El final ya está cerca y con él
llegan las respuestas que tanto ansiamos desde que la temporada comenzara allá
por enero. Las preguntas que el showrunner Pizzolatto nos ha ido cocinando a
fuego lento por fin se esclarecerán, para bien o para mal, y este séptimo
episodio no hace más que preparar el terreno para lo que nos espera en el
último y culminante capítulo de la temporada. En ese aspecto, este penúltimo
episodio cumple sobradamente las expectativas; la tensión se puede sentir en
cada uno de los fotogramas y de los gestos de los personajes. Cada conversación
se antoja crucial para desvelar los misterios del Caso Purcell. Un caso que les
ha dado muchos quebraderos de cabeza a Wayne Hays y Roland West, protagonistas
absolutos de una historia que sabe muy bien mantenerte enganchado sin dar
demasiado al espectador, estrategia ciertamente arriesgada que se verá validada
o condenada dependiendo de lo que ocurra octavo y definitivo episodio.
A diferencia de capítulos anteriores, donde la
información caía a cuentagotas, en este episodio suceden muchas cosas de lo más
interesantes. Arrancamos en un momento entre 1990 y 2015, no sabemos muy bien
cuál, donde vemos a Hays dejando a su hija Rebecca en lo que parece ser la
universidad. Su relación parece bastante buena, lo cual hace que me pregunte
qué pasó entre esa fecha y 2015 para que dejaran de hablarse, como dijo el hijo
de Hays en un capítulo anterior. Puede que sean sólo ocurrencias mías pero, ¿es
posible que le haya ocurrido algo a Rebecca y su hijo esté intentando
ocultárselo para no herirle?
Más tarde nos trasladamos a 1990,
concretamente a la torre cerca del parque donde desparecieron los niños. En lo
alto de sus escaleras, Hays y West hayan el cuerpo sin vida de Tom Purcell, el
cual dejó una nota escrita a máquina donde habla de reunirse con su mujer y su hijo
muerto. Tal y como ocurriese con el Sr. Woodard en 1980, parece que alguien
trata de cargarle el muerto a un muerto, valga la redundancia. Hays está
mosqueado pero Roland, culpándose de la muerte de Tom, está cansado ya del
caso. No ve más cabos por donde tirar y puede que no le falte razón pero a
Wayne no le basta. Al volver a casa, Amelia le comenta el incidente que tuvo en
la presentación del libro y cómo un hombre negro tuerto que encajaba con la
descripción se le acercó para increparla y preguntarle por el paradero de Julie
Purcell.
Agitada, Amelia se pone el traje de
investigadora y sale a buscar respuestas por sí misma. Primero visita el hogar
de la mejor amiga de Lucy Purcell, una señora rolliza que vive sola en una casa
destartalada y llena de recuerdos y baratijas. Esta escena me recordó, salvando
las distancias, al momento en el que Marty entra en el caserón escondido de los
Tuttle, ocupado por Errol Childress. No sé si esta señora jugará algún papel en
el último capítulo pero creo que sí tuvo algo que ver con el secuestro. Después
se desplaza hasta el bar donde solía trabajar Lucy para hablar con el
propietario. Este dice haber visto al primo de Lucy, Dan O’Bryant, merodeando
cerca del bar con un hombre negro tuerto.
Con la teoría del tráfico de
personas cobrando cada vez mayor peso, Hays recibe el historial telefónico de
Lucy Purcell la noche anterior a su muerte. Asombrado ante el descubrimiento,
Wayne acude raudo y veloz para contárselo a Roland. Resulta que Lucy hizo ocho
llamadas a un mismo número y, ¿a quién pertenecía ese número? Al mismísimo
Harris James. Antiguo policía y ahora jefe de seguridad de Industrias Hoyt.
Este personaje ha merodeado por todas las escenas claves de la temporada, desde
la muerte de los Lucy y Tom Purcell hasta la escena del crimen del Sr. Woodard en
1980. Wayne convence a Roland para ir tras él en lo que termina por convertirse
en la escena más tensa de todo el episodio. ¿Recordáis el establo donde
interrogan a aquel pobre diablo en los primeros episodios? ¡Pues regresa por
todo lo alto! Un interrogatorio de lo más heterodoxo, que termina con la muerte
de James a manos de Hays y West, sin que este les dé ninguna información
mínimamente relevante. Han roto las reglas y se han metido en un lío monumental
para nada.
En 2015, la entrevista a Hays
alcanza un punto límite cuando Elisa trata de sacarle más información sin
éxito. A cambio, este le pide que le cuente lo que sabe. Estos dos llevan
jugando una partido de ajedrez desde el principio y no nos hemos dado cuenta
hasta ahora. Elisa le cuenta que el hombre tuerto al que buscan se hacía llamar
Watts y que el caso Purcell puede estar relacionado con otro caso que se cerró
hace unos años en Louisiana. Sí, está hablando del caso Dora Lange de la
primera temporada, lo cual entrelaza la primera y la tercera temporada en un
mismo universo ficticio. Los Hoyt, los Tuttle y puede que otras familias
poderosas forman parte de una misma secta de ricachones pedófilos que se
dedican a hacer del sudeste americano su particular coto de caza. Puede que
esta sea la escena más reveladora de toda la temporada, ya que no sólo conecta
dos de las tres temporadas de la serie, sino que también deja entrever todo un
entramado a nivel federal, aunque no sabemos hasta dónde llegan sus escurridizos tentáculos.
Aún en 2015, Wayne y Roland se hacen
pasar por policías en activo para interrogar a una de las entonces criadas de
la mansión Hoyt. Esta les habla de la trágica historia de Isabelle Hoyt, que
perdió a su marido y a su hijo en un accidente de tráfico y la sumió en una
terrible depresión que terminó por deteriorar su estado mental. Años más tarde,
ella misma se vio envuelta en otro siniestro. Después de esto, los Hoyt
contrataron a un tal Mr. June –un hombre negro tuerto– para cuidar exclusivamente
de ella en un ala de la mansión donde nadie, excepto él, podía entrar.
Finalmente regresamos a 1990, al
hogar de la familia Hays, un día después del asesinato de Harris James. Es por
la mañana y Wayne se dispone a contarle a Amelia lo que ocurrió la noche
anterior, cuando recibe una inesperada llamada de Edward Hoyt. El gran capo de
la compañía confiesa estar al tanto de todo lo ocurrido con James y le insta a una reunión con él, ya sea en su
casa o en el lujoso Cadillac en el que se encuentra aparcado justo enfrente.
¡Menudo uppercut a la mandíbula la lanza Hoyt a Wayne! Aún encajando el golpe,
Hays acepta su invitación y entra en el coche. ¿Qué ocurrirá ahí dentro?
Nadie lo sabe, excepto Pizzolatto.
Me gustaría terminar diciendo que me
resulta muy extraño que Wayne Hays haya tenido tanto protagonismo a lo largo de
la serie. No me malinterpretéis, la interpretación de Mahershala Ali es
excelente y merece cada minuto que aparece en pantalla pero creo que, tanto en
la primera como en la segundo temporada, el tiempo estaba más repartido entre
los protagonistas. Quizá sea una elección narrativa de Pizzolatto, quien le
viera más potencial al personaje de Wayne que al de Roland, o puede que lo haya
querido esconder adrede. Es posible que West haya estado metido en el fregado
desde un principio, lo cual explicaría su rápido ascenso y su gatillo fácil
matando a Harris James. Claro que todo puede quedar en agua de borrajas pero
quería compartirlo con vosotros…por si las moscas.
8.5/10: BILLETE DE IDA AL INFIERNO DE LOS PODEROSOS
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