Crítica sin spoilers - Lightyear (2022)

Hace 27 años, un desconocido estudio de animación llamado Pixar conquistó nuestros corazones con Toy Story (1995), un entrañable cuento que celebraba el vínculo inseparable entre un niño y sus juguetes. Este éxito supondría un hito en la animación generada por ordenador. 
 
Con el transcurrir de los años, algunas productoras han caído en desgracia y otras nuevas han surgido de las cenizas, pero Pixar se ha mantenido en la cima gracias a títulos deslumbrantes como Buscando a Nemo (2003), Wall-E (2009), Del revés (2015) o Coco (2017), por nombrar algunos.


Entre sus más exitosas producciones se encuentra la trilogía de Toy Story, que sigue las aventuras de Woody, Buzz Lightyear y el resto de juguetes hasta una tercera y conclusiva parte que aún me emociona como la primera vez.
 
Si algo define al estudio de la lámpara inquieta, es su capacidad de reinvención dentro de unos códigos que siguen fielmente desde su debut: un nivel técnico y artístico sin igual, historias refrescantes que educan en valores y un talentoso equipo creativo.
 
Lightyear (2022) marca la primera incursión del estudio en la space opera. De esta forma, Pixar pone sus infinitos recursos al servicio de la aventura espacial más desenfadada y divertida. Un sentido homenaje a las historietas de Buck Rogers y Flash Gordon, héroes que inspiraron a una sociedad que fantaseaba con vivir entre las estrellas.
 
La película está dirigida por Angus MacLane, un principiante en el largometraje con tan solo un film en su haber, Buscando a Dory (2016), y un puñado de cortos que acreditan su veteranía dentro del estudio.
 
El argumento nos traslada a los confines del espacio, donde una nave científica apodada “El rábano” navega por la galaxia con el objetivo de encontrar recursos. 
 
Los garantes de que la expedición llegue sana y salva a su destino son conocidos como guardianes espaciales. Dos de ellos, el capitán Buzz Lightyear y la comandante Hawthorne, despiertan del hipersueño cuando la nave se desvía de su ruta para aterrizar en un planeta de naturaleza desconocida…y peligrosa.
 
En el reparto encontramos, entre otros, a Chris Evans en el papel de Buzz (sustituyendo a Tim Allen); Keke Palmer como Izzy, la infatigable compañera y aliada de Buzz; James Brolin como el villano Zurg; y Peter Sohn dando vida al carismático gato Sox. 


Quizá os estéis preguntando qué tiene que ver esta sinopsis con Toy Story y mi respuesta es ¡nada! He leído opiniones de todos los gustos sobre la película, gente que la cataloga como precuela o spin-off de Toy Story, pero en realidad no tienen nada que ver.
 
Lightyear se desmarca del mundo de los juguetes para aventurarse más allá del universo conocido por el estudio. De hecho, está tan alejada que, en sus 100 minutos de duración, solo hallaremos una referencia en forma de un simple cartel explicativo al inicio.
 
Es importante tener esto en cuenta, ya que de lo contrario las expectativas pueden jugar una mala pasada al espectador. Si esperas que Lightyear esté en el mismo plano emocional o disfrutar de la misma ambientación infantil que en Toy Story, la decepción puede ser mayúscula.
 
Una vez aclarado este tema, he de admitir que Lightyear me ha sorprendido gratamente. A priori, parecía una película trámite, un producto nacido de la mente de un ejecutivo de marketing más que de un creativo de Pixar.
 
Sin embargo, la cinta cuenta con todos los ingredientes de una película de aventuras para toda la familia, perfecta para desconectar de la canícula. 
 
No hay nada malo en una película modesta, sin grandes ambiciones ni ideas trascendentales. Pixar ya demostró sobradamente que puede llegar al corazón y alma del espectador; con esta obra, reivindica el valor del entretenimiento de calidad.

 
Es cierto que, en los últimos años, el estudio se ha decantado por historias más íntimas y reflexivas. Una apuesta arriesgada y estimulante con la que han abordado temas maduros incluso para el cine a imagen real contemporáneo.
 
No obstante, tampoco hemos de olvidar que es el mismo estudio que nos hizo vibrar con Cars (2006), alucinar con Los Increíbles (2004) o partirnos de risa con Ratatouille (2007).
 
Creo que en los últimos años se ha subestimado el rango de Pixar, esperando de ellos películas con fuerte carga dramática, cuando esto no siempre fue así. De hecho, sus inicios se acercaban más al cine de aventuras con gran corazón, que al estudio introspectivo de la naturaleza humana que vemos hoy día.
 
Lightyear rescata esas sensaciones de una forma refrescante, imaginativa y al mismo tiempo familiar para los fans. Porque hay muchos guiños, mucha referencia al género en el que se inspira, desde Star Wars hasta Interstellar, pasando por 2001: Odisea en el espacio o Aliens.
 
La historia no ofrece nada nuevo, quizá incluso peque de conservadora, pero la suma de sus partes y un apartado audiovisual envidiable contribuyen a crear una experiencia gratificante. Seguramente no entre en el top del año ni en de Pixar de ningún aficionado al cine, pero tampoco lo persigue. 


Aunque su escala es galáctica, Lightyear no tiene la grandeza de las mejores producciones de Pixar. Ese cosquilleo de expectación que sentíamos antes de ver sus producciones más esperadas no está presente aquí. Es más prosaico y por lo tanto, más previsible, pero no necesariamente malo si se sabe gestionar y creedme, Pixar se las sabe todas.
 
¿Quién no disfruta con hora y media de aventuras espaciales, naves enormes que ocupan toda la pantalla, gadgets únicos y robots carismáticos? Yo desde luego lo hago. Sobretodo cuando ritmo y tono están tan conseguidos que logran cautivar tanto al público adulto como al infantil.
 
Lightyear puede ser disfrutada de igual manera por ese niño de 10 años con un X-wing en su mano, como por su madre y su abuelo. El tono es equilibrado, incluso diría que inclina la balanza hacia lo adulto, introduciendo conceptos sobre el espacio-tiempo que muchos jóvenes no entenderán; por otro lado, el ritmo es perfecto, tomándose su tiempo para construir el pequeño, pero efectivo núcleo emocional de la película y dejando el resto a la imaginación del dibujante.
 
La animación de esta película es exquisita. Por momentos, impresiona la escala que alcanza Pixar con sus imágenes. Resulta interesante ver cómo un estudio que se ha caracterizado por historias contenidas, salta al vacío y experimenta con nuevas técnicas.


Sin embargo, y aunque en líneas generales me ha gustado, no está exenta de problemas. El primero y quizá el más flagrante es un guion que se vuelve algo reiterativo en su parte central, dándonos la impresión de estar viendo un déjà vu. 
 
Angus MacLane ya demostró en su debut que no era el mayor talento narrativo de la casa Pixar. Buscando a Dory falló a la hora de reavivar la magia de la película original; algo parecido podría decirse de Lightyear. 
 
El cineasta juega bien sus bazas, conoce al personaje y el universo en el que quiere ambientarlo, pero no cuenta con demasiados recursos para ir más allá del infinito —aunque esto, sea imposible—. Aunque toca temas interesantes como el paso del tiempo, no lo hace con la habilidad ni la exquisitez de Up (2009).
 
Aquí es donde entran las expectativas de cada espectador. Unos la verán como una oportunidad perdida de hacer algo más significativo; otros, entre los que me incluyo, saldrán satisfechos con el espectáculo pirotécnico. Aún así, no puedo negar que la película huye de cualquier atisbo de profundidad o riesgo que la aleje de lo puramente comercial.


Otro punto negativo está en sus personajes. Algunos como el gato Sox o Hawthorne le aportan humor y emoción al conjunto, pero otros como el patoso recluta Mo (Taika Waititi) o el villano de la historia lastran la aventura. El primero por ser el recurso fácil para avanzar la acción; el segundo, porque entra demasiado tarde y su presencia no está justificada. 
 
Se suele decir que una película es tan buena como lo sea su villano y este no alcanza el nivel de otros de Pixar, no solo porque entra tarde en escena, sino porque llegado el momento, no causa el impacto necesario. Simplemente es una excusa para darle a Buzz un antagonista.
 
En definitiva, Lightyear es un producto entretenido, de buena factura y metraje ajustado que logrará transportarte a una galaxia distante. No es una película memorable ni pasará a los anales de la historia, algo que para Pixar se ha vuelto casi una exigencia. En mi opinión, se lo han tomado más como un proyecto de transición, el típico trabajo de verano que el estudiante saturado a exámenes toma para poder asistir al concierto de Metallica. 

 
Si alguien me preguntara si la recomiendo, diría que sí, pero con reservas. Lightyear fue concebida como algo diametralmente opuesto a Toy Story. El peso de su legado puede que haya hecho más dificultoso el despegue de esta película, aunque ha sabido aterrizar con la elegancia y la espectacularidad propia de un estudio ensoñador.
  
6,5/10: LA ‘CARA B’ DE PIXAR.

0 comentarios:

Publicar un comentario