Antes
de empezar, quisiera pedir disculpas por la falta de contenido que ha habido en
las últimas semanas. Como muchos sabréis, para mí esto es un hobby y aunque lo
sienta con mucha pasión, los azares de la vida me impiden muchas veces
dedicarle el tiempo que me gustaría. Por eso, no sabría deciros con qué regularidad
continuaré publicando artículos; lo que sí os puedo asegurar es que, mientras
tenga los medios y la emoción para hacerlo, continuaré escribiendo críticas,
artículos y demás escritos. Dejando esto de lado, me gustaría reflexionar sobre
una profesión a menudo vilipendiada por la industria del cine y también por una
parte del público. Me estoy refiriendo a los actores de doblaje.
Hace
unos días me enteré de una noticia que jamás hubiese querido leer: José
Fernández “Pepe” Mediavilla, uno de los grandes profesionales de la voz en
España, fallecía a los 77 años de edad. Su legado nos deja un sinfín de
personajes de ficción, entre los que destacan Gandalf, Spock o Marcellus Wallace.
Tenía muchas caras y ninguna a la vez: Ian McKellen, James Earl Jones, Morgan
Freeman, etc. Su voz nos acompañó en tantas aventuras que con sólo escucharla
podíamos rememorar algunos de los buenos momentos que nos había brindado. Un
trabajo que se hace en las sombras, lejos de los focos y del glamour de la
alfombra roja, pero que entraña tanto amor al arte sino más. Porque la voz,
refinada y bien empleada, puede ser una de las herramientas dramáticas más
poderosas del cine y actores como Pepe Mediavilla o Constantino Romero son
prueba de ello. En este artículo quisiera, además de rendirle tributo a su obra
y agradecerle su contribución al cine, hablar un poco sobre esta profesión y
cómo en los últimos años ha sufrido todo tipo de menosprecios por parte de un
sector del público que no entiende (o no quiere entender) la valía y la
importancia de mantener vivo a este gremio de profesionales.
Pepe
Mediavilla, Ricardo Solans, Ramón Langa, Jordi Brau, Nuria Trifol, Luis Posada,
Constantino Romero y la lista sigue. Por suerte, hemos tenido el privilegio de
contar con actores de doblaje del primer nivel; personas que creían en el
poder de la voz y que buscaban comunicar con ella las emociones más profundas y
sinceras al espectador. Ya fuese una comedia o un drama, la importancia de una
buena voz resulta vital cuando se trata de crear un vínculo con la audiencia; de
trascender la pantalla y entablar conversación con cada uno de los individuos
sentados en una sala de cine, llevando la experiencia cinematográfica a un
nivel de inmersión y empatía que no hubiese sido posible sin ellos. Pepe
Mediavilla nunca saltó al estrellato ni recogió ningún premio ni atrajo la
atención de los medios; él era un artesano del cine, de los que pocos quedan,
de aquellos que profesan amor por su profesión y no por la fama que ésta les
pueda dar. Quizá por ello su gremio sea tan atacado; porque algunos aprovechan
cualquier oportunidad para criticar aquello que no entienden. Me estoy
refiriendo a la tendencia a menospreciar las películas por el mero hecho de
estar dobladas a un idioma que no sea el original, hasta el punto de considerar esta última como la única versión verdadera. Y es que hoy en día, muchos quieren
apropiarse de la verdad y utilizarla como arma arrojadiza para aleccionar,
supuestamente, a todos aquellos insensatos que no la poseen. Pero tú y yo sabemos
que la verdad ni es absoluta ni tiene colgada ningún cartel.
Cierto
es que, en algunos casos, puedo entender e incluso compartir una preferencia
por la versión original. Yo mismo la he elegido en alguna ocasión. La más
reciente siendo en el drama biográfico El instante más oscuro, donde Gary Oldman
daba vida al famoso primer ministro británico, Winston Churchill. Los motivos de
mi elección saltan a la vista: la mejor forma de valorar la actuación de
Oldman (sus gestos, movimientos y su voz) era escuchándolo en inglés. Dado que
el personaje era histórico y no ficticio, evaluar la interpretación global del
actor cobraba más sentido. Sin embargo, lo que no puedo entender es
la fobia que algunos tienen con el doblaje. Las lenguas, ya sea el inglés,
francés, español o chino tienen todas un valor intrínseco que debe ser
promulgado y valorado en las artes. Si por el mero hecho de que una obra
provenga del extranjero, ésta debe ser escuchada única y exclusivamente en su
idioma original, estaríamos privando de su visionado a un gran número de
espectadores que desean escucharla en su idioma materno. Al cine no vamos a
leer subtítulos traducidos del finés ni a pasarnos las horas intentando descifrar
el verdadero significado de una frase. No sé vosotros pero yo no entro a una sala con un diccionario de la RAE y un traductor bajo el brazo. Yo quiero
sentir emociones y eso es precisamente lo que leyendas como
Mediavilla proporcionaban mediante su voz. Sin embargo, parece que por el mero
hecho de no ser reconocidos en grandes festivales, de no aparecer entre el
reparto ni acudir a grandes estrenos, su labor tiene menos mérito. Que podemos
prescindir de ellos porque, al fin y al cabo, no los conocemos. Esta forma de
pensar me entristece y me frustra a partes iguales, ya que muchos están
confundiendo arte con popularidad, mérito con reconocimiento, cuando estos dos
conceptos no suelen ir de la mano. Pepe Mediavilla no era conocido pero sin su
contribución, muchos de los que están criticando hoy a su gremio, jamás se
hubiesen enamorado del cine.
Luego
está el desprecio de la propia industria, desencadenado sin duda por el desdén
de un público que se ha olvidado de ellos. Desde hace unos años, se lleva
imponiendo la moda de contratar actores famosos, celebridades o "influencers" para hacer las veces de actores
de doblaje, con resultados mixtos. Cierto es que a día de hoy, muchos actores
hacen su propio doblaje (lo que se conoce en lenguaje de post-producción como
“dubbing”) pero esto no debería sustituir a un gremio de profesionales que han
perfeccionado sus voces para transmitir con ellas más de lo que muchos de nosotros soñaríamos con hacer. El problema viene cuando anteponemos el nombre o la reputación sobre la calidad de su voz, abocando a los actores de voz a
su inexorable extinción.
Quiero
creer que voces tan distinguidas como la de Pepe Mediavilla hubiesen podido
seguir ejerciendo en este panorama tóxico en el que nos encontramos, donde todo
cae sujeto de descalificaciones absurdas e infundadas; donde los insultos sustituyen
a los argumentos y los debates sanos cada vez son más infrecuentes. Ya no estoy seguro de ello pero, pase lo que
pase, voces como la suya seguirán acompañándonos en las películas que tanto
amamos, resonando con fuerza en las filmotecas de cualquier buen cinéfilo, dejando por derecho propio una huella indeleble en la historia del cine. Descansa en
paz, maestro.
0 comentarios:
Publicar un comentario