Critica: La familia (1987)

Una constante en el tiempo. Así de claro nos define el significado de los vínculos familiares el directo italiano Ettore Scola en La famiglia.

Estoy seguro de que todos conoceréis a los grandes directores italianos (De Sica, Fellini, Visconti o Bertolucci) pero, al menos en mi caso, desconocía la existencia de un tal Ettore Scola. Eso fue hasta que alcancé a ver alguna de sus películas, que me dejaron asombrado ¿Habéis tenido alguna vez esa sensación de haber descubierto una joya secreta del séptimo arte? Pues ese era mi sentimiento. Recientemente proyectaron un pase de una de sus obras que me faltaban por ver. Este pequeño drama, sobre el efecto que ejerce el paso del tiempo en el seno de una familia de la alta sociedad romana, tenia tintes de grandeza (casi de epopeya). Protagonizada por un gran elenco coral encabezado por la leyenda Vittorio Gassman, Stefania Sandrelli y Phillipe Noiret entre otros, La familia es una experiencia tan real como la vida misma; dos horas que terminarán sacando los sentimientos del espectador a flor de piel, hasta tal punto, que se sentirá plenamente identificado con sus personajes protagonistas.

Diseccionando atentamente el cine occidental, cabe decir que el europeo tiene algo en su ADN que lo hace más íntimo y personal que el americano. Quizá por falta de recursos o por simple predilección, lo cierto es que en Europa siempre nos hemos enorgullecido de saber contar historias más emotivas y humanas que las hollywoodienses (sin por ellos valer menos éstas últimas). Pero esta idea (o concepto) no se forjó en un día, ni siquiera en una década, sino que se fue construyendo poco a poco con el devenir de los tiempos. Y, como pasa en cualquier familia, no hay un fundador hegemónico sobre el que todo recae. No. Las personas vienen y van. Son los principios y los valores que éstas dejan, como una especie de huella imborrable, los que ayudan a definirnos. Hablaba antes de los grandes maestros italianos, sin duda culpables de preservar e innovar en ese cine europeo que tanto amamos. Perro me gustaría añadir otro autor que no por más humilde, brilla con menor intensidad. Ettore Scola (y su inseparable amigo, guionista y colaborador Ruggero Maccari) era un virtuoso de la historia narrada a través de una cámara, un estudioso del ser humano pero, por encima de todo, era un visionario del séptimo arte. Su atenta mirada se tendió, a lo largo de su dilatada carrera, en todos y cada uno de los aspectos que nos hacen humanos. Y no me refiero anatómicamente (de eso ya se encargaba Tinto Brass) sino espiritualmente.


En esta cinta, Scola y Maccari exploran con sumo cuidado las relaciones familiares con el paso de los años; desde principios de siglo XX hasta finales del mismo. Un lapso de tiempo durante el cual algunos miembros fallecen y dan paso a otros más jóvenes, que a su vez envejecen y comienzan a parecerse más a sus padres. De esta manera, atestiguamos tanto los cambios físicos como los intelectuales que experimentan los protagonistas; muchos de ellos, idealistas en juventud, abandonaron su rebeldía para fundar sus propias familias. Vemos como sus inquietudes cambian: primero, el amor y el inconformismo; luego, llegan las responsabilidades y las decepciones; por último, toca hacer balance de lo vivido. Una cuenta donde lo debido sale a relucir y donde, casi siempre, tenemos algo que reprocharnos. Y el ciclo se repite, una y otra vez. Ironías de la vida, dirían para sus adentros los guionistas mientras examinaban a sus personajes.

Sin embargo, esta cíclica sinfonía humana jamás hubiese funcionado sin la visión de un director acostumbrado a este tipo de historias. Porque caer en el maniqueísmo resulta casi tentador cuando hablamos de algo tan complejo como la vida. Afortunadamente, contamos con una dirección soberbia que valora las virtudes del comedimiento, dejando la política y los discursos de lado. Limitándose a observar. Un ojo expectante que, no por influir menos en el acontecer de los hechos, es menos ducho en el arte narrativo. La cinta fluye con el debido ritmo (más parsimonioso al principio y poderoso al final, cuando las cartas que el destino les ha otorgado a los protagonistas se desvelan), pese a su aparente falta de acción. Cierto es que aquí no hay duelos al sol, ni persecuciones espectaculares y las únicas peleas que vemos son dialécticas. Pero no confundamos acción con interés, ya que aquí hay muy poco de lo primero y mucho de lo segundo.


En definitiva, La famiglia es una película especial. Yo diría casi única por lo difícil de su ejecución. Encajar todas las piezas de un grupo de personalidades opuestas, obligadas a entenderse por lazos de sangre o por amores imposibles, es una tarea ardua. Todo ello, además, sin entrar en juicios de valor ni buscar aleccionar al espectador sobre la correcta forma de llevar su vida. Porque, seamos sinceros, no la hay. Porque, cuando nos demos cuenta de los fallos que cometimos en el camino, será demasiado tarde para rectificar y entonces, sólo podremos castigarnos pensando en lo que pudo ser y no fue. Por eso, si no podemos engañar a la vida, corregir el rumbo y probar a ver qué tal nos habría ido por ese otro sendero, ¿qué nos queda? Nos queda el orgullo de haber pertenecido a algo, de haberlo cuidado y custodiado como mejor creíamos y podíamos para mantener la llama viva y así poder decir que contribuimos a algo más grande que nosotros mismos. Y por paralelismo, este gran maestro, que ayudó a construir nuestra identidad cultural, forma parte íntegra de este nuestro cine. Porque, sin duda alguna, Ettore Scola es uno más de la familia.



9,5/10: SE HACE CAMINO AL ANDAR

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