Crítica sin spoilers - El reino del planeta de los simios (2024)

Han pasado siglos desde que César, el líder iniciático de los simios, sacrificara su vida en aras de liberar a su pueblo. Lejos queda la trascendental batalla contra los humanos por el control de La Tierra; de la sangre y las lágrimas derramadas, brotó un nuevo orden social en el que los simios reclamaron su lugar como especie dominante. Sin embargo, esta primitiva civilización, hasta ahora organizada en clanes aislados y rudimentarios, está a punto de experimentar un importante salto evolutivo con la irrupción de Próximus, un chimpancé ambicioso y megalomaníaco en busca de la inmortalidad. 


Esta es la premisa que nos presenta El reino del planeta de los simios (2024), cuarta entrega de la saga reiniciada hace ya más de una década por Rupert Wyatt y culminada entre vítores por Matt Reeves (The Batman, Let me in), que pretende insuflar ideas y personajes nuevos en una epopeya de tintes universales. En esta ocasión, Wes Ball será el encargado de preservar el legado de César, respetándolo sin verse empequeñecido por su leyenda. Para ayudarlo en su misión, regresan los guionistas de las dos primeras películas, Rick Jaffa y Amanda Silver y se suman también al proyecto Josh Friedman (La guerra de los mundos, La dalia negra) y Patrick Aison. A su vez, el reparto cuenta con Owen Teague y Kevin Durand actuando en captura de movimiento y Freya Allan (The Witcher) como principal rostro humano. 


 

Lo primero que pensé cuando me enteré de la existencia de esta secuela fue un rotundo y mourinhista: ¿por qué? Lo cierto es que me asaltaban las dudas sobre la continuación de tan sólida trilogía. Más allá de la motivación financiera, no encontraba ni un solo punto que me convenciera de ir a verla y el hecho de que nombres tan olvidables como Wes Ball o Josh Friedman encabezaran la producción no hacía más que aumentar mis sospechas. No obstante, en su defensa debo decir que tampoco hubo ninguna señal que me disuadiera; así que, una vez llegado el estreno y dada mi devoción por la iconografía simiesca, me lancé de cabeza al cine. 

 

Antes de hablar de esta cuarta entrega, pongámonos en situación. La saga de El planeta de los simios se ha convertido por derecho propio en un clásico de la ciencia ficción, tótem de la cultura popular, desde que Franklin J. Schaffner y Charlton Heston adaptaran la novela homónima de Pierre Boulle en 1968. Novela de relativo éxito, pero de escaso valor literario como aseveraba el propio autor, quien vendió los derechos a la 20th Century Fox creyendo que el material no daba la talla para la gran pantalla y en cierta medida, no le faltaba razón. El planeta de los simios (1968) es mucho más que una buena película, es una obra maestra de carácter atemporal. Una cinta singularísima, hija inequívoca de su tiempo, que ha calado hondo en el imaginario colectivo, perdurando en la memoria de generaciones absortas por sus potentes imágenes y sus complejas reflexiones acerca de la ciencia, la religión, el medio ambiente y las luchas de poder. Una aventura épica, desoladora y vanguardista, que germinó en una década transformadora para Occidente, estableciéndose como el primer ejemplo de merchandising en el cine. 

 

Muchos años después, recién entrado el siglo XXI, Tim Burton intentó actualizarla con Mark Wahlberg —la versión MTV de Charlton Heston— de protagonista, aunque lo único que logró modernizar fue el clásico dicho “ir a por simios y salir trasquilado”. Al artífice de Batman (1989) o Big Fish (2003) se le atragantó el orangután, pero la Fox no cejó en su empeño: tras una década de hibernación, en 2011, los simios volvieron a la carga en las salas de todo el mundo, dando el pistoletazo de salida a la ya mencionada trilogía. El resto, como se suele decir, es historia…


 

Le debo una disculpa a Wes Ball. A tenor de su escaso y discreto currículum, únicamente conformado por la trilogía de El corredor del laberinto y un cortometraje resultón titulado Ruin (2012), nada podía indicar que fuera el director adecuado para tamaña empresa. Sin embargo, para mi sorpresa, no solo realiza el mejor trabajo de su carrera —algo que de por sí no sería muy meritorio—, sino una secuela capaz de medirse a las mejores de la saga. Así de claro. 

 

El reino del planeta de los simios escribe aventura con a mayúscula, absorbiendo toda nuestra atención gracias a una cuidada puesta en escena y a una historia que defiende a ultranza durante todo el metraje. Ball logra transmitir el mismo espíritu de asombro que encumbró a la trilogía anterior, potenciando aún más si cabe la espectacularidad de unos escenarios exuberantes y coloridos, dotados de una vivacidad contagiosa. Una cinta puntera en el apartado técnico, pero devota a la aventura clásica de la original, instalándose en la grandilocuencia de una saga perenne; tiene lo mejor de ambos mundos.

 

Cuando entras en territorio inexplorado, es lógico sentir recelo. El arco dramático de César puso el listón muy alto, tomando elementos de la tragedia de Sófocles o Shakespeare para explorar los límites morales y psicológicos del carismático líder simio. Fue un acercamiento sombrío e impactante: un juego de traiciones, maquinaciones y dolorosas despedidas que desgastaban a César conforme avanzaban las películas, sumiéndolo en un estado beligerante perpetuo. La trilogía original ahondó en infinidad de temas, desde la ética en la investigación científica hasta la inevitabilidad de la guerra o la toma de conciencia de un pueblo. 


 

Esta cuarta entrega se desmarca de todo lo anterior, ofreciendo un divertimento más directo y menos reflexivo, quizá con la intención de atraernos de nuevo a este mágico universo. Tampoco Noa, el protagonista que recoge el testigo, tiene nada que ver con César: estamos ante un simio muy joven y fácilmente impresionable. Para él, todo esto es una odisea majestuosa, de las que forjan carácter. Noa personifica la sensación juvenil de descubrimiento, esa clase de aprendizaje continuo del recién llegado. Este cambio de registro es un arma de doble filo: por un lado, le resta ese poso y empaque que Andy Serkis trajo a la saga, pero por otro, nos reintroduce en la mitología simia desde una perspectiva más intrépida, más aventurera y por qué no decirlo, liviana.

 

Dejar transcurrir 300 años se ha revelado como un acierto por parte de los guionistas. Su atrevida decisión aporta una lozanía a la propuesta que no hubiera conseguido de otra manera. En cierto modo, este salto temporal deja un vacío que aprovechan Wes Ball y su equipo para llenarlo de ideas y conceptos novedosos. Uno de ellos es esta cultura de clanes, organizada alrededor de un sabio conocedor de la “palabra de César” —como dijo el editor del periódico en El hombre que mató a Liberty Valance (1962): «cuando la leyenda se convierte en hecho, imprime la leyenda»—. Para esta nueva y floreciente civilización, la figura de César equivale a la de un dios, moldeando sus enseñanzas a capricho. Así, señoras y señores, es como se adoctrina y pervierte una sociedad, haciendo pasar por ley la interpretación subjetiva de un pope. 

 

Como podéis ver, que sea más ligera en tono, no significa que El reino del planeta de los simios esté carente de planteamientos potentes, sobretodo en lo relacionado al culto al líder y al poder de influencia que este ejerce sobre sus vasallos. Es aquí donde cobra protagonismo Próximus, el principal antagonista del film, un violento caudillo con delirios de grandeza que retuerce el mito de César para sus fines espurios.


 

En el lado moralmente opuesto encontramos al mencionado Noa, héroe por accidente, y a Mae (Freya Allan), una intrigante humana de misterioso pasado y un claro objetivo en mente. Sin ser el motor de la película, ambos funcionan bien en pantalla, formando un extravagante equipo, no exento de encontronazos y vicisitudes varias. Por el camino, se sumarán acompañantes como el entrañable orangután Raka (Peter Macon) o Trevathan (William H. Macy), un erudito ladino y taciturno. Los entornos naturales, la climatología adversa y los cambios de día juegan también un papel fundamental en la narrativa, añadiéndole un punto excitante a lo largo del visionado.

 

El reino del planeta de los simios aterrizaba en salas con el peso de la historia jugando en su contra y no solo sale bien parado, sino que mira al futuro con esperanzas renovadas. Tanto si te consideras un inepto como un adepto versado en la saga de los amiguetes de Jane Goodall, lo más probable es que encuentres en esta cuarta entrega algo a lo que engancharte, además de un ejercicio de evasión refrescante, ideal para dar la bienvenida al verano. 


 

Disney toma el relevo de 20th Century Fox produciendo una secuela respetuosa, alegre y juguetona, que aporta su granito de arena con personalidad y arrojo. Aunque carezca del estilo o la visión de Matt Reeves, Wes Ball realiza una obra sólida, resolutiva y eficaz; no se amilana tras la cámara, prudente sin ser cobarde, conservador que no inane. No será una película catedralicia, pero es un taquillazo hecho con mimo y profesionalidad y cuando eso ocurre, podemos viajar a cualquier planeta desde nuestra butaca. 

 

7/10: CINÉFILOS, JUNTOS, FUERTES.

2 comentarios:

  1. Más ganas de ver la película tras leer tu reseña, grande como siempre Sergio 🎬👥💪

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    1. ¡Entonces, la reseña ha cumplido su misión! Gracias por dejarte caer por el blog y comentar. Disfruta mucho de la peli en la sala más grande posible :)

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