Estoy seguro de que todos
conoceréis a los grandes directores italianos (De Sica, Fellini,
Visconti o Bertolucci) pero, al menos en mi caso, desconocía la
existencia de un tal Ettore Scola. Eso fue hasta que alcancé a ver
alguna de sus películas, que me dejaron asombrado ¿Habéis tenido
alguna vez esa sensación de haber descubierto una joya secreta del
séptimo arte? Pues ese era mi sentimiento. Recientemente proyectaron
un pase de una de sus obras que me faltaban por ver. Este pequeño
drama, sobre el efecto que ejerce el paso del tiempo en el seno de
una familia de la alta sociedad romana, tenia tintes de grandeza
(casi de epopeya). Protagonizada por un gran elenco coral encabezado
por la leyenda Vittorio Gassman, Stefania Sandrelli y Phillipe Noiret
entre otros, La familia es una experiencia tan real como la vida
misma; dos horas que terminarán sacando los sentimientos del
espectador a flor de piel, hasta tal punto, que se sentirá
plenamente identificado con sus personajes protagonistas.
Diseccionando atentamente
el cine occidental, cabe decir que el europeo tiene algo en su ADN
que lo hace más íntimo y personal que el americano. Quizá por
falta de recursos o por simple predilección, lo cierto es que en
Europa siempre nos hemos enorgullecido de saber contar historias más
emotivas y humanas que las hollywoodienses (sin por ellos valer menos
éstas últimas). Pero esta idea (o concepto) no se forjó en un día,
ni siquiera en una década, sino que se fue construyendo poco a poco
con el devenir de los tiempos. Y, como pasa en cualquier familia, no
hay un fundador hegemónico sobre el que todo recae. No. Las personas
vienen y van. Son los principios y los valores que éstas dejan, como
una especie de huella imborrable, los que ayudan a definirnos.
Hablaba antes de los grandes maestros italianos, sin duda culpables
de preservar e innovar en ese cine europeo que tanto amamos. Perro me
gustaría añadir otro autor que no por más humilde, brilla con
menor intensidad. Ettore Scola (y su inseparable amigo, guionista y
colaborador Ruggero Maccari) era un virtuoso de la historia narrada a
través de una cámara, un estudioso del ser humano pero, por encima
de todo, era un visionario del séptimo arte. Su atenta mirada se
tendió, a lo largo de su dilatada carrera, en todos y cada uno de
los aspectos que nos hacen humanos. Y no me refiero anatómicamente
(de eso ya se encargaba Tinto Brass) sino espiritualmente.
En esta cinta, Scola y
Maccari exploran con sumo cuidado las relaciones familiares con el
paso de los años; desde principios de siglo XX hasta finales del
mismo. Un lapso de tiempo durante el cual algunos miembros fallecen y
dan paso a otros más jóvenes, que a su vez envejecen y comienzan a
parecerse más a sus padres. De esta manera, atestiguamos tanto los
cambios físicos como los intelectuales que experimentan los
protagonistas; muchos de ellos, idealistas en juventud, abandonaron
su rebeldía para fundar sus propias familias. Vemos como sus
inquietudes cambian: primero, el amor y el inconformismo; luego,
llegan las responsabilidades y las decepciones; por último, toca
hacer balance de lo vivido. Una cuenta donde lo debido sale a relucir
y donde, casi siempre, tenemos algo que reprocharnos. Y el ciclo se
repite, una y otra vez. Ironías de la vida, dirían para sus
adentros los guionistas mientras examinaban a sus personajes.
Sin embargo, esta cíclica
sinfonía humana jamás hubiese funcionado sin la visión de un
director acostumbrado a este tipo de historias. Porque caer en el
maniqueísmo resulta casi tentador cuando hablamos de algo tan
complejo como la vida. Afortunadamente, contamos con una dirección
soberbia que valora las virtudes del comedimiento, dejando la
política y los discursos de lado. Limitándose a observar. Un ojo
expectante que, no por influir menos en el acontecer de los hechos,
es menos ducho en el arte narrativo. La cinta fluye con el debido
ritmo (más parsimonioso al principio y poderoso al final, cuando las
cartas que el destino les ha otorgado a los protagonistas se
desvelan), pese a su aparente falta de acción. Cierto es que aquí
no hay duelos al sol, ni persecuciones espectaculares y las únicas
peleas que vemos son dialécticas. Pero no confundamos acción con
interés, ya que aquí hay muy poco de lo primero y mucho de lo
segundo.
En definitiva, La
famiglia es una película especial. Yo diría casi única por lo
difícil de su ejecución. Encajar todas las piezas de un grupo de
personalidades opuestas, obligadas a entenderse por lazos de sangre o
por amores imposibles, es una tarea ardua. Todo ello, además, sin
entrar en juicios de valor ni buscar aleccionar al espectador sobre
la correcta forma de llevar su vida. Porque, seamos sinceros, no la
hay. Porque, cuando nos demos cuenta de los fallos que cometimos en
el camino, será demasiado tarde para rectificar y entonces, sólo
podremos castigarnos pensando en lo que pudo ser y no fue. Por eso,
si no podemos engañar a la vida, corregir el rumbo y probar a ver
qué tal nos habría ido por ese otro sendero, ¿qué nos queda? Nos
queda el orgullo de haber pertenecido a algo, de haberlo cuidado y
custodiado como mejor creíamos y podíamos para mantener la llama
viva y así poder decir que contribuimos a algo más grande que
nosotros mismos. Y por paralelismo, este gran maestro, que ayudó a
construir nuestra identidad cultural, forma parte íntegra de este
nuestro cine. Porque, sin duda alguna, Ettore Scola es uno más de la
familia.
9,5/10: SE HACE CAMINO AL
ANDAR
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