Harris James, Lucy Purcell, la
familia Hoyt…la lista de sospechosos o al menos compinches en el caso de la
desaparición de Julie es interminable y el sexto episodio no hace más que
corroborarlo. Aunque este episodio nos ha dado nueva información, tengo la
sensación de que todo sigue igual, menos el tiempo que le resta a la temporada.
Sin embargo, por muchas dudas que tengamos, una cosa está meridianamente clara:
el final se acerca. La verdadera pregunta es si Pizzolatto dejará de torear el
espectador, de entregarle pistas falsas como el Sr. Woodard o Dan O’Bryant, y
se centrará en un único y honesto hilo que nos lleve inexorablemente a la
resolución del caso. Pero entremos de lleno en lo que nos dejó este nuevo capítulo.
Para empezar, descubrimos que Tom
Purcell es homosexual, algo que sinceramente no ayuda en nada a esclarecer el
caso, más allá de confirmar las sospechas de que Julie (y puede que Will
también) no fuese hija suya. Y hablando de descubrimientos, parece que el hijo
de Hays tiene una aventura con la periodista interpretada por Sarah Gadon. De
nuevo, nada de esto tiene mayor relevancia con el caso y francamente, tampoco
es que me importe mucho. Cierto es que la historia avanza y que sabemos más de
lo que sabíamos hace unas semanas pero, ¿es información útil o simple relleno
para llegar a un cliffhanger que promete dar respuestas que luego no entrega?
El ciclo se repite y tengo el presentimiento de que todo va a ser más sencillo
de lo que nos imaginamos, no porque la trama no pudiese dar más de sí, que
puede, sino porque el tiempo se agota.
Algunos lo tomaréis como una sucia
artimaña, un golpe bajo a las nobles partes de True Detective pero las
comparaciones son inevitables ya que, aunque se trate de una antología, el
problema que empieza a acusar este tercera temporada es más de desgaste
argumental y falta de ritmo que algo más específico. A estas alturas en la
temporada original ya conocíamos la existencia de Carcosa y del Rey Amarillo,
habíamos destapado el laboratorio de metadona de Reggie Ledoux y descubierto
sus conexiones con el caso Dora Lange (inclusive la entrada en escena del
“hombre de las cicatrices” que terminaría siendo crucial para la resolución del
caso) y lo más importante de todo, sabíamos que las escuelas fundadas por el
reverendo Tuttle encubrieron casos de abusos sexuales a menores. Teníamos un
hilo por el que tirar y aunque es cierto que también hubo personajes, como el
novio convicto de Dora Lange o el discapacitado psíquico que vivía con el
predicador ambulante, que se presuponían sospechosos y al final no fueron
culpables, Pizzolatto no abusaba tanto como lo hace ahora.
Además, a estas alturas conocíamos
mejor a Rust Cohle y Marty Hart que a Wayne Hays y Roland West. Algo que me molestó
sobremanera de este episodio fue que no hiciera siquiera mención sobre ese mal
que le hizo Hays a West en 1990 y por el que, aún en 2015, no le pidió perdón.
El capítulo anterior nos dejó con la miel en los labios y este nos pega una
bofetada por querer saborear dicha miel. Personalmente, soy firme defensor de
no darle al espectador todo lo que quiere cuando lo quiere; me gusta que la
historia se haga de rogar, que mantenga el misterio. Pero lo que no es
admisible, en mi opinión, es que sigan mareándonos con una retahíla de nombres
y subtramas confusas que, en la mayoría de los casos, se dejan en la nebulosa.
No obstante, no quiero cerrar este
análisis sin mencionar los puntos fuertes del episodio. Los diálogos entre Hays
y West siguen teniendo chispa y sustentados por buenas interpretaciones de Ali
y Dorff, la serie cobra mucho más valor. Además, me gustó una vez más como nos
dirigió hacia su abrupto desenlace; Tom Purcell, que minutos antes vertió toda
su ira contra un Dan O’Bryant que ya huele a muerto, pasa por delante de la
lujosa mansión de los Hoyt y decide entrar a ver qué se cuece ahí dentro. No
sabemos que lo lleva a entrar ahí, aunque yo diría que fue el propio O’Bryant
quien se lo dijo, apoyando la teoría de que los Hoyt pudieron estar conchabados
con Lucy Purcell en el rapto de su hija. Puede incluso que ellos la asesinaran
en Las Vegas para atar cabos y curarse de espantos. Una vez dentro, Tom baja al
sótano para encontrar una siniestra habitación rosa protegida por una puerta
acorazada enorme. Todo apunta a que ahí vivió Julie Purcell durante todos estos
años. La última toma, antes del fundido en negro, muestra a un Tom observando
con asombro la habitación y preguntando por Julie y de repente, aparece Harris
James por detrás, supongo que con muy malas intenciones.
En conclusión, este episodio me deja
un regusto agridulce y me vuelve a dejar en la tesitura de esperar respuestas
que presiento no van a llegar en el séptimo y penúltimo episodio de una temporada
que arrancó muy bien pero que se está desinflando lentamente.
7/10: PERSIGUIENDO SOMBRAS EN LA NOCHE
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