente, pero finalmente toda esa novedad se ve arrastrada por el potente campo gravitatorio de Fury Road, reduciendo esta secuela a una historia de orígenes con esteroides. Aunque se vacíe en un último escorzo heroico y corajudo, modélico para sus camaradas apoltronados, el rugido del cineasta solitario no logra retumbar en los anales del páramo.


7/10: INOCENCIA CALCINADA.

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