En la primavera de 1936, la ciudad sureña de Tupelo, Misisipi, fue arrasada por un huracán que dejó más de 200 víctimas e incalculables daños materiales. Entre los escombros, la desolación y la confusión de un pueblo moribundo, un bebé iluminó la escena entre los supervivientes. Ese bebé se llamaba Elvis Aaron Presley y estaba predestinado a cambiar el mundo.
La historia de Elvis Presley corre paralela a la de los EE.UU. Su meteórico ascenso a la fama es la quintaesencia del sueño americano; su caída en desgracia supuso la muerte de ese sueño. No se puede entender la segunda mitad del siglo XX sin repasar su obra y milagros.
La historia de Elvis Presley corre paralela a la de los EE.UU. Su meteórico ascenso a la fama es la quintaesencia del sueño americano; su caída en desgracia supuso la muerte de ese sueño. No se puede entender la segunda mitad del siglo XX sin repasar su obra y milagros.
Sus padres eran unos críos cuando lo tuvieron. Sin medios para salir adelante, los Presley fueron tratados como basura, escoria relegada a malvivir en una casa destartalada junto a otras almas desdichadas. Por si esto fuera poco, a su padre lo encarcelaron por falsificación, cargando sobre su esposa toda la responsabilidad de criarlo.
Para ese joven larguirucho de caderas revoltosas y grandes sueños, la música era como respirar; lo único que lo mantenía con vida en esa ingrata infancia. Su escuela musical fue la radio, los garitos de Beale Street y el góspel, esas oraciones cantadas que llevaban al trance a quien las escuchaba. De ahí sacó la inspiración para sus icónicos bailes, algo innato que surgía de lo más profundo de su corazón y se proyectaba al público a través de su cuerpo.
Un chico blanco integrado en un barrio negro era algo inconcebible en los tiempos de segregación racial. Para el pequeño Elvis, sin embargo, jugar con negros y escuchar su música era lo más natural del mundo. Se había empapado de su cultura y, prendado de ella, la adoptó como suya.
Para ese joven larguirucho de caderas revoltosas y grandes sueños, la música era como respirar; lo único que lo mantenía con vida en esa ingrata infancia. Su escuela musical fue la radio, los garitos de Beale Street y el góspel, esas oraciones cantadas que llevaban al trance a quien las escuchaba. De ahí sacó la inspiración para sus icónicos bailes, algo innato que surgía de lo más profundo de su corazón y se proyectaba al público a través de su cuerpo.
Un chico blanco integrado en un barrio negro era algo inconcebible en los tiempos de segregación racial. Para el pequeño Elvis, sin embargo, jugar con negros y escuchar su música era lo más natural del mundo. Se había empapado de su cultura y, prendado de ella, la adoptó como suya.
Sin darse cuenta, Elvis ya estaba transgrediendo todos los códigos morales establecidos, conformándose con una mentalidad insólita que ejercería de guía espiritual para una generación de jóvenes idealistas.
Su forma de entender la vida y la música jugaron un papel fundamental en el movimiento por los derechos civiles de los 50, cuando Elvis recorrió el largo y ancho del país llevando la música negra, su música, a millones de jóvenes blancos que enloquecían con sus sonidos. Elvis fue mucho más que el rey del rock and roll, fue el hombre que dinamitó el racismo desde dentro.
Conociendo mejor a Elvis Presley, es fácil entender por qué su figura aún causa fascinación. Su nombre está profundamente arraigado en la cultura pop. Incluso si no conoces su música, seguro que has oído hablar de su leyenda.
No obstante, a excepción de un telefilm de John Carpenter estrenado en 1979, nadie se había atrevido a llevar su vida a la gran pantalla…hasta ahora. Irónicamente, tenía que ser un director australiano, Baz Luhrmann, el encargado de hacerle justicia con Elvis (2022).
La película está protagonizada por el novicio Austin Butler y para intentar aliviar su carga, le acompaña el veterano Tom Hanks, quien da vida al coronel Tom Parker, el astuto agente de Elvis. Aunque el reparto es tan grande como lo fue su vida, la película es en realidad un cara a cara entre estos dos personajes de carácter opuesto. Igual que una película de superhéroes, como los que Elvis creció admirando en los tebeos.
Luhrmann, un especialista del musical, llevaba casi una década sin dirigir un largometraje. Su estilo barroco y exagerado ha levantado pasiones y críticas por igual. Desde luego, nadie puede negar su autoría: le apasiona el melodrama, la épica romántica adornada con confetti.
Su cine es una celebración de lo anacrónico y lo kitsch, un espectáculo postmoderno de luces y colores a todo ritmo. Elvis sigue el mismo patrón, aunque con algunos matices que la distinguen y, en mi opinión, la elevan del resto de su filmografía.
No obstante, a excepción de un telefilm de John Carpenter estrenado en 1979, nadie se había atrevido a llevar su vida a la gran pantalla…hasta ahora. Irónicamente, tenía que ser un director australiano, Baz Luhrmann, el encargado de hacerle justicia con Elvis (2022).
La película está protagonizada por el novicio Austin Butler y para intentar aliviar su carga, le acompaña el veterano Tom Hanks, quien da vida al coronel Tom Parker, el astuto agente de Elvis. Aunque el reparto es tan grande como lo fue su vida, la película es en realidad un cara a cara entre estos dos personajes de carácter opuesto. Igual que una película de superhéroes, como los que Elvis creció admirando en los tebeos.
Luhrmann, un especialista del musical, llevaba casi una década sin dirigir un largometraje. Su estilo barroco y exagerado ha levantado pasiones y críticas por igual. Desde luego, nadie puede negar su autoría: le apasiona el melodrama, la épica romántica adornada con confetti.
Su cine es una celebración de lo anacrónico y lo kitsch, un espectáculo postmoderno de luces y colores a todo ritmo. Elvis sigue el mismo patrón, aunque con algunos matices que la distinguen y, en mi opinión, la elevan del resto de su filmografía.
Cuando un cineasta se lanza a hacer un biopic, no importa del personaje que sea, debe tomar una decisión creativa que marcará el resto de su proyecto artístico. La elección entre deconstruir el mito o, por el contrario, homenajearlo, dictará el tono y el mensaje de la película.
En la historia del cine, hemos visto todo tipo de biopics: unos más celebratorios, otros más reflexivos, que ahondaban en la fragilidad del ser humano. Lo cierto es que no hay respuesta correcta a esta pregunta y en realidad, la decisión la toma el propio personaje.
Las vidas de Nixon y Gandhi o las de Salieri y Szpilman, por citar algunos ejemplos, no pueden contarse desde el mismo enfoque. En el caso que nos atañe, me resultaría imposible arrojar sombras sobre uno de los cantantes más fulgurantes de la historia moderna. No encajaría con el personaje ni su propósito.
De esta manera, Luhrmann afronta su biopic desde el homenaje al artista y la misericordia al individuo —un concepto religioso para un hombre muy espiritual como era Elvis—. Quien busque ahondar en sus miserias, poco encontrará aquí.
El director de Moulin Rouge no ofrece carnaza. No hay cotilleos ni truculentas anécdotas sobre su vida privada. Por lo general, EE.UU. siempre ha sido reacia a desmitificar sus símbolos y Elvis es el mayor de ellos.
En la historia del cine, hemos visto todo tipo de biopics: unos más celebratorios, otros más reflexivos, que ahondaban en la fragilidad del ser humano. Lo cierto es que no hay respuesta correcta a esta pregunta y en realidad, la decisión la toma el propio personaje.
Las vidas de Nixon y Gandhi o las de Salieri y Szpilman, por citar algunos ejemplos, no pueden contarse desde el mismo enfoque. En el caso que nos atañe, me resultaría imposible arrojar sombras sobre uno de los cantantes más fulgurantes de la historia moderna. No encajaría con el personaje ni su propósito.
De esta manera, Luhrmann afronta su biopic desde el homenaje al artista y la misericordia al individuo —un concepto religioso para un hombre muy espiritual como era Elvis—. Quien busque ahondar en sus miserias, poco encontrará aquí.
El director de Moulin Rouge no ofrece carnaza. No hay cotilleos ni truculentas anécdotas sobre su vida privada. Por lo general, EE.UU. siempre ha sido reacia a desmitificar sus símbolos y Elvis es el mayor de ellos.
Ese “blanqueamiento” quizá enoje a una parte de la audiencia, que la vea demasiado tibia y conservadora; una oportunidad perdida de descubrir sus demonios internos. A pesar de su glamour y vitalidad en el escenario, Elvis era una persona tímida, sensible e incluso insegura. Sí, hasta a un hombre de su talento, le asaltaron las dudas.
La gente que lo conoció en las distancias cortas se cuenta con los dedos de una mano y la mayoría están muertos: sus padres, su gran amigo Charlie Hodge, su representante....
Por eso, me alegra que Luhrmann no le haya hecho una cirugía a corazón abierto y que, de alguna manera, podamos conservar en nuestra memoria esa imagen de Elvis cantando como los ángeles y moviéndose como un demonio.
Otro de los grandes aciertos del filme es su irresistible ritmo, que baila al compás del rockabilly en sus dos primeros actos y se transforma en una balada susurrada al final. El montaje ejerce de guía para entender el estado emocional en el que se encuentra Elvis.
Si ya de por sí es difícil montar una película, tanto más cuando se trata de la vida de un personaje de su envergadura. El esfuerzo para unir todas las piezas del rompecabezas, sin dejar ninguna de lado, ha debido ser titánico. Afortunadamente, el resultado es inmejorable, digno de todos los elogios y premios que reciba.
Más allá de los esfuerzos (piro)técnicos, el corazón de esta película, su razón de existir, es la historia. El guion ha de ser tan potente como su música. De lo contrario, se verá diluida y será tan olvidable como un viejo disco de “greatest hits”.
Sabedor de ello, Luhrmann se rodea de su equipo de confianza para confeccionar un libreto muy equilibrado, tanto en el fondo como en las formas. Los diálogos van directos a la yugular, sin ambages ni pausas; aquí no hay tiempo que perder. Sin embargo, cada escena dramática va intercalada de un concierto vibrante que, a modo de brújula, reconduce la narrativa hacia el show musical de Elvis.
Si ya de por sí es difícil montar una película, tanto más cuando se trata de la vida de un personaje de su envergadura. El esfuerzo para unir todas las piezas del rompecabezas, sin dejar ninguna de lado, ha debido ser titánico. Afortunadamente, el resultado es inmejorable, digno de todos los elogios y premios que reciba.
Más allá de los esfuerzos (piro)técnicos, el corazón de esta película, su razón de existir, es la historia. El guion ha de ser tan potente como su música. De lo contrario, se verá diluida y será tan olvidable como un viejo disco de “greatest hits”.
Sabedor de ello, Luhrmann se rodea de su equipo de confianza para confeccionar un libreto muy equilibrado, tanto en el fondo como en las formas. Los diálogos van directos a la yugular, sin ambages ni pausas; aquí no hay tiempo que perder. Sin embargo, cada escena dramática va intercalada de un concierto vibrante que, a modo de brújula, reconduce la narrativa hacia el show musical de Elvis.
Durante dos horas y media de metraje, la historia se mantuvo en el fino alambre que separa, de un lado, los excesos del director y de otro, la tragedia de una estrella que, en su eterna búsqueda de lo inalcanzable, terminó apagándose ante la inmensidad de la nada.
Un aspecto que me desconcertó es la elección del coronel Parker como narrador. Su personaje es tan amoral, tan rastrero y manipulador, que sorprende verlo en ese rol. Aunque, pensándolo bien, él fue quien más y mejor lo conoció. Resulta irónico y triste que su mayor némesis, su peor villano, fuera también su hombre de confianza.
La alternativa hubiese sido que el propio Elvis contara sus hazañas, pero eso sería demasiado obvio e impropio de él. Como el propio coronel dice: “yo soy el farsante y Elvis el cantante”. Esa ambigüedad le viene muy bien al relato, lo envuelve de cierto misterio que ayuda a perpetuar su mito para las décadas venideras.
En cuanto a las actuaciones, cabe destacar al protagonista Austin Butler, que irradia la energía de Elvis en cada fotograma y hace una labor impropia de un chico que apenas ha debutado en el cine.
Curiosamente, los focos de la polémica no están sobre él, sino sobre su compañero de reparto y titán de Hollywood, Tom Hanks. En su prolífica carrera rara vez ha interpretado al antagonista, mucho menos alguien tan vil como el coronel.
La alternativa hubiese sido que el propio Elvis contara sus hazañas, pero eso sería demasiado obvio e impropio de él. Como el propio coronel dice: “yo soy el farsante y Elvis el cantante”. Esa ambigüedad le viene muy bien al relato, lo envuelve de cierto misterio que ayuda a perpetuar su mito para las décadas venideras.
En cuanto a las actuaciones, cabe destacar al protagonista Austin Butler, que irradia la energía de Elvis en cada fotograma y hace una labor impropia de un chico que apenas ha debutado en el cine.
Curiosamente, los focos de la polémica no están sobre él, sino sobre su compañero de reparto y titán de Hollywood, Tom Hanks. En su prolífica carrera rara vez ha interpretado al antagonista, mucho menos alguien tan vil como el coronel.
Se ha hablado largo y tendido sobre su exagerada caracterización y sí, se nota, igual que se notó con Gary Oldman en El instante más oscuro, por ejemplo. Entiendo que a algunos les saque de la experiencia: ver a un actor de su talla sepultado bajo kilos de maquillaje resulta chocante. No obstante, la verdadera transformación de Hanks está en su interpretación, su trabajo físico y de voz son el factor determinante que da vida al coronel, no el maquillaje.
Al igual que la personalidad de Elvis, la película no está exenta de defectos y problemas que lastran el conjunto, si bien levemente. Como todo buen mago, Luhrmann oculta sus trucos con subterfugios y engaños encantadores, pero todo truco deja un rastro.
El más notable y criticado incluso por aquellos a los que les gustó el título, es que la historia está empeñada en ligar la vida de Elvis a la del coronel. Este ‘enfrentamiento’ es una navaja de doble filo: por un lado, hace la narración más directa y clara, más comprensible; por el otro, pierde complejidad, encorseta su trayectoria vital y en cierta medida, lo empequeñece. Es como si Elvis y el coronel fueran reversos de una misma moneda que vemos girar y girar durante casi 3 horas.
Al igual que la personalidad de Elvis, la película no está exenta de defectos y problemas que lastran el conjunto, si bien levemente. Como todo buen mago, Luhrmann oculta sus trucos con subterfugios y engaños encantadores, pero todo truco deja un rastro.
El más notable y criticado incluso por aquellos a los que les gustó el título, es que la historia está empeñada en ligar la vida de Elvis a la del coronel. Este ‘enfrentamiento’ es una navaja de doble filo: por un lado, hace la narración más directa y clara, más comprensible; por el otro, pierde complejidad, encorseta su trayectoria vital y en cierta medida, lo empequeñece. Es como si Elvis y el coronel fueran reversos de una misma moneda que vemos girar y girar durante casi 3 horas.
En su obcecación por explorar la dualidad héroe-villano, los guionistas pierden la visión completa de su carrera. Ni su mujer, ni su descubridor, ni siquiera su madre que lo inspiró tienen peso específico en la trama. Entran y salen de la pantalla como meros figurantes, testigos del show, pero nunca son partícipes.
Aún con sus errores, que a nadie le quepa duda de que este y no otro era el biopic ideal para honrar la memoria de Elvis. Baz Luhrmann ha obrado el milagro. Después de estar casi una década en el dique seco, el australiano toma las riendas de este mastodonte cinematográfico y vuelve a reivindicar su arte.
Para concluir esta función, he de admitir que tenía mis reservas antes de verla, pero me ha ganado por completo. Es un espectáculo alegre, colorido y frenético, todo lo que esperaríamos de una película de Elvis, pero también es un relato descorazonador sobre una persona que brilló tan intensamente, que acabó agotada. Porque a veces, la distancia entre un juguete roto y una leyenda es cuestión de perspectiva.
Aún con sus errores, que a nadie le quepa duda de que este y no otro era el biopic ideal para honrar la memoria de Elvis. Baz Luhrmann ha obrado el milagro. Después de estar casi una década en el dique seco, el australiano toma las riendas de este mastodonte cinematográfico y vuelve a reivindicar su arte.
Para concluir esta función, he de admitir que tenía mis reservas antes de verla, pero me ha ganado por completo. Es un espectáculo alegre, colorido y frenético, todo lo que esperaríamos de una película de Elvis, pero también es un relato descorazonador sobre una persona que brilló tan intensamente, que acabó agotada. Porque a veces, la distancia entre un juguete roto y una leyenda es cuestión de perspectiva.
8/10: UN HOMBRE EN UNA MISIÓN.
Conmovedora critica, como siempre estimado Rick! Nos emocionas y alientas a aventurarnos en esta nueva prueba del séptimo arte!!
ResponderEliminarNo sabes cuánto me alegra que te haya llegado tanto la lectura del artículo! Te agradezco mucho tu comentario y el tiempo que le has dedicado a leerlo :)
EliminarMuy buenas, Rick. Muy buena crítica. Servidor también piensa que es de los mejores biopics que se han hecho, y que Luhrmann le da el enfoque adecuado, además de con grandes interpretaciones como bien dices. Únicamente, como bien sabes, pienso que lo que le falta a la película es mostrar más su figura como cantante; es cierto que muestra sus inicios, pero me falta luego más aportes en esa faceta. Siempre es un placer leerte, maestro!!!
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