Netflix lleva años buscando el reconocimiento de la Academia, con resultados mixtos. En un principio, los titanes de Hollywood eran reticentes a dejar que un recién llegado les robase su momento para lucirse. Sin embargo, títulos como Roma (2018), El irlandés (2019) o Historia de un matrimonio (2019), inclinaron la balanza a su favor, cambiando el paradigma y abriendo la puerta de los Oscar al gigante digital.
Junto con otras plataformas afines, Netflix aporreaba la puerta de los Oscar y este año 2020, se había preparado para derribarla.
Para ello, contrataron a Ron Howard, uno de los grandes directores por encargo en la actualidad, y le entregaron las llaves de “Hillbilly Elegy”, adaptación de una autobiografía escrita por J.D. Vance, la cual narra su dura infancia en una familia del medio oeste americano.
La historia, estructurada en dos líneas temporales entre las que va saltando por medio de flashbacks, retrata la vida de un joven y prometedor estudiante, J.D. Vance (Gabriel Basso), el cual debe regresar a su ciudad natal para ayudar a su inestable madre, Bev (Amy Adams), con sus problemas de drogadicción.
Una vez más, Netflix planeó la jugada perfecta para marcar el gol definitivo en la temporada de premios: un director diligente, un reparto de lujo encabezado por Amy Adams y Glenn Close, una historia melodramática, pero reconfortante, de esas que tanto gustan al público norteamericano… ¿qué podría fallar?
El primer gran problema que veo en “Hillbilly, una elegía rural” es que, más que una película sincera y sentida, un esfuerzo por contar una historia dura, pero que se sienta real, veo un listado de pasos a seguir para alcanzar la gloria en los Oscar.
“Hillbilly Elegy” es como un adolescente salido que intenta impresionar infructuosamente a la chica que le gusta. Sus tácticas son tan pueriles y manidas, que parecen sacadas de un manual escrito por el hermano feo de Austin Powers.
Nada en ella es sutil ni está llevado con el gusto que requiere un buen melodrama y eso se nota ya desde el principio, viendo a una Amy Adams que, desesperada por ganar un Oscar, cae en el histrionismo más flagrante.
Tanto ella como Glenn Close han sido sistemáticamente ninguneadas por la Academia. Entre las dos suman 13 nominaciones sin éxito y claro, cuando la necesidad apremia, salen a relucir los peores vicios del actor.
La película cuenta con dos voces cantantes y ninguna de ellas es la de J.D Vance, interpretado por un soso Gabriel Basso. Pronto descubriremos que los únicos personajes por los que realmente se interesa Howard -y por extensión, Netflix- son Bev y Mamaw (Glenn Close). Desgraciadamente, ninguna de las dos brilla como cabría esperar.
Por una parte, Amy Adams, quien suele destacar por su sobriedad y magnetismo, está más chillona y sobreactuada que nunca. No sé si fue decisión suya o si la dirección de Howard tuvo algo que ver, pero su retrato de una madre bipolar y drogadicta resulta a todas luces excesivo y extenuante, en el peor sentido de la palabra.
Es imposible conectar con Bev, un personaje monótono, tanto en el guion como en la interpretación de Adams. Cada una de sus intervenciones está llevada al paroxismo, sobrepasando en más de una ocasión la línea que separa la tragedia de la comedia involuntaria.
Por otra parte, Glenn Close sale mejor parada. Aunque su actuación resulta a menudo intensa, nunca llega a la caricatura, por mucho que el guion se empeña en conseguirlo.
La veterana actriz es la única que pone un poco de cordura en este caótico y vano esfuerzo de Netflix por cosechar premios.
Y es que las interpretaciones no son sino uno de los muchos problemas de esta cinta, entre los que se encuentra la pobre labor de adaptación de Vanessa Taylor.
La guionista, nominada al Oscar hace dos años por “La forma del agua”, hace un trabajo excesivamente plano y conservador. A pesar de tratar temas tan duros como la drogadicción, los trastornos mentales o la crisis económica que adolece la sociedad americana, todo se siente irrelevante e insustancial.
En su lugar, lo único que le interesa es tratar a los personajes como burdas caricaturas: Bev es una desequilibrada e irresponsable desde el primer hasta el último minuto, Mamaw es la abuela marimandona y J.D Vance es el típico niño empollón y torpe que mete más la pata que el Inspector Clouseau. En esta película, apenas se encuentran matices.
Como decía al principio, la estructura narrativa está dividida en dos líneas: una ambientada en el presente, en la cual J.D Vance, ya adulto, prospera en el mundo académico y otra, en el pasado, en la que somos testigos de una serie de catastróficas desdichas; porque a eso se resume el pasado de nuestro protagonista.
Empeñados en arrancar las lágrimas del espectador por lo civil o lo criminal, Taylor y Howard fuerzan el drama con unos flashbacks sin sentido ni coherencia alguna, que tan solo sirven para suplir la evidente falta de carácter de una historia sin profundidad ni desarrollo alguno.
En "Hillbilly Elegy" no hay un desarrollo ordenado, que vaya de menos a más, hasta el desenlace; solo retazos inconexos de la vida de esta familia que hemos de pegar nosotros, los espectadores, como buenamente podamos.
La cinta dura alrededor de dos horas, tiempo más que suficiente para incidir en algunos de los temas que trata. Lamentablemente, “Hillbilly Elegy” baja los brazos enseguida, tirando por la borda todo su potencial para conformarse con ser un telefilme de sobremesa hipervitaminado.
Su timidez y blandura a la hora de abordar tabúes se contrapone a un montaje demasiado acelerado y desordenado, que no da tregua al espectador y francamente, cansa.
La sensación viéndola fue de lo más extraña: por una parte, casi nada de lo que veía me resultaba estimulante, pero, por la otra, no dejaban de sucederse escenas estridentes a un ritmo frenético.
Ron Howard pretende impresionar constantemente al público, pero la forma en la que lo cuenta es tan increíblemente superficial y redundante, que no surte el efecto deseado. Por eso, muchos de los momentos supuestamente dramáticos resultan insulsos o cómicos.
Por último, la faceta técnica es tan insípida como la propia narración. Howard es un artesano de Hollywood, un gran conocedor de su profesión y un veterano en estas lides, pero aquí, sintiéndolo mucho, patina.
A veces, solo hace falta un director inspirado para lograr el éxito. Una buena dirección de actores, una visión aguda y personal del tema a tratar y una mente preclara para realizar la escenografía. El realizador es el capitán del barco cinematográfico, pero en “Hillbilly Elegy”, el capitán está dormido o borracho.
En definitiva, Netflix ha creado un producto prefabricado con la mente puesta más en los premios que en la pasión artística. No me malentendáis, la película se puede y se deja ver, no es una catástrofe de proporciones épicas, pero sí una decepción mayúscula.
A “Hillbilly, una elegía rural” le falta más coraje, más sustancia y sobretodo más sentimiento. Más autenticidad, en una palabra. Desgraciadamente, nadie involucrado en este proyecto parece genuinamente interesado en él, lo cual hizo que me preguntase: “¿para qué hacerlo?” y la respuesta más obvia que encontré fue para servirse de él como trampolín. Claro que antes de saltar, hay que comprobar si la piscina tiene agua.
5/10: ELEGÍA DE UN PROYECTO FRUSTRADO
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