Crítica sin spoilers - Mank

Hollywood. 1940. La meca del cine vive un momento de apogeo tras los recientes estrenos de El mago de oz, Lo que el viento se llevó o Ninotchka, entre otros. 

Es la época de grandes productores como David O. Selznick, Darryl Zanuck, Louis Mayer o Irving Thalberg, figuras omnipotentes respaldadas por las llamadas majors, los grandes estudios de cine de la época.



Nos encontramos, por tanto, en la Edad de Oro de Hollywood, donde cada rincón de la ciudad angelina, cada club nocturno, set de rodaje y despacho desprendía glamour. 

Las estrellas de cine tenían estampada en la frente el nombre de su dueño, como si de ganado se tratase, los exhibidores estaban controlados por las productoras y las disputas de poder entre ejecutivos estaban a la orden del día. La máxima era: estudio, género y estrella.



Cuenta W.R. Burnett, un reputado novelista cuya obra “Little Caesar” fue llevada con éxito a la gran pantalla en 1931, que, durante el estreno de la película en Los Ángeles, todos los involucrados en el proyecto se habían subido al estrado –reparto, director, camarógrafo, etc.–; todos menos el guionista. Cuando cayeron en la cuenta, dijeron en tono jocoso: “Ah sí, el guionista. Siempre tiene que haber uno”. 

Lo cierto es que el rol del escritor en la industria del cine ha sido constantemente relegado a un segundo plano.

 
Para ilustrar la precaria situación laboral de este gremio, qué mejor que las palabras del guionista de Casablanca (1942) y Arsénico por compasión (1944), Julius J. Epstein: 

“En aquellos días, cada estudio tenía en nómina entre 75 y 100 escritores. Los mejores guionistas de la actualidad, si sacan un buen guion cada dos años, les va bien; antaño, mi hermano (Philip G. Epstein) y yo aparecíamos en los créditos de tres películas al año. Eso sin contar las que no se producían, ya que en aquella época se regían por la siguiente norma: una película hecha por cada tres guiones escritos”.

Los guionistas eran y continúan siendo mercenarios de la profesión, gente non grata, condenada al ostracismo. En la jerarquía hollywoodiense, todos tenían un jefe al que responder, pero nadie respondía ante los guionistas. 


En este contexto se sitúa Mank, la última película de David Fincher, recién estrenada en Netflix. Tras seis años de sequía, el director de Seven o El club de la lucha, regresa a la gran pantalla con esta historia, que narra el proceso creativo de Herman J. Mankiewicz para escribir el guion de Ciudadano Kane (1941), una de las obras más reconocidas de la historia del cine. 

Para ello, Fincher cuenta con un guion escrito por su padre, Jack Fincher, fallecido en 2003 de cáncer a los 72 años. 

La intrahistoria detrás de Mank resulta casi tan interesante como la que narra el propio film. Aunque la película se estrenó este año, Jack ya había escrito este guion en los años 90 y su hijo, David, tenía pensado llevarlo al cine tras estrenar The Game en 1997.


Entusiasmado ante la posibilidad de ver su trabajo proyectado en salas, Jack se dio de bruces con la realidad; la falta de interés por parte de los estudios hizo que el rodaje se demorara la friolera de 22 años, hasta 2019. Para entonces, Jack ya había muerto.

Para dar vida al protagonista de este sentido tributo a los héroes anónimos del cine, Fincher reclutó al curtido actor Gary Oldman, recién ganador del Oscar por su magnífica interpretación de Winston Churchill en El instante más oscuro. El reparto lo completan Amanda Seyfried, Tuppence Middleton y Charles Dance, entre muchos otros.


Mank es, ante todo, una oda al séptimo arte. Una carta de amor y en ocasiones de desprecio a Hollywood, al clásico y por alusión, al moderno. Fincher saca una instantánea de una época anterior, la cual, de primeras, parece muy lejana, pero vista más detenidamente se intuye atemporal.

Tras verla, sentí que había presenciado algo realmente único, que no perfecto. Una experiencia creada por y para los románticos del cine. Y es que sus más de dos horas de metraje respiran cine, cine clásico, pero también moderno. 


Las referencias y los guiños al Hollywood dorado se suceden ininterrumpidamente. Al fin y al cabo, la historia se desarrolla, a modo de flashbacks, entre 1940 y los años 30, en los cuales veremos al mayor de los Mankiewicz codearse y pelearse con algunos de los nombres más ilustres del mundo del entretenimiento. 


Su estructura narrativa me recuerda a otro gran verso libre del cine como Cautivos del mal (1952) de Vincente Minnelli. Salvando las distancias, ambas películas comparten un mismo objetivo: hurgar en los bajos fondos de la fábrica de los sueños. Una desmitificación y a la vez glorificación de la magia y el poder del cine. Amor y odio van muchas veces de la mano.


Mank es fascinante, cautivadora, en ocasiones densa y confusa, pero siempre interesante y en eso se nota la mano de un artesano como David Fincher. Si alguien sabe mantener la atención del espectador, ese es él; lo hizo con un enclenque y repelente Mark Zuckerberg en La red social (2010) y lo vuelve a hacer aquí. 

Herman J. Mankiewicz es un guionista desavenido y rebelde, alguien con tendencias autodestructivas que parece haber perdido el interés por la escritura, seguramente a raíz del desgaste sufrido por los años de constante ninguneo y de conflictos morales y políticos.  


El realizador centra la historia en un personaje atípico y hasta antipático, un alcohólico adicto al juego que ha perdido el favor de las grandes productoras –de 1935 a 1940, tan solo logró acreditar dos guiones–. 

En 1940, Mank acababa de sufrir un accidente que lo tenía postrado en cama. Su carrera parecía acabada, cuando un joven apodado “El chico de oro de la RKO”, en alusión al flamante contrato que venía de firmar con dicho estudio, le ficha para su nuevo proyecto, el cual acabaría convirtiéndose, a la postre, en la archiconocida Ciudadano Kane.


Si bien la autoría no está del todo clara, la mayoría de historiadores afirman con rotundidad que la idea original no vino de Orson Welles sino de Mankiewicz, el cual estaba interesado en retratar la vida del magnate de la prensa, William Randolph Hearst (Charles Dance). 
 
Este siniestro personaje, que parece sacado de un cuento de Charles Dickens, consolidó uno de los mayores imperios empresariales que el mundo haya visto, controlando al unísono hasta 28 periódicos de tirada nacional y llegando incluso al Congreso de los EE.UU. de la mano del Partido Demócrata.


Hearst era especialmente poderoso (y temido) en la ciudad angelina, adonde se había mudado en 1919 con su entonces pareja, Marion Davies (Amanda Seyfreid), para vivir en San Simeon, el faraónico castillo que en Ciudadano Kane se apodaría Xanadu. 

Aunque nunca llegó a prodigarse en Hollywood, sí mantuvo íntimas amistades con sus círculos más altos. Hearst controlaba los periódicos de mayor tirada en el estado de California y quien controla la prensa, controla la opinión pública; no por casualidad se la conoce como el cuarto poder.


Aquí es donde entra la parte más política de Mank y, por ende, la más actual. Fincher sitúa la acción en un contexto sociopolítico convulso como fue la Gran Depresión, que estalló en 1929 y se extendió hasta principios de los años 40, es decir, hasta el momento en el que nuestro protagonista redacta el guion de Ciudadano Kane. 

La historia de Jack Fincher es, en muchos aspectos, profética. Nos habla del poder de los medios de comunicación, de las llamadas “fake news” y del control que ejercen los poderosos sobre los intereses de una nación.


En aquella época, la víctima de estos furibundos ataques fue Upton Sinclair, un escritor reconvertido a político que, si bien no hace acto de presencia en el film, tiene un gran peso tanto en el devenir de los personajes como en el mensaje que busca transmitir Fincher.

En Mank podemos trazar dos historias paralelas: por un parte, la del eterno dilema del artista, Herman Mankiewicz, quien se debate entre seguir sus impulsos creativos o seguir el camino del éxito, mucho más tranquilo, pero a la vez, conformista.


Aquí es donde entra en juego la psicología del personaje, sus luces y sus sombras y su ego entremedias. ¿Cuándo deja el escritor de ser un genio para convertirse en el villano de su propia historia? Mank abandonó, en muchos sentidos, la vida familiar para perseguir unos ideales bonitos, pero inalcanzables. Una quimera. Una misión imposible, igual que atrapar humo con las manos.


Por otra parte, está la trama sociopolítica, en la que dos fuerzas opuestas, el conservadurismo hollywoodiense y el progresismo de un Upton Sinclair, solo ante el peligro, luchan encarnizadamente por ocupar un lugar de privilegio en la meca del cine.

Uno de los problemas de la película, es que estas dos historias no se compenetran a la perfección, dando, en ocasiones, la sensación de estar viendo un biopic sobre la figura del guionista y en otras, un retrato de la sociedad en la que vive el propio Mank. 


Una historia es mucho más contenida, intimista y personal y la otra, mucho más histórica. A Mank le falta emoción, sí, pero no porque su personaje no sea complejo o no podamos entender sus problemas, sino más bien porque Jack y David parecen al menos tan interesados en retratar la historia de los EE.UU. que la del propio Mank.

Dentro de esta película parece haber otra, mucho más grandilocuente, tratando de asomar la cabeza y arrebatarle el protagonismo a Mankiewicz. 


Resulta curioso que un film cuya premisa se centra en el proceso de guionización, ponga mayor énfasis en la inspiración o, mejor dicho, en las vivencias que le llevaron inexorablemente a escribir dicho guion, aunque la realidad es que somos lo que vivimos.

Lo que echo en falta en Mank es conocer a la persona detrás del artista, descubrir quién era en realidad y el por qué de sus acciones. Hay momentos en los que llegamos a vislumbrarlo, sobretodo en el tercer acto, donde cobra mayor dramatismo, pero en muchas ocasiones me pregunté si estaba viendo una película sobre él o sobre la época que vivió.


En cuanto a la dirección y al montaje, no se le puede poner ni un pero. Como acostumbra el cineasta, sus obras son un manjar para los sentidos. Visualmente es exquisita y enérgica en todo momento, haciendo de cada conversación un elocuente y vertiginoso intercambio de palabras.

El tren de Fincher no se detiene por nada ni por nadie. Él sabe a dónde quiere ir y no le importa llegar solo a destino, lo cual hace del viaje una auténtica odisea a la que muchos no querrán apuntarse. 


Sin embargo, quien logre conectar con Mank, descubrirá una gran cantidad de matices y detalles que harán las delicias del aficionado al cine. No hace falta entender para disfrutar, solo has de dejarte llevar por esa misma curiosidad del que está descubriendo territorio inexplorado. 

En la experiencia que tejen los Fincher, se da por sentado la voluntad del espectador de revisionarla, de forma que, esa sensación abrumadora que todos hemos sentido la primera vez que la vimos, deje paso al ansia por desvelar sus secretos más ocultos.


En esto ayudan las sublimes interpretaciones, tanto de Gary Oldman como del resto del elenco. Aunque el británico es el absoluto protagonista de esta historia y al que seguimos con mayor detenimiento, el resto de personajes tienen un gran impacto en él.

Resulta difícil destacar a uno por encima del resto, ya que todos están perfectos; desde la elegante y locuaz Amanda Seyfreid, hasta el omnipresente y enigmático Charles Dance, pasando por Tuppence Middleton, Arliss Howard o Lily Collins, por nombrar algunos.
 

Por último, la banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross logra mezclar la música orquestal del cine clásico, mucho más barroca, melódica y hasta misteriosa, muy de cine negro, con otras notas modernas utilizadas para crear atmósfera y construir tensión en ciertas escenas clave.

En definitiva, Mank es una rara avis en el panorama cinematográfico actual. Una obra hermosa, pero esquiva, que será adorada por unos y olvidada por muchos otros, igual que ocurre con esos escritores que, alejados de los focos y de la atención mediática, crearon las historias y los personajes que atesoramos en el recuerdo.

De toda su filmografía, Mank seguramente sea la película menos complaciente, tanto con el público como con la crítica. Tras años de intentos frustrados por levantar un proyecto, Fincher se encuentra cara a cara ante el legado de su padre, Jack, un desconocido a nuestros ojos que, sin buscar llamar la atención, quiso ensalzar la figura de otro ilustre desconocido, poniendo de relieve la labor de esos soñadores empedernidos llamados guionistas.


8/10: DEDICADO AL PERSONAJE ANÓNIMO QUE VIVIÓ MIL Y UNA VIDAS. 

4 comentarios:

  1. Excelente crítica!!!! Que delicia leerla Rick. Felicitaciones

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    1. Hola, Norita!! Gracias por comentar aquí en el blog. Fue un placer escribirla y me alegro que también lo haya sido leerla. Cuídate :)

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  2. Muy buena crítica, y que buen repaso... gracias, saludos desde Lima.

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    1. Muchas gracias por leerme y comentar aquí en el blog, Yuri! Un saludo.

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