Cuestión de principios

Irrational man es la nueva obra del iconoclasta realizador neoyorquino Woody Allen que ahonda, de nuevo, sobre otra cuestión controvertida. Para ayudarle en esta misión, Allen cuenta con un reparto estelar, encabezado por el genial Joaquin Phoenix -su primera colaboración con el director-, Emma Stone -con la que ya trabajó en Magia a la luz de la luna- y Parker Posey entre otros. La historia sigue a Abe Lucas (Phoenix), un profesor de filosofía que está de vuelta de todo y vive sumido en un estado de apatía y depresión. Sin embargo, al poco de llegar a una pequeña universidad americana conoce a dos mujeres: Rita Richards (Posey), profesora en la universidad y admiradora de su trabajo y Jill Pollard (Stone), una joven estudiante de filosofía asidua a sus clases y gran entusiasta de su obra. Lucas comienza así una doble relación, que termina por consolidarse con ésta última, con la que pasa mucho tiempo debatiendo sobre los avatares de la vida. Un día, Lucas le da sentido de nuevo a su vida, recobrando la felicidad pero, ¿esa felicidad es sostenible y peor aún, es justificable?

Entrando en territorio de spoilers -¡estáis avisados!-, creo que Allen firma con Irrational Man una de sus películas más dramáticas desde Match Point (2005). Mientras Blue Jasmine, indagaba en la psique de una mujer hundida tras caerse de un pedestal de riqueza y encontrarse de golpe con la cruda realidad de la vida, Irrational Man -al igual que Match Point- busca plantear al espectador un dilema: ¿puede el asesinato llegar a ser justificable? Algo tan terrible y moralmente repugnante como asesinar, ¿puede exculparse si la víctima es una mala persona? y de ser así, ¿cuándo podemos definir, inequívocamente, a una persona como execrable, si podemos? Para empezar, la historia que nos relata el bueno de Woody tiene como víctima a un juez que, lejos de ser imparcial, deja la custodia de unos hijos al padre de familia que según la película, no los cuida debidamente. El susodicho juez no tiene familia, ni hijos ni esposa. Claro que este escenario es ficticio y completamente superficial, ya que ni conocemos la vida del juez ni su modus operandi, fuera de esa acción mencionada anteriormente, así que probablemente Abe Lucas, el perpetrador, tuviera razones fundadas para acabar con su vida y así impedir tal injusticia. Como dice el propio Abe, si con su muerte consigue hacer de este impío mundo infinitesimalmente mejor y darle una oportunidad a la madre de conseguir la custodia de sus hijos, los cuales a su vez se beneficiarían de ello, entonces está en paz consigo mismo. Pero claro que toda acción tiene repercusiones, incluso el crimen perfecto es susceptible de ser descubierto y entonces el criminal tendrá que vérselas con la ley y la justicia impuesta por la sociedad moderna. Aquí entra Jill Pollard, la despierta estudiante de filosofía que, enamorada de Abe, comenzó a sospechar de su radical cambio de conducta, coincidiendo con la muerte del juez. Tras hacer sus pesquisas e indagaciones, descubrió la terrible verdad. Abe Lucas era un asesino y ella lo sabía, ¿por qué el destino había provocado que la persona a la que amaba y admiraba fuera también un delincuente? Una disyuntiva moral se le planteaba a Jill y debía decidirse. Tras darle vueltas, llegó a la conclusión de que no podía seguir junto a él. No sólo eso, sino que debía plantearle un ultimátum: o se entregaba a la policía o ella lo delataría. Abe Lucas no era un criminal frío y sin escrúpulos y pronto comenzó a inquietarse. ¡No puedo ir a la cárcel!, se repetía el profesor, pero tampoco podía huir sabiendo que algún inocente pudiera cumplir la pena en su lugar. Finalmente, Abe sucumbió y se dejó llevar por sus miedos y, para evitar la cárcel, debía matar a la única persona que sabía la verdad: Jill. Ahí es cuando Woody nos muestra la caída de un ideal, la imposibilidad de impartir la justicia por tu mano. Una vez ha asesinado, abre la posibilidad de volver a matar y no siempre la causa será “justa”. Y es que el término justo en este terreno no es, ni mucho menos, absoluto y la película es consciente de su proposición. No todo en la vida es blanco o negro, bueno o malo, moral o amoral y el final nos lo demuestra una vez más.


Abe es la representación de la contradicción, quiere acabar con los malos hasta que se convierte él mismo en uno. Tristemente, el final nos recuerda que en este mundo de hienas, sanguijuelas y malhechores, más vale prevenirse que curar y si por algún azar te encontraras ante un animal escapa, porque la balanza está desequilibrada y desgraciadamente no de la parte de los buenos.


7,3/10: MATAR O NO MATAR, ¿ESA ES LA CUESTIÓN?

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