¡Ya está aquí! Por fin se ha estrenado la película de la que todo el mundo habla por los motivos equivocados. Pero el título que consolidaría a su cineasta, Olivia Wilde, tras un debut prometedor y consagraría a sus jóvenes protagonistas ha acabado siendo un regalo envenenado.
Don’t worry Darling aterrizaba en la Mostra de Venecia con las expectativas por las nubes. Todo el mundo esperaba grandes cosas de ella, empezando por una Wilde que apuntaba alto, muy alto. Desafortunadamente, la premiere que se preveía como un desfile victorioso, terminó en paseo de la vergüenza.
Todos los que hayamos seguido el cine en los últimos años, conoceremos el nombre de Olivia Wilde. Esta actriz neoyorquina se dio a conocer en la serie fenómeno House (2004), la cual catapultó su carrera y le abrió las puertas de grandes producciones como Tron: Legacy (2010), In Time (2011) o Cowboys & Aliens (2011).
Con un extenso currículum a sus espaldas, Wilde reinventó su carrera sentándose en la silla de director. En su ópera prima, Booksmart (2019), demostró mano diestra dirigiendo actores y talento de sobra como narradora. Fue una carta de presentación refrescante y llena de personalidad, que tomaba una premisa de sobra conocida — véase Supersalidos — para aportar su punto de vista personal.
En esta, su segunda obra, se adentra en uno de sus géneros fetiche como es la ciencia ficción, buscando repetir la fórmula de su debut. No obstante, la película parecía destinada al fracaso desde su rodaje: encontronazos, disputas y declaraciones cruzadas entre actores acercaron el proyecto al terreno del amarillismo.
Lo que ellos no sabían es que ese iba a ser el menor de sus problemas. La historia del cine está plagada de películas maravillosas con rodajes infernales. ¡Demonios, Kubrick hizo carrera de ello! Para hablar de esta película, hay que ir más allá del ruido mediático producido por los chismorreos. Dejar de ver los árboles y observar el bosque.
La cinta está protagonizada por la enorme, la infalible Florence Pugh, a la que acompañan otros artistas conocidos como Harry Styles, Chris Pine o la propia Olivia Wilde, en papeles secundarios.
El guion, escrito a tres bandas por su colaboradora habitual, Katie Silberman, y los hermanos Van Dyke — cuyo único parecido con su talentoso abuelo es el apellido —, nos sitúa en una idílica comunidad de los años 50 llamada Victory, donde residen felizmente jóvenes parejas entre las que se encuentran Alice (Pugh) y Jack (Styles). La vida en Victory parece de color de rosa, hasta que deja de serlo y se desvela una aterradora verdad, un misterio relacionado con el líder y fundador de la comuna, Frank (Pine).
Si la premisa os resulta familiar, es porque es un punto de partida bastante habitual en el género: la perfección siempre esconde un trauma, un borrón o letra pequeña que mancha la aparente pulcritud. Filmes como Matrix, El show de Truman o La fuga de Logan y novelistas de la talla de George Orwell o Phillip K. Dick han explorado con sumo acierto los peligros del colectivismo mesiánico-religioso. El poder de grupo, la presión social, llevada a su extremo más coercitivo, represivo y criminal.
Don’t Worry Darling pretende hacer oír su voz dentro del debate; desgraciadamente, no tiene nada nuevo que decir. El libreto parece escrito por un grupo de colegiales naif que se esfuerzan mucho, pero apenas rascan la superficie y en su defecto, recurren a los socorridos giros de guion para mantener despierto al público. Giros que abren unos agujeros del tamaño de la puerta de Stargate.
El argumento arranca bien, su propuesta es potente tanto narrativa como visualmente, pero tenemos una sensación de déjà vu que se confirma en el segundo acto. Aquí es donde la historia se hunde sin remedio. Los guionistas son incapaces de plantear las preguntas adecuadas, no digamos de construir un mensaje que reverbere en la conciencia del espectador.
Lo que ves es lo que hay. Claro que la cinta guarda sorpresas, pero la mayoría se ven venir desde el final del primer acto. Wilde y su “troupe” no se esfuerzan en subvertir nuestras expectativas, solo se reafirman en sus preceptos iniciales y eso resulta muy aburrido y monótona.
La indefinición conduce a una vacuidad difícilmente soportable, mucho menos durante dos horas. Los personajes de cartón piedra tampoco ayudan a hacerlo más digerible. El nivel de maniqueísmo de la historia está llevado al paroxismo. Los habitantes de Victory, más que personas, parecen maniquís esperando que alguien venga a exponerlos en el escaparate.
Wilde intenta salvar su obra en el tramo final, aunque para entonces esta ya no tiene constantes vitales. Los giros de guion ponen picante al visionado, pero caen en saco roto llegado el desenlace.
El mensaje que transmite Don’t worry Darling no es para nada complejo, pero te obliga a rebuscar entre todo el efectismo. Cuando aparecen los créditos finales, no siento la necesidad de volver a verla, ni reflexionar sobre ninguno de los temas que propone con suma infantilidad.
El libreto está tan vacío de significado como el huevo que rompe Alice al inicio. Prueba de ello es el desarrollo del filme, la parte donde teóricamente ocurren los hechos más relevantes y donde no ocurre nada. Wilde se dedica a marear a su protagonista, repitiendo lo mismo una y otra y otra vez.
Si no fuera por Florence Pugh, que da un masterclass de interpretación, la cosa hubiera ido mucho peor. Lamentablemente, se encuentra muy sola durante demasiado tiempo; no encuentra aliados entre el reparto. Poco aporta un insulso Harry Styles, más allá de su fama y su interminable base de seguidoras; mientras, Chris Pine no puede hacer mucho con el papel de malo de tebeo que le han dado.
Su único punto de apoyo está en la cuidada fotografía de Matthew Libatique — habitual de Darren Aronofsky — y la exquisita puesta en escena para fanáticos de la estética cincuentera.
Por otra parte, la labor de dirección de Olivia Wilde es correcta en el sentido más discreto de la palabra. Aunque se la ve desenvuelta con el lenguaje audiovisual y tiene talento para crear imágenes poderosas, su dirección de actores es caótica y lo que es peor, su visión deficitaria.
Hace falta más, mucho más, que una colección de clichés para confeccionar un thriller de ciencia ficción robusto, atrevido y que soporte revisionados. Don’t Worry Darling se mueve siempre entre la autocomplacencia de su directora y la mediocridad de su guion.
Reconozco que tiene alguna idea sugerente, como la pérdida del amor y el dilema entre lealtad o subyugación — casi anulación — del individuo frente a la relación de pareja, pero cuando por fin parece que va a ampliarla, se hace el fundido a negro.
En definitiva, la experiencia de Don’t Worry Darling es similar a la de un largo viaje en tren: al principio, observamos el paisaje con cierto interés, pero al rato nos cansamos de ver variaciones de lo mismo y nos ponemos a leer un libro o echamos una cabezadita. Otro viaje más. ¿Que si recomiendo Don’t Worry Darling? Mejor reserva asiento en otro tren.
4,5/10: FLORENCE-DEPENDENCIA.
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