Crítica sin spoilers - El hombre del norte

Después de la increíble experiencia de El faro (2019), Robert Eggers vuelve, ataviado con armadura y hacha vikingas, a noquear la cartelera con puño de hierro en guante de seda. The Northman es la confirmación de un autor ecléctico, un trovador moderno cuya voz da nueva forma a las leyendas de antaño.

 

En esta, su última película, combina la dimensión trágica de Shakespeare con la crueldad de un mundo hostil y primitivo. La vida en tierras nórdicas vale lo que tu fuerza en batalla. Es un lugar despiadado, dividido en clanes sanguinarios, regidos por la ley del más fuerte y gobernados por linajes cambiantes.

 

The Northman dibuja con precisión quirúrgica una era ancestral enraizada en el paganismo, los cultos politeístas y las costumbres que hoy tacharíamos de incivilizadas. 

 


Sin embargo, como buen amante de la Historia, Eggers no ejerce de juez en la silla del director. Al contrario, se limita a observar la sociedad vikinga, intentando descifrar sus violentos códigos. Incluso en este lugar barbárico existen lealtades inquebrantables, leyes escritas en sangre y sentimientos universales como el amor o el rencor, expresados con tosquedad. 

 

Una constante en su cine es la eterna lucha del individuo contra los elementos que lo rodean. Sus personajes, a menudo atormentados por profecías autocumplidas y pensamientos obsesivos, son meros espectadores de su propia tragedia, incapaces de cambiar su destino mientras se precipitan por un pozo de desesperación.

 

Esto lo vemos claramente en sus anteriores películas, todas ellas imbuidas de un determinismo que se confunde fácilmente con nihilismo en esa espesa bruma que las envuelve. The Northman retoma ese legado, impulsándolo a nuevas y espectaculares cotas.

 

El film ha costado $90 millones —a los que habría que sustraer los costes causados por la pandemia—, sus cifras más altas hasta la fecha, que demuestran la ambición de este director en su búsqueda del Valhalla cinematográfico.

 

En cuanto al reparto, regresan Willem Dafoe y Anya Taylor-Joy, radiante superestrella que debutó a la vez que Eggers en La bruja (2015). A ellos se les une Alexander Skarsgard en el papel protagonista, Nicole Kidman y Claes Bang entre otros.

 


La historia, que surgió a raíz de un viaje del director a Europa, narra la leyenda medieval escandinava del príncipe Amleth, hijo del rey Aurvandil Cuervo Guerrero (Ethan Hawke), que clama venganza contra su tío Fjölnir después de que este asesine a su padre.

 

Si el nombre Amleth os dice algo, vuestras sospechas son correctas. El nombre y su mito sirvieron de referencia para el Hamlet de Shakespeare, una de las grandes obras de la literatura universal. 

 

Eggers se inspira en el dramaturgo inglés para dotar a su película con una teatralidad refrescante. The Northman es clásica en sus formas, desprovista de artificios y subrayados redundantes que emborronan la narrativa. En este sentido, se acerca más a la sutileza del cine europeo, haciéndose eco de Bergman, Dreyer o Murnau, que al continuo martilleo del cine comercial contemporáneo.

 

No obstante, podemos decir sin temor a equivocarnos que este es el título más comercial de su carrera —que no con vocación comercial, ojo—. Dicho así puede parecer algo peyorativo, pero nada más lejos de la realidad. Si antes hablaba de la confirmación de un autor, es porque aquí demuestra que el dinero no nubla su visión, que sigue siendo fiel a sus principios, pese a los cantos de las nornas hollywoodienses.

 


Al igual que El faro y La bruja, The Northman se apoya en una excelente puesta en escena y unos efectos de sonido deliciosos para traernos la experiencia vikinga definitiva. 

 

Este género nunca se ha prodigado en la historia del cine, salvo honrosas excepciones como Los vikingos (1958), firmada por el ilustre Richard Fleischer. Eggers emprende el reto de traer a la vida una época rodeada de misticismo y lo consigue con una verosimilitud inaudita. 

 

Estamos ante un logro cinematográfico sin parangón, considerada desde ya una obra de culto a reivindicar en los años venideros. Es una película fascinante, con un ritmo sereno que no desfallece y que se ve salpicado por una violencia muy calculada. 

 

El director maneja los ritmos como nadie, demostrando haber alcanzado la madurez en tiempo récord. The Northman no se deja llevar por el influjo de la sangre, guardando un complejo equilibrio entre la barbarie y la exploración psicológica de los personajes.

 

Un guion aparentemente sencillo se torna complejo, cuanto más profundizamos en su contexto histórico, en sus fábulas y tradiciones que tan inteligentemente describe. Si solo buscamos entretenimiento, lo encontraremos; si nos fascina su mundo, tendremos infinitas oportunidades para sumergirnos en él. 

 


Todo está narrado con ingenio y elegancia formal. La cámara, que aquí es más agresiva por motivos evidentes, elige sabiamente qué mostrar y qué intuir, fomentando el debate y recompensando múltiples visionados. 

 

A Eggers le encanta que rumiemos sus películas, que nos preguntamos dónde termina la magia y comienza la superstición. Nos plantea un juego divertido y depende de nosotros entrar o no en él.

 

The Northman se mueve constantemente en dos planos, dos universos contradictorios que chocan y confluyen: el de la realidad más sucinta y descarnada y el de lo onírico, lo pesadillesco. Por un lado, está la violencia ejercida por los hombres y la opresión del entorno en el que viven; por otro, está la ira de los dioses, surgida de los miedos atávicos de las gentes.

 

La primera está anclada en el territorio, en este caso Islandia, que ejerce su autoridad con brutalidad. Sus escasos habitantes, endurecidos por el brusco viento y la lluvia, únicamente piensan en conservar su integridad física. Sobrevivir un día más al frío, al hambre y a las bestias furibundas con forma animal o humana.


 

La segunda tiene que ver con los rituales celebrados bajo la pálida mirada de la Luna. Reuniones secretas con entes fantasmales, portadores de desgracias y noticias del más allá. Esta parte se desarrolla en entornos claustrofóbicos, dominados por las sombras, ya sea en una cueva húmeda o en una casa maldita. Cuando se cierne la noche, comienzan las maquinaciones.

 

Este último apartado gana enteros gracias al estilo expresionista de Eggers, que saca el máximo partido a los rostros de los personajes y los espacios en los que rueda. The Northman hubiera podido estrenarse en blanco y negro y no habría perdido ni un ápice de su poderío visual.

 

Los cortes y desmembramientos ocurren con frecuencia, aunque Eggers no se regocija en ellos. Contrario a una película de Mel Gibson o del French Extremity —ese movimiento transgresor de violencia y sexualidad aberrantes—, esta no sucumbe al gore, lo cual puede sorprender e incluso defraudar a una parte del público.

 

El único problema real que tengo con la película es a nivel narrativo. La historia de The Northman no escapa de la linealidad convencional. Es un arquetipo del viaje del héroe llevado al extremo. Desafortunadamente, se ahoga a causa de un protagonista gris. Los sentimientos vindicativos de Amleth no son suficiente para mantener el interés del espectador hasta el desenlace.


 

Sin desvelar nada de la trama, hay una escena al final del segundo acto que cambia por completo la visión que Amleth tiene de su venganza. Hasta esa revelación, el mantra que repetía a modo de motivación “te vengaré padre, te salvaré madre, te mataré Fjölnir” resumía todas sus motivaciones. Para Amleth todo es blanco o negro, no existen los matices ni los conflictos internos, tan solo él y su próxima víctima. 

 

Entiendo que Eggers persigue la simplicidad del planteamiento para darle mayor realismo, pero a veces hay que permitirse alguna licencia histórica en beneficio de la dramatización.

 

El trabajo sonoro merece un punto y aparte. Todos los sonidos de la naturaleza están presentes en la película. Una característica que distingue y eleva el cine de Eggers, es su enfermiza atención al detalle. Nada queda al azar.

 

Además, la banda sonora cuenta con instrumentos y coros propios de las tribus vikingas. Las voces son agudas, pesadas, contundentes como la espada que hiende su hoja de acero en la carne del enemigo. La música se compone principalmente de cánticos y tambores de guerra que anuncian el combate.


 

Por último, las interpretaciones son todas fabulosas. También hay que reconocer a Eggers como un fantástico director de actores; ya lo hizo con una jovencísima Taylor-Joy y en El faro con Pattinson. 

 

En esta ocasión hace lo propio con Alexander Skarsgard, un actor con una carrera discreta, que aquí hace un despliegue físico arrollador. El contrapunto necesario lo pone Taylor-Joy en un papel secundario, pero de suma importancia para el desarrollo de la acción y Nicole Kidman descubriendo su reverso tenebroso. 

 

En definitiva, The Northman es un film sólido de un cineasta que tiene las ideas muy claras y no piensa renunciar a ellas. Tiene defectos, cierto, pero los navega bien. Su segundo acto baja mucho las pulsaciones, se pierde en un batiburrillo de escenas lisérgicas y planos monolíticos, pero retoma el rumbo en un final de levantarse y aplaudir.

 

The Northman trasciende el cine de género, es más potente que su debut y menos experimental que su segunda obra, lo cual la hace más accesible. Es entretenida, pero no complaciente; arriesgada, pero no temeraria; es apoteósica y contenida. Una canción folclórica de barro y sangre.



8/10: ¡GUERREROS, EL VALHALLA NOS ESPERA!

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