Especial cine negro: 6 joyas olvidadas

El cine negro, ese cajón de almas torturadas. Altavoz de las miserias humanas. Las horas clandestinas, cuando la civilización echa el cierre y deja paso al crimen y en sus calles, iluminadas por el neón de los bares, se elaboran perversos planes bajo susurros que hieren como puñales. 


El cine negro somos tú y yo. Es el azar del destino. Es la mano de póker que traiciona tu suerte y te envía al fondo de una botella de whiskey barato. 

Son las malas decisiones, la pasión, el sexo y el amor, envueltas en el humo de un cigarro y el carmín del pintalabios dibujado en el rostro de aquella mujer etérea.

El cine negro es el amargo trago que te sirve la vida. El último grito de socorro, la herida que no cierra y que te empuja a la ira ciega. Es causalidad y casualidad, desdicha y condena. Son historias anónimas de tipos corrientes en situaciones extraordinarias.

Si este género aún continúa vigente se debe, en parte, a que es un reflejo de nuestra propia naturaleza. Y es que no hay nada más cinematográfico que la mente humana; esa gran saboteadora, que primero nos seduce y luego nos abandona en un callejón. 

Es en ese enigmático territorio, fascinante y aterrador a partes iguales, donde el cine negro se mueve con su habitual y morbosa elegancia. Y eso es precisamente lo que más me cautiva de este género. Encontrar la belleza en lo prohibido. Dejarse abrazar por las tinieblas; incluso sabiendo que todo acabará mal, no podemos evitar mirar. Es un cruce entre deseo y culpa; un extraño magnetismo que nos conduce a la dulce perdición.

Es como arrimar la mano al fuego o acercarse al precipicio lo suficiente para contemplar el vacío. Eso es el cine negro y no podemos eludirlo. Así que asomémonos juntos al vacío para disfrutar de estas seis joyas del noir que hoy os recomiendo.

Policía Python (1975)

El ser humano es capaz de cometer los más atroces crímenes en nombre del amor. Así resumiría la esencia de este polar francés protagonizado por el impasible Yves Montand. 


Su personaje, un policía de mediana edad que vive por y para su trabajo, descubre una nueva faceta de sí mismo cuando se enamora de una joven misteriosa encarnada por la hermosa Stefania Sandrelli. A partir de este momento, su vida dará un vuelco inimaginable.
Un rasgo común del género es que empiece retratando una vida monótona y rutinaria, con la que el espectador se pueda sentir identificado. 

El personaje de Montand no es ni héroe ni villano; simplemente existe. No hay en él nada extraordinario, ningún superpoder ni misión imposible, lo que nos ayuda a empatizar con él porque, al fin y al cabo, se ensucia en el mismo barro que el resto de mortales.

Policía Python 357 comienza como un drama romántico. Ver a este señor, de rostro duro y taciturno, bebiendo los vientos de una jovencita que, a su vez, anhela una relación más madura, resulta entrañable. Por momentos, me recordó al Fred Astaire enamorado de Audrey Hepburn en «Una cara con ángel» o al William Holden de «Primavera en otoño», persiguiendo una segunda juventud.


Sin embargo, casi sin darnos cuenta, el filme va girando lentamente hacia un tono más perturbador. Todo cambia en una escena decisiva y despiadada, que rompe en mil pedazos cualquier atisbo de romanticismo. 

Lo que nos espera en adelante es un noir puro y duro, muy sombrío y trágico, donde el protagonista sufrirá sobremanera las consecuencias de estar en el lugar y el momento equivocados. 

Médico de noche (2020)

Permanecemos en el país galo —una de las cunas del género— para hablar de este pequeño título estrenado el año pasado y que cuenta las desventuras de Mickaël, un médico de emergencias que trabaja de noche. 


Los lazos de sangre no se eligen y los infortunios que surgen a raíz de ellos tampoco. Poco importa el bien que hagas, como es el caso de nuestro doctor, que recorre en coche las calles atendiendo a los desamparados. La soledad del héroe anónimo.


Con una fotografía muy cuidada y una puesta en escena que recuerda a Taxi Driver, Médico de noche nos mete en la piel de un hombre agobiado por la desgracia que le rodea: drogadictos, prostitutas, ancianos desvalidos, etc. 


Nada invita al optimismo, salvo el espíritu de nuestro protagonista, que hace lo indecible por paliar el dolor de los desarraigados. Hay un momento en la película en que alguien le espeta: «no puedes salvarlos a todos». 


La impotencia en cinco palabras. Un baño de realidad que derrumba al médico y hace que se pregunte si merece la pena. Si de verdad merece la pena perder todos esos momentos con su familia por alcanzar lo inalcanzable.



La quimera pronto se convierte en pesadilla, cuando su hermano le mete en más problemas de los que desearía. Ahora le quedan unas horas para deshacer el entuerto y enmendar su vida antes de que sea demasiado tarde. 


Narrada a lo largo de una noche, muy al estilo de los hermanos Safdie —si habéis visto «Good Time» o «Diamantes en bruto» sabréis a lo que me refiero— pero sin esa adrenalina que los caracteriza, Médico de noche nos muestra la cara más fea de la ciudad. La más enferma y desesperada, pero también la más vulnerable, logrando crear una imagen muy descriptiva y fascinante de la noche parisina. 


El confidente (1973)

Robert Mitchum da vida al fracasado delincuente Eddie Coyle en este thriller de atracos dirigido por el ilustre Peter Yates, al que recordaréis por el célebre policíaco Bullitt.



Esta cinta es una verdadera rareza. Un noir crudo y descarnado en el que es difícil empatizar con ninguno de los rastreros personajes que lo pueblan. Ni siquiera el bueno de Mitchum, presencia carismática donde las haya, logra que sintamos algo más que pena por él.


A Eddie Coyle, el protagonista de esta historia de perdedores, no le sonríe el destino. No importa cuánto se esfuerce por salir del fango, este siempre encuentra una manera de mancharlo.


Lo curioso de El confidente —no confundir con el clásico de Jean-Pierre Melville— es que, por un lado, es fría y calculadora, pero por el otro, es apasionada. Una contradicción difícilmente entendible, si no fuera porque se traduce tan bien en pantalla.



Yates parece más interesado en filmar los robos con precisión milimétrica, que en dramatizar a unos personajes cuya salvación simplemente no es posible. Pese a esta indiferencia, la figura de Coyle nos despierta sentimientos de melancolía y tristeza, porque todo lo que persigue es una segunda oportunidad.

¿Quién no ha soñado alguna vez con tener una nueva oportunidad? Lo realmente trágico es que rara vez se presenta y en su lugar, nos quedamos pasmados con el dudoso consuelo de haberlo intentado. O creer que lo hicimos. De eso va El confidente.


El amigo americano (1977)


Supón que te quedan pocos meses de vida. ¿Qué harías con el tiempo que te queda? Esa es la premisa de la que parte esta sugerente cinta del inclasificable Wim Wenders, basada en una novela escrita por la célebre autora Patricia Highsmith. 



Bruno Ganz y Dennis Hopper forman aquí la pareja más improbable del género, confirmando el dicho de que polos opuestos se atraen. Uno tiene el carácter alemán impreso en su rostro; el otro es un verso libre, un rebelde sin causa al que conocimos subido a una Harley. Los dos se complementan a la perfección. 

Pero más allá de la impresionante química que tienen, El amigo americano es una auténtica maravilla, que se cuece a fuego lento y explota como una olla a presión en su acto final. 

La historia nos presenta a Jonathan Zimmerman, un humilde fabricante de marcos que vive en Hamburgo con su mujer y su hijo. A Zimmerman le preocupa su frágil estado de salud y quiere asegurarse de que no les falte de nada en caso de morir. 


Hasta ahí, todo apunta a un drama familiar y lo es, porque si algo tiene el cine negro es que muta y se adapta a cualquier otro género. Desgraciadamente, todo se complica cuando entra en su vida el enigmático granuja Tom Ripley (Hopper), quien le involucra en una espiral de asesinatos que lo arrastrarán a los infiernos.

Si algo tiene esta película es que no deja de sorprenderte. El relato pasa de conmovernos a helarnos la sangre, incluso nos saca alguna sonrisa propia de la comedia negra. Es todo tan inverosímil que se vuelve realidad, porque los extremos se tocan y ya sabemos que la realidad supera muchas veces la ficción.

El amigo americano es una rara avis a medio camino entre el cine estadounidense y el europeo. Un seductor ejercicio de fatalismo, triste y paródico por momentos, pero siempre hipnótico.  

El expreso de Andalucía (1956)


Ahora nos vamos más al sur, al caótico y ruinoso Madrid de los años 50, donde el lujo y la decadencia forjan una unión que solo puede traer desgracias. En esa fina línea entre la necesidad y la avaricia es donde juega este thriller igualmente fatalista.


La película está dirigida y co-guionizada por Francisco Rovira Beleta y en ella encontramos caras conocidas como la de Jorge Mistral o un jovencísimo Vicente Parra. Ambos son la cara y la cruz de una sociedad sin rumbo fijo, con los ánimos hundidos y el delito campando a sus anchas.

Tres hombres —un pelotari retirado, un joven y acomodado estudiante y un timador de poca monta— se juntan para planear y llevar a cabo el asalto del furgón del correo expreso de Andalucía. Su objetivo es hacerse con unas joyas reportadas desaparecidas y venderlas en el mercado negro, pero como suele acostumbrar el género, si algo puede salir mal, saldrá mal.


80 minutos de pura tensión donde asistimos a una serie de malas decisiones en cadena. Es la crónica de una muerte anunciada y los culpables son los mismos protagonistas que, en su afán por salir del atolladero, cavan inconscientes su propia tumba.

Narrativamente es ejemplar, demostrando que cuando queremos, somos capaces de destacar en el thriller. Además de la trama criminal, tenemos otros ingredientes típicos del guiso negro como la femme fatale, interpretada por Mara Berni y también un muy necesario trasfondo social que ayuda a darle mayor dramatismo al conjunto.


Cerco de odio (1948)

Cierro este especial con un valor seguro en estas lides como Rudolph Maté. El cineasta polaco, que ya se había labrado una reputación como director de fotografía en los estudios Babelsberg —lugar donde se crearon algunas de las mayores obras del expresionismo alemán—, desembarcó en EE.UU. en los años 30 y debutó como realizador en 1947.


Cerco de odio —The Dark Past, en su título original y menos inspirado— es su segundo largometraje y cuenta con un reparto de excepción, encabezado por un joven William Holden y el secundario de lujo Lee J. Cobb. Dos actorazos frente a frente, dándolo todo durante 70 minutos. Solo con eso el espectáculo ya está asegurado.

Pero es que, además, la película enhebra una historia delictiva realmente lograda, con tintes psicológicos que ayudan a darle profundidad al atormentado protagonista. Repito, todo esto en apenas hora y diez de metraje.

La película, que está narrada a modo de flashback, se ambienta en una casa de campo en la que residen un psicoanalista (Cobb) con su familia. Una noche reciben la inesperada visita de un peligroso fugitivo llamado Al Walker (Holden), acompañado de su novia (Nina Foch) y un par de matones. 

Mientras esperan que alguien los recoja, el doctor empieza a interesarse en conocer la mente del asesino Walker. De esta forma, ambos entablan una conversación o más bien una terapia, que tendrá consecuencias imprevisibles y trágicas revelaciones.

Lo más interesante de esta pequeña gran obra es cómo disecciona la psique del fugitivo, yendo al origen del mal para intentar darle una dimensión lógica a tanta violencia. 


Sí, es una película profundamente analítica y reflexiva, de esas que dan para debate, pero también es muy pasional. Muestra de ello es la compleja relación que Walker mantiene con su novia: tóxica por momentos, pero también vulnerable y triste. También las secuencias oníricas ayudan a completar el retrato de este hombre atenazado por sus miedos.

Unos traumas que, lejos de dramatizarlos y retorcerlos para encajar en un molde, se antojan genuinos dentro de la trama que tan inteligentemente propone Maté. Es una defensa a ultranza de la reinserción como herramienta social, pero sin caer en maniqueísmos absurdos que tan en boga están en el Hollywood actual.

Antes de despedirme y dejar que recorráis por vosotros mismos los oscuros senderos del género, me gustaría terminar con una cita de esta película, que creo resume a la perfección la hermosa y terrible verdad de estas historias de almas en pena: «Algunos sólo precisan de un paréntesis. Con un poco de comprensión y orientación, quizá podremos salvar algo que acabaría perdiéndose». El diablo está en el quizá.

1 comentario:

  1. XLuis MP5/02/2023

    El cine negro, en general me gusta bastante, pero es difícil tomarse muy en serio sus historias porque son bastante tramposas con bastante frecuencia, generalmente poco creíbles.

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