Una nación fracturada, una posada dividida: ¡La guerra está servida!

Los Ocho Odiosos -me niego a llamarla de otra manera- es el segundo de tres westerns que Tarantino tiene pensado hacer para convertirse en lo que él denomina “un verdadero director de westerns” y junta de nuevo a gran parte del reparto de sus anteriores películas: Kurt Russell de Death Proof, Samuel L. Jackson que colaboró, en mayor o menor medida, en todas sus películas a excepción de su ópera prima Reservoir Dogs y Kill Bill Vol.1, Walton Goggings, Michael Madsen y Tim Roth entre otros. A ellos se unen Jennifer Jason Leigh, Bruce Dern y Demian Bichir para conformar el grupo que da nombre al título. La historia, como muchos ya sabréis, transcurre mayoritariamente en la mercería de Minnie, regentada por Minnie y su marido, una posada para viandantes y forasteros. Durante una ventisca, una diligencia ocupada por el cazarrecompensas John Ruth (Russell) y su prisionera Daisy Domergue (Leigh) se ve obligada a hacer escala en dicha mercería en su ruta hacia Red Rock, donde Ruth cobrará la recompensa de 10.000 dólares por Daisy y Daisy…bueno, ella será ahorcada en la plaza del pueblo como pago por sus horribles actos. Pero en su trayecto se encontrarán con dos desdichados autoestopistas del Oeste: el Mayor Marquis Warren (Jackson), héroe de guerra de la Unión convertido a cazarrecompensas y el ex-soldado Chris Mannix (Goggings), charlatán y bandido confederado. Cuando llegan a la mercería, se encontrarán con cuatro inquilinos un tanto sospechosos  y un montón de preguntas esperando una respuesta.


Me gustaría empezar por la famosa fotografía, anunciada y promulgada entre los cinéfilos del mundo por ser la primera vez, en mucho tiempo, que se rodaba íntegramente en 70 mm. Panavision -formato que dio vida a épicas como Ben-Hur, Éxodo o 2001: odisea en el espacio-. Robert Richardson firma un resultado majestuoso, mi único pesar es no haber podido disfrutarla en una sala de cine apropiadamente equipada, conformándome con la versión digital. Aún así, solo con imaginarme la impresión que tendría ver las montañas nevadas de Colorado en versión panorámica, me doy cuenta de la importancia de filmar en dicho formato. Cierto es que la cinta se desarrolla en un espacio cerrado, lo que a priori debería disuadir a cualquiera de filmar en 70 mm. Sin embargo, el efecto que esta filmación le otorga a Los Ocho Odiosos es el de ver una obra de teatro, donde el espectador observa todo lo que ocurre en la escena, nada ni nadie se le escapa a la vista y según el propio Tarantino, resulta muy efectivo con una historia de intriga y misterio como la que aquí nos presenta. El guión, como no podía ser excepción, escrito por Tarantino es un cruce entre una novela de Agatha Christie y la violencia más visceral de Kill Bill. La primera mitad del filme -recordad que en la versión extendida, hay una obertura y un intermedio- está llena de tensión, suspense y desconfianza entre los ocho huéspedes. John Ruth está convencido de que algo malo está a punto de ocurrir, de que alguien no es quien dice ser. Así comienza un juego de Cluedo en el medio Oeste, una versión de La cosa de John Carpenter, donde el frío y la nieve juegan el papel de prisión. Todo marcha según lo previsto, hasta que algo ocurre, un suceso que cambia totalmente el escenario y es ahí donde presumo que el intermedio de quince minutos daría comienzo. No obstante, no estoy seguro de cual es la razón, si es una mala ejecución por parte del guionista o la ausencia de intermedio en el formato digital, pero ese viraje de 180º que toma la historia me resultó demasiado abrupto, forzado e innecesario en una obra que hasta el momento estaba sobresaliendo. El suspense se fue por la borda, en pos de la violencia más tarantiniana, lo cual normalmente me encanta pero en Los Ocho Odiosos naufraga. El ejemplo más claro es el de La cosa; desde el primer minuto hasta el último segundo, Carpenter juega con nuestras emociones y nuestra mente, volviéndonos tan paranoicos como sus personajes, en definitiva, metiéndonos el miedo en el cuerpo, trasladándonos al frío polar Antártico. Aquí eso no ocurre, la tensión se siente por momentos y va “in crescendo" hasta que Tarantino decide que es hora de la casquería marca de la casa. Y junto a ella llegaron las incongruencias, que me sacaron momentáneamente de la acción, hasta que el sonido de las pistolas desenfundándose volvieron a captarla. Las actuaciones son estelares. El mejor sin duda es Samuel L. Jackson, su musa, que nos brinda una de sus mejores interpretaciones desde la infravalorada Jackie Brown. El personaje de Marquis Warren es el gran protagonista, tanto por diálogo como por peso, pero sin su gran actuación, el personaje jamás habría tenido el carisma con el que Tarantino lo escribió, todo se habría quedado en la tinta del libreto. Tras él, Kurt Russell, curtido actor que ya protagonizó este mismo año otro western con Bone Tomahawk, encarna a la perfección a John Ruth el personaje más precavido y obseso de todos. Pero obviar al resto del reparto sería como dejar un manjar a medias, ya que tanto Leigh como Goggings -quizá en su papel de mayor entidad hasta la fecha-, Roth, Madsen, Bichir y hasta el veterano intérprete Bruce Dern, bordan sus respectivos roles y todos, sin excepción, hacen honor a su calificativo de odiosos. Tarantino es un maestro del buen rollo, un gurú de la armonía, famoso por crear una atmósfera de trabajo enriquecedora y amena, donde todos desde el iluminista hasta el actor se conocen y aportan su granito de arena para conseguir el mejor producto posible. La música, qué decir de la banda sonora conducida por el maestro compositor Ennio Morricone, causante de bandas sonoras para el recuerdo como la de Un puñado de Dólares, El Bueno, El feo y el malo, Hasta que llegó su hora o La misión entre muchas otras, nominado cinco veces a los premios de la Academia y ganador de uno honorífico -¡solo faltaba!- como reconocimiento a su ilustre y prolífica carrera. Al comenzar la película y escuchar esa música ya me sentía en un spaghetti western de Sergio Leone, en el momento en el que los títulos se sucedían y llegado el “Music composed by” con el nombre Ennio Morricone debajo, los pelos se me pusieron como escarpias y me apetecía saltar de mi asiento y aplaudir de emoción. Algunos de vosotros sabréis que Ennio compuso también la música para La cosa, una mera anécdota sino fuera porque el director y causante de su contratación es el rey de los cinéfilos, Quentin Tarantino. Él tenía tan presente querer homenajear al clásico de Carpenter, que emitió un pase privado de la película en su casa para los ocho protagonistas y hasta incluyó un tema de la película que había sido rechazado para el montaje final.


Concluyendo, Tarantino lo vuelve a hacer, es su octava película y sigue sorprendiéndonos como lo hizo con Reservoir Dogs. Dice que hará dos películas más, que llegadas diez parará y se dedicará a escribir novelas u obras de teatro o lo que él quiera, yo rezo para que eso nunca pase y podamos disfrutar de muchas más de sus “locas” ideas. Es cierto que no llega al nivel de excelencia de algunas de sus obras maestras, por culpa de sus fallos de guión e incoherencias, para conveniencia de un giro dramático de los acontecimientos que no me convenció, como tampoco lo hizo la violencia gore, demasiado estrafalaria para una historia que se antojaba más contenida y menos tarantiniana si se me permite la expresión. No obstante, su maravillosa factura, las tremendas actuaciones y una música excelente componen una cinta que muchos realizadores matarían por hacer. Con ésta, su octava obra, el genio nacido en los 60, criado por un televisor y un reproductor de vinilos, continúa ocupando el trono de Hollywood manque le pese al estirado académico, licenciado honoris causa, que grite de odio y rencor hacia su larga figura: ¿¡cómo lo consigue ese bastardo!? Talento y pasión, ese es Quentin.

8/10: ¡VENID Y PROBAD EL PLOMO DE LA JUSTICIA!

 P.D. Os dejo con el tema Bestiality, la pieza que se quedó fuera de la versión final de The Thing, de John Carpenter. Desde luego, un tema muy apropiado para The Hateful Eight, que quizá habría desentonado con la susurrante música de la obra original.


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