En los últimos años, Hollywood no se ha prodigado en el cine bélico. El que fuera tradicionalmente uno de los géneros insignia de la meca del cine, ha dado pocas muestras de vida últimamente, más allá de escaramuzas esporádicas, aunque notables, como “El francotirador” (2014), “Hacksaw Ridge” (2016) o “Fury” (2014), de las cuales esta última es quizá el mayor exponente en términos puramente bélicos.
En su lugar, países como el Reino Unido, Alemania o China han recogido el testigo, ofreciéndonos producciones dignas del mejor Hollywood. Me refiero a filmes tales como “Operation Red Sea” (2018), “Dunkerque” (2017), “El capitán” (2017) o la reciente “1917” de Sam Mendes.
Para tratar de ponerle remedio, el realizador Rod Lurie nos trae “The Outpost” (2020), una cinta bélica ambientada en la guerra de Afganistán, que narra la historia real de una de sus más cruentas batallas. Para ello, cuenta con un reparto entre el que cabe destacar a Scott Eastwood, Caleb Landry Jones y Orlando Bloom.
En 2006, el puesto avanzado Kamdesh era uno más de muchos puntos de control que el Ejército de los EE.UU. había establecido por todo el norte y el este de Afganistán. La misión de estos puestos era, en sus propias palabras, actuar como un Equipo de Reconstrucción Provincial (PRT en siglas inglesas).
El PRT Kamdesh estaba ubicado en un valle rodeado por las montañas del Hindukush, pertenecientes a la cordillera del Himalaya. Con una extensión de 1000 km. y una altura media aproximada de 5000 m., este macizo montañoso era una ratonera para cualquier base que se estableciera.
Con un equipo de 53 soldados americanos (en realidad fueron 79), unos cuentos morteros y un puñado de Humvees, debían defenderse de ataques talibanes, al mismo tiempo que trataban de “pacificar” esa zona de Afganistán.
La película arranca con la llegada a la base del Sgt. Romesha (Scott Eastwood) junto a un nuevo grupo de soldados que se incorporan al regimiento comandado por el Cpt. Keating (Orlando Bloom). ¿Su misión? Sobrevivir.
“The Outpost” se preocupa mucho, yo diría demasiado, en que conozcamos a cada uno de los integrantes del puesto avanzado. Para ello, el director coloca carteles que nos tengan en todo momento informados del nombre y rango del soldado que vemos en pantalla.
Al principio, esta decisión resulta interesante. Algo intrusiva, pero bastante efectiva a la hora de establecer un vínculo entre el espectador y los personajes. El problema es que este sistema se vuelve demasiado reiterativo, demasiado pronto y acaba cansando. No obstante, este punto negativo acaba en mera anécdota, ya que lo bueno supera ampliamente lo malo.
Rod Lurie sabe transmitir esa angustia y sensación de vulnerabilidad en la que se encuentran los personajes en todo momento. La narración adopta un estilo de falso documental con el fin de lograr una experiencia de inmersión total, que sepa moverse entre la tensa calma y los ocasionales e impactantes estallidos de violencia.
Este ritmo, aparentemente tranquilo, que pretende darle a la guerra un aire cotidiano, hace que el espectador se acerque más a las vivencias de los soldados protagonistas. Cada charla que mantienen en la base, cada chiste y cada canción que entonan, no son más que formas de buscar normalidad en una situación de todo menos normal.
La base Kamdesh, una especie de Álamo afgano, está ubicada en una posición prácticamente indefendible y eso queda patente ya desde el inicio, cuando la cámara de Lurie observa las elevadas cumbres que, más que abrigarla, la aprisionan. Nuestras pulsaciones empiezan a subir, mientras presagiamos la catástrofe que está a punto de ocurrir.
El realizador israelí demuestra habilidad a la hora de mantener la tensión y la incertidumbre de la guerra. Muchas de las muertes de las que seremos testigos se muestran de forma fulminante. Es tal la sorpresa que no sería de extrañar que diéramos un pequeño salto en la butaca.
Y es que, en “The Outpost”, la parca se va tan rápido como llegó. La diferencia entre la vida y la muerte aquí es cuestión de fotogramas, así que no os encariñéis demasiado con ningún personaje.
Esa ansiedad que sienten los soldados día y noche, pensando que quizá sean los próximos en ocupar una caja de pino, se traduce muy bien en la pantalla y supone una de las grandes bazas del título.
La cinta no busca ni la espectacularidad adrenalínica de “13 horas” de Michael Bay ni el virtuosismo filosófico de “La delgada línea roja” de Terrence Malick. Si tuviera que tender una siempre peligrosa comparación, probablemente sería con “Jarhead” (2005), por su sencillez argumental y su excelente recreación de los diferentes estados anímicos que atraviesan los soldados -claro que no se la puede comparar en otros aspectos como en dirección, fotografía o interpretaciones-.
Uno de los mayores hándicaps del filme es que abarca demasiados personajes, lo cual hace que sus vicisitudes tengan menos impacto del que debieran. La emoción llega más por parte del contexto en sí, por lo desesperante de la situación, que por el desarrollo de unos soldados que a menudo resultan intercambiables.
A la hora de la verdad, resulta difícil recordar si el herido que estamos viendo debatirse entre la vida y la muerte es Kirk, Hill, Cordova o Faulkner. La mayoría de los personajes tiene una ligera pincelada de trasfondo que, en un principio, debería ayudar a empatizar con ellos, pero que al final termina siendo inútil.
En su lugar, nos centramos casi exclusivamente en el devenir de los protagonistas, interpretados por Scott Eastwood y Caleb Landry Jones, los cuales hacen un buen trabajo de caracterización. Uno cumple el rol del tipo serio y profesional, un soldado calculador que no se arruga ni pasando dos horas metido bajo el agua; el otro, mucho más agresivo y descerebrado, es puro corazón y garra. Los dos se complementan a las mil maravillas.
Desgraciadamente, el resto de intérpretes aporta poco a esta ecuación de dos variables. Si bien todos han sido fantásticamente entrenados para la ocasión y en ningún momento me chirriaron, tampoco despiertan demasiadas emociones en el espectador. Orlando Bloom no lo hace mal como capitán del regimiento, pero no tiene ningún momento donde brillar.
La estructura de “The Outpost” es un apartado que me sorprendió gratamente. Dividida en formato episódico, algo que ayuda al espectador a situarse, la historia transcurre de forma dinámica, clara y concisa.
Los guionistas Eric Johnson y Paul Tamasy ponen especial énfasis en las diferentes fases por las que atraviesa la base Kamdesh, de forma que seamos conscientes de los cambios de liderazgo y de ánimo del grupo protagonista.
Esta crónica de un desastre anunciado comienza a fuego lento y acaba estallando en una espiral de sangre y fuego que te dejará exhausto y anonadado al término de la misma.
Por otra parte, la factura técnica es bastante buena, desde el diseño de producción hasta los efectos sonoros, pasando por una fotografía que toma prestadas unas cuantas páginas del libro de Kathryn Bigelow. Eso sí, si no sois muy partidarios de la famosa técnica de la cámara en mano, os recomiendo que no la veáis.
En definitiva, “The Outpost” se despoja de toda carga analítica, para poner de relieve las bondades del cine bélico puro y duro. Si se sabe ver como un ejercicio de tensión con momentos de acción realmente logrados, creo que la película de Rod Lurie no os decepcionará.
Dicho esto, no busquéis en ella una experiencia completa. El guion es extremadamente sencillo, las reflexiones brillan por su ausencia y los personajes no suponen mayor aliciente, aunque tampoco lo pretende. “The Outpost” conoce bien sus puntos fuertes y más importante aún, los débiles: está competentemente dirigida, bien ambientada, narrada con pulso y efectiva a la hora de recrear la opresiva atmósfera de un regimiento que, en 2006, se vio las caras con la muerte.
6,5/10: SOLDADOS CONTRA EL DESTINO
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