Crítica sin spoilers - Le Mans '66


Estados Unidos, años 60. Por aquel entonces, el gigante americano del automóvil, Ford Motor Company, estaba dirigido por Henry Ford II, nieto del visionario fundador de la compañía. Tras décadas dominando el mercado nacional, otras marcas como Chevrolet comenzaban a disputar su hegemonía lanzando modelos como el Corvette, que fascinaban al consumidor por su elegante diseño y su potencia, inspirada en las exóticas marcas europeas. La Segunda Guerra Mundial había terminado y EE.UU. vivía una época de apogeo económico, donde la clase media proliferaba y los más jóvenes buscaban emociones fuertes y coches rápidos. Para competir en este nuevo mercado y renovar su imagen de marca, Henry Ford II intentó por todos los medios introducirse en el mundo de las carreras de motor. Esta es la historia de cómo dos hombres, Carroll Shelby y Ken Miles, forjaron una amistad que trascendió el mundo del automovilismo; codo a codo, estos dos pioneros de la mecánica lucharon contra el sistema, contra las normas y contra sus rivales en la pista, para erigirse como dos campeones de la vida y del deporte. Dirigida por un James Mangold en estado de gracia, que viene de hacer la maravillosa Logan (2017) y que aquí se posiciona como uno de los nombres más interesantes del panorama hollywoodiense, y protagonizada por dos titanes del cine moderno como Christian Bale y Matt Damon, Ford v. Ferrari –Le Mans ’66 por su título en castellano– no es solo un homenaje al mundo del motor, es un ejemplo de la lucha del hombre contra la máquina corporativa y también es un bello canto a la integridad del individuo como profesional y sobretodo, como persona. Así que abrochaos el cinturón, colocad el pie sobre el acelerador y agarrad bien el volante, porque la carrera está a punto de empezar…¿te la vas a perder?



Quisiera empezar esta crítica sin spoilers despejando cualquier duda que pudieseis tener sobre la película. Ford v. Ferrari es magistral y sobresale en todo lo que se propone: dirección, ambientación, fotografía, historia, actuaciones…cada pequeño engranaje de este bólido ha sido pulido y perfeccionado para que corra más que ningún otro de la cartelera –con permiso quizá de la escudería Scorsese–. Tal y como lo hiciera Ron Howard con Rush, Mangold y su equipo llevan el subgénero del automovilismo a un nuevo techo que difícilmente podrá superarse. Su forma de filmar las carreras es tan emocionante, intensa y electrizante que solo alguien con horchata en las venas podría sentirse indiferente; el realizador de Logan consigue transportarnos de nuestras butacas al asiento del conductor. Cada curva, cada adelantamiento o avería la sentía como propia y las victorias no las celebraban solo Ken Miles y Carroll Shelby, las celebraba la sala al completo. Gran parte del éxito radica en su técnica de filmación, la cual se aleja de una perspectiva más panorámica y generalista –como la que podemos ver en una retransmisión en vivo– para meternos dentro del coche. De esta manera, la perspectiva que el espectador recibe se acerca más a la de Ken Miles que a la de un simple comentarista.


Otro de sus puntos fuertes es que la sensación de velocidad no va reñida con la claridad de las secuencias; la acción nunca me resultó confusa y en ningún momento me sentí perdido. Esto es algo meritorio, más aún teniendo en cuenta la tendencia moderna a agitar la cámara y cortar rápido los planos para dar una falsa sensación de velocidad. James Mangold y su director de fotografía, el griego Phedon Papamichael, captan con maestría la magia de las carreras y saben imprimirle cierto tono clásico a los momentos más íntimos. Puede que Ford v. Ferrari no sea ninguna virguería visual pero tampoco lo necesita, porque la historia y sus personajes son los verdaderos protagonistas.


Hablando de la historia, la cual ha sido tildada de conservadora por ciertos sectores de la crítica “especializada”, me ha fascinado más que la gran mayoría de los biopics de los últimos años. La hazaña de Shelby y Miles merecía una película a la altura de su hazaña y sobretodo, merecía que el público la conociese. Según tengo entendido, el piloto y mecánico Ken Miles es un auténtico ídolo en el mundillo del automovilismo; sin embargo, no puede decirse lo mismo fuera de él, donde casi nadie lo conocía –entre los que me incluyo–. Muchas veces damos por supuesto que un film biográfico tenga como protagonista a una gran figura pública y cómo esta dejó su huella en la Historia pero pocas veces tenemos la oportunidad de descubrir a un completo desconocido como Miles. Pocas veces he entrado a la sala a ver un biopic sin saber algún acontecimiento relevante del protagonista o sin conocer nada de este. Mangold rescata un episodio desconocido de nuestra Historia reciente y busca en él una auténtica lección de vida; la guerra que Ford le planteó a Ferrari es una escaramuza en comparación con la que sus dos protagonistas tuvieron que plantarles a todos, tanto a sus rivales como a sus supuestos colaboradores. Parece mentira que algo tan aparentemente superficial como una película de carreras cobre tanto significado pero así es y el mérito hay que atribuírselo a una historia que sostiene el corazón del espectador en un puño y lo estruja tanto que llegada la recta final estamos exhaustos, tanto física como emocionalmente.


En la faceta interpretativa, Christian Bale vuelve una vez más a entregarnos una actuación para el recuerdo y no solo él, porque Matt Damon, su fiel escudero en esta andadura, llevaba sin estar a este nivel desde The Martian de Ridley Scott o incluso desde que hiciera Infiltrados con Scorsese. Su interpretación es menos espectacular que la de Bale por varios motivos: primero, él no es el protagonista de esta historia y segundo, el carácter de su personaje, Carroll Shelby, es más sobrio que el de Ken. Haciendo una analogía entre estos dos personajes y un coche de carreras, Ken sería el acelerador y Shelby el freno. Uno cumple un rol más administrativo y de liderazgo, mientras el otro vuela libre a 7000 rpm y quizá por esa razón ambos actores se complementan tan bien en pantalla. Por sí solos, tanto Miles como Shelby son tremendamente carismáticos pero cuando se juntan en pantalla, la cinta mete unas cuantas marchas más. No quiero entrar en spoilers pero hay dos escenas que ilustran perfectamente la fiereza y al mismo tiempo, la bondad y honestidad que había entre estos dos genios de la automoción; ambos son tremendamente competitivos y porque no decirlo, tienen su ego y su orgullo propio, pero ambos se reconocen el uno al otro como dos grandes profesionales y como amigos. Además de ellos, cabría mencionar a Caitriona Balfe, Noah Jupe y Tracy Letts, los dos primeros interpretando a la mujer e hijo de Ken Miles y el último dando vida al magnate Henry Ford II. Los encuentros de Bale (Miles) con su familia no son demasiados, pero sí resultan efectivos y hacen en gran medida de ancla emocional para la narración; como es de esperar, un piloto de carreras en los años 60 está expuesto a numerosos peligros que podrían hacer de cada una de sus competiciones la última. Cada vuelta, cada curva y cada fallo mecánico pueden acabar en tragedia y eso hace que cada minuto de Ford v. Ferrari cuente. Si parpadeas, te lo pierdes.


A nivel técnico, la que pasará a la Historia del cine como la última producción de 20th Century Fox antes de ser absorbida por Disney, roza la excelencia en todos sus apartados. La ambientación sesentera, las vestimentas, la recreación del Le Mans de la época y sobretodo, los coches de carrera son una delicia digna de ser vista en la mayor pantalla que tengáis a vuestro alcance. Audiovisualmente es un espectáculo, con un apartado sonoro sensacional –esos rugidos de motor, las explosiones, los choques, etc. – y una banda sonora bastante buena, aunque eché de menos la música de la época: algo de Folk Rock, música Country o Blues hubiese quedado muy bien.

En definitiva, Ford v. Ferrari es una de las mejores películas del año y una producción cinematográfica redonda. Olvídense de esos agoreros que la tachan de ser un producto prefabricado o sentimentalista: Mangold ha firmado una obra excelente, llena de ritmo y de buen corazón, algo que hace falta mucho en estos tiempos tan difíciles. Lejos de pretender convertir este artículo en una crítica a alguna prensa sensacionalista, quiero dejar clara mi repulsa a todos los que aúpan una obra por el hecho ser lúgubre y deprimente, pero enseguida saltan a criticar cuando un autor, en este caso Mangold, decide hacer una defensa de las cualidades que ensalzan al ser humano. Las actuaciones de Bale y Damon son sobresalientes y su dinámica es de lo mejor que se ha visto en un dúo interpretativo en años; el mensaje de lucha contra las adversidades de la vida es bonito y sincero y la contraposición entre la máquina corporativista, siempre buscando salvaguardar su imagen, y la pasión individual, que únicamente pretende rendirle tributo al trabajo que ama, resulta muy efectivo y por qué no decirlo, inspirador. En un Hollywood dividido entre grandes blockbusters y películas independientes que destacan por su cínica visión del mundo, Ford v. Ferrari nos devuelve el aroma del cine clásico y nos recuerda que la carrera de la vida se corre con todo el corazón y el alma puesta en ella y en eso, Ken Miles y Carroll Shelby fueron los número uno.


9/10: CRUZANDO LA META DE LA ETERNIDAD.

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