Crítica sin spoilers - Top Gun: Maverick

Han pasado 36 años desde que Tony Scott y Tom Cruise nos hicieron sentir la necesidad de velocidad en Top Gun (1986), un éxito de taquilla que le arrancó las pegatinas a otros mitos de la década como Aliens o Cocodrilo Dundee. Pero, más allá de eso, las aventuras de Maverick y Iceman, inspiraron a miles de jóvenes americanos a alistarse en la Armada, soñando con surcar los cielos subidos a esas águilas de metal.


Todo eso forma parte del recuerdo. Víctima del tiempo, Top Gun ha pasado a ocupar una vitrina en el museo del ayer, donde muchos nostálgicos acuden para reencontrarse con el carismático escuadrón de pilotos y dejarse llevar por el espectáculo audiovisual del hermano rebelde de los Scott. 
 
Hay quien opina que la cinta original ha envejecido mal. Entre los principales motivos están los tropos habituales del director, sumados a una década marcada por el amor febril, el electro rock y un idealismo que impregnaba cada plano; aquella fue la década de la alegría desinhibida, del optimismo y los sueños de primavera.
 
Hoy ocurre lo contrario: vivimos encerrados en nosotros mismos, atenazados por el miedo que proyectan las noticias y el bombardeo de información digitalizada. Esta es la época de las cavilaciones, de las malas noticias y los peores presagios, del odio en las redes, el estrés y la desilusión ciudadana.


No es de extrañar que Top Gun no encuentre su sitio en la actualidad. Quizá por eso o por las ganas de superación de su estrella, Top Gun: Maverick (2022) aterriza con fuerza en las salas con la promesa de encandilar al público joven y devolver el sentimiento de velocidad a todos aquellos que crecieron con la original.
 
Pete “Maverick” Mitchell (Tom Cruise) lleva más de 30 años siendo uno de los mejores pilotos de la Armada. Condecorado por sus hazañas de guerra, rechaza cualquier ascenso para seguir en la cabina. Su experiencia se verá puesta a prueba cuando lo reclaman de Top Gun para entrenar a la próxima generación de pilotos. 
 
El reparto está encabezado por el Rey Midas de Hollywood, el hombre orquesta moderno, Tom Cruise. A él se unen otras caras conocidas como Jennifer Connelly, Val Kilmer o Jon Hamm y jóvenes talentos como Miles Teller, Mónica Barbaro o Glen Powell.


La silla del director la ocupa Joseph Kosinski, al que conocemos principalmente por Tron: Legacy y Oblivion. Por su parte, Hans Zimmer, Lorne Balfe, Lady Gaga y el compositor de la original, Harold Haltermeyer, se unen para componer una banda sonora muy continuista, pero igual de efectiva que la anterior.
 
La industria experimenta, desde hace unos años, un revival del cine ochentero. Robocop, La Cosa, Rambo, Conan el bárbaro, Cazafantasmas, Evil Dead son algunos de los títulos que han visto una secuela o remake en el siglo XXI con resultados mixtos. Y es que es muy difícil extrapolar la magia de aquellos tiempos a estos. 
 
Pues bien, donde otras han fracasado, Top Gun: Maverick consigue un triunfo atronador. Esta secuela pasa a ser, desde ya, una de las mayores hazañas del fenómeno ‘Cruise’. Un milagro fílmico que revitaliza el género y lo devuelve a la primera plana, igual que hizo George Miller en su magnum opus, Mad Max: Fury Road (2015). 


Esta secuela mejora a su predecesora en todas las facetas, sirviendo de ejemplo para el cine comercial moderno y reivindicando la figura de Tom Cruise como abanderado del taquillazo tradicional: ese que casi puedes tocar de lo real que se siente —sin necesidad de llevar gafas 3D— y que lo arriesga todo en su apuesta por la autenticidad.
 
Top Gun: Maverick rescata una forma de hacer cine que se creía extinta, una donde la satisfacción del espectador prima por encima de la de los ejecutivos. Cruise y su equipo demuestran que calidad y rentabilidad no tienen por qué estar reñidos.  
 
Solo el cine nos permite abrir una ventana a todas las vidas posibles y sentirlas propias sin exponernos a los riesgos que estas conllevan. Ese es su gran valor, es lo que ha enamorado a tantas generaciones y continúa haciéndolo; saber que, por unas horas, puedes ser quien te propongas. 

Top Gun: Maverick nos mete en la piel de un piloto más que ninguna otra película de aviación que haya visto y lo hace sin abusar de cromas, muñecos animados o cualquier otro artificio generado por ordenador. El CGI se emplea con moderación y sólo cuando es inevitable.
 

Aún no ha llegado el día en el que el ojo humano pueda ser engañado por un programa. Por eso, el pegamento que une ficción y realidad sigue siendo la verosimilitud. Si acabas con ella, si el ojo se percata de tu trampa, acabas con el poder del cine. 
 
Tom Cruise, como veterano que es, entiende este concepto y se asegura de que se cumpla. Su obsesión por crear la experiencia cinematográfica definitiva supera cualquier moda impuesta por los trajeados de Hollywood. 

En una industria plagada de seguidistas y empresarios disfrazados de artistas, Cruise es un hombre de acción, quizá el último de su raza, que se resiste a dar el brazo a torcer.


Ya desde la primera escena, un vuelo alucinante que recuerda a los frenéticos arranques de Misión Imposible, deja claras sus intenciones. Cruise convierte las limitaciones en oportunidades, empujando los estándares del género a cotas estratosféricas; más gente así, por favor.
 
Top Gun: Maverick es una proeza técnica que escapa incluso a la comprensión. Mientras sus imágenes me arrollaban, la poca lógica que me quedaba se preguntaba cómo era posible. 
 
No deseaba tanto ver un making-of desde Tenet (2020) de Christopher Nolan. Un cineasta que, si algo comparte con Cruise, es su continua búsqueda por preservar la experiencia primigenia de la sala de cine.
 
La cinta traslada la adrenalina de la cabina directa a tu butaca. Sientes la presión del aire en tus pulmones, la fuerza de la gravedad en tu pecho y la respiración acelerada del piloto que se debate entre la vida y la muerte en cada decisión que toma. Es impresionante lo que logran hacer con un puñado de cámaras IMAX y dedicación.
 
Los planos se suceden, la acción se intensifica y nuestro pulso se acelera hasta que la tensión nos cala los huesos. Un peligro inminente acecha a los personajes. Entonces, cuando el corazón palpitante reclama una tregua, Cruise hace caso omiso y sube las revoluciones en un último acelerón que nos lleva al borde del éxtasis. 

 
No se ha hecho una película de aviones capaz de sumergirte en su realidad igual que esta. Top Gun: Maverick juega en otra liga, arrojando al aire el manual del cine de acción para atreverse a ir donde nadie ha llegado. Sin ataduras ni reglas que obedecer, se mueve por puro instinto creativo; como dice Mitchell, “no lo pienses, hazlo”. 
 
No esperéis grandes innovaciones en el plano narrativo. La franquicia jamás se ha prodigado por su historia y esta vez no es diferente, aunque los guionistas han aprovechado mejor el material para darle profundidad a las relaciones humanas. 
 
Si la primera vivía en un verano ardiente, esta lo hace en el sensato otoño. La testosterona ha dejado paso a la nostalgia, la imprudencia a la reflexión. Una sensación de añoranza envuelve a nuestro intrépido héroe, que observa sus días de gloria por el retrovisor de su moto.
 
Con el paso de los años, Maverick cobra consciencia de su propia muerte. Los errores del pasado cada vez le pesan más y siente la responsabilidad de su legado, la importancia del deber cumplido. Por fin ha entendido que su lucha más importante la ha de librar con los pies en la tierra. 

 
Para cumplir esta misión, cuenta con la inestimable ayuda de una actriz tan solvente como Jennifer Connelly, quien aporta un punto de madurez necesario. Su papel, aunque secundario, obliga a Tom Cruise a salir de su zona de confort y aventurarse en el terreno de lo dramático. Un acercamiento bienvenido, si me preguntáis, aunque escaso.

Tampoco puedo olvidar a Val Kilmer, el cual vuelve a dar vida a Iceman. Condicionado por un impedimento del habla, su presencia es breve, pero sentida, sobretodo después de haber visto el documental biográfico Val (2021), que recomiendo encarecidamente si queréis conocer más sobre su carismática figura.
 
Top Gun: Maverick guarda un buen equilibrio entre la acción y la emoción. El film de Scott era irreverente, exagerado y celebraba el sinsentido; la segunda parte opta por oxigenar la acción con algún destello de humanidad que, a cambio, nos haga sentir más cerca a los personajes.
 
Sin embargo, una buena película de acción nace y se hace en la sala de edición. Por fortuna, el montaje de Top Gun: Maverick es extraordinario. En una cinta de estas características, la importancia del montaje es capital, ya que todas sus escenas son aéreas y, por lo tanto, es más fácil perderse. 


Acostumbrados a ver cámaras temblorosas, cortes rápidos y planos cortos para camuflar coreografías mediocres, Top Gun: Maverick es un soplo de aire fresco que embriaga los sentidos y fascina del primer al último minuto.
 
Kosinski alcanza la madurez filmando unas secuencias de acción exquisitas, vibrantes y precisas. En un ejercicio de orquestación apabullante, las cámaras siempre saben dónde situarse, pero nunca cobran protagonismo. El ego del director jamás se entromete en la eficacia de las escenas, lo cual es de agradecer.
 
El metraje está milimétricamente ajustado. En ningún momento sentí el paso de los minutos, algo meritorio teniendo cuenta que dura más de dos horas. Tiene un ritmo sostenido, pero nunca abrumador. Las secuencias de acción están bien dosificadas y llegan justo cuando el espectador las necesita. 

 
La única pega de esta fantástica producción es la mala gestión que hace de Jon Hamm y Ed Harris. El primero por falta de personaje y el segundo porque su talento está trágicamente desaprovechado. Su subtrama era de lejos la más interesante del filme, pero quedó relegada a una escena testimonial al inicio. Inexplicable.
 
En definitiva, Top Gun: Maverick vuela por encima del resto de ‘blockbusters’ veraniegos, demostrando que la veteranía es un grado. Su capacidad de reinvención sin perder su esencia ochentera la convierten en una rara avis, que pide a gritos ser vista en la pantalla más grande posible. 

 
Tras unos años de sequía, Tom Cruise regresa por la puerta grande encarnando a uno de sus personajes más icónicos y lo hace con energías renovadas. Puede que la máquina acabe venciendo al piloto y el croma engañe al ojo, pero hoy no es ese día. ¡Hoy es el día de Maverick!
 
8/10: TRADICIÓN Y MODERNIDAD VOLANDO JUNTOS.

1 comentario:

  1. Excelente como siempre! Y concuerdo en toda esa versatilidad que caracteriza a Tom Cruise y que lo hacen un actor de los más respetados y únicos de su generación. Estupenda crítica siempre atento a todos todos los detalles 😊

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