Análisis - Origen

A finales de mes, Christopher Nolan regresará a las salas con su último y ambicioso proyecto, Tenet, un thriller de acción con el siempre particular sello del autor británico. Y ese sello no es otro que el tiempo, una constante a lo largo de su carrera y que, de una manera u otra, narrativa, visual o artísticamente, siempre hace acto de presencia en sus películas.

Incluso podría decirse que el concepto del tiempo ha trascendido lo puramente ficticio, trasladándose a su realidad.



En un empeño por dejar huella en la historia, Christopher Nolan pone en riesgo la taquilla de su película con la esperanza de que esta sea la que haga renacer, cual ave fénix, a unas salas de cine en sus últimos estertores frente a la amenaza del Covid-19, el enemigo invisible que ha originado toda esta carrera contrarreloj.

Sin embargo, este artículo no es para hablar de Tenet, sino de otro de sus grandes eventos cinematográficos. Y es que, con este director, cada estreno se convierte en un acontecimiento multitudinario, una fecha marcada a fuego en nuestras agendas cinéfilas.

Todo éxito rampante tuvo una génesis que merece la pena recordar y con Nolan, esto no es diferente. Algunos dirán que la trilogía de Batman fue la que lo consagró y aunque no les falta razón, no puedo evitar pensar que ese honor le pertenece a Origen, película del 2010 que, tras la impresionante acogida de El caballero oscuro (2008) de Heath Ledger, reafirmó a Nolan como uno de los autores más relevantes del siglo XXI.


Habrá quien se me lance a la yugular por tan osada afirmación, autor, una palabra que parece reservada a los rebeldes del cine, aquellos que huyen de convencionalismos o que se vanaglorian de hacer cine para una “minoría privilegiada”.

Según estos preceptos, Nolan jamás cabría en esta categoría y aún así lo hace, quizá por eso suscite tanta animadversión. Porque él ha logrado lo que muchos atisban como una quimera: tener una visión y estilo propios que gusten a una mayoría.


En ese aspecto, Nolan consolidaría su imagen de autor popular con Origen, una obra tan suya y a la vez tan de todos que existe en una realidad diferente al resto. Lo que hizo de esta película un fenómeno del que aún hoy se habla es que, pese a su enorme complejidad, es una cinta tremendamente disfrutable. Un ajustado juego de balanzas que solo un puñado de realizadores son capaces de alcanzar.

La idea u origen de este filme reside en el mundo onírico y en cómo este puede confundirse con la realidad hasta el punto en que ambas resulten intercambiables. De ahí surgen numerosos conflictos internos que el británico analiza con gran delicadeza, como si fuese un cirujano rodeado de explosivos.


Cuando tu propia existencia gira alrededor de un sueño, tú mismo dejas de existir para convertirte en una proyección de ti mismo. Recuerdos y vivencias pasadas, todas confluyen en una dimensión generada por el poder de la mente; allí donde el tiempo es infinito y la edad un espejismo.

Lo que marcó un antes y un después en la carrera de Nolan fue la habilidad con la que supo conjugar las inquietudes existenciales de su pluma con el espectáculo audiovisual de su cámara y eso es algo que no alcanzó hasta la película que hoy nos atañe.


Con un reparto de lujo encabezado por Leonardo DiCaprio, la historia nos presenta a Dominic Cobb, un experto en el arte de infiltrarse en el subconsciente ajeno para robar (o implantar) ideas. Cobb, el cual se autodenomina como el mejor “extractor”, se sumerge en el mundo de los sueños para hacerse con aquellos secretos que le son más preciados al sujeto, de forma que cuando este se despierte, ni siquiera lo recuerde.

Todo cambiará cuando reciba un arriesgado encargo que podría reunirle de nuevo con sus hijos, de los que tuvo que separarse tras un trágico accidente que aún guarda en lo más recóndito de su mente.


El primer aspecto que hace a Origen una obra tan especial es su planteamiento. De todas las películas escritas y dirigidas por Nolan, me atrevería a decir que esta es la más ambiciosa de todas, no solo por la idea en sí, sino por el vasto universo de posibilidades que construye alrededor de dicha idea.

El soñador y el arquitecto, el significado del tótem y de “la patada” como anclas que atan al sujeto a la realidad, las proyecciones de la mente, el limbo y por supuesto, el origen, la técnica onírica que da nombre al filme y ejerce de motor del mismo, empujándolo hacia delante.


Un sueño dentro de otro sueño. El nivel de virtuosismo narrativo y audiovisual que Nolan alcanza en esta película constituyó el inicio del acto final en el proceso de madurez que veríamos notablemente en Dunkerque. Una idea original con un presupuesto descomunal ($160 millones de dólares) y las expectativas por todo lo alto: la diferencia entre el éxito y el fracaso, entre seguir soñando o irse al limbo donde directores frustrados recuerdan sus éxitos efímeros, radicaba en los detalles y en eso, el británico es un genio.

Lo que no deja de asombrarme de esta obra son las capas que esconde tras su hilo principal, el cual no deja de ser el de un thriller de espionaje convencional.

Un magnate (Ken Watanabe) contrata a Dominic Cobb para que este convenza al heredero de la empresa rival de cerrar la compañía para fundar la suya propia.


Corriendo ese primer velo de intriga, nos encontramos ante otro más elaborado, el de la operación para adentrarse en el subconsciente del heredero. Aquí la cosa empieza a complicarse. Origen, una palabra cuyo significado esconde más pliegues y recovecos de los que cualquier extractor está capacitado a llevar a cabo, será el método elegido para plantar la idea. Lo siguiente será construir una muñeca rusa de sueños, alcanzando el nivel onírico más profundo posible y de esta forma, tener acceso a los secretos y pensamientos más enraizados de la víctima.

Cobb, desesperado por reencontrarse con sus seres queridos, acepta una misión suicida que lo llevará al insondable abismo de su mente, desvelando así la última capa de esta maravillosa historia.

Vivir anclado en el pasado, dejando correr las arenas del tiempo para pasar un minuto más recordando a esa persona que el dios Cronos te arrebató.


En lo más profundo, Origen trata sobre la inevitabilidad del destino, sobre los sueños rotos y reavivados una y otra vez, formando así un círculo de eterna búsqueda de lo inalcanzable.

Cobb perdió a su mujer, Mal; cada uno de los momentos que le llevaron inexorablemente a ese amargo desenlace constituyen el dolor y la frustración de no poder estar con ella. Encerrado en la prisión de su enferma mente, recordar se vuelve un castigo y olvidar una prohibición.

Todos nos hemos arrepentido de algo que hemos dicho o hecho, algo que hemos enterrado en lo más profundo de nuestra mente para poder seguir adelante. Una pérdida, un desencuentro, una oportunidad perdida; aquello que pudo ser y no fue.


La oportunidad de enmienda rara vez se nos presenta en la vida. Cuando nos damos cuenta de nuestro error, suele ser demasiado tarde y todo lo que nos queda son los recuerdos que nos conforman.

Pero, ¿y si vivir el momento fuese posible? ¿Y si ya no tuviéramos que arrepentirnos de nada porque no hay pasado ni futuro, solo presente inalterado? Nolan detiene el tiempo por medio de los sueños, el elemento central de la película del que su protagonista, Dominic Cobb, es a la vez dueño y esclavo.


Cobb irrumpe en mentes ajenas y las manipula para que cumplan su voluntad. Es el mejor en su trabajo, pero no deja de ser irónico que la única mente a la que no puede engañar es la suya propia. Los recuerdos pueden ser fuentes de inspiración, de amor y de consuelo, pero también pueden ser un cáncer.

El guion confeccionado por Nolan nos atrapa en un sueño, su sueño, y no nos suelta hasta los créditos finales. Esto se debe en parte a su magnífica labor de dirección. Sabedor de la complejidad de su historia, el británico se toma su tiempo para sentar los cimientos, explicarnos las reglas de este mundo ficticio y darnos una ligera pista de la envergadura de su proyecto.

Como es propio en todo buen narrador, sabe dosificar la información y hacer buen uso de ella llegado el momento. Espectacularidad y profundidad no siempre han de ir reñidas y prueba de ello es esta película.


Es cierto que, por momentos, acusa un extenso metraje y una sucesión de escenas de acción irregulares, apartado en el que Nolan nunca ha destacado especialmente.

Por otro lado, la disonancia que existe entre la trama principal, llena de tiroteos, explosiones y giros inesperados, y la subtrama entre Mal y Cobb, por momentos daña el ritmo del filme. No es que el thriller en sí no funcione, pero los momentos más personales son tanto más poderosos que hacen flaquear al resto en comparación.

Volviendo a los puntos positivos, las actuaciones rinden a un altísimo nivel. Yendo desde el protagonista, magnífico Leonardo DiCaprio, hasta la antagonista, imperial Marion Cotillard, la química que ambos comparten en pantalla ayuda enormemente a elevar el nivel de dramatismo del que Nolan carece.


En cuanto a los secundarios, cabe destacar el trabajo de Ellen Page y de Joseph Gordon-Levitt, cuyos papeles ayudan a situarnos en la acción de la película. El papel de ella es esencial de cara al espectador, ya que ejerce de espejo para el público, el cual no sabe muy bien cómo encajar la ingente cantidad de información que está recibiendo.

Aparte de esto, el otro apartado por el que Origen se ha convertido en un clásico moderno, es sin duda el audiovisual.

La banda sonora de Hans Zimmer es, para mi gusto, una de las más influyentes de esta década. Esos fuertes golpes de sonido que escuchamos en los momentos más espectaculares del filme y que tan de moda se pusieron a posteriori, maridan perfectamente con el tema principal.


Por dar un ejemplo, os invito a escuchar el grandilocuente tema “Dream is collapsing” y luego compararlo con “Time”, donde la tristeza y la melancolía de los días pasados muestran a un Cobb desfallecido frente a los fracasos de su vida. La BSO es asombrosa y sobrecogedora al mismo tiempo.

Además, si la música sirvió de inspiración para muchos, lo mismo podría decirse de los impresionantes efectos especiales ganadores del Oscar, los cuales se siguen viendo maravillosamente bien diez años después.

Lo que el equipo de VFX consigue a nivel arquitectónico, ya sea con las secuencias en el limbo o la ya mítica escena parisina es digno de análisis/documental propio. La escala de los edificios, la enormidad de los escenarios que construyen y el nivel de detalle que alcanzan solo para, minutos después, derruirlos por completo, es magistral. Un trabajo encomiable.


Origen es, en definitiva, la obra de un soñador, de un mago que pone su creatividad al servicio del cine para regalarnos momentos de indiscutible belleza y pura emoción. En su historia, el espectador puede encontrar toda la profundidad y reflexión que busque, pero también puede desconectar de la realidad si así lo prefiere. Nolan nos presenta las posibilidades y nosotros nos da libertad para elegir aquella que más nos interese.

Aunque ni la trama principal ni la acción resultan todo lo dinámicas y electrizantes que cabría esperarse, este laberinto argumental se descubre como todo un tour de force, tanto intelectual como emocional, que coloca al público ante el dilema del protagonista: ¿rendirse a los encantos del sueño eterno o vivir preso del tiempo?


8,5/10: NO LAMENTO NADA.

4 comentarios:

  1. La única pega del artículo es que no le has puesto un 10.

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    1. Bien merecido que lo tendría! No le puse el 10 por esos pequeños detalles que comenté, pero vamos que se lo podría poner :)

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  2. Cuando soñamos, creamos una situación en nuestra mente, lo que es el comienzo de la creación de una realidad ideal. Somos arquitectos de nuestros sueños. Construimos nuestra realidad, una respuesta a los pensamientos que hemos puesto en marcha. Una realidad que es subjetiva.

    Vivimos en un mundo lleno de apariencias y en constante interacción con los demás. Si bien, fue por culpa de obras como la dirigida por Christopher Nolan, Origen, que comenzamos a cuestionarnos sobre nuestros propios sueños, lo que creíamos por realidad y no un mero pensamiento.

    Y aunque el cineasta de marras pensó demasiado en las limitaciones del entorno y no fue capaz de seguir hacia adelante, consiguió ofrecernos un interesante ciclo onírico que puso de manifiesto las fases del sueño y una realidad más satisfactoria que aquella que habitamos.

    Un saludo y buena crítica

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    1. ¡Gracias como siempre por comentarios tan buenos con ese punto de vista propio! Es cierto que los sueños nolanianos no dejan de ser versiones ligeramente modificadas de la realidad. En manos de un director más fantasioso (un Gilliam o un Lynch) sería más loco e irreverente.

      Saludos replicantes!

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